Tras regresar de mi escapada vacacional de apenas unos
días (breve, pero intensa) a tierras de Ávila y Salamanca, me gustaría
compartir con los lectores visitas que disfruté y aquí dejo anotadas, por si
alguien desea ir a verlas.
Mi
pasión por la Geología, unida a mi no menor entusiasmo por el Temple y el
hermetismo medieval peninsular, me llevaron a decantarme por invertir mis
cuatro días de relax en las tierras de Ávila, dado que la gran cantidad de roca
granítica que allí se localiza y las
propiedades telúricas de sus componentes, en especial del cuarzo, me hicieron
suponer que sería un territorio en el que debieron proliferar todo tipo de
creencias trascendentales y metafísicas. No en vano allí vivieron sus éxtasis
espirituales San Juan de la Cruz y Santa Teresa. Tampoco me extraña que fuera
precisamente en su judería donde naciera la Cábala hebrea de manos de Rabi
Shimon Bar Yohay (Iojai o Lojai), autor de El Zohar (el equivalente a “la
Biblia” dentro del mundo cabalístico) y cuya casa o parte de ella aún puede
visitarse hoy, cerca de la puerta de la muralla romano-medieval de la ciudad
que lleva su nombre. Si pican aquí podrán descargarse un interesante folleto
turístico sobre la judería de Ávila.
A la izquierda,
detalle de la judería de Ávila con una antigua sinagoga en primer lugar.
Derecha, bella imagen de uno de los lienzos de la muralla.
Aunque Ávila es toda ella una joya, dejo admitir que simbólicamente encontré una gran censura en sus edificios románicos, ejecutada posiblemente por dirigentes de la Inquisición que tuvieron a bien destruir parte del mensaje consignado en los elementos decorativos de los edificios. Pondré como ejemplo la iglesia que se alza fuera de los muros de la ciudad, donde se encontraban parte de los talleres de curtidores judíos junto al río. Se trata de la Iglesia de San Segundo (clara referencia a un miliario romano), junto al río Adaja. Aquí, según las tradiciones, se encontraron los restos del supuesto primer obispo de Ávila, San Segundo. Inicialmente se rindió culto en ella a Santa Lucía (cristianización de los cultos prerromanos al dios Lug) y a San Sebastián. Como es de suponer, durante las diversas remodelaciones aparecieron restos de un santuario anterior, entre ellos un ara de tiempos romanos .
De la iglesia románica queda muy poco, destrozada conscientemente, como puede verse en la imagen. La fachada principal ha desaparecido.
Esta mutilación consciente la encontré a lo largo de diversos edificios emblemáticos de la ciudad; las personas que la llevaron a cabo sabían bien lo que hacían, y sin duda leían el mensaje codificado simbólicamente.
Según un panel breve explicativo en el
lugar, la iglesia fue modificada en el siglo XIV, extinta ya la Orden del
Temple. Más o menos por las mismas fechas “alguien” hizo inscribir en una de
las lápidas de la iglesia principal de la soriana Caracena, en latín, “Perteneció a la secta mala” ¿Censura al
Temple, tras su disolución?
Aún prescindiendo
por fuerza de este conocimiento cifrado, el patrimonio de Ávila merece mucho la
pena, verlo y protegerlo, pues es una auténtica joya. Y el personal que lo
atiende es un encanto, tanto en los edificios como en las tiendas de recuerdos
y productos de la tierra.
Debido
a que la Unesco ha hecho bien su trabajo, son muchas las guías y páginas webs
que hablan de él, por lo que no me detendré en esto evitando alargar en demasía
esta entrada y aburriendo al lector con numerosas fotografías que tomé in situ.
Reconozco que
paseando por la ciudad había lugares que me recordaban a mi Soria natal: ese
torreón de los Guzmanes, tan parecido al Palacio de los Condes de Gómara
soriano; la iglesia de San Pedro, un símil menos historiado del Santo Tomé de
mi ciudad; e incluso el mirador de El Mirón, junto a restos de las murallas de
Soria se me venía a la cabeza en ciertos rincones avileses; es un lugar
precioso en el que perderse.
En la ruta hacia nuestro siguiente hotel, en La Alberca (Salamanca), decidí prescindir de autovías y marchar por un lugar igualmente milenario pues fue Cañada Real, que conectaba precisamente la ciudad de Soria con Plasencia; y antes que eso, fue sin duda importante vía prerromana usada por los pueblos vacceos en sus rutas ganaderas. Los romanos la empedrarían para ser un ramal importante de sus calzadas romanas, puesto que por ellas se enlazaba el valle del Duero (Soria, el valle del Jalón y del Ebro ya en tierras aragonesas, llegando hasta el mar Mediterráneo por Teruel y Castellón) con la mítica Vía de la Plata, que según las leyendas más ancestrales fue ruta comercial tartesia con ritos al mítico rey ganadero Gerión, muerto por el héroe solar grecolatino Hércules, para llevar el ganado y posiblemente la ganadería de la Península Ibérica a Micenas y Grecia. Al sur de la mítica ruta estaría su palacio y tierras de pasto de su ganado (Doñana y marismas), y al norte se dice que Hércules enterró la cabeza del gigante Gerión, el monarca tartesio, alzando sobre ella el emblemático faro coruñés, la Torre de Hércules (romano), el más antiguo faro en funcionamiento del planeta. Se trata de la carretera nacional 110 (N-110), jalonada por restos vacceos, romanos, románicos y posteriores, evidenciando el interés que tuvo el control de esta vía natural.
En la
provincia de Ávila hay localidades de toponimia sumamente curiosa, como por
ejemplo el “Castillo de Aunqueospese” o la aldea de “La Hija de Dios”.
Precisamente en esta última se encuentra una curiosa necrópolis excavada en la
roca muy similar a las numerosas godas que se localizan en la sierra entre las provincias de Soria y Burgos.
En cambio, me sorprendió toparme con un artilugio tan simple como práctico, empleado en la Edad Media y que por su simplicidad bien pudiera proceder de mucho antes. Se trata del llamado “Potro de herrar” que consiste en cuatro postes entre los que se ubicaba el caballo, se le ataba y se le clavaban las herraduras en los cascos, sin riesgos de que diera una coz o saliera huyendo. Sí, ya sé que hasta el momento no hay evidencias de que los celtiberos “calzaran” a sus caballos con herradura, pero hay que reconocer que es un invento bien simple, utilizable para recortar cuernos, crines, curar heridas, etc.
Como
digo, en torno a la antigua vía prerromana y posteriormente Cañada Real
Soria-Plasencia hay un sinfín de restos de culturas de diversas edades que
evidencian la importancia de este camino de comunicaciones. En el mapa que
muestro a continuación he destacado algunos de dichos restos, que van desde grabados
calcolíticos en la roca (si pican aquí pueden ver una publicación científica sobre ellos), castros
vetones, ruinas romanas de fortines, ermitas con leyendas iniciáticas asociadas
a vírgenes negras y al Temple aparecidas en ríos o arbustos de espinos (por
ejemplo, en Muñana está Ntra Sra de la Zarza y no lejos de la localidad, la
ermita de Ntra Sra de las Fuentes, ambas con curiosa historia con patrones
similares al de otras ermitas con tallas negras, como detallo en mi libro “El
fenómeno de las Vírgenes Negras”), verracos que marcan esta cañada ganadera
(curiosamente, mientras que algunas de estas tallas parecen ser toros jóvenes,
al presentar huecos en los que posiblemente se añadieron astas de toro auténticas,
otros carecen de ellos, lo que hace pensar a ciertos investigadores que se
trataría de jabalíes o cerdos domésticos), altares excavados en la roca
granítica entre dehesas y carvallos, piedras enormes que parecen un rostro
masculino gigantesco, puentes medievales ojivales, etc.
Muchos
de estos edificios han sido pertinazmente censurados y modificados por una mano
que sabía lo que hacía, si bien han quedado elementos aislados que relatan la
presencia en la construcción de estos templos de maestros iniciados. Es el caso
de las esferas labradas profusamente a modo de decoración en muchos de estos
edificios, aún siendo de edad posterior al románico; quiero pensar que el
censurador o algún trabajador a su mando, también iniciado en las creencias
paganas que querían erradicar, dejó estos elementos a modo de aviso a
navegantes, señalando que se está ante un lugar ancestralmente sacro,
posiblemente dotado de energías telúricas beneficiosas para la salud y para el
misticismo.
Debo
admitir que me ha sorprendido el contraste existente entre la riqueza
patrimonial de la provincia y lo descuidada que se encuentra, pues con
frecuencia los yacimientos no están excavados y adecentados para su correcta
visita, siendo accesibles a todo el mundo sin protección alguna ante posibles
vándalos, o peor aún,
saqueadores/expoliadores que van siendo cada vez más abundantes ante la
impunidad de sus actos por parte de las autoridades que terminan siendo
cómplices al desatender sus obligaciones de proteger y preservar el patrimonio
avilés y español.
En los campos de
Ávila, en este caso en los alrededores
de Bonilla de la Sierra, la mente juega malas pasadas.
Finalmente “desembocamos” cerca de Baños de Montemayor, célebre por su balneario de aguas hidrotermales, aprovechadas sus virtudes ya por los romanos. Precisamente no lejos de la localidad nos topamos con un tramo de la calzada romana, empleada ahora por los peregrinos que van a Santiago de Compostela por la Vía de la Plata.
Desde
aquí, por carreteras tan llenas de curvas como de belleza natural (bosques,
quebradas, ríos, …) llegamos a La Alberca, cerca del famoso Santuario de la
Peña de Francia (con virgen negra y leyenda iniciática), de los conjuntos
dolménicos que recorren la zona “fronteriza” con Portugal y pinturas rupestres
en distintas localidades de Las Batuecas.
Una
vez aquí la oferta es amplia entre senderos por bellos bosques, visitas a
pueblos pintorescos, aldeas curiosas, ermitas cargadas de encanto y de
tradiciones, que aún poco contaminados por el turismo, guardan ese saber y
creencias populares perdidos ya en muchos otros lugares de la geografía
española, por la masificación, redes sociales, etc.
No podía faltar la visita de rigor al santuario de la virgen negra por excelencia en esta zona, el de la Peña de Francia (por cierto que me dejó pasmada el descaro con el que la gente se llevaba calendarios de pared, donde ponía un cartel bien grande con su precio a 2,50 euros, sin pagar un céntimo; robando en plena iglesia, y no fueron una ni dos personas...), aunque la temperatura no acompañara ¡Qué gran invento el aire acondicionado del coche!.
Debido a que pillamos una ola de calor que nos tuvo todo el tiempo entre los 32 y los 41 grados, tras una jornada de visitas terminábamos siempre regresando a La Alberca para degustar productos locales de calidad (Güijuelo no anda muy lejos) y refrescarnos más tarde en nuestro precioso hotel, atendido por un personal amable y encantador.
Y una de esas tardes que estaba molida por el calor (padezco intolerancia solar así que tienden a darme golpes de calor, mareos, fuertes migrañas… un encanto ¡odio el verano!) decidimos quedarnos en La Alberca y salir a pasear por ella. Y lo que encontré me dejó asombrada.
El pueblo tiene el encanto de los aldeas castellanoleonesas (Calatañazor, en Soria, por ejemplo, se asemeja por su construcción peculiar) y además ha terminado siendo una especie de capital de los alrededores, de modo que productos locales que hemos ido viendo en ellos, aquí es posible encontrarlos. Hay para todos los gustos: joyería charra (la dueña me comentó que llaman “charros” a los salmantinos de la capital, a modo de “llanitos”, mientras que a ellos les dicen “serranos”, por las montañas y bosques entre los que viven), cervezas artesanas con miel o con fresa auténtica, el Pichin Real del tío Picho (especie de Bayleys con jalea real) del que compré su variedad con cereza, caramelos de miel rellenos de miel o cereza, miel de varios tipos (brezo, encina, montaña, …), manteles de ganchillo, llaveros y tazas con templarios, estatuillas de la Virgen de la Peña de Francia, navajas de campo, y un amplio etcétera.
Pero no pude dejar de reparar en los dinteles de las puertas con fechas del siglo XVIII, todos ellos con anagramas de la Virgen María … y eso no me olió muy bien.
Anagramas alusivos a la Virgen María o a Jesucristo y figuras cerradas de un solo trazo era costumbre añadirlas en la Edad Media en lugares de entrada de demonios (dinteles de las puertas, marcos de ventanas, chimeneas, etc. Era una práctica muy extendida en toda Europa: dos siglos antes, alguien las trazó en la casa que hoy se tiene por la que habitó William Shakespeare, en Inglaterra, con afán de protegerla. ¿Por qué aquí se encuentran exclusivamente en casas de la segunda mitad del siglo XVIII?
Era como si tuvieran que demostrar que eran más cristianos que nadie … o hubiera mucho temor a brujas, desgracias asociadas a males de ojo y demás. Lo malo es que todo ello me hacía pensar en que hubo muchísima represión católica… y eso llevaba a la presencia de… la Inquisición.
Et voilà, ahí estaba. Una cruz similar a la que se encuentra junto al antiguo ayuntamiento de Sevilla, obra de Riego de Riaño, cuyo simbolismo analicé en mi libro “Diego de Riaño, el hijo de la viuda”, y que correspondía al lugar ocupado en su día por el Tribunal de la Santa Inquisición, donde se realizaban las ejecuciones públicas. Así que eso me llevó a pensar que en este lugar debió existir una importante comunidad de judíos y moriscos conversos, que estuvieron en todo momento bajo el estrecho escrutinio de los dominicos y de la Inquisición. Tuvo que haber aquí mucho “marrano”, como se les denominada despectivamente, aunque hoy (valga el humor negro, aunque nunca hasta ahora había sentido tantísimo la censura y las imposiciones de lo “políticamente correcto”) sigue habiendo mucho y de muy buena calidad, en tiendas y restaurantes de la zona.
Este
tipo de proceso ritual lo encontramos por ejemplo en la Virgen del Pilar, talla
negra propia de cultos matriarcales cuyo origen se pierde en la noche de los
tiempos, cuya leyenda afirma que se apareció sobre un pilar, seguramente un
betilo o piedra sacra igualmente milenaria, que el pueblo adoraba; algún “entendido”
decidió emplear una pequeña talla que también era muy querida por la comunidad
y que podía asociarse a los cultos católicos a la Virgen, para reafirmar en
principio el poder sacro de aquella roca, y posteriormente terminar siendo
receptora de ese culto supuestamente la Madre de Dios. Sin embargo, el
paganismo sigue fluyendo pese a todo, pues hay colas de visitantes que aguardan
pacientemente su turno para besar la columna sobre la que supuestamente se
apareció la Virgen, al apóstol Santiago además; me atrevería a pensar que más
bien fue algún tipo de menhir, ya hace mucho eliminado. Y los estudiantes
siguen comprando pulseras de la “Pilarica” que son en verdad meras cintas de
tela roja, para que les de suerte en los estudios, el amor… Sin saberlo, perpetúan las tradiciones
matriarcales del Rey Sagrado (aquí expliqué en qué consistía) donde
la ansiada sangre de éste traería prosperidad a la comunidad y fertilidad… es
decir, suerte en los negocios –cosechas y ganado, en tiempos neolíticos- y en
el amor.
A lo
largo del camino que hemos llevado desde Ávila hasta aquí no hemos dejado de
encontrarnos con la pervivencia de estas creencias, por ejemplo en Nuestra
Señora de los Riscos, en el santuario homónimo hoy en ruinas. Me inspiré en él para
desarrollar una de las historias cortas de la serie “Historias fantásticas” que
suelo improvisar y que el escritor y coautor Juan Sánchez Ballesteros
desarrolla con cuidado dotando a cada personaje de contexto y personalidad,
además de añadir una de sus poesías que tanta aceptación tienen; historia que se incluirá en el tomo XXIII de
Historias Fantásticas. Pervivencia que igualmente encuentro en Nuestra Señora
de la Peña de Francia, o en el risco conocido como la Piedra Jorcá, por citar
algunos lugares mencionados en la entrada.
Esas
creencias matriarcales se desarrollaron en los albores de la civilización, en
el paso de las comunidades nómadas a sedentarias, echando a andar una precaria
economía y ganadería. Eran pequeñas comunidades, conformadas por unas pocas
familias, en los que los más ancianos conformaban un grupo de sabios que
decidía sobre todo lo que incumbía a la comunidad o tribu, de modo que los
mayores eran reverenciados. En este sentido hay que recordar cómo los primeros
historiadores latinos que en el cambio de era hablaron de los pueblos
prerromanos peninsulares, mencionaron cómo los pueblos de la Celtiberia –entre ellos
los vetones- solían hacer grandes cenas comunales en las noches de plenilunio (luna
llena), en honor a la deidad lunar Noctiluca, durante las que danzaban,
recitaban poemas y rendían culto a sus muertos, dejándoles un lugar en la mesa,
como aún hoy suele hacerse en ciertas zonas de Galicia. Esto era así porque
esos muertos se consideraban sabios, de modo que su visita a nuestro mundo solo
podía pensarse que era para aconsejar cómo corregir un error o prevenir a la
comunidad de un mal que estaba por cernirse sobre ella.
Recuerdo al hilo de esto, cierto apunte
que aportó el recientemente fallecido escritor Fernando Sánchez Dragó, en su “Gárgoris y Habidis. Una historia mágica de
España” : «En el hospital de romeros anejo a la iglesia salmantina de San
Julián hubo una inscripción redactada en estos términos: quienes dan consejos ciertos/ a los vivos son los muertos.» Sobra
decir que ya fue retirada, posiblemente por la misma censura católica que estoy
notando que actuó con fuerza en estas tierras. De hecho, el mismo autor citado
refiere la leyenda de San Julián, que es muy similar al Edipo griego, con la
salvedad de que aquí su destino era matar a sus dos padres. Tras hacerlo por
descuido y llevado por la ira, como también ocurrirá con otro héroe solar, el
grecorromano Hércules, que a modo de expiración de haber matado a su esposa e
hijos realizará las 12 pruebas y obtendrá la inmortalidad, irá a Roma a tratar
de encontrar paz a sus remordimientos; obteniendo del Papa el encargo de
dedicarse en cuerpo y alma a atender a peregrinos del camino de Santiago,
haciendo además de barquero que los cruce entre orillas, acertándose a ver en
ello un doble lenguaje, tal vez a modo de barquero del Hades grecorromano Carón
(y ya tenemos de nuevo el reino de los muertos). De nuevo debo ceder la palabra
a Fernando Sánchez Dragó cuando informa que «(…) por tierras de Salamanca y
Zamora, (…) cuatro pueblos crecían a la derecha del Esla y uno a su izquierda.
En éste, que respondía al ilustre nombre de San Pedro de la Nave, se encontraba
el único cementerio de la comarca. Y así, los muertos de la rive droite tenían que ser transportados
en barca hasta los nichos y huesas de
la rive gauche. (…) los difuntos
salvando un paréntesis de agua para llegar a una orilla numinosa.» (las
cursivas son del autor)
Pues
bien, para mi sorpresa, en el lateral de la iglesia de La Alberca que daba a la
casa con la esfera de piedra tallada encontré algo que nunca habría esperado
ver allí: ¡calaveras humanas!
Y un cartel que decía:
Así
las cosas, decidí entrar a la iglesia (adornada con esferas de piedra y
pirámides o triángulos de roca) “a ver qué me encontraba”…. Y no me decepcionó.
En estos lugares me gusta acercarme a gentes
del lugar y preguntarles por las imágenes, tradiciones de la zona, pues suelen
ser una fuente de sorpresas; y así hice con la señora mayor que se encontraba
sentada en un banco en la iglesia y que aparece en la imagen anterior. Por
ella, y por otra mujer que luego se nos unió a tan interesante charla en voz
baja, pude saber que en esta iglesia se encuentra una talla que ha sido fruto
de gran controversia, pues me dijeron que una de las veces que se acercó una
peregrina de Santiago a contemplar al Cristo, observó que le goteaba un líquido
rojo por la frente, donde estaba la corona de espinas, y había unas gotas de
color rojo en el suelo. Lo comentó al cura que estaba en ese momento por allí y
tomaron muestras que se mandaron analizar resultando que se trataba de sangre
humana. Y el revuelo estaba servido, entre los partidarios de un milagro y los
que tildaban el hecho de montaje. Gracias de corazón a ambas por tan
interesante información.
Desde entonces se conoce a esta talla como “El Cristo del Sudor” (madera policromada de roble, que data del siglo XVI, según un cartel alusivo a su restauración) (imagen derecha).
Otra talla que me sorprendió fue la que parece ser una Virgen del Carmen (imagen izquierda), de piel morena (casi como las vírgenes negras) que no sé si se hizo intencionadamente por querer decir sin hacerlo expresamente, dada la censura, o simplemente se debe al oscurecimiento del barniz con el suceder del tiempo, humedades y velas. Igualmente me llamó la atención que le pusieran tres velas, el número de la Madre Tierra en sus ancestrales creencias (como bien recogió Rubens en sus Tres Marías, si bien erró en el concepto: debe ser una mujer preadolescente, una mujer madura y una anciana).
Otra vez la alusión a las almas del Purgatorio y a su posible salvación o condena, con San Miguel de mediador.
Los manteles
de ganchillo me resultaron impresionantes.
El suelo de la iglesia estaba conformado por
numerosas lápidas, en su mayoría del siglo XVIII, contemporáneas por tanto a
los dinteles de las casas con avemarías,
muchas de ellas con escudos relativos a la condición de cargos de la iglesia de
los fallecidos. En el púlpito, de nuevo aparecían calaveras y ángeles
recordándonos lo fugaz que es la vida (y de nuevo, manteniendo en el presente
el recuerdo a los muertos).
Y así, en este
recorrido, llegué sin figurármelo a la joya de la corona:
Allí, entre varias
tallas de “Cristo crucificado”, diversas santas, representaciones de los
Evangelistas, de San Pedro con las llaves del Paraíso, San Sebastián, y otros
santos presentes en la iglesia encontré tres preciosas tallas románicas, dos de ellas a la más pura
tradición de las vírgenes negras (ver mi obra “El fenómeno de las Vírgenes Negras”).
Como en otros casos, estas tallas ya habían pasado por un proceso de censura blanqueándolas en la medida de lo posible –nótese que la misma censura despojó a las mujeres de ofrecer al feligrés el fruto del conocimiento iniciático matriarcal, en forma de fruto, espera, flor o seta típico de estas representaciones– y sin embargo no pudieron despojarlas de su contenido más esotérico al mostrarnos a Santa Ana, que tiene en sus rodillas sentada a la Virgen María, que a su vez tiene al Niño… o dicho de otro modo, a la Madre de la Virgen (madre de todos nosotros), la Madre de las Madres, … la Divina Madre o Madre Tierra, en definitiva la fertilidad en su más amplio concepto.
No son figuraciones mías. Repárese sino, en el detalle de los adornos pues pese a que en principio cabría suponer que la figura más destacada del conjunto sería la Virgen María, como madre de Dios, sin embargo es la única que carece de corona que sí la presenta en cambio Santa Ana. Así, solo cabe suponer que la talla pretende rendir homenaje a la madre de las madres, no a la Virgen María cristiana y católica (este detalle se les escapó a los censuradores, ¿eh?).
Y junto a estas dos tallas, por si no fueran suficiente, encontré una que también figura en mi libro mencionado del “Fenómeno de las Vírgenes Negras”, en mi listado ilustrado de tales tallas españolas, pero que sin embargo creía tristemente perdida.
Llena de dudas
al respecto, pregunté a las dos mujeres mencionadas. Efectivamente, se trataba
de la talla de la Virgen de Majada Vieja, una población cercana de la que fue
sustraída. Pero el párroco de La Alberca se negó a darla por perdida, según me
contaron, y gracias a su insistencia, finalmente las autoridades la trajeron de
Francia, donde se encontraba (vendida en el mercado negro). Desde entonces se
custodia aquí, aunque durante las fiestas patronales de la localidad de origen
se suele llevar en procesión y dejar en la iglesia de allí una noche, con
fuertes medidas de seguridad.
Tanto esta talla como la de Santa Ana me dijeron que están talladas en una sola pieza de madera y que son tan antiguas como bonitas, apreciación en la que coincido.
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