martes, 24 de enero de 2017

El hombre que nunca existio

Hay sucesos importantes en la historia que pasan un tanto desapercibidos o son desconocidos. Cuando en una determinada época o situación ocurrió un acontecimiento importante que ha cambiado el devenir de la historia, con frecuencia no conocemos las causas reales que motivaron esa situación o ese acontecimiento.
En época de conflicto bélico, estos casos adquieren una importancia muy relevante,  porque de su acierto o desacierto, de su triunfo o derrota se puede decantar la suerte de la guerra hacia un lado o el otro.


Hoy vamos a analizar uno de los casos más decisivos que ocurrieron en la Segunda Guerra Mundial. En esta última gran guerra se midieron dos bandos, las potencias del eje que representaban gobiernos dictatoriales (Alemania, Italia y Japón) contra los países democráticos representados principalmente por Inglaterra, Francia y EEUU. Cierto es que no cito a Rusia, mejor dicho, a la Unión de Repúblicas Socialistas  Soviéticas (U.R.S.S.) pero es que a este gran país sería difícil ubicarlo entonces. Si al final estuvo en el bando de los demócratas, de los vencedores, no fue por decisión propia, sino porque Adolf Hitler rompió el pacto que había suscrito con el dictador Stalin, invadiendo su país, por lo que al bolchevique no le quedó más remedio que alinearse con los “buenos”. Hay que decir que le vino muy bien, porque al cambiar de bando se puso bajo el paraguas de la enorme ayuda militar de ese país que  crecía y se estaba construyendo, que era los Estados Unidos de América (EE.UU.). Hablemos un poco de la situación de los dos países entonces.

Ejército alemán versus ejército norteamericano.

En aquél 1939, año en que comenzó la Segunda Gran Guerra, la URSS era un país anárquico y en crisis que aún no había superado las secuelas de la Revolución de Octubre de 1917. Cierto es que los comunistas habían accedido al poder bajo la ideología de Marx, dirigidos por Vladimir Lenin, pero no lo habían hecho con la unidad de un partido, ya que las diferentes familias bolcheviques peleaban descarnadamente por el poder, y las  represiones y ajusticiamientos estaban a la orden del día. La muerte de Lenin en 1924 fragmentó al partido del poder en dos grandes grupos que sobresalían sobre una docena de grupos minoritarios que vivían como satélites de éstos. A su frente había dos líderes socialistas: León Trotski y Lósif Stalin. El enfrentamiento entre ambos era inevitable y estos años de lucha los pagó el pueblo, que moría de hambre, ya que evitó que se realizaran las oportunas reformas que necesitaba el país para que su gente pudiera ante todo, comer. En esta liza triunfó Stalin y acabó, en 1929, con el destierro de Trotski de la Unión Soviética. Años después fue asesinado por un comunista español en Coyoacan, México. Con la llegada de Stalin al poder se inicia una serie de políticas de industrialización y centralización con las que se pretende la colectivización del campo, lo que provoca que muchos pequeños propietarios tengan que entregar sus tierras al estado.

De izquierda a derecha, Stalin, Lenin y Trotsky. Los tres líderes soviéticos, en la Plaza Roja de Moscú, en 1919.

Pronto hubo un levantamiento contra Stalin, iniciado por el sector agrícola, que trajo como consecuencia el freno de la producción de alimentos, provocando la gran hambruna de 1932-1933 que tantos millares de muertos produjo. Lejos de que el dictador bolchevique buscara consenso para solucionar la revuelta, la aprovechó para iniciar una campaña de terrible represión contra supuestos enemigos del Estado (es decir, de su gobierno), que finalizó con la ejecución de cientos de miles de personas y la deportación a los gulags (campos de concentración) de Siberia de miles de rusos, incluyendo a simpatizantes de Trotski y a líderes del Ejército Rojo acusados de traición. La ejecución de mandos importantes del Ejército Rojo le sumió en una gran anarquía al no quedar oficiales de escuela para dirigirlo. En su lugar, Stalin colocó a jefes políticos, que sabían muy poco de táctica militar o de mando, pero que andaban sobrados de violencia y rencor. Esa era la situación pocos años antes de comenzar la Segunda Guerra Mundial. Stalin se había blindado en el poder y ejecutaba a cualquier persona, dirigente o mando que no le jurara amor eterno. De hecho, tenía tanto temor por las decisiones democráticas que no aceptó la propuesta que le hizo Francia e Inglaterra, a finales de 1937, para formar una coalición tripartita frente a Alemania, más preocupado porque se propagaran en su país los aires democráticos de estos países, firmando en cambio el Pacto de No Agresión, en 1939 con Hitler para poder atacar y subyugar a países que pertenecieron al antiguo imperio ruso, como Polonia, Finlandia y algunas repúblicas bálticas. En 1939 los rusos tenían un ejército infinito, muy mal aprovisionado, con armamento deficiente, corto y limitado (cuando atacaban iban dos soldados juntos con un sólo fusil, de forma que cuando cayera uno el otro tomase el arma y siguiera peleando), con falta de oficiales que lo dirigiesen, pero con mandos sumamente sanguinarios. Los soldados, para los jefes políticos de Stalin, eran como animales que tenían que avanzar y morir. Era el único ejército que tras iniciar el bombardeo a una posición enemiga, mantenía el “fuego amigo” hasta que penetraran en la posición sus soldados; de ahí que muchos soldados rusos muriesen por sus propias bombas.

Trotski pasando revista al Ejército Rojo (izquierda). Infantería femenina soviética (centro). El Ejército Rojo toma Berlín (derecha) dando por finalizada la IIGM.

EEUU era, en 1939, un país que estaba naciendo industrialmente, con unos recursos y un potencial incalculable, pero todavía sin hacer. De hecho, si en la batalla de Midway de 1942 (seis meses después del ataque japonés a Pearl Harbor), no llegan a estar, afortunadamente, los dioses en contra de los japoneses, la derrota norteamericana hubiera sido sonada y hubiera costado mucho tiempo recuperarse, ya que no habría podido pelear por las islas del Pacífico. Y algo más, porque la victoria de Midway  permitió a EEUU avanzar y desarrollar todo su gran poderío industrial, del que ya se estaba beneficiando el  Reino Unido y del que pronto se beneficiaría la Unión Soviética. Con esa ayuda se asentó el régimen de Stalin y su enorme país empezó a convertirse en una futura potencia.
La entrada de Stalin en la guerra contra Alemania fue un factor clave para ir decantando la balanza a favor de los aliados, pero es importante señalar que la victoria o la derrota de un bando o de otro dependía además de la rapidez en concluir el conflicto, porque, si bien Alemania tenía enfrente a casi todo el mundo, hay que señalar que además de un ejército profesional y con grandes jefes, también tenía brillantes cerebros en la sombra. De ella nacieron los primeros prototipos de cohetes y misiles, pero además sus grandes científicos avanzaban rápidamente en el campo de la fisión nuclear y se acercaba la fecha en que podrían crear una bomba atómica. Si esto hubiera ocurrido, el final de la guerra podía haber sido diferente. Por ello urgía evitar que Alemania dispusiese de ese tiempo de investigación armamentística y para ello era importante arrinconarla y derrotarla lo antes posible. La apertura del frente del este supuso una fragmentación del castigado y cansado ejército alemán, que debía frenar el avance del ejército rojo, pero para ese progreso se produjera era importante que se abrieran nuevos frentes al sur y al oeste de Europa. De ahí la gran importancia del desembarco aliado en Sicilia, en julio de 1943, un año antes que en Normandía.

El armamento nazi era sumamente avanzado para su época. Hitler no sólo supo hacerse con un equipo científico brillante (recordemos que Albert Einstein emigró por negarse a ser parte de éste), sino que usó a su favor “cortinas de humo” fantasiosas para poder experimentar a su gusto, sin que otras naciones fueran conscientes de sus planes, como muestro en mi exitoso libro “Hitler quiere el Grial”.

Poco se sabe de este evento. De hecho casi nada comparado con el de Normandía y creo que pudo ser más clave éste que el francés, ya que en la fase previa consiguieron engañar al mando alemán haciéndoles creer que iban a desembarcar en Cerdeña, muy lejos del lugar real (Sicilia), lo que hizo que tuvieran que desplazar a ejércitos experimentados, con buenos jefes militares, que se hubieran necesitado después.
Se desconoce bastantes aspectos del proceso de elección de sitio y de la ejecución. Muy pocos saben que el régimen del general Franco tuvo, sin saberlo, mucho que ver con el éxito de esa empresa. Los aliados prepararon un plan (Operación Mincemeat, “carne picada”) para despistar al ejército alemán. Para ello, el servicio secreto inglés preparó un hundimiento frente a las costas de Cádiz, del que apareció en la playa, un cadáver que portaba una documentación muy completa y sumamente secreta de los planes de desembarco aliado en Cerdeña.

Documentación de William Martin, la falsa identidad que se le dio al cadáver de un mendigo londinense abandonado en una playa gaditana.

La verdad fue que en la noche del 19 de abril de 1943 un submarino británico transportó al muerto a la playa. Recogido por la fuerza armada española, pronto fue informado el gobierno de los papeles que portaba el cadáver, enviando rápidamente copia de ellos a Hitler, que afortunadamente picó el anzuelo. Pronto se ordenó concentrar tropas alemanas en Cerdeña y frente a ella, trasladando allí a los ejércitos alemanes del sur, que tanto hubieran necesitado para repeler el verdadero desembarco aliado en Sicilia. Con esta triquiñuela, el verdadero desembarco aliado transcurrió más favorablemente al no tener en frente al ejército alemán y a los blindados del sur. Como testigo de la hazaña quedó una película, titulada “El hombre que nunca existió” y que pasó con más pena que gloria, a pesar de que era una buena película. No exagero cuando señalo la importancia de este desembarco. Cierto era que la buena estrella alemana se estaba eclipsando tras la desastrosa intervención en Rusia, que al romper el Pacto con Stalin, colocó al inmenso pueblo ruso en el otro bando, lo que sentenció prácticamente al régimen nazi a la derrota. Sin embargo y, aún a riesgo de ser pesada, reitero que la rapidez con finalizar la guerra fue la baza fundamental para la derrota nazi, ya que gran parte de su armamento “estrella” quedó por estrenar e incluso por llegarse a fabricar más allá del prototipo. De ahí la importancia del éxito en el desembarco de Sicilia y de las personas que lo lograron.

Hubo una persona clave en el éxito de aquel gran desembarco. Está en el cementerio de Huelva. Allí descansa William Martin, el hombre que realizó el gran engaño y que ganó, después de muerto, una de la más importantes batallas de la Segunda Guerra Mundial (aunque nunca llegase a alistarse). Él fue el hombre que nunca existió.


10 comentarios:

  1. Interesante trabajo, Valeria. Ha hecho una descripción exacta de la realidad de 1939. Su análisis ha sido muy acertado de la situación y de lo que supuso la Segunda Gran Guerra. Nuestras felicitaciones.

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  2. Conocíamos la historia de Martín, pero la ha encauzado muy bien en la realidad de aquella época. Un artículo completo.

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  3. Ha hecho un razonamiento brillante deduciendo, acertadamente, la importancia del desembarco aliado en Italia. Estoy de acuerdo con Ud en que fue decisivo. Nos ha gustado su desarrollo.

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  4. Muy ajustada la valoración que hace del triunfo americano sobre Japón,pero es cierto que tuvo toda la ayuda de los santos y toda la suerte del mundo en Midway, que decidió prácticamente la guerra. Interesante trabajo.

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  5. No conocia a fondo la historia. Sólo que el desembarco de Sicilia fue el resultado de una trama que al final despistaron a los alemanes. Me ha gustado conocer la historia verdadera de lo que pasó. Gracias.

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  6. Me ha gustado el análisis y la visión que da en su artículo de las dos superpotencias, así como la radiografía que hace de la situación final de la Segunda Guerra Mundial. Muy exacta y concluyente.

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    1. Gracias por sus comentarios Sres De la Seca, Benitez, Aróstegui, Candau y Rodríguez, y Sra. Gutiérrez. Me agrada que valoren mi artículo como veraz y acertado. Y siempre me satisface que les puedan servir para ampliar información o para establecer enriquecedores debates. Gracias por su fidelidad.

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  7. No estoy de acuerdo con lo que dices sobre Midway. Si hubiera perdido la batalla EEUU se hubiera recuperado pronto.

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  8. Pienso que pensó mal el mucho power americano cuando diga su opinión sobre el final resultado de la Gerra. No ganaron porque tenieron suerte. Fue más.

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  9. Gracias por sus comentarios, Sres Weisley y Stephen y les comento. En ningún lugar de mi artículo he señalado que los Estados Unidos estuvieron en riesgo de perder la guerra frente a Japón. Todo lo contrario, he dicho que el gran potencial futuro que tenía ese país hubiera decantado la batalla de su lado, sólo que de no haber tenido la suerte a su favor en Midway, la victoria hubiera sido aún mucho más costosa y se habría alargado más en el tiempo (dando la baza a Alemania para estrenar armas verdaderamente avanzadas, que nunca llegaron a ser usadas).
    Si leen la historia de Midway -o ven la película de ese nombre que Hollywood lanzó en la década de los setenta con un gran elenco de actores, entre los que estaba mi admirado Charlton Heston- constatarán que si no hubiesen encontrado casualmente las claves de transmisiones niponas que les permitió prepararse y emboscar a los japoneses, esa batalla pudo haber acabado de otra forma. Otro gran golpe de fortuna de los norteamericanos, fue el curioso hecho de que el único avión japonés de reconocimiento que vio la flota americana tenía estropeada la radio, por lo que no pudo informar a su gente. ¿Se imaginan cómo hubiera actuado el brillante almirante japonés Yamamoto - que ya había dado muestras de su valía en la batalla del Mar del Coral, un mes antes- o qué hubiera hecho el Almirante Naguno con sus cuatro portaviones (Akagi, Kaga, Hiryū y el Sōryū), si hubiera conocido que la flota norteamericana, más débil, estaba a escasas millas marinas?. Posiblemente el resultado de esa batalla podría haber sido otro bien distinto. Y sigo apelando a la suerte, como una buena y afortunada aliada de la escuadra estadounidense, porque meses después también la tuvo afortunadamente a favor en la batalla de Leyte, en Filipinas, esta vez colocando en el momento crucial a un inepto almirante japonés, Takeo Kurita, que en el momento clave de la batalla, en la Bahía de Samar, cuando tenía prácticamente la batalla ganada y a la mayoría de los portaviones norteamericanos indefensos a tiro. Pero, de forma incomprensible, ordenó retirarse. En ambas batallas los japoneses podían haber logrado la hegemonía en el Pacífico, y si eso hubiera ocurrido, desgraciadamente, seguro que hubiera costado mucho más a los norteamericanos vencerles. Les hubieran obligado a tirar las bombas atómicas antes.
    Un saludo.

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