jueves, 3 de octubre de 2024

El descubrimiento de las fuentes del Nilo. El nacimiento del Nilo Blanco

       Voy a centrar la atención en uno de los descubrimientos geográficos más importantes de la Historia, el descubrimiento de las fuentes del Nilo, el río más largo del mundo en opinión de muchos expertos que le otorgan una longitud de 6.695 km, aunque otros más acertados defienden como río más largo al Amazonas, al que señalan una longitud cercana a los 7.000 Km. Lo que sí es seguro es que el Nilo es el río más largo del continente africano. Nace en dos puntos, Sudán y Etiopía, y desemboca por Egipto en el mar Mediterráneo, formando un amplio delta en el que están las ciudades de El Cairo y Alejandría.

Hoy se sabe que sus aguas emanan principalmente de dos afluentes o ríos: el Nilo Blanco, que nace en Ruanda en el lago Blanco, llamado ahora Victoria (por la reina inglesa); y el Nilo Azul, que nace en el lago Tana, en Etiopía. Ambos ríos se unen en un solo estuario cerca de la ciudad de Jartum, capital de Sudán, el país del mundo con más pirámides antiguas.

Poca gente sabe que la mayor concentración de pirámides del mundo se encuentra en el país de Sudán y que dichas pirámides nubias corresponden a las tumbas de un linaje de gobernantes que llegaron a reinar a lo largo de todo el Nilo, Egipto incluido, conociéndose esta etapa en el Egipto faraónico como la de “los faraones negros”.

 El Nilo tuvo de antiguo la cualidad de desbordarse cada verano, provocando tal fertilidad en sus riberas que los ribereños egipcios podían subsistir cultivando trigo, cebada, lino y papiro, además de ofrecer una buena concentración de pesca y caza, posibilitando así la vida para la población. Ello llevó al gran historiador griego Heródoto a afirmar que “Egipto es el don del Nilo”, ya que gracias a él los egipcios encontraron los elementos que posibilitaron la expansión y el desarrollo de una gran civilización a lo largo de tres mil años. El curso del río constituyó también una valiosa, útil y cómoda vía de transporte, tanto de mercancías como de personas. Al principio se creía que el faraón, como divinidad, era quien provocaba las beneficiosas inundaciones pero, cuando el imperio egipcio comenzó a venir a menos, ya no se le otorgaba al faraón esa gracia, y surgió el gran misterio. Hubo mucho interés en la antigüedad en encontrar una explicación para esas inundaciones veraniegas.

Se tiene constancia de que durante la  antigüedad se intentó hallar el nacimiento o fuente originaria del Nilo enviando distintas expediciones, pero se sabe que todo acabó en fracaso. Lo intentó incluso el propio historiador griego Heródoto, pero solo alcanzó Elefantina, una isla de Egipto en el río Nilo a continuación de la primera catarata, muy cerca de la actual ciudad de Asuán, con una superficie de 1350 m de longitud por 780 m de anchura. También los antiguos egipcios navegaron por el Nilo hasta aproximadamente el actual Jartum. Igual hicieron griegos y romanos, pero no llegaron más allá de la zona pantanosa de Sudd en Sudán; se sabe que en época de Nerón se enviaron dos militares-exploradores que llegaron a la zona señalada de ciénagas que llamarían Sudd. Se cree que en tiempos de Ptolomeo II, 240 a.C., una expedición militar ordenada por él fue la que más se acercó a su nacimiento, ya que llegó a remontar lo suficiente el Nilo Azul como para determinar que la causa de las inundaciones veraniegas eran las fuertes lluvias estacionales en el Macizo Etíope.

Pero hubo que aguardar al siglo XVII para descubrir realmente las fuentes del Nilo y confirmar el motivo señalado de esos desbordes veraniegos, entre mayo y agosto, encauzados por los ríos Nilo Azul y Atbara, que tras esos meses se convierten en cursos menores. El Nilo Azul llega a aportar más del 90% del caudal del Nilo; a éste, hay que sumar otra aportación menor, que le llega del otro curso, el Nilo Blanco, y que puede llegar a un 12% del caudal total, inferior al Azul aunque más constante y por más tiempo. Estas aguas provienen de los lagos de África Central, siendo su afluente más septentrional, el río Sobat, el que aporta los sedimentos blancos que  dan  nombre al Nilo Blanco.

Así, se puede afirmar que son dos los grandes ramales o fuentes del Nilo que constituyen el Alto Nilo y que se unen en Omdurmán, Jartum, conformando así el gran río Nilo: uno de ellos es el  Nilo Blanco, que nace al este de África y aporta poca agua, y el otro es el Nilo Azul, que nace en Etiopía y aporta la mayor parte de su caudal. Ya más abajo de Jartum, cuando sólo fluye el gran río Nilo, el única agua extra que recibe procede del río Atbara, que también proviene de Etiopía, al norte del lago Tana, aunque es un afluente que sólo da agua cuando hay lluvia en su zona, y se seca muy rápidamente.

Los descubrimientos de ambas fuentes no fueron tarea fácil; cabe recordar que el río más largo de África, y el segundo más largo del mundo tras el Amazonas, recorre más de diez países. Tras su nacimiento avanza en dirección norte cruzando Burundi,  Ruanda, Tanzania, Uganda, Kenia, República Democrática del Congo, Sudán del Sur,  Sudán, Egipto, Etiopía y parte de Camerún, hasta llegar a su desembocadura en el Mar Mediterráneo formando el gran delta.

En el descubrimiento de ambas fuentes resurgió el enfrentamiento histórico con los exploradores ingleses, siempre presentes cuando se habla de grandes gestas, de descubrimientos geográficos importantes, o de conquistas y exploraciones. En todos estos casos ha sido habitual el fuerte choque entre ellos y el resto del mundo, porque siempre han pretendido ser los primeros en descubrir todo e intentan colocar el nombre de uno de los suyos en el lugar del hallazgo. No importa que ese susodicho descubridor nunca haya estado allí, que ni siquiera pasara cerca, como puede ser el caso del Pasaje de Drake frente al Cabo de Hornos, como ya veremos más adelante. Para sus mentiras y acallar sus abusos siempre han dispuesto de la industria cinematográfica de Hollywood, así como de prensa y documentales británicos para cambiar la Historia. Pero ninguna mentira se puede ocultar eternamente. Así que no es de extrañar que ante el importante descubrimiento de las fuentes del río Nilo, cuando los ingleses quisieron anotarse la autoría total del mismo, surgiera nuevamente la polémica, que comenzó atribuyendo el gran descubrimiento global a un explorador inglés.

Cuando siendo muy joven me hablaron del descubrimiento del Nilo por un británico, me vino a la mente la imagen de un señor solemne, muy educado y ceremonioso, que realizaba en nombre de su país y para su gloria tal descubrimiento pronunciando la rase publicitaria que inmortalizara el momento (como aquella de “las mujeres y los niños primero”, en la tragedia del Titanic, que nunca se dijo pues los propios aristócratas y oficiales del buque corrieron a ponerse a salvo en los botes, que se bajaron medio vacíos como vimos aquí), “doctor Livingstone, supongo”. Después, cuando pasó el tiempo, me fui dando cuenta de que esa primera visión no se debía a mi imaginación, sino que cuando aún era niña pude ver esa imagen en un tebeo, en una película anglófila del séptimo arte que echaban en televisión o en un documental anglosajón, y de esa forma ese educado señor y su séquito lo acapararon todo, incluso las mentiras, si bien en este caso sólo fue una mentira a medias, aunque costara trabajo descubrirlo.

Ya he señalado que son dos los grandes ríos que forman el gran Nilo: por un lado el Nilo Azul, que nace en las montañas de Abisinia, en el Lago Tana, y que es el que le aporta la mayor parte del caudal; y por otro el Nilo Blanco, que suele aportar una décima parte del caudal del gran Nilo y que nace en el Lago Blanco, ahora llamado Victoria. Lo curioso es que los británicos sólo descubrieron el nacimiento del Nilo Blanco y, aunque sea el que menos agua aporta, generalizaron ese descubrimiento a todas las fuentes del Nilo. Y eso no es verdad, por muchas historias y películas que monten con la conocida frase “El doctor Livingstone, ¿supongo?”, porque aunque es cierto que la fuente del Nilo Blanco la descubrió el británico John H. Speke allá por el año 1862, se olvidan que la fuente del Nilo Azul la descubrió 250 años antes el misionero español Pedro Páez, hecho ya perfectamente aceptado hoy día, aunque se mencione menos que “la gesta inglesa”.

Cartel de la película “Stanley and Livinstone”, conocida en España por algún virtuoso del inglés como “El explorador perdido”.

 Cabe recordar que por el 1850 pocos visitantes aparecían por el África ecuatorial, pocos la conocían, quizás comerciantes de esclavos y algunos exploradores portugueses que merodearon por los grandes lagos africanos. Cierto que los británicos mostraban mucho interés en buscar las míticas fuentes del Nilo, para lo que la Royal Geographical Society patrocinó una expedición, llevando además el objetivo de colonizar tierras por el África Central. Por la zona del Nilo Blanco apareció allá por el 1866 un misionero y explorador británico, el médico escocés David Livingstone, buscando inútilmente el nacimiento de ese río cerca del lago Tanganika, al sur del lago Victoria, y en este paisaje encaja la consabida frase: “El doctor Livingstone, ¿supongo?”, que se refiere a la supuesta conversación habida en 1871 entre este médico explorador y el periodista explorador galés Henry Morton Stanley, al que el periódico New York Herald había enviado para encontrar a Livingstone, quién había desaparecido en una expedición a esa zona. Stanley llegaba pagado por el rey Leopoldo II de Bélgica, ávido de protagonismo y con mucho interés en el África central, donde tenía un próspero negocio de tráfico de esclavos. Tras ocho meses de penalidades, Stanley encontró al misionero escocés en la aldea de Ujiji, junto al lago Tanganika, aunque tampoco era cierto que estuviese perdido; a pesar de su delicada salud, Livingstone se hallaba donde quería estar, luchando contra la esclavitud y ayudando como podía a los nativos de aquellos pueblos africanos. De hecho, el encuentro se realizó cuando Stanley encontró al misionero escocés en su campamento a la orilla del lago, y se dice que en aquel momento le soltó la archifamosa y retórica pregunta, porque en aquella zona remota de Tanzania no había ningún otro blanco en una distancia de mil kilómetros. Esa frase fue un verdadero filón para Hollywood, con películas como “Stanley y Livingstone, dirigida en 1939 por Henry King y Otto Brower, actuando como protagonista el famoso actor Spencer Tracy, acompañado por Nancy Kelly, Richard Greene y Walter Brennan. El cine edulcoró y cambió la historia, como quería el propio Stanley, más preocupado por aparecer como un héroe para ocultar su fama de miserable y evitar las mentiras y tergiversaciones que le rodeaban gracias a un trabajo de tan dudosa ética, el de negrero. El film de aventuras fue un éxito comercial, que recibió mucho reconocimiento y críticas positivas por el drama histórico, cuya narrativa cinematográfica no pudo ser contrastada por Livingstone, que ya había fallecido.

Izda: una de las varias fotografías que se tomó Henry Morton Stanley en el papel de explorador, con un niño nativo esclavo llevando su rifle (tanto mejor estaría con su madre, en su aldea). Centro: el Dr. Livingstone, enterrado en la abadía de Westminster. Dcha: idealización de un encuentro con frase para la posteridad que seguramente nunca se dijo.

 Cómo todas las películas históricas que hizo Hollywood de una gesta británica estuvo muy escorada hacia el engaño, comenzando por las dudas sobre la autenticidad de la consabida frase y que han llegado hasta nuestros días, dado que Stanley había arrancado previamente las páginas de su diario que hacían referencia al encuentro, lo que ha llevado a cuestionar su veracidad; más aún cuando en el relato de Livingstone sobre este encuentro no menciona esa frase, pero vaya si la maquinaria anglófila le supo sacar provecho.

Tuvo más éxito la expedición de los dos oficiales del ejército indio Sir Richard Francis Burton y John Hanning Speke, que partieron de Zanzibar en 1857 con numerosos porteadores, guía árabe y escolta armada, aunque no estuvo exenta de problemas, ya que la Sociedad que la patrocinaba no podía hacer económicamente frente a dicha expedición. Tomaron una ruta muy complicada, cruzando zonas peligrosas, desiertos, pantanos, montañas, que hicieron que se quebrara la salud de los integrantes de la expedición, de forma que llegaron muy enfermos, transportados, al lago Tanganika el 13 de febrero de 1858. Fueron  los primeros europeos en verlo y cuando lo exploraron pensaron que podía ser la fuente del Nilo (Blanco). Burton marchó convencido de ello hacia Ujiji y Kazeh, ya que quería recuperarse de su enfermedad, por lo que, en ese mismo año de 1858, Speke, una vez recuperado, hizo una incursión en solitario hasta el lago Blanco que él llamó Victoria, en honor a su reina, y que identificó como la fuente del Nilo (Blanco). Después viajó rápidamente a Kazeh informando jactanciosamente el hallazgo a su colega Burton, que no lo aceptó y siguió insistiendo en que la fuente del Nilo estaba en el lago Tanganika.

Tuvieron que esperar cuatro meses de continuos enfrentamientos hasta curar sus enfermedades, para volver a Zanzibar. Speke viajó a Inglaterra antes que su compañero, declarando, en contra de las afirmaciones de Burton, que había encontrado el nacimiento del Nilo (Blanco). Pero los enfrentamientos entre los dos oficiales continuaron hasta que Speke contactó con la Royal Geographical Society para que le financiara una expedición  que ratificara su descubrimiento. Y en esa expedición, acompañado por  otro oficial del ejército indio, James Augustus Grant, volvieron a Zanzibar en 1860, desde donde viajaron al lago Victoria hasta las cataratas Ripon para confirmar su descubrimiento. Pero la Sociedad Científica no acabó de aceptarlo, por haber otros ríos aún desconocidos que allí nacían, de modo que en 1863, Speke tuvo que realizar otra nueva expedición, financiado de nuevo por la Royal Geographical Society, y acompañado esta vez por el explorador Samuel Baker. Este reconocido explorador conocía la existencia de otro lago, el Luta Nzige, al que después llamó Lago Alberto, que podría ser el lugar donde nacía el río Nilo, así que emprendieron la nueva búsqueda de ese lago situado más al norte. Fue una expedición complicada y difícil, incluso fueron  apresados por el rey de Bunyoro, y tras superar esa dificultad llegaron al nuevo lago en 1864 y encontraron que un río unía ese lago con el Lago Victoria. Baker señaló que este lago era otra fuente primaria del Nilo (Blanco) y llamó Nilo Alberto al río que unía ambos lagos, nombre que también otorgó al recién descubierto lago, en honor del esposo de la reina Victoria.

Pero obviaron un detalle: este lago Alberto era alimentado por el rio Semiliki, que venía del lago Rwitanzigye o Rweru - llamado en 1888 lago Eduardo en honor al príncipe de Gales, por su descubridor el galés Stanley - con lo que este lago, situado en el centro del Gran Valle del Rift en la frontera entre la República Democrática del Congo y Uganda, se convertía en otra fuente del Nilo (Blanco), afluyendo a él diversos ríos procedentes de las montañas Ruwenzori, Montañas de la Luna.

De 1873 a 1876, el general Charles G. Gordon, un militar londinense del Cuerpo de Ingenieros Reales, y administrador colonial que había adquirido buena fama por sus campañas en China y en el norte de África, donde llegó a ser gobernador del sur del Sudán anglo-egipcio y extendió las fronteras egipcias a Gonkoro hasta dimitir de su puesto en 1879, confirmó que ese lago era la fuente del Nilo tras realizar una expedición de exploración al lago Victoria. Aunque Speke no conoció esa noticia, ya que había muerto en un accidente de caza, el prestigio de Gordon hizo que su palabra fuera decisoria para asignar el mérito del descubrimiento de las fuentes del Nilo (Blanco) a John Hanning Speke. Gordon tenía un carácter religioso y místico profundo, no era una persona razonable pero sí muy popular, que adoptaba decisiones arriesgadas al margen de la política de su país, como aquella que asombró a todos cuando se le ocurrió entrar sólo en Jartum, ciudad de Sudán reclamada por los nativos derviches, que luchaban contra las naciones imperialistas mandados por Muhammad Ahmad, llamado El Mahdi. Gordon, confiando en la ascendencia que su presencia daba a las poblaciones con las que se enfrentaba. Acudió sólo a Jartum cuando Gran Bretaña ya había decidido salir de ella, pero la presión popular hizo que mandaran refuerzos para sacar a Gordon de allí, aunque llegaron tres días después de que lo decapitaran, encontrando su cabeza clavada en una pica. Como siempre, esta magna decisión de un militar británico, pretendiendo ocultar la imprudencia que cometió con su presencia en Jartum, que costó muchos sufrimientos y vidas inocentes, y sólo sirvió para prolongar un año la resistencia agónica de la ciudad, se plasmó en una nueva y rentable película de Hollywood titulada “Kartum”, escrita por Robert Aldrey y dirigida en 1966 por Basil Dearden, en la que Charlton Heston hace el papel protagonista de Gordon y Laurence Olivier al líder sudanés El Mahdi, apoyados por un buen elenco de actores como Richard Johnson y Ralph Richardson. Una admirable historia lejos de la realidad pero que pretendía redibujar la historia.

A: cartel de la película Khartoum. B: fotografía del general Charles G. Gordon. C: estatua de Gordon en Khartoum, Jartum (Sudán). C: estatua del personaje en Melbourne (Australia, donde nunca pisó el militar), copia de otra estatua londinense.

 La geografía moderna de las fuentes del Nilo (Blanco) la establecería, entre  1887-1889  el ya mencionado Henry Morton Stanley, que hizo el trabajo con grandes dificultades, entre acusaciones de maltrato, desprecio y asesinato de nativos africanos. Gran Bretaña lo considera el mejor explorador de ese siglo además de un gran héroe, pero oculta muchas cosas que ya hoy se conocen claramente, como que todas sus expediciones causaron mucho dolor y mucha sangre. Su figura en sí misma era una impostura. Nació en Galés, no en Estados Unidos como afirmó durante una buena parte de su vida, cuando emigró a Estados Unidos y adoptó el nombre de Henry Morton Stanley. La realidad fue que su padre era un borracho y su madre una mujer soltera, a la que el padre abandonó con su hijo, y lo bautizaron como John Rowlands. Pero no consiguió engañar a todo el mundo. El escritor contemporáneo, sir Richard Burton (1821-1890), otro gran viajero pero íntegro, que despreciaba a Stanley, le acusó de “disparar contra los negros como si fueran monos”. Y desgraciadamente decía la verdad.

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