A
finales de 2013 la prensa de todo el mundo se hacía eco del hallazgo de lo que
parecía ser la fabulosa tumba de Atahualpa, el último de los emperadores incas
y de su majestuoso tesoro, que podría suponer el hallazgo de una tumba superior
a la del faraón Tutankamón (de que ya hablamos aquí).
Páginas web y multitud de publicaciones
pregonaban en todo el mundo las maravillas que nos mostraría el reciente
hallazgo. Personalmente, opté por guardar silencio, en espera de lo que
realmente se hubiese encontrado tras las pertinentes excavaciones. A día de
hoy, enero de 2016, nada más ha trascendido.
En arqueología, el cuento de la lechera
(resumido brevemente en la sentencia “vender la piel del oso antes de cazarlo”)
es algo que se ha convertido en técnica habitual, tal vez para lograr obtener
más recaudaciones que permitan continuar con las investigaciones arqueológicas.
Sin embargo, es frecuente cacarear a los cuatro vientos las maravillas
descubiertas (o por descubrir) cuando, siendo objetivos, los hechos demuestran
otra realidad. Fue el caso del hallazgo de una tumba principesca celta que
levantó tanto revuelo mediático que opté por informar sobre ella en mi web
(aquí) aunque personalmente me sorprendía toda esa efusividad para
unos pocos objetos de bronce ya que, comparando con los resultados de
excavaciones en suelo patrio y aplicando la misma teoría, deberíamos disponer
de tumbas principescas por doquier (¿somos muy exigentes con nuestro patrimonio
arqueológico o, en verdad, “fuera” se glorifican en exceso los hallazgos
arqueológicos?).
Otro ejemplo de este excesivo
cacareo de hallazgos maravillosos, antes de ser siquiera excavados, es el caso
que nos ocupa. A finales del año 2013, en Ecuador, un equipo de arqueólogos se
topó en pleno Parque Nacional Llanganates (en el Amazonas, colindando con la
región andina) con una estructura artificial de unos 80 metros de altura por 80
metros de anchura, con una inclinación de 60 grados y conformada por piedras de hasta dos
toneladas de peso, no lejos de la localidad Baños de Agua Santa. Rápidamente, y
aún no entiendo bien la razón, el vocal de este equipo de arqueólogos, Benoil
Duverneuil, procedió a comunicar a la prensa norteamericana e inglesa que, muy
posiblemente, estaban ante el hallazgo de la tumba del último emperador inca,
con una habitación llena de piezas de oro y plata que sus partidarios
rellenaron con el fin de pagar la liberación de Atahualpa, capturado por los
españoles y finalmente ejecutado por ellos.
Atahualpa poseía su corte en Tahuantinsuyo
(Quito), desde donde gobernaba en oposición a su hermano Huáscar, que regía
desde Cuzco el gran imperio inca conformado por actuales territorios de Colombia, Chile, Bolivia, Argentina y Perú y
que en dicha guerra civil se alió con los españoles. Atahualpa, tras más de una
docena de batallas, venció a su hermano en la batalla de Quipaypan, siendo
posteriormente capturado -en noviembre de 1532- por los hombres de Francisco
Pizarro (primo de Hernán Cortés y que parece que también se formó militarmente sirviendo a las órdenes de El
Gran Capitán, en Italia).
Condenado a muerte por matar a su hermano y
emperador, Huáscar, además de por la ofensa de negarse a reconocer la autoridad
de Carlos I y del Papa de Roma (tirando al suelo los regalos que el emisario español, fray Vicente
de Valverde le dio), Atahualpa se ofreció a darles toda una habitación de oro y
plata (otros cronistas dicen que eran dos habitaciones de plata y una de oro) a
los españoles, a cambio de su liberación, acuerdo que aceptaron.
Durante su
cautiverio, Atahualpa gozó de ciertas libertades y reconocimiento, aprendiendo a hablar
castellano y desarrollando una franca amistad con Francisco y con Hernando Pizarro,
siendo frecuente encontrarles jugando, tanto a la taptana inca como al ajedrez
europeo. También continuó rigiendo el imperio inca desde su prisión en
Cajamarca, mientras las habitaciones fuesen llenadas de riquezas. Finalmente,
el 25 de julio de 1533 fue ejecutado a garrote vil. A pesar de haber numerosas
voces que acusan a los españoles de no cumplir su palabra, lo cierto es que si
analizamos las crónicas, veremos que Atahualpa continuaba desde su cautiverio con
su intención de recuperar el imperio inca con el esplendor, belicosidad y
potencial que poseía antes de la llegada de los españoles. De hecho, entre las
acusaciones que se le hicieron figuran la poligamia, el incesto, el fratricidio
y la idolatría a falsos dioses, pero también ocultar un fabuloso tesoro por el
que no pagaba impuestos al emperador español y del que hacía uso para rearmar y
restaurar el imperio inca contra los españoles y otros rivales. Tal es así,
que tras la muerte de Atahualpa, sus partidarios, entre los que había experimentados
guerreros y generales incas, prosiguieron con su iniciativa de restaurar el
imperio, a su mando, dándose numerosas batallas entre ellos y la coalición de
partidarios de Huáscar y los españoles.
Retrato de Francisco Pizarro. Recreación de la época mostrando una visita de
Pizarro a Atahualpa durante su cautiverio en Cajamarca y del momento en que
el monje Vicente de Valverde entrega al inca como presentes un valioso misal y un anillo
de oro que arrojará al suelo.
Cuentan las crónicas que durante la
ejecución de Atahualpa, Francisco Pizarro lloró y que el emperador fue
enterrado en la catedral de Catamarca, de donde sería desenterrado en secreto
por sus seguidores, sin saberse dónde yace definitivamente. También desapareció
gran parte del tesoro acumulado en Cajamarca como pago de su rescate y de allí
nació la fabulosa historia que ha dado pie a numerosas publicaciones, entre las
que figura la novela “el tesoro de los incas” de Clive Cussler, entre otras.
La muerte de Atahualpa, precedida
por el fratricidio de Huáscar cometido por el propio Atahualpa, supuso el desmembramiento
y fin del imperio inca. Regresando al supuesto hallazgo de la tumba de este
emperador en Quito, a día de hoy se han encontrado más de 30 piezas ceremoniales incas, pero ni
rastro del fabuloso tesoro o tumba. También se han desenterrado restos de
construcciones que parecen confirmar la presencia inca en la zona. Al
yacimiento se le conoce como Malqui-Machay (en quechua, Machay significa
“enterramiento”) y abarcaría hasta el lago Quilotoa y la zona Pujili, según el
director del Instituto Francés de Estudios Andinos en Lima, Georges Lomne.
Esquema explicativo tomada de El Comercio de Ecuador hablando del yacimiento y algunas imágenes de éste.
Por tanto, dos años más tarde,
parece ser que ese hallazgo que superaría a la tumba del mismísimo faraón
egipcio Tutankamón, ha resultado ser una mera quimera. Y es que como señala el
propio Antonio Fresco, uno de los arqueólogos que trabaja en las ruinas, este
yacimiento fue llamado Malqui-Machay por la historiadora Tamara Estupiñán,
quién unificó las referencias sueltas que encontró de dos yacimientos distintos
y emplazados en distintos lugares, relacionándolos además sin razón aparente
con la última morada de Atahualpa (ver todas las declaraciones aquí).
Para Fresco, de encontrarse en este yacimiento (Machay, sin más) restos de
incas de alto rango, corresponderían posiblemente a familiares de Atahualpa,
pero no a él.
Con respecto a la figura de
Francisco Pizarro, tan llena de oscuridad y leyenda negra como la de su primo
Hernán Cortés, afortunadamente comienza poco a poco a sacudirse de encima tantas
calumnias. Buena parte de este mérito lo tiene Guillermo Lhoman Villena, al
sacar a la luz numerosa correspondencia entre el de Trujillo y la corte
española, así como la biografía del militar, explorador y conquistador
realizada por Carmen Martín Rubio. También el historiador Luis Andrade Reimers
ha levantado gran polémica al afirmar que, siguiendo documentos de la época, ni
Atahualpa fue capturado y retenido como prisionero por los españoles, ni entregó tesoro alguno como pago de su rescate.
Tal vez próximamente me decida a
realizar una entrada centrada en este crucial y polémico personaje.
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