sábado, 9 de enero de 2016

Era o no la tumba de Atahualpa

            A finales de 2013 la prensa de todo el mundo se hacía eco del hallazgo de lo que parecía ser la fabulosa tumba de Atahualpa, el último de los emperadores incas y de su majestuoso tesoro, que podría suponer el hallazgo de una tumba superior a la del faraón Tutankamón (de que ya hablamos aquí).
          Páginas web y multitud de publicaciones pregonaban en todo el mundo las maravillas que nos mostraría el reciente hallazgo. Personalmente, opté por guardar silencio, en espera de lo que realmente se hubiese encontrado tras las pertinentes excavaciones. A día de hoy, enero de 2016, nada más ha trascendido.


En arqueología, el cuento de la lechera (resumido brevemente en la sentencia “vender la piel del oso antes de cazarlo”) es algo que se ha convertido en técnica habitual, tal vez para lograr obtener más recaudaciones que permitan continuar con las investigaciones arqueológicas. Sin embargo, es frecuente cacarear a los cuatro vientos las maravillas descubiertas (o por descubrir) cuando, siendo objetivos, los hechos demuestran otra realidad. Fue el caso del hallazgo de una tumba principesca celta que levantó tanto revuelo mediático que opté por informar sobre ella en mi web (aquí) aunque personalmente me sorprendía toda esa efusividad para unos pocos objetos de bronce ya que, comparando con los resultados de excavaciones en suelo patrio y aplicando la misma teoría, deberíamos disponer de tumbas principescas por doquier (¿somos muy exigentes con nuestro patrimonio arqueológico o, en verdad, “fuera” se glorifican en exceso los hallazgos arqueológicos?).

            Otro ejemplo de este excesivo cacareo de hallazgos maravillosos, antes de ser siquiera excavados, es el caso que nos ocupa. A finales del año 2013, en Ecuador, un equipo de arqueólogos se topó en pleno Parque Nacional Llanganates (en el Amazonas, colindando con la región andina) con una estructura artificial de unos 80 metros de altura por 80 metros de anchura, con una inclinación de 60 grados  y conformada por piedras de hasta dos toneladas de peso, no lejos de la localidad Baños de Agua Santa. Rápidamente, y aún no entiendo bien la razón, el vocal de este equipo de arqueólogos, Benoil Duverneuil, procedió a comunicar a la prensa norteamericana e inglesa que, muy posiblemente, estaban ante el hallazgo de la tumba del último emperador inca, con una habitación llena de piezas de oro y plata que sus partidarios rellenaron con el fin de pagar la liberación de Atahualpa, capturado por los españoles y finalmente ejecutado por ellos.
            Atahualpa poseía su corte en Tahuantinsuyo (Quito), desde donde gobernaba en oposición a su hermano Huáscar, que regía desde Cuzco el gran imperio inca conformado por actuales territorios de  Colombia, Chile, Bolivia, Argentina y Perú y que en dicha guerra civil se alió con los españoles. Atahualpa, tras más de una docena de batallas, venció a su hermano en la batalla de Quipaypan, siendo posteriormente capturado -en noviembre de 1532- por los hombres de Francisco Pizarro (primo de Hernán Cortés y que parece que también se formó militarmente sirviendo a las órdenes de El Gran Capitán, en Italia). 
          Condenado a muerte por matar a su hermano y emperador, Huáscar, además de por la ofensa de negarse a reconocer la autoridad de Carlos I y del Papa de Roma (tirando al suelo los regalos que el emisario español, fray Vicente de Valverde le dio), Atahualpa se ofreció a darles toda una habitación de oro y plata (otros cronistas dicen que eran dos habitaciones de plata y una de oro) a los españoles, a cambio de su liberación, acuerdo que aceptaron. 
           Durante su cautiverio, Atahualpa gozó de ciertas libertades y reconocimiento, aprendiendo a hablar castellano y desarrollando una franca amistad con Francisco y con Hernando Pizarro, siendo frecuente encontrarles jugando, tanto a la taptana inca como al ajedrez europeo. También continuó rigiendo el imperio inca desde su prisión en Cajamarca, mientras las habitaciones fuesen llenadas de riquezas. Finalmente, el 25 de julio de 1533 fue ejecutado a garrote vil. A pesar de haber numerosas voces que acusan a los españoles de no cumplir su palabra, lo cierto es que si analizamos las crónicas, veremos que Atahualpa continuaba desde su cautiverio con su intención de recuperar el imperio inca con el esplendor, belicosidad y potencial que poseía antes de la llegada de los españoles. De hecho, entre las acusaciones que se le hicieron figuran la poligamia, el incesto, el fratricidio y la idolatría a falsos dioses, pero también ocultar un fabuloso tesoro por el que no pagaba impuestos al emperador español y del que hacía uso para rearmar y restaurar el imperio inca contra los españoles y otros rivales. Tal es así, que tras la muerte de Atahualpa, sus partidarios, entre los que había experimentados guerreros y generales incas, prosiguieron con su iniciativa de restaurar el imperio, a su mando, dándose numerosas batallas entre ellos y la coalición de partidarios de Huáscar y los españoles.

Retrato de Francisco Pizarro. Recreación de la época mostrando una visita de Pizarro a Atahualpa durante su cautiverio en Cajamarca y del momento en que el monje Vicente de Valverde entrega al inca como presentes un valioso misal y un anillo de oro que arrojará al suelo.

            Cuentan las crónicas que durante la ejecución de Atahualpa, Francisco Pizarro lloró y que el emperador fue enterrado en la catedral de Catamarca, de donde sería desenterrado en secreto por sus seguidores, sin saberse dónde yace definitivamente. También desapareció gran parte del tesoro acumulado en Cajamarca como pago de su rescate y de allí nació la fabulosa historia que ha dado pie a numerosas publicaciones, entre las que figura la novela “el tesoro de los incas” de Clive Cussler, entre otras.
            La muerte de Atahualpa, precedida por el fratricidio de Huáscar cometido por el propio Atahualpa, supuso el desmembramiento y fin del imperio inca. Regresando al supuesto hallazgo de la tumba de este emperador en Quito, a día de hoy se han encontrado  más de 30 piezas ceremoniales incas, pero ni rastro del fabuloso tesoro o tumba. También se han desenterrado restos de construcciones que parecen confirmar la presencia inca en la zona. Al yacimiento se le conoce como Malqui-Machay (en quechua, Machay significa “enterramiento”) y abarcaría hasta el lago Quilotoa y la zona Pujili, según el director del Instituto Francés de Estudios Andinos en Lima, Georges Lomne.

Esquema explicativo tomada de El Comercio de Ecuador hablando del yacimiento y algunas imágenes de éste.

            Por tanto, dos años más tarde, parece ser que ese hallazgo que superaría a la tumba del mismísimo faraón egipcio Tutankamón, ha resultado ser una mera quimera. Y es que como señala el propio Antonio Fresco, uno de los arqueólogos que trabaja en las ruinas, este yacimiento fue llamado Malqui-Machay por la historiadora Tamara Estupiñán, quién unificó las referencias sueltas que encontró de dos yacimientos distintos y emplazados en distintos lugares, relacionándolos además sin razón aparente con la última morada de Atahualpa (ver todas las declaraciones aquí). Para Fresco, de encontrarse en este yacimiento (Machay, sin más) restos de incas de alto rango, corresponderían posiblemente a familiares de Atahualpa, pero no a él.
            Con respecto a la figura de Francisco Pizarro, tan llena de oscuridad y leyenda negra como la de su primo Hernán Cortés, afortunadamente comienza poco a poco a sacudirse de encima tantas calumnias. Buena parte de este mérito lo tiene Guillermo Lhoman Villena, al sacar a la luz numerosa correspondencia entre el de Trujillo y la corte española, así como la biografía del militar, explorador y conquistador realizada por Carmen Martín Rubio. También el historiador Luis Andrade Reimers ha levantado gran polémica al afirmar que, siguiendo documentos de la época, ni Atahualpa fue capturado y retenido como prisionero por los españoles, ni  entregó tesoro alguno como pago de su rescate.
Tal vez próximamente me decida a realizar una entrada centrada en este crucial y polémico personaje.

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