viernes, 16 de mayo de 2014

La polémica segunda parte de El Quijote

      Posiblemente, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, sea el libro más famoso de la literatura española. Traducido a multitud de lenguas (sólo superado por la Biblia), ha dado fama universal a su autor, Miguel de Cervantes Saavedra. 
      Comentaré una curiosidad y es que Cervantes falleció el mismo año que otro escritor famoso, William Shakespeare, lo que ha llevado a varios autores a sugerir que tal vez pudiera tratarse del mismo personaje, puesto que no se conserva un solo manuscrito del escritor inglés firmado por él, ni documento alguno que hable de su nacimiento, matrimonio o bocetos de posibles escritos. No obstante, aunque es curioso, creo que no es más que una coincidencia, tratándose de distintos personajes. 
      En la imagen aparecen retratados ambos insignes escritores, sobre sus correspondientes firmas. 
      Pero volvamos a la celebérrima obra española, considerada en distintas épocas comedia, drama, tragicomedia,...
     El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha fue publicada en 1605. Hay que señalar que debemos agradecer, por desgracia para el escritor, que permaneciera preso varios años en una cárcel sevillana porque fue durante tal encierro cuando Cervantes escribió su obra magna.
     Fue tan bien recibida la novela, que en 1615 se publicaba su segunda parte bajo el nombre El ingenioso caballero (que no hidalgo) don Quijote de la Mancha. La sorpresa venía de la mano del mismísimo autor, Cervantes, al mencionar en el capítulo 59 a un fraudulento personaje, Alonso Fernández de Avellaneda, en respuesta a sus difamaciones. Pero, ¿qué estaba ocurriendo?. 
     Para sorpresa de muchos, resultaba que la supuesta segunda parte del Quijote publicada en Tarragona en 1614 era en realidad una obra apócrifa firmada por el tal Avellaneda, quien atacaba duramente a Cervantes y defendía a Lope de Vega. A su vez, Miguel de Cervantes Saavedra, informaba un año más tarde , en la verdadera segunda parte del Quijote, que “el licenciado Alonso Fernández de Avellaneda, natural de la villa de Tordesillas”, como afirmaba el personaje, era en verdad un aragonés –puesto que toda la obra apócrifa transcurría en Aragón y concretamente en la capital aragonesa, además de usar numerosos giros plenamente maños– que había tratado de adjudicarse, de manera fraudulenta, el personaje cervantino que tanto ha influido en millones de personas desde que viera la luz en 1605. 
    En la imagen se recoge una representación de Alonso Quijano (el nombre del Quijote) realizada por Adolph Schrödter (izquierda), otra de Picasso, en el centro y la de Dalí, a la derecha. 
    Desde entonces, son varios los críticos que han tratado de dar con la verdadera identidad del autor del fraude, coincidiendo todos ellos en que debía tratarse de un personaje conocido y de ahí que usara un pseudónimo. Los motivos de su mala acción podrían estar justificados por tratarse de un firme seguidor de Lope de Vega, que fue satirizado por Cervantes en la primera parte de su famosa obra. Tal vez su intención fue la de mostrar que no era tan difícil redactar un trabajo con el Quijote de protagonista, que fuera un éxito. De esta manera, la calidad de la obra de Cervantes quedaría dañada.
    Martín de Riquer considera que posiblemente Avellaneda fuese en realidad el militar y monje cisterciense Jerónimo de Pasamonte (nacido en la localidad zaragozana de Ibdes), quién coincidió con el escritor en varias campañas. Recordemos que era conocido como “el manco de Lepanto” a raíz de las visibles heridas que sufrió en la batalla contra los turcos. 
    Riquer expuso sus sospechas en un libro Cervantes, Passamonte y Avellaneda publicado en 1988. No obstante, veo un “pequeño” inconveniente y es que el militar falleció en 1605, el mismo año que se publicó la primera parte del Quijote. Así que encuentro un poco complicado que pudiera leerlo, redactar su segunda parte y publicarla en 1614. 
    También se ha esgrimido como posible identidad del tal Avellaneda la de un monje dominico aunque lo cierto es que, a día de hoy, no hay evidencias firmes que permitan señalar a una persona en concreto.

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