Posiblemente muchas personas piensen en la serie de películas de coches rápidos, fugitivos musculados de brazos más anchos que sus piernas, chicas guapas y diálogos más bien simplones cuando escuchen las palabras “fast and furious”, “rápido y furioso”. Reconozco que sí las he visto por pasar un rato entretenido, si bien confieso que han terminado por cansarme, aparte de reconocerles el grave daño que han causado a toda la legión de jóvenes –y no tan jóvenes- descerebrados que cada vez parecen ser más abundantes, incapaces de distinguir entre efectos especiales de una película y creerse un genio al volante. De aquí que toda esta pandilla de inconscientes sin nada que merezca la pena en sus cabezas no dude en grabarse haciendo todo tipo de delitos al volante, orgullosos de ello. Al ver sus vídeos no puedo evitar preguntarme, otra vez, aquello de “¿en serio que tu espermatozoide era el más listo y el que más merecía evolucionar de tu tanda?”.
En línea con todo lo que expuse en mi libro “Usos y abusos de la Geopolítica. La Isla Bermeja”, una no puede evitar plantearse si posiblemente los guionistas (Ken Li y Gary Scott Thompson), los productores o director (Rob Cohen) que se lanzó a realizar la primera película de esta serie y decidió llamarla de esa manera tan extraña, The Fast and the Furious, “el rápido y el furioso”, en el fondo estaba tratando de enviar un mensaje a navegantes, para que todos aquellos que se sorprendían de aquel nombre, indagara y se topara con otro proyecto con similar denominación…pero muchísimo más peligroso.
Si uno se para a ver de qué trata la primera película (The Fast and the Furious), se centra en un policía federal que se infiltra en Los Ángeles en un grupo de delincuentes –dirigidos por un cubano al que llaman “don”- dedicados a robar electrodomésticos y otros objetos de alta gama, de camiones en marcha.
En la segunda (2 Fast 2 Furious), este federal infiltrado y que termina por pasarse al lado oscuro de los delincuentes, aún cuenta con una última oportunidad en Miami, infiltrándose nuevamente en el círculo de un peligroso delincuente en cuyo negocio de importación/exportación, blanquea dinero para un cartel de la droga.
En la tercera (The Fast and the Furious: Tokyo Drift), el personaje es un hijo de un militar norteamericano que trata de ganarse el respeto y su lugar en el instituto, compitiendo en carreras de coches rápidos con un delincuente japonés que trata de poner límites a la yakuza.
La cuarta (Fast and Furious: aún más rápido), que en verdad es la segunda de la serie de todos los protagonistas que vimos en la primera película y que siguen con sus andanzas fuera de la ley, para mí es la más significativa. Aquí se produce algo digno de mención y es que el director, Justin Li, decide por primera vez llamarla Fast and Furious. Además, aunque la acción comienza en la República Dominicana robando gasolina de camiones cisterna, el grueso de la historia se desarrolla en la frontera entre México y Estados Unidos, con los protagonistas infiltrados en una banda de narcos mexicanos que introducen droga por túneles subterráneos, bien armados y matando a todo aquel que se cruce en su camino. Esta película es de 2009.
En la cuarta entrega de esta saga, los coches parten de
El Paso cruzando la frontera por túneles subterráneos por los que conducen a
gran velocidad.
El resto de películas de esta saga transcurrirán por otros lugares del mundo pero siempre con carreras de coches, delincuentes y peligrosos narcos traficando con drogas, mujeres, armas, etc.
Pues bien, ¿sabía el lector que hace no mucho tiempo salió a la luz un turbio asunto que implicaba a la Administración del expresidente norteamericano Barack Obama (44 presidente, desde el 20 de enero de 2009 hasta el 20 de enero de 2017)? El punto de inflexión supuso la muerte el 15 de diciembre de 2010 de un agente de fronteras estadounidense llamado Brian Terry. Fue a detener a un grupo de narcos que había pasado la frontera cuando se encontró con la sorpresa de que llevaban lo último en las armas norteamericanas.
Durante las pesquisas posteriores para desentrañar quienes le habían asesinado y con qué armas, las autoridades, todas las alarmas saltaron cuando se descubrió que uno de los rifles de asalto empleados en el asesinato estaba fichado. Pero no porque hubiera participado en otras refriegas de delincuencia… sino porque “era un arma Fast and Furious”.
Imagino que más de uno se quedaría patidifuso tratando de entender de qué iba aquello. Y entonces terminó saliendo a la luz un programa secreto gubernamental de la administración Obama conocido como “Fast and Furious”, que consistió en entregar a delincuentes de poca monta mexicanos ¡hasta 2.000 rifles de asalto de última generación! con la intención de que fueran pasando de mano en mano y terminaran entre los narcos más destacados y peligrosos de los cárteles mexicanos (llamados “don”), para así darles caza. Hasta aquí la teoría pero, ¿en serio debemos creernos que lo mejorcito de la CIA montó todo aquel operativo y se olvidó en el último momento de instalar a cada uno de los dos mil rifles cualquier tipo de mecanismo de radiofrecuencia que permitiera su rastreo?
Como es de suponer, un horrorizado Congreso de los Estados Unidos trató de echar a andar una investigación centrada en este asunto, pero para su sorpresa el Fiscal General se negó a colaborar mientras que el presidente Barack Obama apeló a su capacidad de intervención ejecutiva para dar carpetazo a la investigación por parte del Congreso. ¿Qué estaba ocurriendo?, ¿y qué finalidad se pretendía realmente al armar hasta los dientes a peligrosos narcos de la droga al otro lado de la frontera?
Las teorías conspiratorias comenzaron a desarrollarse y es que aún no se había olvidado cómo un anterior presidente, Ronald Reagan, con el fin de detener el avance del comunismo en Centroamérica echó a andar una operación peligrosa que traspasaba nuevamente la legislación norteamericana –la cual prohibía expresamente destinar fondos públicos a la financiación de la resistencia contra el gobierno sandinista en Nicaragua, los llamados “Contras” –, tras un incidente con el que se habían tomado rehenes estadounidenses en Líbano. En las negociaciones Irán reclamaba que EE.UU les proporcionara armas, así que Reagan –que en pleno tramo final de su campaña electoral a la presidencia, en el asunto de la crisis de rehenes norteamericanos de la embajada en Irán pactó que los rehenes los entregaran tras la fecha de las elecciones, provocando que su rival en la candidatura a la presidencia (el presidente Carter) incumpliera su palabra de lograr liberarlos antes y así Reagan fue el siguiente presidente electo; cínicamente declararía que los rehenes no debieron estar retenidos los dos meses que lo hicieron, sino solo un par de días- y sus asesores vieron la ocasión propicia para matar dos pájaros de un tiro: vendieron armas a Irán (aún sabiendo que las usarían contra los aliados norteamericanos judíos), logrando así que liberaran a los rehenes norteamericanos del Líbano, alcanzando gran popularidad; mientras que el dinero obtenido por las armas se lo pasaron a los israelíes que actuaron como intermediarios armando a los “Contra” nicaragüenses y sorteando así las leyes estadounidenses.
¿Y cómo hacía Estados Unidos para mandar el armamento y avituallamiento a los rebeldes nicaragüenses? Fácil, la CIA compró a un importante narco de la República de El Salvador una de sus avionetas, que hacía aterrizar en la selva donde descargaban las armas y demás materiales, cargando fardos de droga que la CIA se encargaba de distribuir por las calles de los Estados Unidos.
¿Esto cómo se sabe? Pues porque el propio piloto de la avioneta C-123 fue derribado por el ejército sandinista, en 1986, sobreviviendo. Cuando es interrogado, confiesa que trabajaba a sueldo para la CIA, facilitando armas y avituallamiento a los Contras. Meses después, el 13 de noviembre de ese año el propio presidente Reagan admitirá que vendió armas a Irán pues lo hizo como única salida para lograr liberar a los rehenes norteamericanos de la embajada en Líbano. Doce días más tarde será el Fiscal General norteamericano el que declare públicamente que el dinero de esa venta encubierta de armas se empleó para armar a los rebeldes nicaragüenses.
En las elecciones del 11 de noviembre de 1980, Donald Reagan arrebatará la presidencia a Jimmy Carter al pactar en secreto la entrega de rehenes, con los iraníes, en detrimento del presidente Carter.
Ahora, seis años después, de nuevo Donald Reagan pactaba con los rebeldes iraníes para obtener beneficios electorales. Cuando finalmente se descubrió todo el asunto de la venta de armas a los Contras nicaragüenses a cambio de droga, Reagan optó por alegar que desconocía el asunto, que únicamente sabía lo concerniente a lo necesario para liberar los rehenes norteamericanos, así que terminó culpando de todo este turbio asunto a un teniente coronel que ante la comisión de investigación del Congreso admitió haber trabajado en el asunto y haber destruido documentación relevante, sacándose su declaración en televisión (7 de julio de 1987). Convertido en el chivo expiatorio, Oliver North fue finalmente acusado de tres delitos, pero esquivó la larga condena por una inviolabilidad que pertinentemente sacó el Gobierno. Ahí quedó el asunto. Nadie quiso o supo ver que este teniente coronel era en verdad la mano derecha de otro personaje trascendental, George W. Bush, por entonces director general de la CIA y futuro nuevo presidente norteamericano, tras Reagan (por cierto que tiempo después del atentado a Reagan, trascendió que el personaje que le disparó era muy buen amigo de los hijos de George W. Bush, con los que solía reunirse en su casa o en la de ellos, cada cierto tiempo; si bien otros partidarios de las conspiraciones señalaban que como el asesino de John Lennon, el potencial asesino de Donald Reagan estaba leyendo "El Guardián entre el centeno", señalando que pudo ser un agente durmiente de la operación de control mental MK-Ultra, en la película "Conspiracy theory" un paranoico Mel Gibson defenderá esta idea ante Julia Robert). ¿Realmente se podía creer que un teniente coronel por su cuenta y riesgo podía hacerse con una avioneta concreta –lo último en ese momento y por ello carísima-, cargarla repetidas veces de todo tipo de armamento y mandarla a Nicaragua sin que nadie en la CIA, FBI o en el Gobierno estadounidense se diera cuenta?
Comienza a llover sobre mojado en Estados Unidos, puesto que también en el último tramo de la Guerra de Vietnam comenzó a entrar cada vez más droga en las calles norteamericanas, y aunque lo cierto es que gran cantidad de los soldados se habían hecho adictos al crack como medio para sobrellevar sus días en Asia, más tarde se supo que el gobierno norteamericano contrató a miembros de las tribus locales del llamado “Triángulo de Dorado” (la mayor producción de opio de entonces, en la década de 1970; más tarde fue Afganistán el mayor país productor de opio y “casualmente” el presidente George Bush hijo decidirá invadir dicho país, aunque la gran mayoría de los atentados del 11-S fueran marroquíes y el resto de Arabia; ahora el presidente Joe Biden retira las tropas de Afganistán dejando que los talibanes se apoderen de todo el armamento norteamericano y negociando con ellos que no atenten contra intereses norteamericanos) para que les ayudaran a derrotar al ejército de Vietnam del Norte. A cambio, la flota de aviones norteamericanos, Air America, actuó como transportista de los mayores traficantes de dicho Triángulo Dorado. Entonces surgió Frank Lucas, uno de los primeros narcotraficantes afroamericanos de Harlem. Terminaría confesando que gran parte de su droga llegaba a los Estados Unidos dentro de los féretros de los soldados muertos en Vietnam, que regresaban a casa. Obviamente, el Ministerio de Defensa y la CIA debían estar al tanto de tales chanchullos.
Películas como Argo (crisis de rehenes de Irán) y Air
América (Guerra de Vietnam) dan a conocer turbias tramas en las que se ha visto
implicado el gobierno norteamericano. La película Barry Seal, El Traficante,
además da a entender que la propia CIA colaboró con narcos de la talla de Pablo
Escobar convirtiéndose también la CIA en uno de los mayores narcotraficantes de
droga de los Estados Unidos.
No serán los únicos, pues en
1990 en el aeropuerto internacional de Florida, los agentes de fronteras
norteamericanos descubren en un avión de la guardia nacional de Venezuela una
tonelada de droga. Interrogado, el comandante del vuelo afirma trabajar para la
CIA. Más tarde, agentes de la CIA declararan que es cierto y que se trataba de
una operación para infiltrarse entre los narcos colombianos que operaban en
Miami y así poder detenerlos y cortar ese grifo de droga. Tres años más tarde,
cuando se investigó sobre el destino de esa tonelada de droga incautada, se
supo que la CIA terminó vendiéndose en las calles.
Regresando a la turbia Operación Fast and Furious, en febrero de 2010 un tribunal federal de Chicago, en el estado de Illinois, inicia el juicio contra el narco Jesús Vicente Zambada-Niebla, presunto coordinador de logística del cártel de Sinaloa, en México, apresado junto con varios de sus hombres. Durante el juicio, los abogados del mexicano filtraron que era un colaborador de la DEA, del Servicio de Control de Drogas estadounidense y que el verdadero objetivo de esta operación no era rastrear las dos mil armas hasta llegar a los narcos mexicanos sino armar al cártel de Sinaloa para derrotar a sus rivales, a cambio de que este cártel fuera el único que importara drogas a USA.
Y es que mal que pese, la droga es un comercio sumamente lucrativo; solo en 2012 generó en los Estados Unidos cien mil millones de dólares en compra-venta ilegal. Muchos conspiracionistas sostienen que los diversos gobiernos estadounidenses han acudido a él para obtener una fuente de dinero adicional de la que no tener que responder ante el Congreso ni ante nadie. Además, la gran mayoría de las prisiones del país son privadas y en el país se da ya el mayor número de consumo de droga per cápita del mundo (en un estudio del Ministerio de Sanidad de Estados Unidos de 2011, el 9 % de los norteamericanos eran consumidores), por lo que no es de extrañar la gran cantidad de delincuentes que pueblan las prisiones (del sustento y acondicionamiento de los presos, el Gobierno paga una cantidad considerable a las empresas propietarias de las cárceles).
Tampoco es casual que el Gobierno estadounidense (y el Español, dicho sea de paso) se esté replanteando legalizar la marihuana, a la que se trata de vender como droga blanda sin efectos adictivos, algo totalmente falso; el 52 % del negocio de la droga de Estados Unidos procede del comercio de la marihuana, así que si legalizara el Gobierno podría poner impuestos a su consumo, enriqueciéndose con esta sustancia destructiva.
Estas son solo unas pocas operaciones de la CIA que han salido a la luz gracias a la labor periodística. Se supone que es el pico del iceberg de algo que viene ocurriendo en gobiernos de todo el mundo.
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