El aumento excesivo
de la población humana mundial, el poco control y cuidado con nuestro medio
ambiente -a lo que no es ajena la falta de una asignatura específica sobre
educación ambiental en la enseñanza de los nuevos ciudadanos, ni la dejación de
políticos para los que el cuidado del medio no es una prioridad- junto con la
falta de control de vertidos peligrosos a nuestro entorno, ha conducido a que
nos acerquemos de forma creciente a limites arriesgados contra la salud pública
del planeta y de la vida en él. En una entrada anterior ya señalé que el agua
disponible no es infinita, que disponemos de un volumen total en la hidrosfera
de alrededor de 1500 millones de km3 (ver aquí la entrada anterior), y si no regulamos ahorro y uso pronto llegaremos a consumir esa cantidad.
Pero hay que tener en cuenta además que un porcentaje muy alto del agua que se
usa se devuelve contaminada, y que son tantos los contaminantes existentes que
habría que aplicar tratamientos generales y específicos para limpiar ese agua
sucia antes de verterla a la naturaleza, cosa que no siempre se hace, al ser tratamientos caros en algunos
casos, por lo que la calidad del agua potable se va resintiendo de forma
notable.
El
origen de la contaminación del ambiente hídrico se realiza en su mayoría
mediante descarga directa o bien mediante filtraciones. Aunque la contaminación
del agua puede ser accidental (hundimiento de petroleros, escapes radiactivos,
procesos naturales como incendios o vulcanismo…), la mayoría de las veces deriva
de vertidos incontrolados de procedencia muy diversa. Entre las causas más
importantes podríamos citar las derivadas del “agua residual urbana”, que
recoge los residuos colectivos de la vida diaria; su volumen está en continuo
aumento y ha alcanzado en algunas ciudades cifras de 700 litros por persona y
día, lo que supone alrededor de 80 kg de materia sólida seca por habitante y
año. Estas aguas suministran al medio acuático sustancias orgánicas, productos
de limpieza, desinfectantes y detergentes, como ya dije; la introducción de
productos biodegradables ha facilitado la posible solución de algún problema,
ya que la presencia de determinadas bacterias en ellos facilitan su degradación,
pero no todos los productos que se usan en la casa son biodegradables por lo
que lo aconsejable sería que estas aguas recibieran algún tratamiento de
limpieza antes de su vertido al medio ambiente. Las cloacas y los drenajes se
vuelven insuficientes en poco tiempo, porque eliminan sustancias sólidas y bacterias
pero no los virus ni muchos otros portadores de enfermedades, que pasan a
través de las cloacas de la ciudad al medio hídrico. La cloración pude ser un
medio eficaz para eliminarlos, pero la materia en suspensión puede arroparlos y
llegar libres al medio hídrico; no olvidemos que pueden contaminar ríos y
playas, sobre todo por el descontrol en su vertido. Las leyes señalan que esas
aguas deben ser vertidas en colectores cuya salida debe estar a más de 200 m de
la costa, lo que choca con que en no pocos casos el color del agua evidencia que
estas aguas contaminadas las llevan ríos o colectores que desembocan en la
misma playa o a muy pocos metros de ella.
Los vertidos de las aguas en la costa (colectores) con frecuencia no cumplen ni la distancia de seguridad para que las mareas puedan dispersar el vertido, ni el tratamiento aconsejado de tales aguas.
Otra fuente de contaminación de la naturaleza
son los vertidos de agua “de origen industrial”, quizás la mayor fuente, por las
grandes cantidades de productos tóxicos que sueltan y por las enorme cantidades
de agua que se emplean en los diferentes procesos de fabricación; y no todas
ellas se purifican antes de su vertido a la naturaleza. Los desechos están
integrados por metales en diferentes grados de combinación, sustancias ácidas y
básicas, plásticos, aceites… Muchos países consideran a los océanos como
grandes vertederos que jamás serán saturados, y así, sumergen diariamente en
los mares contenedores con sustancias altamente venenosas, como arsénicos,
nitritos, derivados de halógenos, cianuros, todo tipo de colorantes y en
algunos casos sustancias radiactivas de centrales nucleares o plantas de
investigación… sin pensar que la integridad de estos contenedores no es definitiva,
que acabarán abriéndose y esas sustancias contaminaran al plancton y a las
algas diatomeas - productoras del 70% del oxígeno atmosférico-, que las
destruirá al eliminar los posibles microorganismos fotosintéticos y también
pasará a los peces y al ser humano, al pescarlos. Distinción excepcional hay
que hacer de los productos radiactivos, estos desechos suelen emitir
radiaciones peligrosas para el ser vivo durante millones de años, de ahí de tener a estos desechos a buen recaudo. Hay
tal cantidad y diversidad de industrias que el número de contaminantes es
inmenso; las industrias metalúrgicas son las que más agua consumen; les siguen
las siderúrgicas y las papeleras. Estas últimas son las más peligrosas porque
además de consumir mucha agua (de 1000 a 3000 l de agua por kilo de papel
producido) emplean mayor cantidad de sustancias contaminantes, destacando los
fosfatos y nitratos y algunas sustancias tóxicas blanqueadoras, algunas con
mercurio. Tampoco hay que olvidarse de las industrias alimentarias, porque además
de los aditivos específicos utilizan muchas sustancias azucaradas, que al verterlas
pueden fermentar en los colectores, ríos y canales, consumiendo el oxígeno que
acompaña a la vida en el medio hídrico.
Vertido de aguas sucias en la costa canaria (izquierda) y en
un río malagueño (derecha).
Volviendo a las aguas residuales
urbanas, los virus y las bacterias no son los únicos peligros que conllevan.
Una ingente masa de materia orgánica en suspensión y una enorme cantidad de
residuos industriales han acabado con la mínima cualidad de pureza de muchos
ríos y lagos, y entonces el medio muere. Un río o lago muerto no se diferencia
para nada de una cloaca hecha de mampostería. Quizás lo único positivo es que
ni las ratas pueden vivir en ese ambiente. Por otro lado, se debe tener en
cuenta que la introducción de los contaminantes en nuestro organismo no se hace
exclusivamente por vía digestiva sino también por simple contacto con aguas
contaminadas, además de que la concentración de productos tóxicos puede llegar
a nosotros al comer peces, y algunos de esos organismos tienen la propiedad de
aumentar de 1 a 50.000 veces (mejillones, almejas…) la concentración de
contaminantes. Otros organismos como el jurel y la sardina tienen propiedades
acumulativas. Toda la cadena trófica se contamina, en algunas especies de forma
irreversible.
También
crecen de forma alarmante los contaminantes agrícolas, que provienen principalmente de ciertos productos, como insecticidas, plaguicidas, abonos… que llegan al
ambiente acuático por filtraciones del terreno.
Los ríos y riachuelos, tras el regadío o la lluvia, transportan una parte de estos productos
y se filtran por las capas freáticas,
de forma que una fracción
de ellas la recoge el mar y otra va a parar
al subsuelo, de donde el hombre extrae
el agua “potable”.
El resto se descompone o es absorbido por los vegetales.
La evolución de estas sustancias en la agricultura ha sido intensa. Por
ejemplo, en el caso de los insecticidas, que
son productos químicos utilizados para el control de plagas, ayudando a matar a
insectos portadores de enfermedades.
Inicialmente se sintetizaron sustancias que se aplicaron, con beneficios
milagrosos en la eliminación de insectos, sin embargo con el paso del tiempo mostraron
una actividad tan peligrosas que tuvieron que prohibir su uso al comprobar que
su toxicidad era tan grande y tan duradera que llegaron a extinguir especies,
llegaron a matar a aves que se comían a los insectos enfermos o muertos por el
producto, en algunos casos llegaron sus consecuencias tan lejos siguiendo la
cadena trófica que años después llegaron a detectarse en la grasa de los
pingüinos del ártico, como ocurrió con el DDT. Y no era el único que producía
estos efectos, casos parecidos ocurría con el BHC, el clordano y la dieldrina, que formaron un grupo de productos que
revolucionaron el combate contra moscas, mosquitos, gusanos, roedores…por su
amplio espectro de acción y su bajo costo, y a estos le siguieron otros con
análoga toxicidad, como aldrina, toxafeno, endosulfan, metoxicloro, etc. Igual ocurrió con los pesticidas,
sustancia o mezcla de sustancias que se usa para controlar las plagas. Se
utiliza como regulador de crecimiento de plantas, defoliante o desecante. Actuando
como estabilizador de nitrógeno. Tienen
en su composición arseniatos, azufre y polisulfuros, cianuros, derivados fluorados, compuestos de cobre y de mercurio, aceites
hidrocarbonados…con diferentes efectos y toxicidades, Importante es
controlar la toxicidad, ya que se dispersan en el medio ambiente y se convierten en contaminantes
para los sistemas biótico (animales y plantas principalmente) y abiótico
(suelo, aire y agua) amenazando su estabilidad y representando un peligro de
salud pública; igual que los abonos químicos,
son nutrientes de origen mineral, animal, vegetal o sintético. Dentro de los
fertilizantes químicos los
“nutrientes principales” para la tierra, son nitrógeno, fósforo y potasio. El
problema radica en que se olvidan los abonos naturales que se obtienen en las
granjas y se emplean, más cómodo, los sintetizados químicamente, estos llevan sales,
nitratos, nitritos y fosfatos o fosfito que dejan excesivo residuos si no se controla su uso y vertido. Muchos de estos productos han levantado grandes
polémicas, ya que al ser muy estables
y tener altos índices de toxicidad, su empleo
resulta muy peligroso. Algunos
de ellos ya tienen prohibido su uso, como el mencionado DDT, aunque no en todo
el planeta se mantiene el control. Otro grupo de productos son los herbicidas, que se emplean para eliminar
plantas no deseadas y maleza. Aquí también se han empleado sustancias
económicas y muy operativas, pero que fueron retiradas por su extrema
toxicidad; es el caso del 2,4,5-T (que pertenece al grupo de los fenoxi-derivados) y el 2,4-D(ácido 2,4-dicloro-fenoxi-acético), productos
de triste recuerdo, empleados como defoliantes en la guerra
de Vietnam, cuando los
norteamericanos lo echaron en cantidad para eliminar la selva que protegía al
enemigo. La mayoría de ellos producen alteraciones morfológicas en experiencias realizadas con animales, en las que un alto porcentaje
acaba con la vida del animal. Este efecto se debe a la dioxina, que puede
producir anomalías cromosómicas y por lo tanto
heredarse por los hijos. En la actualidad hay un mayor control de
este tipo de sustancias; se usan amitrol, bentazona, glifosato… pero es
importante controlar su uso y el tipo de plantas al que se aplican, así como su
situación geográfica, ya que como señalé en el anterior trabajo, hay algunos de
estos productos cuya actividad es tan duradera que nunca se deben aplicar cerca
del mar. Con respecto al empleo
de abonos y fertilizantes
existen fuertes polémicas. Los abonos tienen por objeto aportar
al suelo sustancias que frecuentemente hacen falta a las plantas. De forma
natural, la naturaleza invierte unos cincuenta años en la formación de un suelo de fertilidad aceptable. La capa superficial está compuesta por “humus”, en el que se desarrolla gran cantidad de pequeños
organismos que se encargan de la degradación de los diversos
materiales naturales, que por una u otra razón caen al suelo y que lo enriquecen con las sustancias necesarias para su fertilidad. La fertilización y los abonos
tienen el problema de interrumpir la acción de las bacterias
del humus. Su aplicación puede llegar a matar gran número de bacterias encargadas de transformar el nitrógeno atmosférico en otra forma nitrogenada (nitratos)
que pueda ser absorbida por las raíces
de los vegetales. Se suele caer en el defecto
de abonar con exceso los campos, sobrepasando en muchos casos el límite razonable, de tal manera que el nitrato se acumula excesivamente en los vasos conductores de las plantas. En los últimos
años la producción agrícola aumentó en un 50%, pero los abonos y fertilizantes se incrementaron en un 300%, y los plaguicidas en un 1500%. El agua arrastra al nitrato y el fosfato
sobrantes, y, al filtrarse
en las capas más pro fundas, llegan a las aguas “potables” existentes en las capas freáticas. El exceso de nitrato en las
aguas potables puede producir
en los niños lactantes y hasta de 4 años, metahemoglibinemia, peligrosa enfermedad que
tiene como síntoma la cianosis en los
niños.
Hay que recordar que algunos contaminantes, los
llamados biodegradables, se descomponen
por procesos químicos y biológicos que se efectúan en el agua, no precisando de
más agentes externos para su descomposición. Pero hay otros, los conocidos como
duros o refractarios, que tardan mucho tiempo en descomponerse, y encima
son más baratos. De usarse estos segundos, habría que hacerlo lejos del mar.
Por otro lado, se debe tener en cuenta que la descomposici6n de materiales orgánicos
en el agua se produce sobre todo por la acción de las bacterias aeróbicas y
otros organismos presentes en ellas. Estas bacterias emplean los compuestos
orgánicos como alimento, y los usan como fuente de energía para los procesos de
oxidación biológica, consumiendo el oxígeno disuelto y produciendo CO2,
H2O y varios iones no degradables. Cuando hay un volumen de oxígeno
insuficiente o la cantidad de compuestos orgánicos es excesiva, se frena la
desintegración bacteriana de la forma señalada y se inicia otra que conduce a
productos distintos; esta descomposición anaerobia produce gases que forman
burbujas en el agua y contribuyen a que haya malos olores en ella. De hecho, esta
descomposición es la fuente principal de metano y sulfuro de hidrógeno
existente en la atmósfera, y en estas condiciones el medio hídrico muere y se
extingue la vida en él.
Si este paisaje ya es oscuro, pronto lo veremos negro al
analizar las llamadas “contaminaciones
accidentales”. Son el resultado del desarrollo tecnológico de la sociedad industrial, que
ha multiplicado
la posibilidad de accidentes
catastróficos que afectan sobre todos a buques
petroleros (cisternas) y a los escapes de yacimientos subterráneos marinos, en los fallos
de las perforaciones en el fondo del mar.
Marea negra junto a una
plataforma petrolífera (izquierda) y desastre ecológico provocado por un
petrolero (derecha) que suelen ser con frecuencia de terceros países,
alquilados, de modo que problemas con las normativas legislativas recaigan
sobre el país de la bandera del buque, no del que contrata sus servicios.
Más del 60% de la enorme cantidad extraída de
millones de toneladas de petróleo se traslada por mar. Se calcula que algo más del
0.1% de esa cantidad acaba en el agua durante las operaciones de
carga y descarga. Además, es práctica común utilizar agua marina como lastre para los tanques cisternas
vacíos, una vez que se ha descargado el petróleo, devolviendo este agua contaminada al mar cuando se acercan nuevamente a puerto a cargar de nuevo petróleo; otros buques bombean el petróleo de desecho hacia los mares, en forma de desperdicios de sentina Se calcula que sólo con estas dos operaciones acaban en el mar más de 5 millones de toneladas de petróleo. Si a esto añadimos la contaminación por los desastres accidentales, no tenemos un futuro muy esperanzador: entre 1960-70 hubo 550 colisiones de petroleros,
la mayoría monocascos, como el “Amoco
Cádiz” que naufragó en 1780 a 6 km de las costas de Bretaña, volcando
en
10 días
200.000 Tm de petróleo crudo al mar; o
la del “Prestige”, que en 2002, cuando circulaba con 77.000
Tm de petróleo crudo, sufrió una vía de agua a 52 km del cabo Finisterre en
Galicia en una terrible noche de temporal, produciendo el vertido de crudo al
mar y llenando las costas del temible “chapapote” (marea negra).
Cuando se produce un vertido de petróleo al mar,
de manera fortuita (accidentes) o voluntaria (limpieza de los tanques,
vertiendo dicho agua al mar), irreversiblemente terminará llegando parte de ese
petróleo a las playas. Los primeros en morir serán las aves marinas (por
hipotermia o frío, o bien intoxicados al tratar de retirar el chapapote de sus
plumas, ingiriendo parte), los peces y los invertebrados marinos (el petróleo
los asfixia al impedir que respiren a través de sus poros, y los envenena, por
contacto).
A lo anterior debemos añadir las pérdidas producidas por conducciones subacuáticas y por los ya señalados escapes marinos de las plataformas: un triste ejemplo lo tenemos en la plataforma de Santa Bárbara, en las costas de California, donde en 1969, un accidente producido a tan sólo 150 m de profundidad, que produjo la fuga de centenares de millones de toneladas de petróleo crudo; o la más reciente de 2010, cuando explotó una plataforma petrolífera de la British Petroleum (BP), matando a once de los trabajadores de la plataforma y vertiendo 800 millones de litros de petróleo crudo al Golfo de México. En la actualidad se calcula que más de un millar de pozos submarinos de petróleo dejan escapar crudo al mar, lo que nos muestra un triste panorama de nuestro hábitat, que se oscurece aún más ante las construcciones de macro-petroleros con capacidad para 750.000 Tm de petróleo bruto, o ante las muchas plataformas de perforación de las compañías petrolíferas, que lo hacen a profundidades superiores a los 200 m, donde toda intervención humana es imposible. Una vez que el crudo se derrama en el mar, se extiende formando una delgada capa, compuesta por una mezcla de hidrocarburos, algunos muy volátiles. Los residuos que no se evaporan se mezclan con el agua de mar, formando un conglomerado oleaginoso en forma de grandes manchas que semejan al alquitrán. Estas mareas negras son tóxicas para la vida animal y vegetal de la zona. Las principales víctimas son las aves marinas, que no sobreviven mucho tiempo al impregnarse por contacto con la superficie marina contaminada. Su plumaje pierde la impermeabilidad y sus poderes de termorregulación se ven alterados por la incompleta capa protectora de aire entre cuerpo y plumaje, capa que en el animal sano está completa y asegurada por la secreción hidrorrepelente y por la estructura física de las plumas. Además, parte del aceite vertido se hunde, depositándose en el fondo del mar y afectando a la vida acuática de forma importante; a pesar de que las bacterias y microorganismos existentes consumen parte de este aceite, se sabe que los animales marinos segregan sustancias químicas, que se conocen como “feromonas”, que son la base de funciones propias, como escapar de sus depredadores, fabricar sus madrigueras, seleccionar su hábitat, dirigir su actividad sexual, e incluso alimentarse en muchos casos. Se piensa que los componentes del petróleo reaccionan con algunos de estos compuestos químicos ocasionando alteraciones notables en el equilibrio de la zona. Además de que parte de los componentes del petróleo se acumulan en la cadena alimenticia de los peces, y esto no sólo da mal gusto al pescado, sino que también logra intoxicar a los peces con una sustancia cancerígena (el 3,4-benzo-pireno), que al comerlo pasa al hombre. Otro problema añadido con estos vertidos es que evitan la producción de oxígeno atmosférico. La estela de aceite impide que penetre la luz solar en el mar, necesaria para la fotosíntesis de las diatomeas del fondo marino y de otros microorganismos productores de oxígeno, lo que hace que se destruyan nuestras fuentes de oxígeno para respirar.
Cabe mencionar que otra causa de contaminación
se debe al hundimiento en un temporal de barcos mercantes excesivamente cargados
o con demasiada edad, y que transportan productos tóxicos y peligrosos.
Vertidos “accidentales” a
consecuencia de un siniestro en el mar.
Por último, quiero señalar en este grupo a las
“contaminaciones provocadas”, que tienen mucho que ver con la mala fe, la
ambición y la maldad del hombre. Los barcos tienen una vida media que casi
siempre se supera, pero al final hay que retirarlos. Hay dos formas legales de
hacerlo: una sería llevarlos a cementerios de barcos como el de la ciudad de
Alang (el mayor del mundo), localizada en el distrito de Bhavnagar en la India, en el estado de Gujarat; o el
de Chittagong, en Bangladesh; o el de Nouadhibou, en Mauritania; o el del
Mar de Aral entre Kazajstán y Uzbekistán; o el de Vladivostok en Rusia; o el de
Staten Island en Nueva York (EEUU); o el de Montevideo en Uruguay, entre otros.
La segunda forma consiste en hundirlos en determinadas zonas para crear
arrecifes donde pueda habitar la fauna marina.
Vertido de residuos ilegales en alta
mar.
Pero en ambos casos el proceso cuesta dinero;
hay que pagar para que los acepten en los cementerios de barcos y hay que limpiarlos,
quitarles fluidos, aceites, maquinarias y todo aquel producto que posibilite la
contaminación, antes de hundirlos. Por ello, muchas compañías navieras hunden
sus barcos simulando accidentes… incluso si lo hacen bien pueden recibir una
indemnización de la compañía aseguradora.
También son muy peligrosos otro tipo de
vertidos de enorme toxicidad, como residuos radiactivos de centrales nucleares y
de centros de experimentación.
Cementerio de barcos (izquierda) y hundimiento provocado (derecha).
Son tantos los contaminantes y elementos patógenos que
pueden acabar en el agua, que sería aconsejable eliminarlos antes de su vertido
al medio ambiente. No es tarea fácil, dada la cantidad y diversidad de los
productos peligrosos que llevan las aguas sucias, cuya eliminación requiere tratamientos
muy específicos. Será éste un tema a desarrollar en una futura entrada.
Muy interesante Valeria
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