Hay sucesos importantes en
la historia que pasan un tanto desapercibidos o son desconocidos. Cuando en una
determinada época o situación ocurrió un acontecimiento importante que ha
cambiado el devenir de la historia, con frecuencia no conocemos las causas
reales que motivaron esa situación o ese acontecimiento.
En época de conflicto
bélico, estos casos adquieren una importancia muy relevante, porque de su acierto o desacierto, de su
triunfo o derrota se puede decantar la suerte de la guerra hacia un lado o el
otro.
Hoy vamos a analizar uno
de los casos más decisivos que ocurrieron en la Segunda Guerra Mundial. En esta
última gran guerra se midieron dos bandos, las potencias del eje que representaban
gobiernos dictatoriales (Alemania, Italia y Japón) contra los países democráticos
representados principalmente por Inglaterra, Francia y EEUU. Cierto es que no
cito a Rusia, mejor dicho, a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (U.R.S.S.) pero es que a este gran
país sería difícil ubicarlo entonces. Si al final estuvo en el bando de los
demócratas, de los vencedores, no fue por decisión propia, sino porque Adolf
Hitler rompió el pacto que había suscrito con el dictador Stalin, invadiendo su
país, por lo que al bolchevique no le quedó más remedio que alinearse con los
“buenos”. Hay que decir que le vino muy bien, porque al cambiar de bando se
puso bajo el paraguas de la enorme ayuda militar de ese país que crecía y se estaba construyendo, que era los
Estados Unidos de América (EE.UU.). Hablemos un poco de la situación de los dos
países entonces.
Ejército alemán versus ejército norteamericano.
En aquél 1939, año en que
comenzó la Segunda Gran Guerra, la URSS era un país anárquico y en crisis que
aún no había superado las secuelas de la Revolución de Octubre de 1917. Cierto
es que los comunistas habían accedido al poder bajo la ideología de Marx,
dirigidos por Vladimir Lenin, pero no lo habían hecho con la unidad de un
partido, ya que las diferentes familias bolcheviques peleaban descarnadamente
por el poder, y las represiones y
ajusticiamientos estaban a la orden del día. La muerte de Lenin en 1924
fragmentó al partido del poder en dos grandes grupos que sobresalían sobre una
docena de grupos minoritarios que vivían como satélites de éstos. A su frente
había dos líderes socialistas: León Trotski y Lósif Stalin. El enfrentamiento
entre ambos era inevitable y estos años de lucha los pagó el pueblo, que moría
de hambre, ya que evitó que se realizaran las oportunas reformas que necesitaba
el país para que su gente pudiera ante todo, comer. En esta liza triunfó Stalin
y acabó, en 1929, con el destierro de Trotski de la Unión Soviética. Años
después fue asesinado por un comunista español en Coyoacan, México. Con la
llegada de Stalin al poder se inicia una serie de políticas de
industrialización y centralización con las que se pretende la colectivización
del campo, lo que provoca que muchos pequeños propietarios tengan que entregar
sus tierras al estado.
De izquierda
a derecha, Stalin, Lenin y Trotsky. Los tres líderes soviéticos, en la Plaza
Roja de Moscú, en 1919.
Pronto hubo un
levantamiento contra Stalin, iniciado por el sector agrícola, que trajo como consecuencia
el freno de la producción de alimentos, provocando la gran hambruna de 1932-1933
que tantos millares de muertos produjo. Lejos de que el dictador bolchevique
buscara consenso para solucionar la revuelta, la aprovechó para iniciar una campaña de terrible represión contra supuestos
enemigos del Estado (es decir, de su gobierno), que finalizó con la ejecución
de cientos de miles de personas y la deportación a los gulags (campos de
concentración) de Siberia de miles de rusos, incluyendo a simpatizantes de Trotski y a líderes del
Ejército Rojo acusados de traición. La ejecución de mandos importantes del
Ejército Rojo le sumió en una gran anarquía al no quedar oficiales de escuela para
dirigirlo. En su lugar, Stalin colocó a jefes políticos, que sabían muy poco de
táctica militar o de mando, pero que andaban sobrados de violencia y rencor.
Esa era la situación pocos años antes de comenzar la Segunda Guerra Mundial.
Stalin se había blindado en el poder y ejecutaba a cualquier persona, dirigente
o mando que no le jurara amor eterno. De hecho, tenía tanto temor por las
decisiones democráticas que no aceptó la propuesta que le hizo Francia e
Inglaterra, a finales de 1937, para formar una coalición tripartita frente a
Alemania, más preocupado porque se propagaran en su país los aires democráticos
de estos países, firmando en cambio el Pacto de No Agresión, en 1939 con Hitler
para poder atacar y subyugar a países que pertenecieron al antiguo imperio
ruso, como Polonia, Finlandia y algunas repúblicas bálticas. En 1939 los rusos tenían
un ejército infinito, muy mal aprovisionado, con armamento deficiente, corto y
limitado (cuando atacaban iban dos soldados juntos con un sólo fusil, de forma
que cuando cayera uno el otro tomase el arma y siguiera peleando), con falta de
oficiales que lo dirigiesen, pero con mandos sumamente sanguinarios. Los
soldados, para los jefes políticos de Stalin, eran como animales que tenían que
avanzar y morir. Era el único ejército que tras iniciar el bombardeo a una
posición enemiga, mantenía el “fuego amigo” hasta que penetraran en la posición
sus soldados; de ahí que muchos soldados rusos muriesen por sus propias bombas.
Trotski pasando
revista al Ejército Rojo (izquierda). Infantería femenina soviética (centro).
El Ejército Rojo toma Berlín (derecha) dando por finalizada la IIGM.
EEUU era, en 1939, un país
que estaba naciendo industrialmente, con unos recursos y un potencial
incalculable, pero todavía sin hacer. De hecho, si en la batalla de Midway de
1942 (seis meses después del ataque japonés a Pearl Harbor), no llegan a estar, afortunadamente, los dioses en
contra de los japoneses, la derrota norteamericana hubiera sido sonada y
hubiera costado mucho tiempo recuperarse, ya que no habría podido pelear por
las islas del Pacífico. Y algo más, porque la victoria de Midway permitió a EEUU avanzar y desarrollar todo su
gran poderío industrial, del que ya se estaba beneficiando el Reino Unido y del que pronto se beneficiaría
la Unión Soviética. Con esa ayuda se asentó el régimen de Stalin y su enorme
país empezó a convertirse en una futura potencia.
La entrada de Stalin en la
guerra contra Alemania fue un factor clave para ir decantando la balanza a
favor de los aliados, pero es importante señalar que la victoria o la derrota
de un bando o de otro dependía además de la rapidez en concluir el conflicto,
porque, si bien Alemania tenía enfrente a casi todo el mundo, hay que señalar
que además de un ejército profesional y con grandes jefes, también tenía
brillantes cerebros en la sombra. De ella nacieron los primeros prototipos de
cohetes y misiles, pero además sus grandes científicos avanzaban rápidamente en
el campo de la fisión nuclear y se acercaba la fecha en que podrían crear una
bomba atómica. Si esto hubiera ocurrido, el final de la guerra podía haber sido
diferente. Por ello urgía evitar que Alemania dispusiese de ese tiempo de
investigación armamentística y para ello era importante arrinconarla y
derrotarla lo antes posible. La apertura del frente del este supuso una
fragmentación del castigado y cansado ejército alemán, que debía frenar el
avance del ejército rojo, pero para ese progreso se produjera era importante
que se abrieran nuevos frentes al sur y al oeste de Europa. De ahí la gran
importancia del desembarco aliado en Sicilia, en julio de 1943, un año antes
que en Normandía.
El armamento
nazi era sumamente avanzado para su época. Hitler no sólo supo hacerse con un
equipo científico brillante (recordemos que Albert Einstein emigró por negarse
a ser parte de éste), sino que usó a su favor “cortinas de humo” fantasiosas para
poder experimentar a su gusto, sin que otras naciones fueran conscientes de sus
planes, como muestro en mi exitoso libro “Hitler quiere el Grial”.
Poco se sabe de este
evento. De hecho casi nada comparado con el de Normandía y creo que pudo ser
más clave éste que el francés, ya que en la fase previa consiguieron engañar al
mando alemán haciéndoles creer que iban a desembarcar en Cerdeña, muy lejos del
lugar real (Sicilia), lo que hizo que tuvieran que desplazar a ejércitos
experimentados, con buenos jefes militares, que se hubieran necesitado después.
Se desconoce bastantes
aspectos del proceso de elección de sitio y de la ejecución. Muy pocos saben
que el régimen del general Franco tuvo, sin saberlo, mucho que ver con el éxito
de esa empresa. Los aliados prepararon un plan (Operación Mincemeat, “carne
picada”) para despistar al ejército alemán. Para ello, el servicio secreto
inglés preparó un hundimiento frente a las costas de Cádiz, del que apareció en
la playa, un cadáver que portaba una documentación muy completa y sumamente
secreta de los planes de desembarco aliado en Cerdeña.
Documentación
de William Martin, la falsa identidad que se le dio al cadáver de un mendigo
londinense abandonado en una playa gaditana.
La verdad fue que en la
noche del 19 de abril de 1943 un submarino británico transportó al muerto a la
playa. Recogido por la fuerza armada española, pronto fue informado el gobierno
de los papeles que portaba el cadáver, enviando rápidamente copia de ellos a
Hitler, que afortunadamente picó el anzuelo. Pronto se ordenó concentrar tropas
alemanas en Cerdeña y frente a ella, trasladando allí a los ejércitos alemanes
del sur, que tanto hubieran necesitado para repeler el verdadero desembarco
aliado en Sicilia. Con esta triquiñuela, el verdadero desembarco aliado transcurrió
más favorablemente al no tener en frente al ejército alemán y a los blindados
del sur. Como testigo de la hazaña quedó una película, titulada “El hombre que nunca existió” y que pasó
con más pena que gloria, a pesar de que era una buena película. No exagero
cuando señalo la importancia de este desembarco. Cierto era que la buena
estrella alemana se estaba eclipsando tras la desastrosa intervención en Rusia,
que al romper el Pacto con Stalin, colocó al inmenso pueblo ruso en el otro
bando, lo que sentenció prácticamente al régimen nazi a la derrota. Sin embargo
y, aún a riesgo de ser pesada, reitero que la rapidez con finalizar la guerra
fue la baza fundamental para la derrota nazi, ya que gran parte de su armamento
“estrella” quedó por estrenar e incluso por llegarse a fabricar más allá del
prototipo. De ahí la importancia del éxito en el desembarco de Sicilia y de las
personas que lo lograron.
Hubo una persona clave en
el éxito de aquel gran desembarco. Está en el cementerio de Huelva. Allí
descansa William Martin, el hombre que realizó el gran engaño y que ganó,
después de muerto, una de la más importantes batallas de la Segunda Guerra
Mundial (aunque nunca llegase a alistarse). Él fue el hombre que nunca existió.
Interesante trabajo, Valeria. Ha hecho una descripción exacta de la realidad de 1939. Su análisis ha sido muy acertado de la situación y de lo que supuso la Segunda Gran Guerra. Nuestras felicitaciones.
ResponderEliminarConocíamos la historia de Martín, pero la ha encauzado muy bien en la realidad de aquella época. Un artículo completo.
ResponderEliminarHa hecho un razonamiento brillante deduciendo, acertadamente, la importancia del desembarco aliado en Italia. Estoy de acuerdo con Ud en que fue decisivo. Nos ha gustado su desarrollo.
ResponderEliminarMuy ajustada la valoración que hace del triunfo americano sobre Japón,pero es cierto que tuvo toda la ayuda de los santos y toda la suerte del mundo en Midway, que decidió prácticamente la guerra. Interesante trabajo.
ResponderEliminarNo conocia a fondo la historia. Sólo que el desembarco de Sicilia fue el resultado de una trama que al final despistaron a los alemanes. Me ha gustado conocer la historia verdadera de lo que pasó. Gracias.
ResponderEliminarMe ha gustado el análisis y la visión que da en su artículo de las dos superpotencias, así como la radiografía que hace de la situación final de la Segunda Guerra Mundial. Muy exacta y concluyente.
ResponderEliminarGracias por sus comentarios Sres De la Seca, Benitez, Aróstegui, Candau y Rodríguez, y Sra. Gutiérrez. Me agrada que valoren mi artículo como veraz y acertado. Y siempre me satisface que les puedan servir para ampliar información o para establecer enriquecedores debates. Gracias por su fidelidad.
EliminarNo estoy de acuerdo con lo que dices sobre Midway. Si hubiera perdido la batalla EEUU se hubiera recuperado pronto.
ResponderEliminarPienso que pensó mal el mucho power americano cuando diga su opinión sobre el final resultado de la Gerra. No ganaron porque tenieron suerte. Fue más.
ResponderEliminarGracias por sus comentarios, Sres Weisley y Stephen y les comento. En ningún lugar de mi artículo he señalado que los Estados Unidos estuvieron en riesgo de perder la guerra frente a Japón. Todo lo contrario, he dicho que el gran potencial futuro que tenía ese país hubiera decantado la batalla de su lado, sólo que de no haber tenido la suerte a su favor en Midway, la victoria hubiera sido aún mucho más costosa y se habría alargado más en el tiempo (dando la baza a Alemania para estrenar armas verdaderamente avanzadas, que nunca llegaron a ser usadas).
ResponderEliminarSi leen la historia de Midway -o ven la película de ese nombre que Hollywood lanzó en la década de los setenta con un gran elenco de actores, entre los que estaba mi admirado Charlton Heston- constatarán que si no hubiesen encontrado casualmente las claves de transmisiones niponas que les permitió prepararse y emboscar a los japoneses, esa batalla pudo haber acabado de otra forma. Otro gran golpe de fortuna de los norteamericanos, fue el curioso hecho de que el único avión japonés de reconocimiento que vio la flota americana tenía estropeada la radio, por lo que no pudo informar a su gente. ¿Se imaginan cómo hubiera actuado el brillante almirante japonés Yamamoto - que ya había dado muestras de su valía en la batalla del Mar del Coral, un mes antes- o qué hubiera hecho el Almirante Naguno con sus cuatro portaviones (Akagi, Kaga, Hiryū y el Sōryū), si hubiera conocido que la flota norteamericana, más débil, estaba a escasas millas marinas?. Posiblemente el resultado de esa batalla podría haber sido otro bien distinto. Y sigo apelando a la suerte, como una buena y afortunada aliada de la escuadra estadounidense, porque meses después también la tuvo afortunadamente a favor en la batalla de Leyte, en Filipinas, esta vez colocando en el momento crucial a un inepto almirante japonés, Takeo Kurita, que en el momento clave de la batalla, en la Bahía de Samar, cuando tenía prácticamente la batalla ganada y a la mayoría de los portaviones norteamericanos indefensos a tiro. Pero, de forma incomprensible, ordenó retirarse. En ambas batallas los japoneses podían haber logrado la hegemonía en el Pacífico, y si eso hubiera ocurrido, desgraciadamente, seguro que hubiera costado mucho más a los norteamericanos vencerles. Les hubieran obligado a tirar las bombas atómicas antes.
Un saludo.