Actualmente me encuentro perfilando dos de mis estudios en
los que he estado trabajando en los últimos años, el uno centrado en los Godos
que se asentaron en España desde la decadencia del Imperio Romano (de hecho,
llegaron a ella por mandato imperial, pues constituyeron el ejército
profesional imperial en su última etapa, poco antes del desmembramiento del
Imperio Romano en dos, el de Occidente –que terminaría desapareciendo- y el de
Oriente, con su sede en Constantinopla o Bizancio, hoy Estambul, en Turquía) y el otro, estudiando la
mitología de diversos lugares del mundo.
Precisamente ambos temas, aunque parezcan ser aparentemente
inconexos, tienen un punto o cruce de caminos en un asunto tan sugestivo como
enigmático: las alirunnias.
Uno se preguntará, y con razón, qué es una alurunnia; para
responder a la cuestión es preciso remontarnos a una época prerromana, donde
mientras los hombres solían salir a cazar o llevar el ganado a distintas zonas
de verdes pastos, las mujeres acostumbraban a quedarse en los poblados cuidando
de enfermos, mayores y niños, procurándoles alimento y cuidando de sus
enfermedades. Por ello no tardaron en familiarizarse con las propiedades de
diversas plantas, animales y venenos de éstos, además de ciertas tierras, minerales
y carbones, para realizar sus pócimas medicinales. A su vez, unas a otras se
ayudaban en el cuidado de niños, en los partos, etcétera, de manera que fue
creándose una serie de matronas y sabias de las propiedades de seres vivos y
minerales, así como en predecir el tiempo y las estaciones, que gozaban de gran
prestigio y reconocimiento entre sus conciudadanos, pero que con la llegada del
Cristianismo a Occidente terminarían siendo perseguidas y tildadas de brujas.
Sin embargo, eran vistas como “magas” (meigas,
en galego) dentro de su comunidad, por su capacidad de adivinación y de sanar la
vida de los enfermos.
Con frecuencia estas mujeres “santas” (en el sentido de estar en posesión de un don o poder singular) o magas solían vivir
aisladas, lejos de la población, en los bosques o en las montañas donde solían
cosechar determinadas plantas y ejemplares de animales en ciertas estaciones o
momentos del año. Ese aislamiento se volvía misterio para sus congéneres, que
comenzaron a admirarlas y a temerlas, a partes iguales.
Pues bien, de acuerdo con las crónicas recogidas por el mismísimo rey de Castilla, Alfonso X El Sabio (cuánto le debemos a este monarca, baste leer mis anteriores entradas centradas en algunos aportes suyo más importantes, picando aquí y aquí), basándose a su vez en escritores latinos, para hablar del origen de los Godos, de los cuales él mismo se consideraba descendiente, relata que cierto rey llamado Gargarigo El Grande, llegó con sus tropas a Escitia –como los antiguos griegos llamaban a una amplia zona de terreno comprendido desde el actual Irán, en Oriente Próximo, hasta la Dacia y Germania, chocando ya con la frontera oriental del Imperio Romano– y estando allí expulsó de su ejército a un nutrido grupo de mujeres que llevaban con ellos a modo de adivinas y curanderas (a las que llamaban, los Godos, alirunnias), pero que el monarca Gargarigo consideraba que resultaban cada vez peor para los tropas debido al miedo que les generaba a sus soldados, a la vez que a otros les hacía perder la cabeza por una loca pasión desenfrenada, sin duda consecuencia de algún tipo de brujería.
Estas mujeres, al ser expulsadas, se distribuyeron por el
paisaje, huyendo a espesos bosques y agrestes zonas montañosas, donde se
toparon con hombres montesinos (esto es, que vivían en lugares aislados y
montañosos, también llamados montaraces), a los que no duda la crónica en
calificar como “sátiros y faunos”,
Y estos tales quando fallaron
aquellas mugieres de los godos,
yoguieron con ellas et fizieron fijos et fijas
(Alfonso X, capítulo 400 de la Estoria
General)
Ante la Biblioteca Nacional de Madrid (España) y el Archivo Nacional se alza una estatua de Alfonso X el Sabio (derecha), monarca de Castilla en el siglo XIII, que creó la Escuela de Traductores (representada en un dibujo medieval, a la izquierda), en cada ciudad donde ubicó cierto tiempo su corte real.
Es decir, que estas “hechiceras” terminaron por tener hijos
con los montañeros que encontraron donde se instalaron y a tal descendencia,
criada en los pantanos de la laguna de Meotida (en la actual Ucrania), daría
lugar a toda una serie de espías y diestros cazadores furtivos, que causarían
no pocas incomodidades a los Godos en sus tierras recién conquistadas.
La laguna de Meotida era como se conocía en la antigüedad al actual Mar de Azov, hoy tristemente ubicado en el centro de la invasión rusa sobre Ucrania. Debió ser en estas maravillosas playas donde las alirunnias criarían a su descendencia.
Esta historia que parece resultar meramente curiosa, sin más
alicientes, lo cierto es que ha producido grandes quebraderos de cabeza a todos
aquellos historiadores que han querido ver en ella un referente histórico real
recogido por cronistas del Imperio Romano. Así, se ha llegado a sugerir que tal
vez estas mujeres hechiceras serían curanderas escitas que viajaban con las
tropas godas y al ser expulsadas del ejército godo, se instalarían en los
bosques y parajes montañosos donde no tardarían en llegar, pisando los talones
godos, los hunos (confederación de pueblos nómadas y seminómadas de Asia
Central) o incluso mongoles (incluidos dentro de los anteriores), que
precisamente por sus indumentarias y rasgos pudieron resultar tan extraños a
los Godos que llegaron a tomarlos por animales fantásticos tipo sátiros o
faunos, o como fantasmas o demonios de la naturaleza como ellos consideraban a
los troll que pasarían a incorporarse a los pueblos germanos, franceses,
españoles y británicos, para denominar a un ser a veces benevolente y otras
veces maléfico, que habitaba en bosques y montañas, construía monumentos de
grandes piedras (megalitos, que curiosamente en la mitad norte de España su
construcción se atribuía a las magas y hechiceras) y a veces robaba niños
humanos para criarlos como hijos propios o devorarlos.
En el folclore tradicional
español hay una constante asociación entre dólmenes (o megalitos en general) y
brujas (o hechiceras en general). Sirvan los siguientes, de ejemplos: A) “La
casa de la bruja” o dolmen de Sorginetxe (Elvillar, Álava, España). B) “Mesa de
las brujas” (Cañamero, Cáceres, España). C: Dolmen de Tella (Huesca, España),
también asociado con brujas o hechiceras.
Ahora bien, de tomarse en serio la historia mencionada, lo
primero que me sorprende es la gran cantidad de curanderas que debía viajar con
el ejército godo para dar lugar a tan amplia descendencia. Por otro lado, no
deja de resultarme curioso que para los Godos fueran los hijos que estas sabias
mujeres concibieron con los extraños seres de las montañas, los que se
convirtieran en espías y cazadores furtivos, ¿es que no había traidores
entonces?, ¿o era una manera de mirar a otro lado, para hacer ver que el pueblo
godo no tenía gentes vendidas al mejor postor, por unas monedas?.
Aún existe otro elemento a tener en consideración y es que de acuerdo con
otras leyendas de la antigüedad, principalmente de la Grecia clásica (recogidas
por renombrados sabios como Heródoto, entre otros), entre los escitas era una
costumbre general como modo de gobierno la ginecocracia, es decir, que eran las
mujeres las que llevaban la voz cantante, el mando de la sociedad. En Escitia
ubicaban los antiguos griegos todo tipo de pueblos con costumbres muy diversas,
así como distintos monstruos mitológicos y leyendas más o menos ciertas, entre
las que figuraba la de esa estirpe de mujeres guerreras que llegaban a
mutilarse uno de sus senos para poder disparar flechas con gran precisión, las
míticas Amazonas.
Se sostenía que en determinados momentos del año dejaban de
hacer la guerra para intimar con guerreros para quedar embarazadas y tener
descendencia, matando a los hijos varones (así como a los hombres adultos que
deseaban ser algo más en las vidas de estas guerreras que meros sementales). Los
guerreros de la Grecia clásica estaban fascinados, a la par de atemorizados,
con este pueblo de bellas y fieras guerreras; el mismísimo Alejandro Magno no
dudó en marchar con sus tropas hacia Oriente ansiando toparse con las amazonas
y tratar de doblegarlas; e incluso en la leyenda de Jasón y los Argonautas
(analizada aquí, así como su posible significado oculto), los héroes llegan a toparse –e intimar-
con las mujeres amazonas. Yo me pregunto, ¿es posible que estas mujeres tan
autodidactas, crecidas y educadas en una cultura matriarcal, fueran las “hechiceras”
que acompañaron a los Godos en su recorrido y que fueron expulsadas por no
aceptar doblegarse ante mandos masculinos que para ellas podían llegar a ser
ineptos en ciertas cuestiones relativas a la guerra?, y es que si estas mujeres
curanderas fueran de armas tomar, se explicaría cómo su descendencia fue no
solo famosa por sus virtudes como guerreros o cazadores, sino también en las conjuras
palaciegas y el mundo del contraespionaje.
Con respecto a los Godos, estas peligrosas alirunnias debieron dejar hondos
pesares y temores en estas gentes pues cuando se toparon en la Península
Ibérica con mujeres igualmente matriarcales y “hechiceras”, se desató el pánico
entre ellos, conociéndose episodios donde no consentían en adentrarse en
determinados bosques que consideraban habitados por estas brujas, y otros en
los que no dudan en matar con violencia desmedida a estas mujeres (en la mitad
norte de España abundan leyendas sobre hadas y otros seres mitológicos
femeninos que engatusan a los indefensos y confiados hombres, con sus malas
artes y belleza, para arrastrarlos a muertes atroces a manos de grandes
reptiles que las custodian a ellas y al tesoro de oro y piedras preciosas que suelen poseer).
Para más información al respecto, ver otras entradas ya
hechas anteriormente en mi blog, picando aquí, aquí y aquí.
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