Uno de los elementos más importantes
para la vida es el agua. Hoy escribiré acerca de los problemas que se nos
avecinan en relación con ella, porque el desarrollo industrial y el progreso
desenfrenado en que nos movemos son dos grandes enemigos para este bien común.
Durante mucho tiempo, una mayoría con acceso al agua la ha considerado como un
elemento natural inagotable, y con esa mentalidad se ha usado sin preocupación
alguna haciendo caso omiso a llamadas de prudencia ante la posibilidad de su
agotamiento, hasta llegar al punto de tener un problema grave, porque es un
recurso difícil de generar. Debemos tener muy claro que la cantidad de agua que
hay en La Tierra desde el inicio de los tiempos es una cantidad limitada que
siempre se mantuvo constante y que se estima en un volumen total de 1.500 millones
de kilómetros cúbicos; la mayor parte está en los mares (algo más del 97%), un
pequeño porcentaje de algo más de un 2% permanece en los casquetes polares y en
los glaciares en forma de hielo; no llega al 1% (0,65%) el agua libre del suelo
y las aguas freáticas o subterráneas; un porcentaje aún menor (alrededor del
0,02%) lo integran las aguas superficiales de lagos, ríos, corrientes de agua
dulce y mares encerrados; por último, una pequeña fracción (alrededor del
0,001%) corresponde al agua atmosférica. Esta cantidad siempre ha sido
constante y se ha ido transfiriendo de un tipo o estado a otro mediante el
denominado ciclo del agua, gracias al
cual las aguas de la hidrosfera se transfieren de forma continua a los mares y
actúa sobre ellos el calor del Sol; la Tierra recibe solamente 1/2000 parte de
la radiación solar y a su superficie llega 1,20 calorías por minuto y
centímetro cuadrado. Esta energía radiante evapora el agua, que en forma de vapor
pasa al aire, es transportado por el viento formando nubes y se condensa cuando
sufre un enfriamiento; entonces cae a la superficie terrestre en forma de
lluvia o de nieve y fluye en arroyos y ríos que la acaban devolviendo al mar.
Este proceso continúa
repetidamente formando el llamado ciclo del agua. A juzgar por la edad de los estratos
de la corteza terrestre estos procesos han ido sucediendo desde hace más de
2000 millones de años, moviendo durante ese tiempo la misma cantidad de agua.
La misma molécula de agua que se encuentra en la gota de saliva de una persona
puede haber pasado millones de años en los mares primigenios y miles de años en
los casquetes polares. El problema ahora radica en que cada vez el agua es
menos pura, debido a su uso en agricultura, ganadería, industria, hogares… lo
que obliga a disponer de buenas estaciones de tratamiento de limpieza de las
aguas residuales para eliminar los venenos que la actividad humana deposita en
ellas, además de que su uso va en aumento.
El mayor consumo de
agua corresponde a la industria (más de un 50%), algo menos consume la
agricultura (casi un 40%) y una pequeña parte que no llega al 10% se reparte
entre actividades asociadas a hogares y establecimientos públicos municipales. Y
cada vez se gasta más agua. Impresionan las cotas de consumo a las que han
llegado los países industrializados. En EEUU, primer país industrializado del
mundo, por encima de China, en la década de los 70 del siglo pasado se gastaba
por habitante y día 5000 l, y ya en nuestro siglo esa cantidad se acerca a los
8000 litros. Ese enorme consumo preocupa porque no es sostenible. Se admite que
si pudiera explotarse tan solo la mitad de las aguas corrientes y superficiales
y contar con una posibilidad de reciclado no inferior al 40%, no podríamos
disponer de más de 20.000 kilómetros cúbicos por persona y año; en
consecuencia, la población mundial no podría superar la cota de 10.000 millones
de habitantes, y ya nos estamos aproximando, porque en el 2022 la población
mundial se cifra en 8.000 millones de personas.
Por otro
lado, este problema de limitación de recursos de agua se ha visto complicado por
el gran nivel de contaminación que este medio ha alcanzado en todos los países
industrializados o agrícolas, y sigue creciendo, al aumentar la industria y la
disposición habitacional en forma de urbanizaciones con sus jardines y
piscinas. La contaminación del agua afecta a zonas que hasta hace poco estaban
a salvo de la polución, que siempre es una consecuencia directa de los residuos
urbanos, agrícolas e industriales, arrojados inoportuna y continuamente. No hay
un servicio de control sanitario de lo que sale por nuestros desagües, ni
siquiera de los productos que utilizamos en las lavadoras o limpieza, tampoco por
las clínicas u hospitales, ni en los centros de investigaciones, que además de
aportar veneno al agua pueden causar enfermedades. La misma inquietud se puede
trasladar al campo, donde tanto fertilizantes como pesticidas o plaguicidas,
entre muchos otros, se utilizan también sin un control efectivo. Hay productos usados
en la agricultura, conocidos como duros
o refractarios, que tardan mucho
tiempo en degradarse y cuyo uso debía estar prohibido; sin embargo, se acepta
que se apliquen en campos que estén situados a varias decenas de kilómetros de
un río o del mar, pero al ser más baratos que los biodegradables (se autodestruyen sólo en pocos días) muchos
agricultores los utilizan sin control cerca del mar, envenenando peces y agua;
un claro ejemplo lo tenemos en el deterioro del Mar Menor murciano, que podía
trasladarse a muchas costas o ríos mundiales.
Sobre la industria solo cabe decir que
su incidencia en el problema de contaminación de aguas es aún mayor al utilizan
mayor cantidad del preciado líquido; se usan 160.000 litros para producir una
tonelada de aluminio, 3.000 l para refinar un barril de petróleo crudo, 180.000
litros para preparar una tonelada de papel
y 2.400.000 litros para una tonelada de hule sintético, por poner unos
ejemplos. La gran variedad de industrias produce, utiliza y desecha, multitud
de venenos distintos; y aún no menciono
la maldición de los plásticos. Todo esto conduce a que sea necesario instalar
en las plantas depuradoras tratamientos cada vez más especializados para
eliminar las sustancias peligrosas, pero son tratamientos muy caros y delicados,
y no todas las depuradoras lo aplican; en otro artículo analizaré este arduo
tema.
Las
sustancias peligrosas se llaman contaminantes cuando alcanzan en el agua una
concentración que impide su uso para las actividades para la que servía en su
estado natural. Para fijar esa cantidad hay debate y la realidad es que depende
de cada país. Por ejemplo, en España se acepta que es agua permisible la que
lleve una cantidad de plomo que no supere 0,1 mg por litro; arsénico que no
supere 0,2 mg /l; cromo 0,05 mg/l; cianuro 0,01 mg/l; cobre 0,05 mg/l;
manganeso 0,05 mg/l… Es un tema que
habría que vigilar y controlar permanentemente, porque las sustancias que
acaban en el agua pueden ser muy perjudiciales para la salud. Llegan a ella
como residuos industriales, combustión de motores, desechos urbanos, de
laboratorios y hospitales, de origen agrícola y ganadero o por causas naturales:
volcanes, incendios… De forma general, podemos señalar que muchas de ellas
actúan en los seres vivos inhibiendo reacciones biológicas que se dan en el
ciclo de la vida o intercalándose en la cadena alimentaria y envenenándola.
La Organización Mundial de la
Salud los divide en tres categorías:
·
La primera engloba sustancias cuyo vertido
a la hidrosfera está terminantemente prohibido, como compuestos halogenados
(insecticidas), mercurio, cadmio y sus derivados, petróleo crudo, gasolina y
demás derivados del petróleo, materias plásticas y las sustancias radiactivas.
·
La segunda comprende sustancias que pueden
verterse en la hidrosfera, previa autorización especial, son sustancias que
contienen arsénico, plomo, cinc, cobre, cromo, níquel, vanadio y sus derivados,
y los pesticidas.
·
La
tercera se refiere a sustancias cuyo
vertido al mar está autorizado, como productos ácidos o básicos, y residuos de
cloacas.
Estos datos de una primera clasificación se
han ido incrementando paulatinamente y ahora son muchas las sustancias a
colocar en cada categoría. Un grupo que preocupa bastante son los nitritos
y nitratos provenientes de los fertilizantes agrícolas que acaban en el
ambiente hídrico; se mantiene un duro debate acerca de si adscribirlos en la
primera categoría o en la segunda. Y no son las únicas sustancias sobre las que
existen polémicas. En ese sentido y por su peligrosidad podemos destacar a los derivados
de mercurio, plomo y cromo. Los primeros llegan al agua como residuo de
las fábricas de cloro, plásticos, papeleras, hospitales, pinturas, fungicidas y
centros de investigación; los derivados de plomo provienen de las fábricas de
pinturas, colorantes, baterías y cerámicas; y los últimos, de las pinturas y de
los cromados, principalmente. Los tres atacan a las enzimas del cuerpo humano,
inhibiendo reacciones y produciendo enfermedades como la destrucción de las
células cerebrales y de los riñones. También deben tener un control especial
los fluoruros,
procedentes de las industrias de aluminio, cerámica, metalurgia y plantas de
tratamiento de minerales por calcinación. Por su afinidad con el calcio entra a
formar parte con él en la estructura ósea del cuerpo, produciendo lesiones en
huesos y dentadura, y cuando los satura pasa a los tejidos blandos, endureciendo
las arterias; también afecta al mecanismo hormonal de las coníferas y de los
bosques en general. Igual control riguroso deben tener los cianuros, que llegan al
agua como residuos de insecticidas y plaguicidas; a dosis débiles, provoca en
los seres vivos perturbación de la fórmula sanguínea produciendo trastornos
cardio-respiratorios, y al aumentar la concentración evita que el oxígeno se
acople a la hemoglobina, lo que disminuye el transporte del oxígeno por sangre
ocasionando trastornos cerebrales y cardiacos, pudiendo llegar a la muerte “por
asfixia”. También los arseniatos y los fosfatos son sustancias
peligrosas que llegan al agua como residuos industriales, también por los
detergentes y blanqueadores; interfieren igualmente en la acción enzimática del
cuerpo humano y junto a los nitratos tienen incidencia directa en los ríos y
lagos, de manera que su efecto nutritivo favorece el crecimiento de las plantas
acuáticas, alterando el equilibrio ecológico del medio, ya que la acumulación
de grandes masas vegetales en el fondo de los lagos, cuando mueren, acaba con
el oxígeno disuelto en el agua; este proceso, denominado eutrofización, deja al agua sin oxígeno y elimina la vida acuática
al consumir las bacterias anaerobias el oxígeno a mayor velocidad de la que
necesitan las bacterias para descomponer los restos vegetales del suelo, lo que
conduce a la fermentación de los productos orgánicos del fondo, proceso en el
que se libera metano y acido sulfhídrico, que hace aumentar la pestilencia
(olor a huevos podridos) y la toxicidad del ambiente. Como resultado la fauna
muere y el agua se degrada. Este proceso se facilita cuando se calienta el agua
por el vertido de las aguas calientes de refrigeración de las centrales
eléctricas.
El agua también se degrada cuando
aumenta la concentración de contaminantes como mercurio, plomo y cadmio. Penoso
ejemplo ocurrió en el lago Erie (en la frontera entre EEUU y Canadá con una
superficie de 25.744 km²) cuando en este paraje virginal entre montañas se
colocaron urbanizaciones y comenzaron a llegar a él los vertidos industriales
de los un polígono de Detroit y Cleveland, con sus fábricas de coches, de pinturas y papeleras, entre otras, que
eliminaron la vida en el lago encontrándose en los peces muertos diez veces más
de la cantidad de mercurio permitida, cabe recordar que este metal no lo
elimina el cuerpo humano. Igual ocurrió en la Bahía de Minamata (Japón), con efectos
terribles en la fauna hídrica al envenenarse los peces, veneno que pasó a los
pescadores de la costa que faenaban en esas aguas, ya que al comer pescado
envenenado muchos sufrieron parálisis cerebral y muerte.
Cuando por una o varias de estas
circunstancias se tiene un río o un lago muertos, su recuperación entraña
enormes dificultades, como estamos viendo en nuestro degradado Mar Menor. Otro
tipo de contaminantes peligrosos son antibióticos y
fármacos, contaminantes
que llegan al agua de forma creciente por su excesivo e incontrolado consumo
por parte del ser humano, a través de nuestros excrementos; también por los
desechos de la actividad ganadera y agrícola, ya que suelen usarse para tratar
animales y plantas. Igual ocurre con los microorganismos patógenos que proceden
de los desechos fecales y que podrían eliminarse, en su mayoría, tratando las
aguas de desecho con cloro o luz ultravioleta. Pero son muchos los colectores
que vierten directamente las aguas sucias al mar o a un río. A lo largo de la
historia estos microorganismos han contaminado el agua y han castigado
duramente a grandes ciudades como Nápoles. No hace falta recordar que fue la
última ciudad europea que padeció una epidemia de cólera en 1873, y que en
fechas muy cercanas, por ejemplo en el 2007, el ejército tuvo que intervenir
para retirar la acumulación de toneladas de basura; esta ciudad está declarada
como en "emergencia" por las autoridades italianas, si bien parece tratarse
de una emergencia crónica, pues ya va para quince años. La situación de los
colectores por los que vierten las aguas sucias al mar, de los que más de la
mitad no tiene ni siquiera filtro, hizo que en la bahía de Nápoles se detectara
¡en el agua de mar! la bacteria Vibrio
cholerse productora de la enfermedad, pero lo peor era que más arriba, en
las aguas de Pozzuoli están los más grandes cultivos de mejillones, y ese
molusco es como una esponja que filtra el agua que pasa a su través, pero la
bacteria queda dentro, así que cualquiera que coma estos mejillones infestados
puede adquirir la enfermedad; y no es ese el único problema sanitario de esa
ciudad pues se calcula que hay en la actualidad unas 2.600 toneladas de basura amontonada en
vertederos y túmulos, buen hábitat para las ratas. Los napolitanos prenden fuego a las montañas de desechos, desesperados por los olores, lo que provoca la
emisión de dioxinas y otras sustancias cancerígenas, que ya han pasado a la
carne, la grasa y la leche de las ovejas, provocando que estas intoxicaciones
se trasladen a otros lugares. Y no solamente se ha detectado el cólera en el
medio hídrico pues otras ciudades de distintos países con problemas análogos, han
detectado en sus aguas la Shigella que
produce disentería, la salmonella tipy que produce fiebres
tifoideas, así como las bacterias Salmonella,
Proteus,… que producen
gastroenteritis, o Recherichia coli, que
produce diarrea infantil, entre otras bacterias… pero parece que son muchos los
habitantes de las ciudades que no les importa
No quiero cerrar este
primer artículo sin mencionar a los plásticos. Estas sustancias, al
igual que el petróleo, la gasolina, disolventes o detergentes, entre otras,
presentan estructuras moleculares tan complejas que los microorganismos
aerobios encargados de destruirlos no pueden degradarlas. El caso de los plásticos es
especialmente alarmante, ya que los desechos de su alta producción y consumo
diarios acaban depositándose en campos, ríos, mares y océanos. Su destrucción
es tan lenta y su concentración tan grande que contaminarán durante mucho
tiempo el medio ambiente: una bolsa de plástico tarda en degradarse 150 años y
una botella PET como
las de agua mineral, puede tardar 1.000 años en desaparecer. Durante el tiempo
de degradación sus residuos venenosos pueden llegar al ser vivo por varios
caminos: se pueden filtrar con la lluvia a las aguas de la capa freática de
donde sacamos nuestro agua potable, o ir disueltos en aguas fluviales o de
lagos que también se usan para la bebida, tanto de humanos como de animales,
con lo que sus venenos residuales pasan a ellos y finalmente a nosotros a
través de la cadena alimenticia.
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