Estaba hablando con mi madre
cuando dijo la expresión “las verdades del barquero” y se me ocurrió analizar
de dónde vendría. Mientas ella planteaba la posibilidad de deberse a que los
barqueros tratan con tipos de gente muy variada que quieren cruzar el río, a mi
se me ocurría que tal vez aludía a otro barquero, más tétrico, al que había que
dar unas monedas para cruzar las almas de los difuntos “a la otra orilla” y
poder descansar en paz. En ese caso sería una alusión a la propia muerte, que
no hace distinciones, así que aunque las personas en vida se den todos los aires
que quieran en la muerte se ve realmente cómo es cada cual (y de ahí la
verdad). Como escribió Jorge Manrique si mi memoria de tiempos del instituto no
me falla: “y llegados son iguales los que
viven por sus propias manos e los ricos”. Pero, ¿aludirá a eso la peculiar
expresión?.
Cuadro de José Benlliure Gil basado
en la mitología de la Grecia
clásica que sostenía que los fallecidos debían enterrarse con una moneda que
pagara a su alma el paso sobre el río de los condenados por el barquero
Caronte, llevándoles así a la otra orilla y pudiendo descansar en paz. Esta
creencia se mantuvo durante milenios entre distintas culturas tales como la
romana y la cristiana, siendo frecuente colocar en el interior de la boca o sobre
los ojos de los difuntos, una o dos monedas para Caronte (el óbolo de Caronte).
Por cierto, compartiré una observación que me encantó descubrir; ¿sabía el lector que “Carón” o “Caronte” en griego antiguo significaba “brillo intenso”?, ni más ni menos que “Lucifer”, luz ferina, el lucero de la mañana o “luzbel”, luz bella, el portador de luz, antes de que el cristianismo lo condenara a los infiernos y “al lado oscuro”, que diría el cineasta George Lucas (ver aquí).
Me
puse manos a la obra a buscar opiniones al respecto entre la gente letrada y,
aunque había quién opinaba como yo asociando la expresión al Barquero griego
Caronte (por ejemplo Luís Coleto Martínez), otros autores como Rautenstrauch y
Luís Montoto la hacen derivar de un cuento popular que tiene como protagonistas
a un estudiante de Salamanca (recordemos el popular dicho que decía mi abuela materna “quién quiera saber, que vaya a Salamanca” ya que allí estaba la
universidad más prestigiosa en la Edad Media
y Renacimiento) y al barquero que le ha de cruzar a la otra orilla del
caudaloso río Tormes. A pesar de que el barquero apenas tenía ingresos, acordó
con el universitario que no le cobraría nada si al llegar a la otra orilla le
decía tres verdades fundamentales y útiles. El estudiante logró la travesía
gratis al decirle que “mejor pan duro,
que ninguno”, “zapato malo, mejor en
el pie que no en la mano” y “si pasas
a todos como a mi, barquero, dime qué haces aquí”. En otros autores, esta
última frase varía ligeramente: “si a todos los
que pasas, lo haces gratis como a mi, no sé qué haces aquí”. Amando de
Miguel añade como curiosidad que aunque en Salamanca se construyó un
puente uniendo ambas orillas que aún persiste, el precio que había que pagar
por cruzarlo era mayor que el que solicitaban los humildes barqueros por su
travesía.
En la imagen, ánfora griega con
representación del barquero del inframundo, Caronte, pintado por Dinos de
Atenas, expuesto en el Museo Nacional de Varsovia. A su lado, una de las
fachadas de la Universidad
de Salamanca iluminada por la noche, resaltando su decoración plateresca, cuyo
simbolismo y significado analizo en mi obra “Diego de Riaño: el hijo de la viuda”, por la pervivencia de ideas
de milenarios constructores y los masones posteriores.
Por su parte,
José María Irribarren también remite a un cuento similar, pero en esta ocasión
es el barquero (antaño tan popular como hoy lo pueda ser el portero de un
gran edificio o un taxista) quién dice cuatro verdades fundamentales: las
dos primeras del estudiante, “quién da
pan a perro ajeno, pierde el pan y pierde al perro” y “quién no está acostumbrado a llevar bragas, las costuras le hacen
llagas” (que sería equivalente al otro refrán castellano: “aunque la mona se vista de seda, mona se
queda” o “no se hizo la miel para la
boca del asno”).
Otros autores como
Valeriano Gutiérrez Macías sitúan el origen y ubicación de estos cuentos de los
que procederá la frase: “las verdades del barquero” en el camino (fluvial) que
llevaba de la aldea extremeña de Talaván a la de Casas de Millán, a través del
desfiladero o cañón del río Tajo. En este caso, las frases del barquero iban
dirigidas a acciones que preservarían la seguridad en la embarcación durante el
ajetreado trayecto.
Imagen del río Tajo entre
numerosos Quercus y la actual ermita
de la Virgen
del Río de Talaván (Cáceres), puesto que la antigua –medieval, si no anterior-
se encuentra desde 1971 bajo las aguas del embalse José María Oriol-Alcántara
II. Junto a ella se encontraba la casa del barquero. La nueva talla de la
virgen (del s. XVI) me hace pensar en la existencia de una muy anterior de la
que perviven ciertas “licencias”, al mostrar ella una larga cabellera negra
(otras tallas cubren su pelo como señal de recato) y el Niño aparece totalmente
desnudo. No muy lejos de allí se encuentra el imponente puente romano de
Alcántara. “Quién quiera entender, que
entienda”.
J.C. López
Eisman hace notar que frecuentemente la frase popular suele ir cargada de
cierto tono amenazante que acarrea decir verdades que pueden herir pero que son
ciertas (“no me obligues a decirte las
verdades del barquero”, por ejemplo, ante una persona que se lamenta de su
situación sentimental o laboral, cuando su conducta errada la ha motivado). Así pues, estas son las dos posibilidades que mayor peso tienen para justificar el origen de tan peculiar expresión. ¿Cuál os convence más?.
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