lunes, 30 de marzo de 2015

La asombrosa tumba del condestable de Luna


            En otro momento anterior habíamos tratado las máquinas y artilugios de la antigüedad (ver aquí) y mencionábamos casos llegados a nosotros por comentarios muy lejanos en el tiempo y en el espacio. Sin embargo, en la entrada de hoy trataré de un formidable artilugio que existió en suelo hispano y que estuvo operativa hasta que la reina Isabel de Castilla (más conocida como Isabel la Católica) mandó destruir por considerarla articulada por cosas del demonio. ¿Saben ya a cuál me refiero?.

            Un personaje que ha pasado a la posteridad como hábil manipulador e incluso nigromante (lo que se entendía por “brujo”) es sin duda el condestable don Álvaro de Luna (s. XV), quién logró manejar al monarca Juan II como si de una simple marioneta en sus manos se tratara. Esto y sus malas artes para lograr siempre obtener lo que deseaba, motivaron una cruenta guerra civil entre los favorables a Juan II y los partidarios del infante Enrique Enríquez (futuro Enrique IV), a quién el propio Álvaro de Luna mandó encarcelar en la fortaleza soriana de Langa de Duero (de la que escaparía más tarde “misteriosamente”, no existiendo para mi más enigmas en dicha fuga que una simple compra de los carceleros, posiblemente simpatizantes de su causa). Enrique IV sonará a los que siguieron la serie Isabel, por ser el hermanastro mayor de ésta, papel magistralmente interpretado por Pablo Derqui (en la imagen central, entre un detalle de Álvaro de Luna rezando vestido de caballero santiaguista, conservado en la capilla de Santiago de la catedral de Toledo, y una imagen de Langa de Duero con la fortaleza en el sitio predominante).


             Pues bien, el viento a favor de Álvaro de Luna (quién llegó a engrosar su ya de por sí esotérica biblioteca, con la del marqués con fama de nigromante D. Enrique de Villena, tras morir éste) dejó de soplar cuando su títere el rey Juan II se casó con Isabel de Portugal en segundas nupcias. La reina, que no veía con buenos ojos la manipulación del condestable sobre su marido, no cesó hasta convencer al rey (que sonará a los que siguieron la serie Isabel, por ser el hermano mayor de ésta) de que encarcelara a su condestable, ganándose así las simpatías de la nobleza y poniendo fin a esa guerra interna. El rey acabó cediendo en 1451 y, tras pasar dos años en prisión, fue condenado a muerte. Fue degollado y su cabeza expuesta públicamente durante tres días en Valladolid junto a una bandeja de plata para recoger limosna con la que costear su entierro. Sobró dinero. En la imagen se puede observar el cuadro de Federico Madrazo representando a Álvaro de Luna en el patíbulo, momentos antes de su ejecución. A su lado, cuadro de José María Rodríguez de Losada (perteneciente a la orden de Santiago) donde se aprecia la sepultura del condestable y Gran Maestre de la orden de Santiago, con gentes de toda condición dando limosna.


             Como se aprecia en el segundo cuadro, los franciscanos se hicieron cargo del cuerpo y cabeza de D. Álvaro de Luna enterrándolo en el camposanto de la ermita de San Andrés (en los arrabales de Valladolid) reservado para ladrones, paganos y otros personajes no deseados por la iglesia. Estuvo poco, ya que sus restos no tardaron en ser trasladados al monasterio de San Francisco. Por fin, bastantes años más tarde, su cadáver recibió sepultura en el panteón que Álvaro de Luna, en vida, se había mandado construir en la capilla de Santiago ubicada en la majestuosa catedral de Toledo. Y en este sepulcro el mismísimo Álvaro de Luna había mandado instalar unos resortes que daban lugar a un ingenioso mecanismo que al activarlo movía la representación en mármol del condestable haciendo que adquiriera una posición orante, de rodillas mirando al altar mayor de la catedral. Tras terminar la misa, de nuevo el mecanismo (al ser accionado) ponía la estatua de Álvaro tumbada sobre su sarcófago.


             Como se aprecia en las imágenes, desde entonces el condestable reposa en la capilla de Santiago de la catedral de Toledo, junto con su esposa doña Juana Pimentel separados ambos por una cruz de Santiago (en el suelo). A la derecha, detalle del sepulcro de De Luna.
            El mecanismo de la sepultura era tan eficaz que la gente solía sobresaltarse por el realismo de ver la estatua del fallecido rezando junto a ellos al iniciar cada misa. Se creó tal revuelo (y a la vez, solía atraer a tantos seguidores del ajusticiado) que la ya entonces reina Isabel la Católica dio orden de inhabilitar tales mecanismos considerados obra del demonio. Por tanto, este artilugio no logró superar el siglo XV, si bien habría sido algo digno de verse, entre las penumbras de la catedral y las sombras bailantes efecto de las numerosas velas, ver alzarse sobre su tumba la figura de tan insigne aristócrata postrándose de rodillas y juntar sus manos en ademán de orar para volver a tumbarse una vez terminada cada misa.


2 comentarios:

  1. Hay que recordar que don Álvaro pertenecía a una gran familia aragonesa, muy bien relacionada con los Trastámara, desde la época de su pariente, el Papa Luna, quien ayudó a don Enrique el de las Mercedes, en su huida a Francia, a través de Aragón, para librarse de la persecución de su hermano, el Rey don Pedro el Justiciero.

    Como trató mucho de niño a don Juan, primer Príncipe de Asturias, efectivamente, influyó mucho sobre él, ya que le llevaba quince años.

    El Enrique Enríquez prisionero en Langa fue el primer Conde de Alba de Aliste, e hijo del Almirante de Castilla, primero de los Almirantes de la larga familia Enríquez, una rama de los Trastámara, descendientes del hermano gemelo de don Enrique el de las Mercedes, quien murió a los ¿quince años? asesinado por orden de su hermanastro don Pedro el Justiciero, después de haberse rebelado contra él.

    El Infante don Enrique que tomó prisionero a Juan II no tiene nada que ver con Enrique IV, era infante de Aragón e hijo de don Fernando el de Antequera, uno de los infantes de Aragón de los que habla Jorge Manrique en las coplas a la muerte de su padre.

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    1. Gracias por su comentario. Celebro ver que en los tristes y extraños tiempos que corren, aún haya personas que disfruten entre libros y datos de nuestra historia. Un saludo.

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