miércoles, 23 de marzo de 2022

La importancia y precariedad del agua en el Medio Ambiente

       Uno de los elementos más importantes para la vida es el agua. Hoy escribiré acerca de los problemas que se nos avecinan en relación con ella, porque el desarrollo industrial y el progreso desenfrenado en que nos movemos son dos grandes enemigos para este bien común. Durante mucho tiempo, una mayoría con acceso al agua la ha considerado como un elemento natural inagotable, y con esa mentalidad se ha usado sin preocupación alguna haciendo caso omiso a llamadas de prudencia ante la posibilidad de su agotamiento, hasta llegar al punto de tener un problema grave, porque es un recurso difícil de generar. Debemos tener muy claro que la cantidad de agua que hay en La Tierra desde el inicio de los tiempos es una cantidad limitada que siempre se mantuvo constante y que se estima en un volumen total de 1.500 millones de kilómetros cúbicos; la mayor parte está en los mares (algo más del 97%), un pequeño porcentaje de algo más de un 2% permanece en los casquetes polares y en los glaciares en forma de hielo; no llega al 1% (0,65%) el agua libre del suelo y las aguas freáticas o subterráneas; un porcentaje aún menor (alrededor del 0,02%) lo integran las aguas superficiales de lagos, ríos, corrientes de agua dulce y mares encerrados; por último, una pequeña fracción (alrededor del 0,001%) corresponde al agua atmosférica. Esta cantidad siempre ha sido constante y se ha ido transfiriendo de un tipo o estado a otro mediante el denominado ciclo del agua, gracias al cual las aguas de la hidrosfera se transfieren de forma continua a los mares y actúa sobre ellos el calor del Sol; la Tierra recibe solamente 1/2000 parte de la radiación solar y a su superficie llega 1,20 calorías por minuto y centímetro cuadrado. Esta energía radiante evapora el agua, que en forma de vapor pasa al aire, es transportado por el viento formando nubes y se condensa cuando sufre un enfriamiento; entonces cae a la superficie terrestre en forma de lluvia o de nieve y fluye en arroyos y ríos que la acaban devolviendo al mar.


          Este proceso continúa repetidamente formando el llamado ciclo del agua. A juzgar por la edad de los estratos de la corteza terrestre estos procesos han ido sucediendo desde hace más de 2000 millones de años, moviendo durante ese tiempo la misma cantidad de agua. La misma molécula de agua que se encuentra en la gota de saliva de una persona puede haber pasado millones de años en los mares primigenios y miles de años en los casquetes polares. El problema ahora radica en que cada vez el agua es menos pura, debido a su uso en agricultura, ganadería, industria, hogares… lo que obliga a disponer de buenas estaciones de tratamiento de limpieza de las aguas residuales para eliminar los venenos que la actividad humana deposita en ellas, además de que su uso va en aumento.

El mayor consumo de agua corresponde a la industria (más de un 50%), algo menos consume la agricultura (casi un 40%) y una pequeña parte que no llega al 10% se reparte entre actividades asociadas a hogares y establecimientos públicos municipales. Y cada vez se gasta más agua. Impresionan las cotas de consumo a las que han llegado los países industrializados. En EEUU, primer país industrializado del mundo, por encima de China, en la década de los 70 del siglo pasado se gastaba por habitante y día 5000 l, y ya en nuestro siglo esa cantidad se acerca a los 8000 litros. Ese enorme consumo preocupa porque no es sostenible. Se admite que si pudiera explotarse tan solo la mitad de las aguas corrientes y superficiales y contar con una posibilidad de reciclado no inferior al 40%, no podríamos disponer de más de 20.000 kilómetros cúbicos por persona y año; en consecuencia, la población mundial no podría superar la cota de 10.000 millones de habitantes, y ya nos estamos aproximando, porque en el 2022 la población mundial se cifra en 8.000 millones de personas.
            Por otro lado, este problema de limitación de recursos de agua se ha visto complicado por el gran nivel de contaminación que este medio ha alcanzado en todos los países industrializados o agrícolas, y sigue creciendo, al aumentar la industria y la disposición habitacional en forma de urbanizaciones con sus jardines y piscinas. La contaminación del agua afecta a zonas que hasta hace poco estaban a salvo de la polución, que siempre es una consecuencia directa de los residuos urbanos, agrícolas e industriales, arrojados inoportuna y continuamente. No hay un servicio de control sanitario de lo que sale por nuestros desagües, ni siquiera de los productos que utilizamos en las lavadoras o limpieza, tampoco por las clínicas u hospitales, ni en los centros de investigaciones, que además de aportar veneno al agua pueden causar enfermedades. La misma inquietud se puede trasladar al campo, donde tanto fertilizantes como pesticidas o plaguicidas, entre muchos otros, se utilizan también sin un control efectivo. Hay productos usados en la agricultura, conocidos como duros o refractarios, que tardan mucho tiempo en degradarse y cuyo uso debía estar prohibido; sin embargo, se acepta que se apliquen en campos que estén situados a varias decenas de kilómetros de un río o del mar, pero al ser más baratos que los biodegradables (se autodestruyen sólo en pocos días) muchos agricultores los utilizan sin control cerca del mar, envenenando peces y agua; un claro ejemplo lo tenemos en el deterioro del Mar Menor murciano, que podía trasladarse a muchas costas o ríos mundiales.


                 Sobre la industria solo cabe decir que su incidencia en el problema de contaminación de aguas es aún mayor al utilizan mayor cantidad del preciado líquido; se usan 160.000 litros para producir una tonelada de aluminio, 3.000 l para refinar un barril de petróleo crudo, 180.000 litros para preparar una tonelada de papel  y 2.400.000 litros para una tonelada de hule sintético, por poner unos ejemplos. La gran variedad de industrias produce, utiliza y desecha, multitud de  venenos distintos; y aún no menciono la maldición de los plásticos. Todo esto conduce a que sea necesario instalar en las plantas depuradoras tratamientos cada vez más especializados para eliminar las sustancias peligrosas, pero son tratamientos muy caros y delicados, y no todas las depuradoras lo aplican; en otro artículo analizaré este arduo tema.

            Las sustancias peligrosas se llaman contaminantes cuando alcanzan en el agua una concentración que impide su uso para las actividades para la que servía en su estado natural. Para fijar esa cantidad hay debate y la realidad es que depende de cada país. Por ejemplo, en España se acepta que es agua permisible la que lleve una cantidad de plomo que no supere 0,1 mg por litro; arsénico que no supere 0,2 mg /l; cromo 0,05 mg/l; cianuro 0,01 mg/l; cobre 0,05 mg/l; manganeso 0,05 mg/l…  Es un tema que habría que vigilar y controlar permanentemente, porque las sustancias que acaban en el agua pueden ser muy perjudiciales para la salud. Llegan a ella como residuos industriales, combustión de motores, desechos urbanos, de laboratorios y hospitales, de origen agrícola y ganadero o por causas naturales: volcanes, incendios… De forma general, podemos señalar que muchas de ellas actúan en los seres vivos inhibiendo reacciones biológicas que se dan en el ciclo de la vida o intercalándose en la cadena alimentaria y envenenándola.


La Organización Mundial de la Salud los divide en tres categorías:

·         La primera engloba sustancias cuyo vertido a la hidrosfera está terminantemente prohibido, como compuestos halogenados (insecticidas), mercurio, cadmio y sus derivados, petróleo crudo, gasolina y demás derivados del petróleo, materias plásticas y las sustancias radiactivas.

·         La segunda comprende sustancias que pueden verterse en la hidrosfera, previa autorización especial, son sustancias que contienen arsénico, plomo, cinc, cobre, cromo, níquel, vanadio y sus derivados, y los pesticidas.

·         La tercera se refiere a sustancias cuyo vertido al mar está autorizado, como productos ácidos o básicos, y residuos de cloacas.

      Estos datos de una primera clasificación se han ido incrementando paulatinamente y ahora son muchas las sustancias a colocar en cada categoría. Un grupo que preocupa bastante son los nitritos y nitratos provenientes de los fertilizantes agrícolas que acaban en el ambiente hídrico; se mantiene un duro debate acerca de si adscribirlos en la primera categoría o en la segunda. Y no son las únicas sustancias sobre las que existen polémicas. En ese sentido y por su peligrosidad podemos destacar a los derivados de mercurio, plomo y cromo. Los primeros llegan al agua como residuo de las fábricas de cloro, plásticos, papeleras, hospitales, pinturas, fungicidas y centros de investigación; los derivados de plomo provienen de las fábricas de pinturas, colorantes, baterías y cerámicas; y los últimos, de las pinturas y de los cromados, principalmente. Los tres atacan a las enzimas del cuerpo humano, inhibiendo reacciones y produciendo enfermedades como la destrucción de las células cerebrales y de los riñones. También deben tener un control especial los fluoruros, procedentes de las industrias de aluminio, cerámica, metalurgia y plantas de tratamiento de minerales por calcinación. Por su afinidad con el calcio entra a formar parte con él en la estructura ósea del cuerpo, produciendo lesiones en huesos y dentadura, y cuando los satura pasa a los tejidos blandos, endureciendo las arterias; también afecta al mecanismo hormonal de las coníferas y de los bosques en general. Igual control riguroso deben tener los cianuros, que llegan al agua como residuos de insecticidas y plaguicidas; a dosis débiles, provoca en los seres vivos perturbación de la fórmula sanguínea produciendo trastornos cardio-respiratorios, y al aumentar la concentración evita que el oxígeno se acople a la hemoglobina, lo que disminuye el transporte del oxígeno por sangre ocasionando trastornos cerebrales y cardiacos, pudiendo llegar a la muerte “por asfixia”. También los arseniatos y los fosfatos son sustancias peligrosas que llegan al agua como residuos industriales, también por los detergentes y blanqueadores; interfieren igualmente en la acción enzimática del cuerpo humano y junto a los nitratos tienen incidencia directa en los ríos y lagos, de manera que su efecto nutritivo favorece el crecimiento de las plantas acuáticas, alterando el equilibrio ecológico del medio, ya que la acumulación de grandes masas vegetales en el fondo de los lagos, cuando mueren, acaba con el oxígeno disuelto en el agua; este proceso, denominado eutrofización, deja al agua sin oxígeno y elimina la vida acuática al consumir las bacterias anaerobias el oxígeno a mayor velocidad de la que necesitan las bacterias para descomponer los restos vegetales del suelo, lo que conduce a la fermentación de los productos orgánicos del fondo, proceso en el que se libera metano y acido sulfhídrico, que hace aumentar la pestilencia (olor a huevos podridos) y la toxicidad del ambiente. Como resultado la fauna muere y el agua se degrada. Este proceso se facilita cuando se calienta el agua por el vertido de las aguas calientes de refrigeración de las centrales eléctricas.


       El agua también se degrada cuando aumenta la concentración de contaminantes como mercurio, plomo y cadmio. Penoso ejemplo ocurrió en el lago Erie (en la frontera entre EEUU y Canadá con una superficie de 25.744 km²) cuando en este paraje virginal entre montañas se colocaron urbanizaciones y comenzaron a llegar a él los vertidos industriales de los un polígono de Detroit y Cleveland, con sus fábricas de coches,  de pinturas y papeleras, entre otras, que eliminaron la vida en el lago encontrándose en los peces muertos diez veces más de la cantidad de mercurio permitida, cabe recordar que este metal no lo elimina el cuerpo humano. Igual ocurrió en la Bahía de Minamata (Japón), con efectos terribles en la fauna hídrica al envenenarse los peces, veneno que pasó a los pescadores de la costa que faenaban en esas aguas, ya que al comer pescado envenenado muchos sufrieron parálisis cerebral y muerte.


    Cuando por una o varias de estas circunstancias se tiene un río o un lago muertos, su recuperación entraña enormes dificultades, como estamos viendo en nuestro degradado Mar Menor. Otro tipo de contaminantes peligrosos son antibióticos y fármacos, contaminantes que llegan al agua de forma creciente por su excesivo e incontrolado consumo por parte del ser humano, a través de nuestros excrementos; también por los desechos de la actividad ganadera y agrícola, ya que suelen usarse para tratar animales y plantas. Igual ocurre con los microorganismos patógenos que proceden de los desechos fecales y que podrían eliminarse, en su mayoría, tratando las aguas de desecho con cloro o luz ultravioleta. Pero son muchos los colectores que vierten directamente las aguas sucias al mar o a un río. A lo largo de la historia estos microorganismos han contaminado el agua y han castigado duramente a grandes ciudades como Nápoles. No hace falta recordar que fue la última ciudad europea que padeció una epidemia de cólera en 1873, y que en fechas muy cercanas, por ejemplo en el 2007, el ejército tuvo que intervenir para retirar la acumulación de toneladas de basura; esta ciudad está declarada como en "emergencia" por las autoridades italianas, si bien parece tratarse de una emergencia crónica, pues ya va para quince años. La situación de los colectores por los que vierten las aguas sucias al mar, de los que más de la mitad no tiene ni siquiera filtro, hizo que en la bahía de Nápoles se detectara ¡en el agua de mar! la bacteria Vibrio cholerse productora de la enfermedad, pero lo peor era que más arriba, en las aguas de Pozzuoli están los más grandes cultivos de mejillones, y ese molusco es como una esponja que filtra el agua que pasa a su través, pero la bacteria queda dentro, así que cualquiera que coma estos mejillones infestados puede adquirir la enfermedad; y no es ese el único problema sanitario de esa ciudad pues se calcula que hay en la actualidad unas 2.600 toneladas de basura amontonada en vertederos y túmulos, buen hábitat para las ratas. Los napolitanos prenden fuego a las montañas de desechos, desesperados por los olores, lo que provoca la emisión de dioxinas y otras sustancias cancerígenas, que ya han pasado a la carne, la grasa y la leche de las ovejas, provocando que estas intoxicaciones se trasladen a otros lugares. Y no solamente se ha detectado el cólera en el medio hídrico pues otras ciudades de distintos países con problemas análogos, han detectado en sus aguas la Shigella que produce disentería, la salmonella tipy que produce fiebres tifoideas, así como las bacterias Salmonella,  Proteus,… que producen gastroenteritis, o Recherichia coli, que produce diarrea infantil, entre otras bacterias… pero parece que son muchos los habitantes de las ciudades que no les importa


     No quiero cerrar este primer artículo sin mencionar a los plásticos. Estas sustancias, al igual que el petróleo, la gasolina, disolventes o detergentes, entre otras, presentan estructuras moleculares tan complejas que los microorganismos aerobios encargados de destruirlos no pueden degradarlas. El caso de los plásticos es especialmente alarmante, ya que los desechos de su alta producción y consumo diarios acaban depositándose en campos, ríos, mares y océanos. Su destrucción es tan lenta y su concentración tan grande que contaminarán durante mucho tiempo el medio ambiente: una bolsa de plástico tarda en degradarse 150 años y una botella PET como las de agua mineral, puede tardar 1.000 años en desaparecer. Durante el tiempo de degradación sus residuos venenosos pueden llegar al ser vivo por varios caminos: se pueden filtrar con la lluvia a las aguas de la capa freática de donde sacamos nuestro agua potable, o ir disueltos en aguas fluviales o de lagos que también se usan para la bebida, tanto de humanos como de animales, con lo que sus venenos residuales pasan a ellos y finalmente a nosotros a través de la cadena alimenticia.



No hay comentarios:

Publicar un comentario