martes, 25 de abril de 2017

El misterioso conde de Saint Germain


                Si debiéramos señalar a un personaje de la historia como el más enigmático en virtud de los comentarios que sobre él nos han llegado, sin duda alguna ese debe ser el conde de Saint Germain. De hecho, este título está ganado dignamente no sólo por comentarios ajenos sino por sus propios méritos, ya que en todo momento procuró fomentar los rumores que hacían de él una persona inmortal.
                De porte aristocrático, amplia cultura, un saber estar y un gran carisma hicieron de él un personaje ineludible en todo tipo de eventos destacados. A ello debemos sumar méritos propios como su facilidad por hablar numerosas lenguas (latín, español, italiano, chino, inglés, sánscrito, árabe, rumano y francés), escribir igualmente en diversas lenguas, dotes de violinista y, cómo no, de alquimista ya que como él mismo sostenía, fue precisamente su conocimiento de la Gran Obra el que le otorgó la inmortalidad, a través del Elixir de la Vida que él mismo se preparaba. De hecho, son varios los autores que creen que sigue vivo entre nosotros, a pesar de que se le ubicara en el siglo XVIII, siendo habitual de la corte francesa de Luis XIV, así como de la austríaca. Pero, ¿qué hay de cierto en todos estos rumores, es realmente inmortal?.


                Pondré como música de fondo a la que considero la mejor voz del pop-rock, la del británico de origen hindú Freddy Mercury, con su banda Queen y su canción “¿Quién quiere vivir para siempre?”, incorporada a la película los Inmortales (I). Por cierto, ¿sabía el lector que como le ocurriera a la autora de Harry Potter, fueron numerosos los profesionales (discográficas y editoriales) que les dijeron no tener talento para la canción o la novela y que mejor se dedicaran a otra cosa?.


                Regresando al conde Saint Germain, con semejantes dotes y talentos, no debe extrañarnos que un personaje tan singular rápidamente fuera de gran admiración entre la nobleza de los diversos reinos y, en plena época de proliferación de sectas ocultistas, todas ellas pelearan por adquirir tan preciado “premio gordo”. Así las cosas, se le señaló como francmasón, como masón, como illuminati, como rosacruz e incluso como templario (particularmente considero que dicha orden murió en la hoguera con su último gran maestre, De Molay, como ya vimos aquí).


                Existen además rumores que ubican a este personaje en la trama de diversas conspiraciones palaciegas, en la corte inglesa, o en Rusia (donde ayudaría a dar el trono a Catalina “la Grande”). Como nota curiosa, el British Museum dice poseer una Biblia del siglo XV que perteneció al conde de Saint Germain.
                Se decía de él que era hijo del príncipe rumano Francisco Rákóczi II. El comentario se lo debemos al príncipe Karl de Hesse-Kassel y según el infante, fue el mismo conde de Saint Germain quién casualmente se lo confesó a su amigo (muchos consideran que el conde fallecería estando como invitado en la residencia de este príncipe, el 27 de febrero de 1784).
                Como se observa, el propio conde trató de fomentar de él mismo la creencia de que era un gran alquimista, posiblemente el único que había logrado dar con el Elixir de la Vida manteniéndolo eternamente joven. Sus rasgos aniñados eran un gran aliado, aderezados con fantasías que soltaba en forma de perlas insinuando haber sido asesor de la reina de Saba, haber asistido a las bodas de Canaán descritas en la Biblia, al nacimiento de la Francmasonería (siendo el último de los fundadores que continuaba vivo) y a otros hechos históricos pasados.
                La gente que lo trató comenzó a considerarlo como el padre de Jesucristo, el hijo de una princesa de Italia, Francis Bacon, un judío natural de Estrasburgo llamado Simon Wolff, un marqués portugués, un jesuita español que atendía al apelativo de Aymar ¡y hasta Cristóbal Colón!, encontrándolo en diversas fotografías de distintas épocas (muy posiblemente, manipuladas).


Helena Blavatsky (izda), fundadora de la Sociedad Teosófica, posando con el conde de Saint Germain, entre otros, si bien el parecido entre los tres hombres es notable. Richard Chanfray (centro) dijo ser el conde de Saint Germain. También el astrólogo francés Serge Raynaud de la Ferrière (fundador de la Gran Fraternidad Universal, con sede en Caracas) se ha identificado con el conde de Saint Germain (dcha).

 El escritor germano E.M. Oettinger añadirá su contribución a esta rocambolesca historia al publicar en el siglo XIX la biografía de este conde, al que decía conocer, añadiendo confesiones hechas por él a su amigo escritor como que aprendió la Alquimia de Paracelso (s. XVI) en Basilea y la magia de Raymundo Lulio (s.XIV). Como es de suponer, la obra gozó de gran aceptación entre los amantes del misterio, deseosos de conocer al mismísimo conde inmortal del que hablaba el libro. Este escrito pudo motivar que diversos personajes de reconocida fama como Alejandro Dumas, Balzac o Sue admitieran haber coincidido con el conde de Saint Germain en diversas tertulias. Oettinger recogía que la condesa de Adhémar, tras la toma de la Bastilla (Revolución Francesa y en teoría, cinco años después de morir el conde) tuvo una prolongada conversación con el enigmático personaje el mismo día de la muerte de María Antonieta.

Regresando al personaje del siglo XVIII, además del gran carisma que lo hizo frecuentar numerosas cortes europeas, solía amasar grandes fortunas vendiendo elixires para todo tipo de problemas. Sin embargo, nuevamente se hace cierto el dicho de “el diablo se esconde en los detalles” puesto que si prestamos atención a éstos, veremos hechos reveladores. Así, había rumores que hablaban de su peculiar alimentación a base de gotas de oro líquido o de una muy fina harina que parecía ser de avena. Curiosamente ambos elementos podemos encontrarlos en la actualidad como componentes de los tratamientos de belleza más caros, lo que me insinúa el afán de este personaje por combatir los visibles síntomas del paso del tiempo en su rostro.
                Pero si hay algo que me convence definitivamente del carácter embaucador de este personaje viene precisamente de la propia mano del conde de Saint Germain. Y es que resulta que son muchos los que le atribuyen la autoría de una de las obras más simbólicas e iniciáticas de las que se tienen en consideración por “los entendidos”, la denominada “La muy Santa Trinosofía”. De ser cierta tal aseveración, para mi dicho conde “habría caído con todo el equipo” demostrando ser un auténtico embaucador dado a amedrentar dialécticamente… sin saber siquiera de lo que habla. Me explicaré, pasemos a ver algunos párrafos de esta obra considerada sumamente hermética y leamos:

 Vas a penetrar, mi querido Filocal, en el santuario de las ciencias sublimes, mi mano levantará para ti el velo impenetrable que esconde a los ojos del vulgo el tabernáculo, el santuario donde el eterno depositó los secretos de la naturaleza, secretos que él reserva para algunos seres privilegiados, para los elegidos que su gran poder creó para ver, para encumbrarse tras él en la inmensidad de su gloria y desviar sobre la especie humana uno de los rayos que brillan en torno a su trono de oro”.

                Pues bien, con este bonito principio en el que promete compartir el conocimiento absoluto a cualquier lector (algo totalmente impensable entre los verdaderos conocedores de las ciencias esotéricas, así como por los Maestros que se oponen a todo conocimiento que no le llegue al aprendiz por sus propios medios), descubrimos un pequeñísimo detalle bastante evidente a cualquier versado en estos conocimientos … y es que en el tabernáculo no se guardó secreto de la naturaleza alguna, sino que estaba el altar donde únicamente el sacerdote elegido podía acceder para entablar conversación con ÉL, con Dios, en el Sancto sanctorum. Posteriormente allí se guardaría El Arca de la Alianza pero en su interior no se conservaban tales conocimientos, si no las Tablas de los Mandamientos, de atenemos a Las Escrituras.  

                La sorpresa más notable llegará sin embargo hacia el final de esta obra tan esotérica diciendo:
 Atravesé el lugar y subiendo una escalinata de mármol que se encontraba delante de mí, vi con asombro que volvía a entrar en la sala de los tronos (la primera, en la que me había encontrado cuando llegué al palacio de la sabiduría). El altar triangular estaba siempre en el centro de esta sala, pero el pájaro, el altar y la antorcha estaban reunidos y no formaban sino un solo cuerpo. Cerca de ellos descansaba un sol de oro; la espada que yo había llevado de la sala de fuego yacía a algunos pasos de allí sobre los cojines de uno de los tronos.
Tomé la espada y golpeando el sol lo reduje a polvo, luego lo toqué y cada molécula se transformó en un sol de oro semejante a aquel que yo había roto. “¡La obra es perfecta!”, exclamó al instante una voz fuerte y melodiosa. A ese grito los hijos de la luz se apresuraron a reunirse conmigo. Las puertas de la inmortalidad me fueron abiertas, la nube que cubre los ojos de los mortales se disipó, yo vi, y los espíritus que presiden los elementos me reconocieron como su maestro”.

                Bueno, al margen de sus evidentes deseos mesiánicos, claramente el párrafo hace ver que sin duda debió tomarse de otro alquímico ligeramente diferente o que se realizó inspirándose en aquel pues el simbolismo alquímico sí es evidente pero precisamente por éste podemos ver que se encuentra en una etapa de la Gran Obra muy anterior a la etapa final de ésta, que es la de la obtención del oro puro. De hecho, insisto que basándome en el simbolismo del texto, podemos precisar que está en una de las primeras etapas de la vía húmeda, concretamente en la combustión del elemento que llamaban azufre (nada que ver con el de la Tabla Periódica), impuro, al que desea eliminar sus componentes volátiles por sublimación. Por tanto, concluyo que claramente el autor de esta obra ("La muy santa Trinosofía") es un farsante que nada sabe de la Gran Obra Alquímica pero desea hacerse pasar por un gran conocedor del Hermetismo. Así las cosas, coincido con la descripción que de él dio Giacomo Casanova: el rey de los impostores.

Retrato del “don Juan” italiano, Giacomo Casanova. Lo más paradójico de todo es el gran parecido que encuentro entre el italiano (izda) y el conde de Saint Germain pintado en el siglo XVIII (dcha). Anda que si se tratara del mismo personaje…

Concretamente, escribiría sobre él el italiano:
“La más gustosa cena que tuve fue con Madame de Robert Gergi, quien acudió con el famosos aventurero conocido bajo el nombre de Conde de St. Germain. Este individuo, en lugar de comer, habló desde el principio hasta el final del encuentro (…). St Germain se entregó a compartir una serie de maravillas, siempre dirigidas a impresionar, lo cual con frecuencia lograba. Era educado, manejaba distintas lenguas, era notable músico y químico, además de ser bien parecido y manejar un trato perfecto ante las damas (…). Este hombre extraordinario, destinado a ser el rey de los impostores, afirmaba con confianza tener más de 300 años de edad, poseer el secreto de la Medicina Universal, controlar la naturaleza, fundir diamantes (…).”


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