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lunes, 20 de enero de 2025

Los ataúdes colgantes de la China

Que en China todo se hace a una escala impresionante es evidente en cuánto uno se acerca a los restos arqueológicos y monumentales de distintas épocas. Un ejemplo lo encontramos en la Gran Muralla china, cuyo motivo de construcción está siendo reevaluado en los últimos años a tenor de nuevas investigaciones y evidencias. También en un enlace anterior hablamos de unas ruinas descomunales, con esculturas parecidas a ciertas piezas americanas (ver aquí). Otro ejemplo es el formidable monumento funerario del emperador que reunificó China bajo su mando (Qin Shi Huang) y cuya crueldad fue tan destacada como la monumentalidad de su sepultura, dotada de una ciudadela funeraria con numerosas mujeres y siervos sacrificados para acompañarle al más allá, la recreación de una maqueta de China con ríos de mercurio, el alzar sobre su sepulcro una colosal pirámide de tal tamaño que durante milenios se tuvo por una montaña natural o la construcción de un impresionante ejército de terracota, a tamaño natural, del que solo se conoce el que se sospecha que corresponde a uno de los laterales de su sepulcro cuadrado, permaneciendo otros tres aún por desenterrar.

A la izquierda, un detalle de la Gran Muralla. A la derecha, reconstrucción de cómo debió ser la tumba del emperador Qin Shi Huang.

          Pues bien, andaba yo con mis investigaciones de ciertos aspectos geológicos cuando de casualidad me topé con otra de las curiosidades de este gran país, con dimensiones de continente.

Contemplando el maravilloso paisaje carbonatado y su relieve kárstico de Guangxi, reparé en unos extraños elementos que aparecían en ciertas paredes rocosas.

Las soberbias cataratas de Detian tienen poco que envidiar a las de Iguazú (Argentina-Brasil) o Niágara (USA-Canadá).

 En un principio se me antojaron casitas de madera para aves o murciélagos pero dado que se encontraban en acantilados de cientos de metros de altura, ¿quién se habría tomado la molestia de descolgarse jugándose la vida en estos farallones pétreos para llenarlos de casitas de madera, cuando las paredes calizas contaban con muchas aberturas naturales producto de su erosión?

                   Confieso que intrigada, comencé a mirar con detalle distintas paredes rocosas y mi sorpresa fue mayúscula cuándo entendí qué estaba mirando: ¡eran ataúdes de madera!

        

         Así que me puse a buscar información sobre el asunto y resultó que tales ataúdes fueron una técnica funeraria desarrollada principalmente por la etnia Bo, en el sur de China, desarrollándola a lo largo de unos 500 años (entre hace unos 2500 y 2000 años). Dicho pueblo fue trasladándose hacia el noroeste, llevando consigo su práctica funeraria tan peculiar, hasta que finalmente terminaron integrándose dentro de la etnia Han, disolviéndose en ella y dejando de enterrar a sus muertos de esta manera tan curiosa. Gracias a la información que ha podido extraerse de distintas fuentes, así como de leyendas y folclore,  parece ser que enterrando de esta manera a sus seres queridos los ubicaban más cerca del cielo, a la vez que lejos de profanadores de tumbas y organismos invertebrados terrestres que descomponen la materia orgánica, facilitándoles así el paso al siguiente estadio de evolución del alma.

         La tarea era notable pues por marcas en los cofres de madera y en los propios acantilados se concluye que primero se descolgaban para clavar los palos que soportarían el ataúd por debajo, en posición horizontal (en ángulo recto con la pared rocosa), luego bajaban el cofre con el cuerpo en su interior, lo colocaban en su lugar bien equilibrado y tras esto, clavaban otros postes horizontales encima de la tapa para sellar así su contenido.

         Con todo, existía una creencia de que aquél féretro que se descolgase primero tendría mejor augurio pues ello significaría que el alma ya había partido al fin a la siguiente vida. A pesar de ello, se ha podido comprobar que los postes horizontales que sujetaban los féretros se clavaron a conciencia, no “en falso” para lograr que el ataúd se cayera pronto.

En la montaña de Longhu, considerada sagrada, aún pueden observarse numerosas hileras de estacas entre las que se ubicaban féretros de madera que fueron cayendo con el paso del tiempo.

          Confieso que al leer todo esto no pude evitar acordarme de otra técnica funeraria de emplazamiento muy parecido, que ya traté en uno de mis libros sobre enigmas del Cono Sur: la de los Chachapoyas andinos.

 

         Esta curiosa etnia preinca también tenía predilección por enterrar a sus familiares en acantilados calizos, construyéndoles bien una especie de mausoleo o bien unas máscaras que les dotaran de personalidad.

 

Izquierda: momias-sarcófagos de Karajia (Perú amazónico) y compárese el tamaño con los dos cráneos humanos que aparecen en la imagen. Derecha: mausoleos Chachapoyas de Revash (aconsejo la visita al museo de Leymebamba donde hay amplia información sobre dicha técnica funeraria y numerosas momias rescatadas).

      A título de curiosidad recordaré que esta etnia de los Chachapoyas durante mucho tiempo se usó contra España para señalar que esta tribu terminó por desaparecer poco después de la llegada de los españoles al Perú. A Dios gracias, la Ciencia y la tecnología vino a poner las cosas en su lugar y al analizar ADN de los últimos Chachapoyas los resultados mostraron que se habían mezclado con los españoles, a los que acudieron para obtener protección contra los sanguinarios y tiranos incas, responsables de la aniquilación de etnias como los creadores de ciudades tan fascinantes como Chan-Chan o los famosos cuchillos Tumis chimús. Como es de suponer, estas conclusiones pasaron sin pena ni gloria pues desmontaban el relato colonialista y la leyenda negra del infame y despiadado español que tanto gusta desempolvar a ciertos personajes de América Latina para ocultar sus propios atropellos éticos, morales y políticos.

          Pero regresando a los ataúdes colgantes de China (ubicados a lo largo del cauce del río Yangtzé), aunque los de la etnia Bo son de los más antiguos analizados, poco a poco se han ido encontrando técnicas más o menos similares en distintos lugares de China –considerados realizados por alguna etnia descendiente de la Bo, por ejemplo en Sichuan, en ciertas partes de Guangxi (hechos por los Buyang, una vez que los Bo partieron) y en Yunnan, construidos por los Ku- en Filipinas (en la enigmática isla de Luzón, donde apareció otro de los homínidos distintos del Homo sapiens) y en Indochina (como en cueva de Londa Nanggala, donde además de apilar los ataúdes, adornaban el lugar con figuras representativas de los fallecidos). En todos los casos, estos lugares citados adoptaron tal peculiar práctica funeraria en tiempos posteriores a los Bo del sur de China.

En Indochina hay parajes calizos empleados para el enterramiento, que sin una adecuada protección, con frecuencia son expoliados por desalmados.

          Las cuevas funerarias filipinas se atribuyen a la etnia Igorot, aficionada a esconder a sus fallecidos y que hoy, por desgracia, son usados como una fuente de riqueza puntual para vender a los cada vez más turistas que acuden a la zona, en el Valle de los Ecos o Echo Valley (Sagada). Curiosamente, para acceder a estas cuevas hay que atravesar un cementerio cristiano, con tumbas similares a las de otros camposantos cristianos y que evidencia la relación que los habitantes de la zona poseen en el subconsciente entre ese lugar y el Más Allá.

Los ataúdes colgantes de Filipinas presentan un aspecto bastante reciente, aunque en distintas cuevas (como Lumiang Cave) se encuentran cofres funerarios con forma de barco y madera tosca, más antiguos (hacia el siglo XVI, aunque es poca la información que ha trascendido).

          De vuelta en China, conviene resaltar que en algún momento de la historia, monjes taoístas se toparon con este tipo de enterramiento funerario y lo admiraron de tal manera que lo reprodujeron a su forma, tal y como se comprobó cuando en la década de 1970, unos investigadores se toparon con lo que parecía ser una puerta de madera añadida a una cavidad natural, a modo de cierre, que con el tiempo había terminado por destruirse. Al adentrarse en la cavidad se toparon con un conjunto de ataúdes de madera igualmente apilados en las paredes rocosas y con una curiosa forma que recordaba a un barco (lo cual lleva a otras prácticas funerarias similares como las del antiguo Egipto faraónico o a la de los vikingos de la Europa atlántica, donde se empleaban barcos funerarios a modo de peculiar ataúd).

         El arqueólogo del Museo Provincial de Jiangxi, Liu Shizhong, tras haber participado en varias investigaciones centradas en esta peculiar práctica de enterramiento china ha manifestado que la técnica debió ser en algún momento genérica puesto que han encontrado ataúdes colgantes de prácticamente todas las épocas históricas chinas, desde el denominado Periodo de la Primavera y el Otoño, cronológicamente correspondiente al siglo VII a.C., hasta la primera mitad del siglo pasado (1949). Por otra parte, en cuánto a ubicación se refiere, en los distintos casos en que se ha podido disponer de un número relativamente numeroso de féretros in situ para estudiar su contenido, efectivamente se ha comprobado que mientras los más antiguos se encuentran en la parte alta de la pared pétrea, los añadidos más tarde (y por tanto más recientes) van ubicándose progresivamente más abajo, lo cual no hace sino confirmar la idea de que realmente se buscaba posicionar a los fallecidos cerca del cielo.

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