El descubrimiento del nacimiento del Nilo Azul, por el jesuita español Pedro Pérez
La otra fuente del Nilo, la que aporta la mayor parte del agua al Nilo “madre” por el denominado Nilo Azul no fue descubierta por un británico, como se ha enseñado o ha querido enseñar el mundo anglosajón. El escocés James Bruce reclamó para sí esa gloria, ser el primer europeo que vio las fuentes del Nilo (Azul) en el año 1769, incluso escribió un libro con su gesta, exclamando pretenciosamente cuando lo premiaron: “He triunfado sobre reyes y ejércitos...” palabras con las que aludía a la cantidad de faraones, reyes, emperadores y generales que en la antigüedad lo intentaron y fracasaron, así él los había superado a todos y como primer explorador que descubrió el Nilo (Azul) fue aceptado por todo el mundo anglófilo hasta bien entrado el siglo XIX.
Pero se equivocaba, porque se le había adelantado en más de un siglo el jesuita español Pedro Páez Jaramillo (1564-1622), cuyos viajes se comentan con admiración y reconocimiento, así como el completo informe que relató por escrito acerca de todo lo observado, vivido e incluso sufrido, en el curso de sus experiencias.
No se publicó hasta bien entrado el siguiente siglo porque la Compañía de Jesús lo había guardado en sus bibliotecas pero, cuando esas memorias se hicieron públicas, grandes publicaciones históricas copiaron parte de ellas, en las que se detallaba su impresionante descubrimiento.
Como prueba podemos reproducir un fragmento de sus memorias, que se recoge en las páginas 319-320 del libro I de la “Historia de Etiopía”, Ediciones del Viento (A Coruña), donde se dice: «Está la fuente al poniente de aquel reino, en la cabeza de un pequeño valle que se forma en un campo grande. Y el 21 de abril de 1618, cuando yo llegué a verla, no parecían más que dos ojos redondos de cuatro palmos de ancho. Y confieso que me alegré de ver lo que tanto desearon ver antiguamente el rey Ciro y su hijo Cambises, el gran Alejandro Magno y el famoso Julio César. El agua es clara y muy leve, según mi parecer, que bebí de ella; pero no corre por encima de la tierra, aunque llega al borde de ella. Hice meter una lanza en uno de los ojos, que están al pie de una pequeña riba donde comienza a aparecer esta fuente, y entró once palmos, y parece que topaba abajo con las raíces de los árboles que hay en el borde de la riba.»
Ya mucho antes, la descripción de Páez, de la fuente del Nilo Azul había sido citada en diferentes escritos contemporáneos como la “Historia general da Ethiopia a Alta” en 1660, de Baltasar Telles, historiador y filósofo portugués; en 1664 en “Mundus Subterraneus”, de Atanasio Kircher, sacerdote jesuita alemán, estudioso orientalista de espíritu enciclopédico y uno de los científicos más importantes del barroco; o en 1678, en “El Estado Actual de Egipto”, de Johann Michael Vansleb.
La descripción de Pedro Páez sobre la fuente del Nilo (“Historia de Etiopía, c. 1622”) no fue publicada completamente hasta comienzos del siglo XX, dando a conocer su larga vivencia y exploración, junto a la descripción de Etiopía. Después de él, hubo un explorador jesuita portugués, Jerónimo Lobo, que visitó el lago Tana y la fuente del Nilo Azul, una década después de Páez. Su relato también aparece en la obra del portugués Baltasar Telles de 1660.
Como es interesante
conocer la historia increíble de este compatriota, que el 21 de abril de 1618 visitó
y constató que había descubierto las fuentes del Nilo Azul, pasaremos a verla
brevemente.
No fue un viaje agradable, ya que el barco donde viajaban fue capturado por piratas de la península arábiga y los vendieron como esclavos a los turcos, pasando seis años de esclavitud hasta que fueron rescatados por interés de Felipe II, en 1595 y volvieron a Goa, donde murió Montserrat. Páez continuó su viaje de evangelización a Etiopía, llegando en 1603 a Fremona, donde estaba la misión jesuita. El rey de la zona le ofreció una rara bebida, que resultó ser café, y que posteriormente describió Páez, siendo el primer europeo en probarlo. También conoció al emperador etíope Za Denguel, con quien trabó una buena amistad, le hizo abrazar el catolicismo y abandonar la iglesia ortodoxa etíope, aunque le aconsejó, sin éxito, que no lo anunciara rápidamente (Páez temía las consecuencias). Por ese motivo se inició una guerra civil, en la que murió el emperador mientras Páez continuaba con su labor misionera en Fremona.
El madrileño procuró ganarse la confianza del sucesor de Denguel, Susinios Segued III, que admiraba al misionero por su carácter, humildad y erudición, y lo nombró su capellán personal. Páez lo convirtió al catolicismo cuando su muerte estaba cercana. Este emperador también le ofreció tierras en la península de Gorgora, al norte del lago Tana, donde levantó una nueva iglesia, y también le permitió viajar por la zona.
En 1618, Páez acompañaba al monarca etíope por las montañas del Sahala (Sahara), cuando realizó su gran descubrimiento, que el historiador Fernando Paz describe así: "Ascendieron hasta los tres mil metros de altura, y desde allí Páez divisó el curso de un riachuelo que brotaba de algún lugar de la montaña, al que iban a desembocar otros arroyos, alimentando un cauce cada vez más caudaloso. Los distintos cursos de agua parecían salir de un par de lagunas: los indígenas las conocen como ‘Abbay', que es el nombre que aún hoy dan al Nilo Azul".
Pedro Páez fue quizás el primer europeo en probar el café arábiga y aficionarse a él, introduciéndolo en Europa. Hoy apenas quedan restos de la misión jesuita que se alzara sobre los terrenos que el monarca etíope regalara al madrileño (dcha).
Páez, intuyendo lo que realmente era esa masa de agua, siguió el curso del río e hizo una exploración y un estudio de la zona que le llevaron a confirmar su descubrimiento: el nacimiento del Nilo Azul en la zona del lago Tana. Fue el primer occidental que contemplaría las fuentes del Nilo (Azul), en la fecha de 21 de abril de 1618. En su libro escribiría: "Y confieso que me alegré de 'ver' lo que tanto desearon ver antiguamente el rey Ciro y su hijo Cambises, el gran Alejandro y el famoso Julio Cesar". Como ya señalé, tuvieron que pasar diez años para que otro europeo, el jesuita portugués Jerónimo Lobo, llegara a las fuentes, relegando al mencionado escocés James Bruce al tercer lugar en lograrlo, 150 años después del jesuita español Pedro Páez. Eso sí, Bruce se atribuyó el descubrimiento de los nacimientos del Nilo Azul, con la general aquiescencia de académicos británicos.
El descubrimiento de las fuentes del Nilo Azul por Páez fue muy importante desde el punto de vista histórico, pues fueron muchos los personajes famosos de la Antigüedad que fracasaron en su intento, como bien señaló el propio descubridor en sus memorias. Y también tuvo un gran impacto para la comprensión occidental de la hidrología etíope, su climatología, geografía, y explicaba perfectamente el milagro de Egipto.
Tras la divulgación de sus apuntes quedó perfectamente confirmada la existencia del Nilo Azul, desconocida hasta entonces por los europeos.
Con su descubrimiento confirmó que el Nilo Azul era un río importante que nacía en Etiopía y fluía hasta Sudán, para unirse al Nilo Blanco en Jartum. Pero no fue lo único que resaltó. Su descubrimiento permitió a los occidentales comprender mejor la hidrología de la región, descubriendo y confirmando la causa de las inundaciones del Nilo madre en Egipto, que permitía la fertilidad del valle del Nilo y el surgimiento de la prodigiosa civilización egipcia (hoy, tras la construcción de la presa de Asuán, esas inundaciones periódicas que fertilizaban las tierras del Nilo en Egipto, ya no ocurren).
Fue un gran descubrimiento, que anotó y explicó en 1620, en su “Historia de Etiopía”, cuyo manuscrito no se publicó hasta 1905. En ese libro detallaba su andadura y periplos misioneros por Etiopía, a la vez que hacía una detallada descripción geográfica y la primera historia íntegra de ese país africano, hasta entonces ignoto.
Fue el primer extranjero citado en la Crónica Real Etíope, que le consideraba “el segundo apóstol de Etiopía”.
Además del manuscrito señalado, escribió cuatro volúmenes en portugués sobre la historia de Etiopía, idioma que dominaba desde sus estudios en la universidad lusa de Coímbra. En esos volúmenes se puede admirar un exhaustivo trabajo de documentación e investigación, que evidencia el alto nivel intelectual de Pedro Páez.
Este misionero jesuita español, explorador y políglota, que dominaba el portugués, el persa, el árabe y las lenguas etíopes amárico y ge’ez, cuya misión fue convertir Etiopía al catolicismo, falleció el 20 de mayo de 1622 en Gorgora (Etiopía) por unas fuertes fiebres, posiblemente de malaria, enfermedad endémica en la zona del río Tana en aquella época. Su cuerpo descansa en la iglesia de Gorgora Velha, que él mismo construyó, aunque con posterioridad sus restos se trasladaron a la nueva iglesia de Iyäsu en Gorgora Nova, cerca del yacimiento arqueológico jesuita del siglo XVII, a algo más de una decena de kilómetros de la ciudad de Gorgora, en la orilla norte del Lago Tana.
Falsos mitos británicos. La dudosa historia británica
Este reconocimiento global, y en gran parte de los anglófilos, de que Páez fuera el descubridor de las fuentes del Nilo Azul, desplazando de esta competencia al escocés James Bruce, que fue considerado falsamente su descubridor durante muchísimos años, ha sido una excepción en la forma de actuación de los británicos, siempre amparado por sus primos estadounidense, sus publicaciones y su cinematografía, han creado gestas británicas con bulos, tendencias o medias verdades donde solo había mentiras.
Incluso han afirmado en documentos o nombrado en mapas descubrimiento de británicos de sitios en los que nunca estuvo el británico descubridor.Un ejemplo lo tenemos en el denominado estrecho o pasaje de Drake en la punta sur de América. Es un tramo de mar que separa América del Sur de la Antártida, y está ubicado entre el cabo de Hornos chileno y las islas Shetland del Sur (Antártida). De entrada es absurdo que se le llame a esta extensión de agua, en la que se unen los Océanos Atlántico y Pacífico, estrecho, ya que su extensión no lo aconseja. Por la parte sur forma parte del océano Antártico y en la parte este limita con el mar de Scotia. Por otro lado, su anchura mínima oscila entre los ochocientos y mil kilómetros, demasiada anchura para un estrecho, que además concentra en él las aguas más tormentosas del planeta.
Pero no es esa la única patraña que se empleó en el nombre, porque resulta que fue el navegante español Francisco de Hoces, en 1525, el primer europeo que lo descubrió, cuando navegaba en la expedición de García Jofre de Loaísa, 1525-1536, de siete naves, enviada por el rey español Carlos I con el objetivo de colonizar y conquistar las islas Molucas, ricas en especiería, que le correspondía a España al trazar el antimeridiano y cuya propiedad se disputaba con Portugal. Al cruzar el estrecho de Magallanes, primera expedición española que dio la vuelta al mundo, la de Loaisa fue la segunda, los barcos se desperdigaron por un fuerte temporal en aquella zona, la nao San Lesmes, capitaneada por Hoces fue lanzada a esta zona. De esta forma Hoces descubrió este paso, y así quedó señalado (paso o pasaje de Hoces) al señalar las coordenadas cartográficas, descubriéndolo casi un siglo antes que estuviera por la cercanía el pirata inglés sir Francis Drake, que lo más cerca que estuvo de esa zona fue durante su expedición de saqueo en territorio español de América del Sur, ordenada por la reina inglesa Isabel I, en tiempo de paz con la España de Felipe II, que lo llevó a cruzar con cinco barcos el Estrecho de Magallanes, en 1578, en donde se hundieron cuatro de ellos, con sus tripulaciones, solo el “Pelican”, gobernado por él, que después rebautizó como “Golden Hill” cruzó el estrecho (ver aquí). Medio siglo antes la expedición de Jofre Loaisa cruzó ese estrecho con siete naves y no perdió ninguna tripulación.
Pero sin ninguna vergüenza, los ingleses colocaron el nombre de este pirata en sus mapas marinos, ya que en los españoles estaba el nombre de Pasaje de Hoces, y esta mentira fue apoyada por todos los enemigos del imperio, holandeses, franceses, venecianos y después con la independencia coloniales a los países suramericanos, como Chile o Argentina, dilatando el nombre del pirata en ese pasaje a pesar de que algunos países suramericanos como Argentina mostraron intención de renombrar ese pasaje.
En el año 2006, en el Congreso argentino, impulsado por la Legislatura de la provincia de Santa Cruz, se presentó el proyecto para renombrar el pasaje llamándole mar de Piedra Buena, con el objetivo de honrar al comandante Luis Piedra Buena, patriota argentino nacido en 1833 en Carmen de Patagones (provincia de Buenos Aires), que siempre defendió la soberanía y colonización argentina en la Patagonia oriental e insistía en retirar de los mapas oficiales argentinos el nombre del corsario inglés Francis Drake.
En defensa del nombre del Pasaje de Drake los británicos siempre defendieron que le dieron ese nombre como homenaje al señalado paso del estrecho de Magallanes en donde el pirata le demostró a la reina inglesa que la Tierra del Fuego no era un continente, sino una isla. Además de que con eso están aceptando que Drake nunca pasó por allí, también se olvidan que medio siglo antes la expedición de Loaisa ya lo había demostrado.
Son justificaciones a una mentira más y que por supuesto hubo muchas en relación con este corsario inglés, como su valiente y heroica vuelta al mundo, por la que fue armado caballero, en su barco, de la reina inglesa Isabel I, y que durante mucho tiempo en su isla lo señalaban como el primer navegante que circunnavegó la tierra.
Pero es que esa mentira todavía era más grande cuando se comprobó que no hubo nada de valentía ni de heroicidad en esa gesta, sino cobardía.
La vuelta al mundo de Drake Sir Francis Drake, tras la cual fue nombrado sir por la reina, fue ordenada, en tiempo de paz con la España de Felipe II, por la reina inglesa Isabel I. Drake zarpó en diciembre de 1577 al frente de una armada de 5 barcos para explorar el estrecho de Magallanes y atacar posesiones española en el Pacífico buscando robar cuanta riqueza tuviera a tiro. Tras pasar el estrecho solo sobrevivió la nave capitana, que rebautizó como “Golden Hind” y con ella fue atacando por sorpresa los puertos chilenos pacíficos de Valparaiso y Arica y el 13 de febrero de 1579 el puerto limeño de El Callao, pretendiendo continuar con su piratería hacia Panamá y California. Sabedor de estos hechos, el Virrey Español Francisco de Toledo lanzó en su persecución, al frente de dos barcos, a Pedro Sarmiento de Gamboa, que tenía experiencia de navegación por la Polinesia. La idea de Drake era volver por el mismo camino, por el estrecho de Magallanes, tras acabar sus ataques piratas de saqueador, pero cuando se enteró que Sarmiento iba en su búsqueda salió huyendo a través del Pacífico rumbo hacia África. El navegante español persiguió a Drake durante un buen trecho y al final, ante la imposibilidad de localizar a un barco en la inmensidad de aquel océano, esperó su vuelta en un punto clave de entrada a las posesiones españolas, pensando que volvería por el mismo lugar. Pero Drake, conociendo la persecución, optó por desaparecer de la zona, atravesando el Pacífico y, atacando a cuanto barco asiático o portugués viera desarmado, enlazó con la ruta portuguesa, rodeó África por el Cabo de Buena Esperanza y terminó la vuelta al mundo. En aquel entonces la propaganda inglesa lo elevó a la gloria, otorgándole el mérito de ser el primer navegante en dar la vuelta al mundo, olvidándose de la expedición de Magallanes y Elcano que lo había logrado 60 años antes y de la de Jofre de Loaysa y Elcano, de 1925, cuyos supervivientes fueron los segundos en darla 50 años antes que Drake. Es una buena muestra de la pertinaz propaganda británica, ahora con la ayuda de los desagradecidos estadounidense que pronto olvidaron que el gobernador español de la Luisiana, don Bernardo de Galvez, fue clave para su independencia de los ingleses (ver aquí y aquí las entradas sobre tal cuestión).
Escenas míticas como la banda de música tocando mientras el Titanic se hunde y las mujeres y niños son puestas a salvo en los pocos botes salvavidas (cuando en verdad fue un total histerismo con los oficiales y trabajadores del buque corriendo a ocupar los botes, incluso disfrazados de mujer), o un capitán Horatio Hornblower (centro, en la película titulada en español “El hidalgo de los mares”) luchando con un español ( Christopher Lee embetunado y doblando sus piernas exageradamente para no ser más alto que el inglés, dcha, quién por cierto era hijo de un bilbaíno) arrabatándoles los buques y dejando a la marina española como inútil, cuando fue todo lo contrario, eran y son comunes en Hollywood.
Las grandes mentiras históricas de la filmografía de Hollywood o británicas han creado con las grandes falacias de los logros ingleses el mejor imperio del mundo, mejor aún que el español o el romano, y hubo otra cosa peor, potenciar y crear las otras falsedades sobre la leyenda negra española, resulta que éramos los más sangrientos conquistadores, extinguimos a indígenas nativos y que solo queríamos oro. ¿Curioso verdad?. No se miran al espejo, ni se preguntan cuántos indígenas nativos estadounidenses, sudafricanos o australianos gobiernan en sus países, o ¿qué buscaban ellos en sus conquistas y continúan hoy día, expoliando los países que visitan, detectores en mano?.
Han sabido cambiar la historia y a veces con medias verdades. Un ejemplo reciente lo tenemos en la película “La última legión”, de 2007, dirigida por Doug Lefle, y que cuenta en su reparto con actores conocidos como Colin Firth y Ben Kingsley. Trata de la caída del imperio romano de occidente y en la que se puede contemplar en la que el hijo del último emperador, Rómulo Augusto, rescatado por el general romano Aurelio, tiene que acudir a Bretania en busca de la novena legión, la cual estaba integrada por hispanos (aunque ya se encarga el director de que no sea así, omitiendo este “detalle”) para intentar con ella evitar que los bárbaros (anglos y sajones procedentes de Germania) conquistaran las islas, con ciudadanos romanizados en ella. Ya de entrada se olvidan que esa legión acudió a las Galias cuando aparecieron por allí las invasiones bárbaras, o sea, que no se estaba en aquellas cálidas y soleadas tierras escocesas, pero lo curioso es que al nuevo César lo acompañaba el mago Ambrosinus (gracias a él descubren en la fortaleza de Tiberio, en Capri, la invencible espada de Julio Cesar para utilizar en la reconquista de las islas). Cuando acuden a Britania resulta que Ambrosinus es el mago britano Merlín, un mago legendario que vivió, presuntamente, en Britania durante el siglo V y que posiblemente no saliera de su pueblo, así que mal pudo acompañar al protagonista-niño de la película en su tour por el Mediterráneo. Da igual, para los británicos no importa que haya verdad o no en sus afirmaciones, la cuestión es inventar y al mago Merlín se le considera una de las figuras centrales del ciclo artúrico, que se dio en Inglaterra aunque por tradición Lancelot du Lac se llame “Lanzarote del Lago”, en francés, como lo era el autor de tal romance griálico. Por supuesto el emperador niño Rómulo, que nunca llegó a gobernar, sería el mítico Arturo, cuya tumba se tiene por segura en el sur de Inglaterra, cuando casualmente –nada tiene que ver que la abadía de turno estuviera en bancarrota- se encuentra una cruz de madera diciendo “aquí yace el rey Arturo y su reina Ginebra” y se desata una fiebre artúrica con miles de peregrinos yendo a verla y haciendo rica a la abadía de Glastonbury, donde por cierto otra leyenda dice que allí José de Arimatea llevó el Grial. Por no decir que ellos se consideran los auténticos descendientes de los druidas celtas (y cada año se crean nuevas cofradías con esta mentira), de masones y de templarios, que a pesar de que en los reinos de España, de Alemania, de Italia y de otros países donde hubo templarios, no se les persiguiera y se les permitiera continuar con sus actividades, solamente en Escocia y en su colonia del sur de Portugal llegaron los templarios supervivientes dejando todos sus secretos en manos de los ingleses.
Los protagonistas de El Código Da Vinci deben viajar a Escocia para dar con el Grial y sus custodios (izda); en Inglaterra puedes hoy contratar tu boda druídica celta (centro) pues aunque los druidas no dejaron un solo escrito, los ingleses como dignos descendientes de ellos lo saben todo; los restos del rey Arturo y Ginebra supuestamente reposan en Glastonbury, la mítica Avalon (dcha).
Cierto que a estos inventores de su historia se le han escapado muchas cosas, pues por muy ingleses que sean no pueden llegar a todos los sucesos históricos importantes. Es extraño que no hayan colocado a algunos de sus científicos británicos en la lista de los sabios que hicieron grande la gran Biblioteca de Alejandría, fundada durante el reinado de Ptolomeo I Soter (323-282 a.C.) en la ciudad de Alejandría, Egipto; o que en algunos de los triunviratos romanos no estuviera un inglés –aunque no cesan de salir documentales sobre escuelas de gladiadores u otros aspectos de Roma, todos centrados en ruinas de Britania-, o que Julio César fuera inglés de la futura Liverpool (si bien hay un profesor de historia de una famosa universidad inglesa que insiste en que Troya estuvo en Londres, basándose en los escritos de Homero que cree mal traducidos), o que Alejandro Magno (356 a.C.), fuera un general de su graciosa majestad. Aunque no paran de salir personajes, muchos de ellos dotados del reconocimiento de “sir”, por el monarca inglés de turno, que los pobres estaban para escribir con ellos varias enciclopedias sobre enfermedades mentales. Citaremos el caso del fundador de la logia “Atardecer Dorado”, el ocultista Aleister Crowley (entregado a todo tipo de perversiones sexuales y precursor de las logias que se creen descendientes de saberes ocultos desde el Egipto faraónico); de la egiptóloga Dorothy Louis Eady, más conocida como Omm Seti, dejada hacer a su gusto durante el tiempo en que Inglaterra controlaba Egipto y que se creía una reencarnación de una sacerdotisa del antiguo Egipto y decía abiertamente que el faraón Seti I se le aparecía en sueños para tener todo tipo de sexo con ella (su verdadero marido, un egipcio, no tardó en divorciarse de ella y llevarse con él al hijo de ambos); o sir Arthur John Evans, el “arqueólogo” que “descubrió” la cultura minoica y reconstruyó el palacio del Minotauro en Knossos, Creta. Los académicos griegos consideran muy difícil destruir tanto mal que hizo este hombre pues es ya sabido que era un aristócrata con tanto dinero como pocas ganas de trabajar, que decidió ser aventurero (sus padres amenazaron con desheredarlo) y que consciente de los trabajos de un auténtico arqueólogo griego que descubrió las ruinas minoicas de Santorini y sus investigaciones y estudios rigurosos le llevaron a deducir que el palacio del rey minoico estaba en una colina en Knossos, cuando éste presentó la solicitud de excavación y aguardó el trámite burocrático, Evans compró las tierras en cuestión y echó a andar su excavación privada, reconstruyendo a su antojo el edificio aunque las columnas que hoy vemos no se ubiquen donde debían estar (según las evidencias arqueológicas, baste comparar este edificio palaciego con otros minoicos presentes en ruinas posteriormente excavadas, como Festos por ejemplo) ni muchos frescos se correspondan con las figuras originales que hoy se ven, aún así hoy se le recuerda como eminente arqueólogo inglés, descubridor de la cultura cretense. Son solo tres ejemplos de los muchos que existen (Howard Carter, el descubridor de Tutankamón, serrando la momia por varios sitios y llevándose amuletos y demás objetos de otras momias, un militar británico detonando varios cartuchos de dinamita en el agujero que hoy se ve en la Gran Pirámide para expoliarla, creyendo que encontraría mucho oro… y suma y sigue).
Izda, Aleister Crownley. Centro, Omm Seti, como se hacía llamar Dorothy Louis Eady. Dcha, Arthur Evans posa orgulloso con las cerámicas de la palacial ciudad de Knossos (Creta), un descubrimiento que arrebató a un respetable arqueólogo griego, gracias a su fortuna.
No entro en discusión de los grandes descubrimientos de Darwin ni contraponer que un navegante investigador del imperio español Alejandro Malaspina, brigadier de la real armada, en 1789, capitán italiano al servicio de España, lideró durante cinco años la primera expedición científica, junto al capitán de fragata José Bustamante, posterior gobernador de Montevideo y después capitán general de Guatemala, en la que tenían la intención de dar la vuelta al mundo en sus dos corbetas: la Atrevida y la Descubierta, equipadas con los instrumentos náuticos más novedosos y avanzados del momento, traídos de París y de Londres, hicieron una larga travesía de investigación pasando por Montevideo, las islas Malvinas, el cabo de Hornos, Concepción, Santiago de Chile, América Central, islas galápagos, México, Alaska, Nueva Zelanda, Australia y Filipinas, entre otros recogiendo gran cantidad de información y de material científico. Se realizaron observaciones astronómicas, geográficas, etnológicas, lingüísticas, botánicas, zoológicas, cartográficas y de exploración, y se elaboraron informes económicos, se realizaron trazados de mapas y del Imperio Español y un número enorme cartas hidrográficas. Descubrieron más de 357 especies de aves, 124 de peces, 36 cuadrúpedos y 21 anfibios desconocidos hasta la fecha, trajeron muestras de 14.000 plantas y una gran cantidad de semillas, la mayoría de las cuales se encuentran hoy en el Jardín Botánico y en el Museo de Ciencias Naturales de Cádiz. Todo quedó en el silencio por sus desvanecías con la forma de gobernar los responsables de las colonias españolas que llevó a que a su regreso, Malaspina fuera detenido, sus hallazgos enmudecidos y desterrado por ser considerado un "revolucionario". Ahora sabemos que muchos de sus hallazgos fueron redescubiertos por Darwin.
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