No deja de
resultarme curioso el continuo gasto millonario que el ser humano invierte para
conocer otros planetas, llenando de basura espacial nuestro espacio cercano,
descuidando el estudio a los seres vivos que comparten con nosotros el planeta
Tierra. Creo que si se invirtiera menos del 3 por ciento del total del gasto
espacial de todos los países que actualmente poseen un programa espacial,
muchos ecosistemas actualmente amenazados dejarían de estarlo, conoceríamos los
abismos oceánicos y se podrían dedicar programas para salvar a muchas especies
que están seriamente amenazadas. También se habría dado con una fórmula eficaz
para el gravísimo problema de los plásticos ya no solo en los mares y
continentes, sino como microplásticos que ya muchos de nosotros tenemos en
nuestro propio organismo, tomado de las comidas (principalmente de animales
acuáticos), las bebidas o “esnifado” a partir de prendas de ropa que emplean
derivados plásticos (por ejemplo los tejidos “polares” y las prendas deportivas
de última generación, entre otras).
Entre esos elementos que
desconocemos, aunque creamos que ya no esconden secretos para nosotros, se
encuentran los árboles. Ya en otra entrada mostré bonitas y simpáticas
fotografías con estos seres vivos como personajes (ver haciendo clic aquí). Sin embargo, los árboles siguen siendo tan enigmáticos para muchos seres
humanos que suelen estar acostumbrados a verlos como parte decorativa de su
entorno, que me limitaré a señalar muchas cuestiones que desconocía y que me
resultaron verdaderamente asombrosas, así que me he animado a compartirlas
porque creo que cuánto más conocemos a un ser vivo más tendemos a comprenderlo,
admirarlo y protegerlo.
1. La evolución nunca dejará de sorprenderme.
¿Sabía usted que la propia naturaleza ha creado un efectivo elemento para
combatir el eterno problema del fuego, en los propios árboles? Los extremeños y
andaluces principalmente, llevan milenios aprovechando este preciado invento
natural que todos nosotros solemos ver por casa como elemento tan común como el
corcho de las botella de un buen vino (si no ha sido reemplazado por el odioso
y omnipresente plástico).
Efectivamente,
se trata del corcho, un elemento que el alcornoque (científicamente Quercus suber) desarrolla a partir de su
25 año de vida, estimándose que en los 150 años de vida media de un alcornoque,
puede dar cerca de 14 o 15 grandes sacos de corcho (una vez retirado se
recomienda aguardar de 9 a 10 años para que el árbol pueda regenerarlo, antes
de quitarlo nuevamente, evitando así causar daños innecesarios al alcornoque).
El
alcornoque se trata de una variedad de roble o encina, endémica de Europa (el
análisis polínico de yacimientos como los Millares, señalan que en el 3.400
a.C., la desembocadura del río Andarax, en la provincia española de Almería, se
encontraba cubierta de un bosque mediterráneo con abundantes alcornoques, de
cuyas bellotas machacadas sacaban harina). El crecimiento de este majestuoso
árbol es lento, pero merece la pena aguardar (aunque en ocasiones llegue a
desesperar invertir miles de cuidados en los retoños y ver que apenas crecen;
lo digo por experiencia).
Los alcornoques
desarrollan una silueta magnífica, siendo habitual encontrarlos en dehesas o
llanuras naturales de berrocales (esferas graníticas consecuencias de la
erosión de rocas de la familia del granito). Las bellotas del alcornoque se
identifican por ser más alargadas que la de otros Quercus, como el roble carballo al que estoy
habituada en Soria (y que también abunda en otras zonas de España).
Si se desea descargar el manual “Técnicas de reforestación con encinas, alcornoques y otras especies de Quercus mediterráneos” editado por el Ministerio de España hace uno años (1995) y facilitado de manera gratuita, picar aquí. Si pica aquí podrá descargar el realizado en 1999 sobre el mismo asunto.
Cuando
el alcornoque se escorcha suele mostrar un bonito color rojizo en su tronco,
destacando con el color grisáceo de roquedales y de su propia corteza, generando
maravillosas estampas paisajísticas.
2. El árbol del dragón, un árbol rarito de narices
– Cierto es que los alcornoques cuando pierden su corcho quedan con un bonito
color rojizo, pero si acudimos a la tradición y al folclore popular, será otro
árbol el que se destaque por su color rojo sangre… y no precisamente en su
corteza. Se trata del árbol Dracaena
draco, popularmente conocido como Drago y originario de las islas Canarias
(España). Toma su nombre de la creencia grecorromana (Historia Natural de Plinio el
Viejo, s. I d.C.) de que su tronco generaba sangre de dragón (“Dracaena”
significa en griego, dragón hembra y “Draco”,
dragón), aplastado por un elefante al
morir, creencia tal vez debida a la curiosa forma de las raíces del árbol que pudiera
recordarles a la pata de un paquidermo. También la disposición de sus ramas
puede hacer pensar, si se mira desde abajo, que la copa de este árbol está
formada por cientos de cabezas de dragón.
3. El Baobab de Madagascar –
pero si lo que buscamos es un árbol tan grande como longevo, sin duda deberemos
desplazarnos a la isla de Madagascar, donde su peculiar fauna (orangutanes y lémures,
entre los más conocidos) y flora se encuentra gravemente amenazada por la
deforestación, minería e introducción de animales y plantas foráneos que
terminan por atacar y diezmar a la local, exclusiva de esta isla.
Hablando de árboles raritos, el
baobab (Adansonia digitata) no se
queda atrás, pues se antoja como un superviviente de otros mundos ya
desaparecidos. Sus esbeltos troncos pueden alcanzar los 25 metros de altura, y
10 de diámetro, pero lo más sobresaliente es que llegan a superar los mil años
de vida, si se les deja; de hecho, se conocen ejemplares que han vivido más de
cinco milenios.
Con respecto a sus peculiaridades, mencionaré que por ejemplo empiezan a desarrollar “su barriga cervecera” a partir de los 25 años, ganando en anchura y asemejando a una boa que ha comido una gacela o forma de botella, que dicen los botánicos. Sus semillas son conocidas popularmente como “pan de mono” (con partes carnosas, blanquecinas), además de resultar un importante suministro de agua pues un árbol puede llegar a almacenar hasta 120.000 litros dentro de estos soberbios ejemplares. Pero lo que encuentro más extraordinario es que ahora que se ha comenzado con la intensa deforestación de la isla se ha observado que un baobab solitario termina por morir, ¿de pena? Puede ser, pues lo cierto es que hasta el momento ningún botánico acierta a entender cómo estando un baobab, sano, aislado (tras talar otros de la zona), poco a poco termina por marchitarse y morir; y no es que tengan raíces que le unan a los otros compañeros… o por el momento, no se sabe.
4. El Tejo, el árbol sagrado de los antiguos pueblos
prerromanos – Hablando de reliquias de otro tiempo,
debemos señalar al Tejo (Taxus baccata),
un árbol propio de tiempos posteriores al deshielo de los grandes glaciares que
cubrían buena parte del hemisferio norte, en la época de los colosales
mamíferos terrestres entre los que destacaba el elefante lanudo o mamut, el
tigre dientes de sable o los enormes ciervos con colosales cornamentas
superiores a los tres metros de envergadura.
Progresivamente el clima se ha ido
calentando y las nevadas de invierno han dejado de ser tan frecuentes y
abundantes como en siglos pasados. Por este motivo, árboles como el tejo o el
pinsapo han quedado como especies relictas condenadas a su inexorable
desaparición.
El rojo fruto carnoso contiene la tóxica semilla. Se cuenta que era recolectada por los celtas y entregada a sus guerreros quienes, en caso de necesidad, las ingerían para morir de manera rápida.
Entre las curiosidades de esta conífera mencionaremos que posee un tronco hueco, que casi todo en él es tóxico, que parece crecer al revés pues echa frondosas ramas desde casi las raíces, disminuyendo en tamaño y grosor conforme se asciende a lo largo del tronco; y que posee gran capacidad de regeneración, algo que sin duda debió contar con su faceta mística entre los pueblos antiguos, unida a su extraordinaria longevidad (superando los dos milenios).
Actualmente es
posible encontrar tejos en España en zonas de alta montaña tales como sierras
de León, Cantabria, Asturias, etc.
5. Las plantas sufren –
Se nos repite hasta la saciedad que dado que una planta carece de sistema
nervioso es incapaz de percibir dolor o angustia, sin embargo yo tengo mis
serias dudas al respecto. Es una evidencia que en tiempos de sequía una planta
va prescindiendo de parte de su follaje, secándose, para tratar de sobrevivir
en esa etapa de carencia hídrica haciendo una menor demanda del vital elemento;
esto para buena parte de los botánicos y otros científicos es un proceso de
supervivencia que no acarrea “sentimientos” para la planta. De igual manera,
cuando es atacada por un insecto en cierta parte de su cuerpo, la planta
reacciona para protegerse. En este sentido, otros científicos han interpretado
las evidencias considerando que los plantas poseen sus peculiares sistemas
nerviosos, distintos a los de los animales vertebrados, pero tal vez
equivalentes. Así, en el vídeo a continuación (en inglés, basado en una
publicación científica de la revista Science) se muestra cómo cuándo un vegetal
es atacado por una oruga, la planta reacciona vertiendo a “su flujo sanguíneo”
determinadas sustancias que repelen a ese animal.
Y
de esta manera, el debate está sobre la mesa pues mientras que para una parte
de la comunidad científica estas reacciones son mecanismos reflejos de
supervivencia que no acarrean dolor alguno al organismo, para otra (entre los
que me incluyo) consideran que es la evidencia externa de sentimientos
similares a los que observaríamos si a un molusco se le ataca (y que sabemos
que sienten sensaciones parecidas a las nuestras pues poseen un sistema
nervioso similar).
A ello podríamos añadir otros
estudios que muestran cómo las plantas crecen mejor con determinadas melodías
de música clásica y relajante, cómo son capaces de comunicarse a distancia
mediante la segregación de aromas o adoptando determinadas posturas (por
ejemplo, cerrando sus hojas, ante una inminente lluvia), etcétera. Es lo mismo
que observaríamos si los animales fuésemos sordos o mudos; las plantas se
comunican y dudo mucho que sea simplemente por actos reflejos.
A continuación dejaré otro vídeo, en
este caso subtitulado al español, donde se hacen estudios sobre qué ocurre a
nivel eléctrico (como se analizan las respuestas nerviosas en los animales) en
las plantas, en determinadas circunstancias; los resultados son inequívocos: se
obtienen los mismos patrones. Así que en el minuto 7:20 vuelve a plantearse si
las plantas sienten, se deprimen u odian y aunque no parecen hacerlo, al menos
en el sentido en que nosotros lo padecemos, lo cierto es que tampoco podríamos
negarlo.
Ya
vimos el caso del baobab, un árbol que termina muriendo cuando se talan otros
árboles de su especie con los que llevada siglos o milenios conviviendo, a
pesar de que los botánicos los analizaran y vieran que aparentemente estaban
sanos. Quiero pensar que mueren de soledad o de tristeza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario