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miércoles, 15 de junio de 2022

Los desconocidos árboles

        No deja de resultarme curioso el continuo gasto millonario que el ser humano invierte para conocer otros planetas, llenando de basura espacial nuestro espacio cercano, descuidando el estudio a los seres vivos que comparten con nosotros el planeta Tierra. Creo que si se invirtiera menos del 3 por ciento del total del gasto espacial de todos los países que actualmente poseen un programa espacial, muchos ecosistemas actualmente amenazados dejarían de estarlo, conoceríamos los abismos oceánicos y se podrían dedicar programas para salvar a muchas especies que están seriamente amenazadas. También se habría dado con una fórmula eficaz para el gravísimo problema de los plásticos ya no solo en los mares y continentes, sino como microplásticos que ya muchos de nosotros tenemos en nuestro propio organismo, tomado de las comidas (principalmente de animales acuáticos), las bebidas o “esnifado” a partir de prendas de ropa que emplean derivados plásticos (por ejemplo los tejidos “polares” y las prendas deportivas de última generación, entre otras).

            Entre esos elementos que desconocemos, aunque creamos que ya no esconden secretos para nosotros, se encuentran los árboles. Ya en otra entrada mostré bonitas y simpáticas fotografías con estos seres vivos como personajes (ver haciendo clic aquí). Sin embargo, los árboles siguen siendo tan enigmáticos para muchos seres humanos que suelen estar acostumbrados a verlos como parte decorativa de su entorno, que me limitaré a señalar muchas cuestiones que desconocía y que me resultaron verdaderamente asombrosas, así que me he animado a compartirlas porque creo que cuánto más conocemos a un ser vivo más tendemos a comprenderlo, admirarlo y protegerlo.

1. La evolución nunca dejará de sorprenderme. ¿Sabía usted que la propia naturaleza ha creado un efectivo elemento para combatir el eterno problema del fuego, en los propios árboles? Los extremeños y andaluces principalmente, llevan milenios aprovechando este preciado invento natural que todos nosotros solemos ver por casa como elemento tan común como el corcho de las botella de un buen vino (si no ha sido reemplazado por el odioso y omnipresente plástico).

      Efectivamente, se trata del corcho, un elemento que el alcornoque (científicamente Quercus suber) desarrolla a partir de su 25 año de vida, estimándose que en los 150 años de vida media de un alcornoque, puede dar cerca de 14 o 15 grandes sacos de corcho (una vez retirado se recomienda aguardar de 9 a 10 años para que el árbol pueda regenerarlo, antes de quitarlo nuevamente, evitando así causar daños innecesarios al alcornoque).

El alcornoque se trata de una variedad de roble o encina, endémica de Europa (el análisis polínico de yacimientos como los Millares, señalan que en el 3.400 a.C., la desembocadura del río Andarax, en la provincia española de Almería, se encontraba cubierta de un bosque mediterráneo con abundantes alcornoques, de cuyas bellotas machacadas sacaban harina). El crecimiento de este majestuoso árbol es lento, pero merece la pena aguardar (aunque en ocasiones llegue a desesperar invertir miles de cuidados en los retoños y ver que apenas crecen; lo digo por experiencia).

Los alcornoques desarrollan una silueta magnífica, siendo habitual encontrarlos en dehesas o llanuras naturales de berrocales (esferas graníticas consecuencias de la erosión de rocas de la familia del granito). Las bellotas del alcornoque se identifican por ser más alargadas que la de otros Quercus, como el roble carballo al que estoy habituada en Soria (y que también abunda en otras zonas de España).

       

       Si se desea descargar el manual “Técnicas de reforestación con encinas, alcornoques y otras especies de Quercus mediterráneos” editado por el Ministerio de España hace uno años (1995) y facilitado de manera gratuita, picar aquí. Si pica aquí podrá descargar el realizado en 1999 sobre el mismo asunto.

Cuando el alcornoque se escorcha suele mostrar un bonito color rojizo en su tronco, destacando con el color grisáceo de roquedales y de su propia corteza, generando maravillosas estampas paisajísticas.


    
      Pues bien, como señalaba, el corcho es un mecanismo desarrollado por este tipo de árbol para hacerlo ignífugo, sobreviviendo a incendios forestales que calcinan a otras plantas pero no a ellos, ¿no es extraordinario, un árbol que resiste el fuego?.

 

2. El árbol del dragón, un árbol rarito de narices – Cierto es que los alcornoques cuando pierden su corcho quedan con un bonito color rojizo, pero si acudimos a la tradición y al folclore popular, será otro árbol el que se destaque por su color rojo sangre… y no precisamente en su corteza. Se trata del árbol Dracaena draco, popularmente conocido como Drago y originario de las islas Canarias (España). Toma su nombre de la creencia grecorromana (Historia Natural de Plinio el Viejo, s. I d.C.) de que su tronco generaba sangre de dragón (“Dracaena” significa en griego, dragón hembra y “Draco”, dragón), aplastado por un elefante al morir, creencia tal vez debida a la curiosa forma de las raíces del árbol que pudiera recordarles a la pata de un paquidermo. También la disposición de sus ramas puede hacer pensar, si se mira desde abajo, que la copa de este árbol está formada por cientos de cabezas de dragón.


        Aunque el más famoso es el drago de Icod de los Vinos, en Tenerife, con una edad de unos 500 o 600 años, lo cierto es que el ejemplar más grande de toda Europa se encuentra en el Parque Princesa Sofía de la población de La Línea de la Concepción (Cádiz, España), con 9,6 metros de altura y un diámetro de copa de 132 metros.



3. El Baobab de Madagascar – pero si lo que buscamos es un árbol tan grande como longevo, sin duda deberemos desplazarnos a la isla de Madagascar, donde su peculiar fauna (orangutanes y lémures, entre los más conocidos) y flora se encuentra gravemente amenazada por la deforestación, minería e introducción de animales y plantas foráneos que terminan por atacar y diezmar a la local, exclusiva de esta isla.

            Hablando de árboles raritos, el baobab (Adansonia digitata) no se queda atrás, pues se antoja como un superviviente de otros mundos ya desaparecidos. Sus esbeltos troncos pueden alcanzar los 25 metros de altura, y 10 de diámetro, pero lo más sobresaliente es que llegan a superar los mil años de vida, si se les deja; de hecho, se conocen ejemplares que han vivido más de cinco milenios.

            Con respecto a sus peculiaridades, mencionaré que por ejemplo empiezan a desarrollar “su barriga cervecera” a partir de los 25 años, ganando en anchura y asemejando a una boa que ha comido una gacela o forma de botella, que dicen los botánicos. Sus semillas son conocidas popularmente como “pan de mono” (con partes carnosas, blanquecinas), además de resultar un importante suministro de agua pues un árbol puede llegar a almacenar hasta 120.000 litros dentro de estos soberbios ejemplares. Pero lo que encuentro más extraordinario es que ahora que se ha comenzado con la intensa deforestación de la isla se ha observado que un baobab solitario termina por morir, ¿de pena? Puede ser, pues lo cierto es que hasta el momento ningún botánico acierta a entender cómo estando un baobab, sano, aislado (tras talar otros de la zona), poco a poco termina por marchitarse y morir; y no es que tengan raíces que le unan a los otros compañeros… o por el momento, no se sabe.



4. El Tejo, el árbol sagrado de los antiguos pueblos prerromanos – Hablando de reliquias de otro tiempo, debemos señalar al Tejo (Taxus baccata), un árbol propio de tiempos posteriores al deshielo de los grandes glaciares que cubrían buena parte del hemisferio norte, en la época de los colosales mamíferos terrestres entre los que destacaba el elefante lanudo o mamut, el tigre dientes de sable o los enormes ciervos con colosales cornamentas superiores a los tres metros de envergadura.

            Progresivamente el clima se ha ido calentando y las nevadas de invierno han dejado de ser tan frecuentes y abundantes como en siglos pasados. Por este motivo, árboles como el tejo o el pinsapo han quedado como especies relictas condenadas a su inexorable desaparición.

El rojo fruto carnoso contiene la tóxica semilla. Se cuenta que era recolectada por los celtas y entregada a sus guerreros quienes, en caso de necesidad, las ingerían para morir de manera rápida.

           Entre las curiosidades de esta conífera mencionaremos que posee un tronco hueco, que casi todo en él es tóxico, que parece crecer al revés pues echa frondosas ramas desde casi las raíces, disminuyendo en tamaño y grosor conforme se asciende a lo largo del tronco; y que posee gran capacidad de regeneración, algo que sin duda debió contar con su faceta mística entre los pueblos antiguos, unida a su extraordinaria longevidad (superando los dos milenios).



Actualmente es posible encontrar tejos en España en zonas de alta montaña tales como sierras de León, Cantabria, Asturias, etc.

 

5. Las plantas sufren – Se nos repite hasta la saciedad que dado que una planta carece de sistema nervioso es incapaz de percibir dolor o angustia, sin embargo yo tengo mis serias dudas al respecto. Es una evidencia que en tiempos de sequía una planta va prescindiendo de parte de su follaje, secándose, para tratar de sobrevivir en esa etapa de carencia hídrica haciendo una menor demanda del vital elemento; esto para buena parte de los botánicos y otros científicos es un proceso de supervivencia que no acarrea “sentimientos” para la planta. De igual manera, cuando es atacada por un insecto en cierta parte de su cuerpo, la planta reacciona para protegerse. En este sentido, otros científicos han interpretado las evidencias considerando que los plantas poseen sus peculiares sistemas nerviosos, distintos a los de los animales vertebrados, pero tal vez equivalentes. Así, en el vídeo a continuación (en inglés, basado en una publicación científica de la revista Science) se muestra cómo cuándo un vegetal es atacado por una oruga, la planta reacciona vertiendo a “su flujo sanguíneo” determinadas sustancias que repelen a ese animal.

            Y de esta manera, el debate está sobre la mesa pues mientras que para una parte de la comunidad científica estas reacciones son mecanismos reflejos de supervivencia que no acarrean dolor alguno al organismo, para otra (entre los que me incluyo) consideran que es la evidencia externa de sentimientos similares a los que observaríamos si a un molusco se le ataca (y que sabemos que sienten sensaciones parecidas a las nuestras pues poseen un sistema nervioso similar).

            A ello podríamos añadir otros estudios que muestran cómo las plantas crecen mejor con determinadas melodías de música clásica y relajante, cómo son capaces de comunicarse a distancia mediante la segregación de aromas o adoptando determinadas posturas (por ejemplo, cerrando sus hojas, ante una inminente lluvia), etcétera. Es lo mismo que observaríamos si los animales fuésemos sordos o mudos; las plantas se comunican y dudo mucho que sea simplemente por actos reflejos.

            A continuación dejaré otro vídeo, en este caso subtitulado al español, donde se hacen estudios sobre qué ocurre a nivel eléctrico (como se analizan las respuestas nerviosas en los animales) en las plantas, en determinadas circunstancias; los resultados son inequívocos: se obtienen los mismos patrones. Así que en el minuto 7:20 vuelve a plantearse si las plantas sienten, se deprimen u odian y aunque no parecen hacerlo, al menos en el sentido en que nosotros lo padecemos, lo cierto es que tampoco podríamos negarlo.

Ya vimos el caso del baobab, un árbol que termina muriendo cuando se talan otros árboles de su especie con los que llevada siglos o milenios conviviendo, a pesar de que los botánicos los analizaran y vieran que aparentemente estaban sanos. Quiero pensar que mueren de soledad o de tristeza.

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