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domingo, 12 de mayo de 2024

Juan de Oñate, un conquistador respetado por su pueblo

Me ha sorprendido leer una atrasada noticia de prensa en la que se señalaba que en Alburquerque, la ciudad más grande del Estado de Nuevo México, en los Estados Unidos -dentro de las protestas  y actividades de los miembros de las comunidades indígenas cuando mostraban su desacuerdo contra el reconocimiento del Estado al explorador español Juan de Oñate y Salazar (1549 y 1626), conquistador, Adelantado y Gobernador de Nuevo México, explotó la actividad minera de la zona-, pretendían destrozar un grupo escultórico en el que se contempla al conquistador y a sus huestes, que la ciudad levantó en el parque principal.

 

Lo acusaban de genocidio al combatir contra los indígenas nómadas chichimecas, del norte mexicano, para conquistar el territorio.  

Este conquistador aristócrata estaba casado con Isabel Tolosa Cortés, nieta del conquistador de México, Hernán Cortés, e hija del emperador azteca Moctezuma. 

En 1595, siguiendo la autorización del virrey de Nueva España (México) Luis de Velasco, exploró todos los territorios anexos al río Concho, que recorrió hasta su desembocadura en el río Norte (río Bravo), conquistando la región y luchando contra los indígenas de la zona.

Tras asegurar la conquista, prosiguió su exploración y conquista corriente arriba del río Norte, hasta Nuevo México. Con una caravana de 10 km de longitud y avanzando 8 km al día, conquistó todo Nuevo México.

No contento con tal gesta, inició después otras exploraciones por los actuales territorios de Oklahoma y Kansas, retornando después a Nuevo México, donde fue nombrado Gobernador Real.

Con todo, su ansia de exploración no acabó ahí, ya que realizó diferentes incursiones por las infinitas praderas del Este, habitadas por numerosas tribus apaches y enormes y peligrosas manadas de bisontes. Tras recorrer las inmensas llanuras del este de Nuevo México y del oeste de Texas, retornó a la capital de Nuevo México, dejando la toma de esas extensas tierras a su sobrino Vicente Zaldívar.

 

El conjunto escultórico de Albunquerque (New Mexico) en honor a las huestes de Juan de Oñate era realmente bonito, realzando el carácter explorador de sus gentes. Pero en el afán de demonizar a las grandes gestas del Imperio Español se decide despreciar que los españoles llevaron a esas tierras caballos, gallinas, cerdos, aloe vera (sanadora para los problemas de la piel), especias y un sinfín de productos desconocidos para los nativos, con los que se casaron (a diferencia de otros europeos). Comienza a ser patético tal afán de borrar toda la historia de la humanidad, creada siempre por luchas entre pueblos. ¿O solo se trata de tratar de destruir los logros del Imperio Español?.

 

Durante esas conquistas no todas las batallas se dieron con esa violencia usual que impone la guerra. Oñate era un militar que siempre bebió en las aguas de Hernán Cortés, quien nunca abusaba de extrema violencia en sus conquistas, ejemplo de conquistador diplomático que negociaba incansablemente antes de recurrir a la guerra, lo que se puede comprobar en la conquista de México, por ejemplo cuando volvió a la conquista de su capital de Tenochtitlán  (actual México D.F.), tras su salida y derrota en la “Noche triste”, perseguidos los españoles en retirada por los aztecas, hasta la batalla de Otumba, cerca de las puertas amigas de Tlaxcala, donde el genio de Cortés venció admirablemente estando en franca minoría: 600 españoles y aliados cansados y heridos frente a 3000 aztecas; pasajes todos ellos que dejaron a centenares de españoles y aliados indígenas tlaxcaltecas muertos, bien en batalla o sacrificados vivos arrancándoles el corazón, en ofrecimiento al dios Huitzilopochtli. Cuando, ya recuperado, Cortés volvió a Tenochtitlán, tras una difícil victoria no hubo represalias contra la población azteca, incluso cuando los barcos de Cortés hicieron prisionero al emperador Cuauhtémoc, quien ordenó la anterior persecución y matanza de españoles y defendió con extrema violencia Tenochtitlán, Cortés le perdonó la vida y lo abrazó (algo que no puede decirse de ningún guerrero azteca ni inca, por cierto, cuya conducta sanguinaria provocó que los pueblos nativos maltratados por aquéllos buscaran en los guerreros españoles recién llegados, la esperanza para derrotar a aztecas e incas). Al lector interesado le recomiendo la lectura de entradas anteriores relacionadas, aquí o aquí, por citar un par de ellas.

Cierto era que el tratamiento que los conquistadores daban al enemigo era diferente cuando luchaban durante el avance, que cuando los nativos derrotados y perdonados se sublevaban durante el avance de los conquistadores pues como en cualquier circunstancia similar, con cualquier ejército implicado, las insurrecciones en territorio conquistado debían sofocarse cuanto antes si no se quería perder todo el esfuerzo invertido hasta entonces. En estos casos la violencia y represalia eran mayores ya que a ningún conquistador (ni a ningún soldado, de la nacionalidad que sea) le gustaba tener enemigos a su espalda; si les habían perdonado la vida tras lograr de ellos promesas de no agresión y las incumplían, la reconquista conllevaba más porcentaje de violencia y represión, como era lógico (y ha ocurrido en todas las naciones).

Y eso también le ocurrió a nuestro conquistador Juan de Oñate. Tras su paso por Acoma, actualmente en el Estado de Arizona, los indígenas del Peñón de Acoma se rebelaron contra los conquistadores, de forma que Oñate tuvo que volver atrás, y junto a sus capitanes y los frailes franciscanos  reprimieron duramente el levantamiento, desobedeciendo las disposiciones del Consejo de Indias. Tras un par de días de intensa lucha, Oñate conquistó el Peñón. En aquellas batallas murieron 680 nativos y otros 600 indios fueron hechos prisioneros y castigados duramente. Por esta actuación Oñate fue represaliado por la justicia de Nueva España y en 1607 se le destituyó de su cargo.

Recordando este hecho, varias estatuas del conquistador fueron retiradas de distintas ciudades del país; incluso la mencionada de Alburquerque ya había sufrido ataques anteriores, llegando a serrarle un pie. La noticia que leí señalaba que este nuevo intento de atacar a la figura de Juan de Oñate, estaba relacionado con las protestas y manifestaciones surgidas a raíz del asesinato del afroamericano George Floyd a manos de la policía estadounidense, que levantó un fuerte movimiento antirracista que se alineó con las protestas contra los símbolos del pasado hispánico en el país, continuando con las reivindicaciones del movimiento indigenista desde los años 60 en las que se pide la retirada de monumentos de Colón, de diversos conquistadores como Ponce de León, Hernán de Soto y Juan de Oñate, entre otros, y de religiosos españoles como Junípero Serra... y así lo volvieron a intentar con Oñate.

Sin embargo, esta vez el resultado fue sorprendente porque una inesperada reacción popular frenó el ataque. Una gran mayoría de ciudadanos intervino en su defensa señalando que lo consideraba el padre de Nuevo México. Esto era algo nuevo, sorprendente.

Estamos acostumbrados a que grupos de individuos más o menos letrados intenten tirar la estatua del conquistador de turno, está de moda, pero que haya otras gentes que estén dispuestas a defender el monumento, aunque sea a tiros, eso es totalmente inédito. Pero exactamente eso fue lo que ocurrió: en medio del fuerte enfrentamiento entre atacantes y defensores del monumento, hubo disparos al aire, incluso arrestos policiales.

Milicianos armados trataron de defender el monumento a los exploradores españoles (izquierda) de los fanáticos del movimiento “Black lives matter” que han terminado por usar la excusa de la violencia del “hombre blanco” contra los afroamericanos para terminar tratando de defender una anarquía que destruya toda la historia del continente americano desde la llegada de los europeos, manipulando la historia al blanquear la violencia (y muy elevada) que muchos pueblos nativos ejercían contra sus vecinos con el afán de imponerse a ellos (derecha). Finalmente y con la intención de poner paz entre la ciudadanía se terminó actuando cuando los anarquistas querían.

      Lo realmente sorprendente, por novedoso, es la reacción ciudadana. En los últimos tiempos los derribos vandálicos de estatuas en el mundo occidental no encontraron ningún tipo de resistencia, incluso en algunos casos fueron oscuramente programados por interesados políticos de turno sin demasiada formación, lo que hace mucho más insólito lo que ocurrió en ese Estado ahora norteamericano.

Al margen de que sean cada vez más los historiadores y periodistas que señalan el origen de esas protestas raciales hacia descubridores, exploradores y conquistadores españoles, en el mundo anglosajón, no hispánico, gana peso esta teoría o afirmación al observar la reacción de los ciudadanos de Alburquerque. Para comprenderlo mejor hay que tener en cuenta la historia de ese Estado.

Hay que recordar que Nuevo México permaneció durante dos siglos al Imperio Español, y que con su independencia formó parte de México, hasta que en 1848 los estadounidenses lo invadieron, junto con los estados colindantes, en una intervención de despojo de un tercio de México. Sin embargo, su victoria fue solo militar y política, nunca cultural; a pesar de todas las campañas de anglofilización que aplicaron los yanquis contra la lengua española, aquel Estado y otros vecinos nunca olvidaron su pasado hispano. La religión católica y sus fiestas populares, entre muchas otras tradiciones, las convirtieron en una señal de identidad para la población, que siempre reivindicó su diferencia hispánica frente a la hegemonía anglosajona del resto de la nación.

Por otro lado, allí se reconoce que el imperialismo hispano fue menos agresivo que el inglés, y prueba de ello es que Nuevo México es hoy el estado norteamericano con mayor porcentaje de individuos de etnias indígenas, como apaches, zuñis, navajos, queres… Ante la invasión anglófila que llegó a Nuevo México fueron muchos los nativos que defendían que no eran descendientes de los invasores yanquis, sino de los españoles que fundaron Nuevo México y se mezclaron con los nativos a finales del siglo XVI (recordemos que lo primero que hicieron los Reyes Católicos, monarcas españoles que patrocinaron el descubrimiento del continente americano, al saber por Cristóbal Colón de la existencia de nuevas tierras con habitantes fue otorgarles la ciudadanía a todos ellos, considerándolos iguales ante la ley que los propios exploradores, o conquistadores, gobernantes y habitantes del Imperio Español). De modo que para ellos derribar la estatua de Juan de Oñate es despreciar su identidad y una estrategia del poder anglosajón para imponerse sobre ellos. Y llevan ya muchos años con esa lucha.

También los “anticonquista” que intentan derribar las estatuas de Oñate, se olvidan de que ese conquistador nació en Zacateca, Nueva España, o sea que no era español sino mexicano, o más exactamente, criollo. Su padre fue un hidalgo, encomendero alavés que había hecho fortuna acompañando a muchos conquistadores que iban fundando ciudades como Guadalajara, San Luís de Potosí, y por supuesto Zacateca. En 1598 su hijo Juan preparó una gran expedición de agricultores, ganaderos, soldados y misioneros, y llevaron miles de cabezas de ganado desde Nueva España a esta zona, cruzando por El Paso y Ciudad Juárez; fue una caravana colonizadora con la que fundar un Estado. De hecho, el grupo escultórico de Oñate que querían romper esos hijos de imperialistas, que ahora eligieron ser antiimperialistas trasnochados,  mostraba a un grupo de personajes: soldados, mujeres, niños y animales, que simbolizaban  la primera llegada de colonos a esas tierras que llamaron Nuevo México.  

El reconocimiento de los aciertos de la labor colonizadora de Juan de Oñate ha podido más que el recuerdo de sus errores. Creo que es una postura sabia, porque todos estamos expuesto a aciertos y errores, pero cuando los primeros son más importantes para un país y unas gentes, se debe aplaudir su beneficio antes que transformarnos en inconscientes vengadores, que sin conocer la globalidad de una vida y su trascendencia, nos atrevemos a juzgar unos hechos que ya fueron juzgados en su tiempo.

Afortunadamente, poco a poco, parece que la ciudadanía de los Estados Unidos comienza a despertar de este odio desaforado contra todo lo español, como ya en su día recogí en una entrada de esta web (ver aquí) en la que se informaba de una localidad de Pensacola que luce con orgullo el haber sido la primera ciudad europea de Norteamérica.

También hablamos de la ayuda indispensable que España dio a los Estados Unidos para independizarse del yugo inglés (ver aquí  y aquí) y que, a pesar de ser reconocida por el propio George Washington, no tardaron en recompensarnos con un olvido de los hechos, atacando a España en sus momentos más delicados poniendo la guinda del pastel con el autohundimiento del Maine en el puerto de La Habana (15 febrero del 1898) para lograr la independencia de la isla cubana de España y así poder usarla en el patio de recreo en que la convirtió. Pero eso es ya otra historia.



Placa conmemorativa del lugar en el que Juan de Oñate y su comitiva cruzó el río Bravo (izquierda) y detalle de la ruta de exploración seguida, conquistando y unificando Nuevo México (derecha).

 



 

 

martes, 9 de enero de 2024

El Inca Garcilaso de la Vega, primer escritor mestizo del Nuevo Mundo

Hoy he querido analizar la vida de este escritor porque es un ejemplo real de uno de los resultados de la conquista española en el Nuevo Mundo, una vez que terminó el periodo de guerra con el que generalmente se inician las conquistas.

Con la vida y el legado de este personaje se pueden desenmascarar todas las mentiras y vilezas que integraron la leyenda negra española, creada y apoyada por los grandes enemigos del Imperio Español: holandeses, ingleses y  franceses principalmente. El hecho de conocer la historia del inca Garcilaso, como se le conoce popularmente, facilita comprender que la colonización española fue muy diferente de las colonizaciones realizadas por otros países europeos, sobre todo las del entonces recalcitrante enemigo inglés. Como señala Javier de Navascués, en su brillante estudio sobre la relación entre conquistadores y conquistados en América, el español nunca tuvo ningún problema en unirse a mujeres indígenas locales, compartiendo con ellas su vida, cada vez con más estabilidad, conforme avanzaba la presencia de España en América. Con estos estudios no hay duda de que nuestros conquistadores y aventureros fueron menos racistas que el resto de imperios extranjeros, como lo demuestran los millones de nativos que viven en esos grandes países que formaron parte del extenso Imperio Español -desde gran parte de los Estados Unidos a la Tierra del Fuego- y que la mayoría de su población es de origen mestizo, descendientes de matrimonios mixtos. No se puede decir lo mismo de la población no inmigrante de los Estados Unidos, de Australia, de la India, o de cualquier otra ex colonia inglesa, holandesa o francesa. Por otra parte, fue también en España –ya que estamos-, donde por primera vez las mujeres no solo podían estudiar en universidades, sino convertirse en profesoras universitarias, aunque eso nos diversifique del tema que hoy vamos a tratar, pero tenía que decirlo.


“La Real y Pontificia Universidad de México” se construyó el 3 de junio de 1553, por un decreto firmado por el príncipe y futuro rey Felipe II, en nombre de su padre, el emperador Carlos I de España y V de Alemania. Fue la primera universidad construida en América.

Es cierto que el tipo de unión entre españoles y nativas fueron evolucionando conforme los años avanzaban y ya no se trataba de conquistar, sino de gobernar. Está claro que en la unión más famosa de un español y una nativa, entre el conquistador de México Hernán Cortés y Malinche, no predominó el amor, en el sentido como hoy se conoce -de hecho, cuando ya no la necesitó la cedió a otro soldado español de menos alcurnia y se casó con una española- mostrando una realidad normal en la relación entre los primeros españoles y las indígenas. Sin embargo, cuando la religión se comenzó a imponer, la Iglesia insistió en regularizar estas uniones mediante matrimonios, siendo la mujer indígena la que reclamaba esta solución aunque los españoles no estuvieran muy interesados en ella. Se apoyaban en que las Leyes de Indias señalaban que los españoles no habían ido allí a mezclarse con la población sino a imponer los Evangelios, lo que en definitiva acabó por ofrecer soluciones para evitar vivir “en pecado”. Por otro lado, en principio los mestizos eran personas que estaban perdidas pues no eran indios pero tampoco españoles; se quedaron con la denominación de criollos y estaban mal vistos, de forma que no tenían facilidades para organizar sus vidas, y menos aún cuando a mitad del siglo XVI, el emperador Carlos I prohibió que se les diera cargos públicos sin su autorización.

 La normalización de esta inmensa población no lo tenía nada fácil, y hasta el mismo Felipe II les prohibía en 1582, en contra de los criterios de la Iglesia, su acceso al sacerdocio. Todo ello hizo que la numerosa población mestiza tuviera que ser creativa, y fueron muchos los mestizos que se comenzaron a situar bien, como fue el caso de Diego Muños Camargo, hijo de español y mujer tlaxalteca, que llegó a ser un rico e importante empresario en el siglo XVI en México. Otros se rebelaron contra la Corona y continuaron los enfrentamientos, algo ya inadmisible en una sociedad rica que quería ser moderna. Lima o Cuzco no tenían entonces nada que envidiar a ninguna capital europea; por sus calles corrían el oro y la plata, que se pagaba allí hasta cincuenta veces menos que en Europa, por lo que una multitud de negociantes y viajeros recorría sus calles. Pronto América se transformó en la tierra de las oportunidades, a la que acudían numerosos españoles de la metrópoli para hacer negocios y obtener riquezas, y en esa tierra seguía aumentando el número de mestizos. En esa situación la realidad se imponía a las leyes, y la sociedad tuvo que acomodarse conforme la modernidad avanzaba, y abrirse cada vez más a gentes de todas las razas, que comenzaron a convivir como no se había visto hasta entonces.

También es cierto que casi siempre los hijos de padre español y madre indígena eran ayudados por el padre y su familia; todo mestizo tuvo que superar obstáculos, pero siempre contaba con el apoyo del padre, incluso de su fortuna, y de eso también se benefició el joven mestizo Inca Garcilaso. Aunque su nombre inicial no fue ese; tras nacer en 1539 en Cuzco, la capital del imperio inca, se le asignó el nombre de Gómez Suárez de Figueroa. Su padre fue un noble conquistador español, el extremeño Sebastián Garcilaso de la Vega y Vargas, sobrino del poeta Garcilaso de la Vega, y provenía de un linaje de nobles guerreros en la Reconquista española, como el Marqués de Santillana o Jorge Manrique. Fue un funcionario virreinal que llegó al cargo de corregidor del Cuzco y que participó en las conquistas de Hernán Cortés en México, y de Guatemala después, al servicio de Pedro de Alvarado. En 1534 marchó con Alvarado a  Perú en busca de mayor fortuna y allí se unió a la princesa inca Isabel Suárez Yupanqui, que tenía una línea más ilustre, ya que descendía directamente de emperadores incas. Nacida Chimpu Ocllo (Cuzco),  era nieta del inca Huayna Cápac, hija de Túpac Hualpa, y sobrina de Huáscar y Atahualpa.


La Casa Palacio de los Pizarro, en Trujillo (Extremadura, España) ordenado construirse en el siglo XVI por Francisco Pizarro, conquistador de Perú y del imperio inca. Entre los ornamentos del palacio renacentista, conserva el único retrato conocido de la primera esposa de Francisco, la princesa inca Quispe Sisa, hermana de Atahualpa y Huáscar, bautizada al cristianismo como Inés Huaylas Yupanqui, y madre de los 2 hijos mayores del conquistador. La segunda esposa de Francisco y madre de 2 de sus hijos pequeños, sería Angelina Yupanqui, prima de la primera esposa y de los reyes incas, además de amante de Atahualpa, al que le dio 6 hijos antes de conocer al español. Sería la última concubina inca de dicho imperio.

El niño nacido de esa unión residió en casa de su padre, donde sobrevivió a la guerra civil entre pizarristas y almagristas. Su suerte cambió cuando a sus diez años llegó una orden desde España que obligaba a todos los oficiales y encomenderos que vivían amancebados con nativas, a arreglar su situación de convivencia y a casarse. La respuesta fue que el padre abandonó a la princesa inca y se casó con una española, Luisa Martel. Eso hizo que el niño, como hijo de padres separados fuera de una casa a otra, complicándose mucho su vida en aquella sociedad que menospreciaba a los bastardos y a los mestizos. Pero los padres que actuaron de forma similar, la mayoría, siempre encontraron formas para ayudarles o ascenderlos; así el padre de Garcilaso consiguió enviarlo a estudiar con un canónigo muy preparado de la catedral de Cuzco, que atendía a una docena de alumnos en las mismas condiciones familiares, entre los que estaban los hijos bastardos de Francisco y Gonzalo Pizarro. Allí recibió una magnífica enseñanza, porque además de enseñarles latín, gramática y música, el sacerdote los sacaba por los alrededores hasta la imponente fortaleza de Sacsayhuaman o por los diferentes barrios de Cuzco, y hablaban con la gente.

El muchacho era muy despierto y escuchaba historias curiosas, como la de un boticario español que al ampliar su botica encontró un tesoro que los incas escondían a los españoles. Analizaba los productos que su padre o sus amigos introducían en Perú, como uvas, trigo, café, espárragos, aloe vera, canela, y animales como bueyes, cabras o gallinas, pues en todo momento el muchacho tuvo muestras del cariño paterno. De hecho, cuando ya estaba bien preparado, el padre lo contrató para que llevara las cuentas de sus propiedades, y poco después le regaló una hacienda para que la administrara él mismo.

Distintos retratos del inca Garcilaso de la Vega, el derecho se conserva en la casa-museo donde residió, en Cuzco (Perú).

Tras la muerte del padre en 1559 cuando el muchacho contaba veinte años, se le asignaron en testamento 4.000 pesos en oro y plata, para que fuera a estudiar a España y reclamara al Consejo de las Indias mercedes por los servicios prestados por su padre, que también le entregó una carta póstuma a sus hermanos para que lo acogieran cuando llegara. Así partió el joven mestizo hacia la patria de su padre, llevándose un hondo recuerdo de sus años de Perú. Ya no volvió más a América.

En España conoció a sus tíos y se quedó a vivir con uno de ellos en el pueblo cordobés de Montilla, donde permaneció casi 30 años. Viajó dos veces a Madrid para reclamar emolumentos al Consejo de Indias, que señalaba falsamente a su padre como sospechoso de haber estado peleando junto a los rebeldes al rey en las guerras peruanas. Su situación se complicaba: los mestizos no tenía facilidad de acceso al trabajo y su capital paterno iba menguando; tomó entonces la decisión de cambiar de nombre y eligió el de su padre, ofendido por las mentiras de los poderosos. Tomó sus apellidos y le adelantó el sobrenombre “El Inca”, como homenaje a su país. Se alistó en el ejército y combatió en Navarra e Italia. En 1570 luchó contra la rebelión de los moriscos en las Alpujarras, a la orden de don Juan de Austria (hermano del rey Felipe II), alcanzando el grado de capitán. A pesar del apoyo de don Juan tampoco obtuvo muchos beneficios en el mundo de las armas, de ahí que decidiera ser escritor.


Retrato de un joven D. Juan de Austria y vista frontal de la galera real Juan de Austria (réplica visitable en Barcelona), donde viajaba el mencionado y comandaba las tropas cristianas del Imperio Español que derrotaron a las otomanas en la batalla de Lepanto (Grecia, en el Golfo de Patras cerca de la localidad de Lepanto, hoy Naupacto, el 7 de octubre de 1571). Gracias a ello, Europa siguió con sus culturas y tradiciones (de otra forma habría sido islámica). Hoy tristemente nadie recuerda tal batalla e incluso algunos documentales anglosajones han llegado a insinuar que los ingleses en Malta frenaron el avance islámico en Europa, algo totalmente falso.

Volvió a su casa cordobesa y aprendió italiano, sin descuidar nunca su hacienda, en la que se dedicó a la compraventa de caballos, animales que le gustaban mucho desde niño. Era muy inteligente en los negocios y sacaba beneficios de las numerosas propiedades que tenía bajo su control. En contra de lo que se dice, nunca el Inca Garcilaso tuvo problemas económicos. De hecho cuando cumplió 52 años recibió dinero de otra herencia, tras el fallecimiento de su tía Luisa Ponce de León, que le permitió trasladarse a la ciudad de Córdoba, viviendo en una casa cerca de la mezquita y entrando en contacto con órdenes menores al servicio de la Iglesia y con los círculos del humanismo cordobés, completando entonces una ya bien nutrida biblioteca personal, que tenía como referentes la cultura europea y la española.

Acabó su primer libro La Florida del Inca, que ya había pensado e iniciado muchos años atrás. Todo empezó cuando en sus viajes de reclamación a Madrid hizo amistad con Gonzalo Silvestre, un veterano de las guerras del Perú que había peleado a la orden de Hernán de Soto, el mejor y el más valiente de los capitanes de Pizarro, y después lo acompañó en su aventura por La Florida. Con el Inca Garcilaso Gonzalo compartió comida y bebida por distintas tabernas madrileñas y allí le contó la increíble historia de Soto en América del Norte. Ese primer libro, escrito con elegancia y humanidad se publicó en 1605, y expone todos los hechos de las aventuras de Hernando de Soto por Florida, Georgia, los Apalaches, Alabama y Tennessee,  incluida su trágica muerte en el Misisipi.

En 1609, en Lisboa, se publicó su obra cumbre, los Comentarios Reales de los Incas, en la que detalló la historia, cultura y costumbres de los incas, junto a otros pueblos del Perú. Este libro fue prohibido por la Corona española en todas sus provincias en América desde 1781, tras el levantamiento de Túpac Amaru II, al considerarlo peligroso y propagador de la sedición, aunque la obra se siguió imprimiendo en España. En 1617 publicó en Córdoba, la Historia general del Perú, que era la segunda parte de los Comentarios Reales, que vio la luz al año siguiente de su muerte, ocurrida en 1616 tras una larga enfermedad, en el hospital de la Limpia Concepción de Córdoba. Y caprichos de la Historia: el Inca Garcilaso de la Vega fallece el 23 de abril de 1616, exactamente el mismo día en que mueren Miguel de Cervantes y William Shakespeare.


La obra póstuma del Inca Garcilaso es una mezcla de autobiografía, en la que reivindica su glorioso linaje, dando una visión histórica del Imperio Inca, cuya conquista por parte de los españoles había sido uno de los hitos del proceso colonizador que siguió al descubrimiento de América, y detalla de forma interesante el inicio del Virreinato.

El Inca Garcilaso se introdujo bien en la sociedad cordobesa, eran muchas las tardes en que se le veía paseando por los alrededores de la Mezquita y alternando con la sociedad cordobesa. Visitaba mucho la catedral, donde tenía amistad con varios sacerdotes con los que mantenía largas charlas espirituales, y en ella levantó con su fortuna una capilla en un ala de la catedral-mezquita, la Capilla de las Benditas Ánimas del Purgatorio. Tuvo un hijo no reconocido con una de sus sirvientas, con el que actuó a su muerte igual que hizo su padre con él, cediéndole su casa y una buena cantidad de dinero. Tras su muerte, fue su hijo bastardo, sacristán de la catedral, quien  siguió manteniendo esa capilla, donde descansa su cuerpo. Nunca ocultó su gusto por el sacerdocio, aunque no consiguió acceder a él.

Detalle de parte de la tumba del Inca Garcilaso de la Vega, donde aparece en estatua rezando junto a su hijo Íñigo, tras él. Capilla de las Benditas Ánimas del Purgatorio, catedral de Córdoba (sur de España).

Al Inca Garcilaso se le considera como el primer mestizo cultivado de América que supo conciliar sus dos herencias culturales: la inca y la española, alcanzando al mismo tiempo gran renombre intelectual. Muchos críticos ilustres  lo describen como el “Primer mestizo de personalidad y ascendencia universal que parió América”, como lo define Luis Alberto Sánchez; de ahí que se le reconozca como el “Príncipe de los escritores del Nuevo Mundo”. En su obra, situada en el período del Renacimiento, el Inca Garcilaso combinó hábilmente recursos de la epopeya, la utopía (género platónico de gran cultivo entre humanistas) y la tragedia, con un gran dominio y manejo del castellano. El Inca era un fervoroso católico y justificaba la conquista española por la introducción del Evangelio en América. Fue un escritor con una gran formación humanística; España se la brindó y él supo aprovecharla. El premio Nobel  Mario Vargas Llosa lo reconoce como un consumado narrador y destaca su prosa bella y elegante. Son muchos los monumentos, las universidades, calles y plazas que lleva su nombre.


Derecha, vitrina con parte de los restos del Inca Garcilaso (catedral de Córdoba, España). Izquierda, parte de la exposición de la Biblioteca Nacional de España, en Madrid sobre “la Biblioteca del Inca Garcilaso”.

lunes, 27 de noviembre de 2023

Una ventana a los siglos XVII-XIX españoles

Entre tanta convulsión política nacional (la deriva hacia una nueva dictadura con Pedro Sánchez en su papel de Calígula, volando desde dentro la democracia, la separación de poderes –fundamentalmente el ejecutivo y el legislativo-, la colocación a dedo de toda su clientela en puestos estratégicos y la censura cada vez más marcada, tratando de amnistiar a los guerrilleros urbanos de la CUP y tsunami democrático pero gaseando a los que se manifiestan pacíficamente ante la sede madrileña del PSOE, ancianos y niños incluidos) e internacional (guerra Rusia-Ucrania y guerra de Israel contra el grupo terrorista Hamás), además de una España cada vez más empobrecida y con una invasión –no puede llamarse de otro modo, pues este fin de semana llegaban solo a Canarias 1.500 inmigrantes más, cerrando el mes de Noviembre con 4.000 inmigrantes llegados de manera ilegal solo a Canarias, sin contar los que han llegado a las costas andaluzas, alicantinas ni murcianas, según datos oficiales-, pasaba desapercibida una noticia que me ha resultado sorprendente y que ocurría de manera casual.

Resulta que durante una revisión cotidiana de los fondos de un museo británico, abriendo cajas y revisando su contenido, así como el estado de conservación de los materiales y demás procesos, se descubrió una serie de documentos que parecían estar escritos en un español antiguo. Por ese motivo decidieron informar de lo ocurrido a una trabajadora española voluntaria que allí se encontraba, Elvira Barroso Bronheim, con la intención de que pudiera leer algo de lo consignado en aquellos legajos, para hacerse una idea de lo que tenían ante ellos.

Y resultó que se trataba de cartas, diarios de a bordo, testamentos, recetas de cocina, mapas y demás documentos confiscados por piratas y marinos ingleses durante sus ataques ilegales –es sabido la de veces que Inglaterra se saltaba las treguas y paces alcanzadas con España a fin de rapiñar cualquier tesoro y cargamento de las Américas o de las Indias, mientras con la otra mano seguían proclamando la leyenda negra de las ansias patológicas de oro por parte de los españoles, como evidencio en mi libro sobre la Armada Invencible y la Leyenda Negra, en la que una muy arruinada reina Isabel I de Inglaterra se valió de los piratas para obtener dinero del Imperio Español rompiendo sus tratados de no agresión con Felipe II, monarca de España– y legales, a diversos buques del Imperio Español.

De esta manera tan casual se abría una ventana al pasado de la España de los siglos XVII y XVIII que mostraban, a partir de las misivas, la cotidianidad de los españoles que en ese tiempo trataban de seguir en contacto con sus familiares peninsulares, mientras buscaban fortuna y fama en América.


              Al conjunto de documentos guardados en el National Archives de Londres los han llamado “The Prize Papers”, consistiendo en unas 160.000 cartas confiscadas como parte del botín de corsarios, piratas y demás saqueadores de más de 35.000 embarcaciones del Imperio Español de entre los siglos XVII y XIX, según los ingleses, aunque las cartas provengan de 130 buques del siglo XVIII (¿estamos de nuevo ante un burdo afán de engordar las “hazañas” de los ingleses contra los militares del Imperio Español? El nombre en sí es bastante evidente, pues “prize” significa “premio”, pudiendo traducirse la expresión como “los papeles del premio” o los documentos de recompensa, pero por el contexto sería más apropiado interpretarlo como “los documentos del botín de guerra”… aunque en ciertas ocasiones no hubiera tal, sino la ruptura unilateral de un acuerdo de no agresión; es el caso del buque que suscitó la enorme polémica con la empresa cazatesoros Odyssey y también del San José, dejo aquí el enlace a mi entrada, aunque los vídeos han sido censurados y retirados; en esta otra, aquí, se trata el asunto en concreto).


            Entre las misivas se encuentra una firmada por Francisca Muñoz que envió a su marido que se encontraba en América, Miguel Atocha y al que le reprochaba lo siguiente: «Quisiera sabe qual es el motivo de haberte escrito treze cartas sin estas y de ninguna a ver tenido respuesta, quisiera saver si allá no ay papel o plumas o tinta para siquiera a ver escrito una, ya veo que es por falta no de lo dicho, sino de mucho olvido que has hecho de toda tu familia, pues todos por acá tienen sus socorros y sola yo soy la desgraciada.» La carta viajaba en las bodegas de la fragata de 36 cañones La Ninfa, junto a un cargamento de plata, que fue apresado y saqueado por los ingleses durante la guerra anglo-española ocurrida entre los años 1796 y 1802, con la intervención de Francia.

            Poco a poco, todos estos documentos están siendo escaneados y subidos a la web creada de expreso, según la propia web: “Between 1652 and 1815, British privateers and naval vessels captured roughly 35,000 ships, from which they seized hundreds of thousands of papers that survive to this day as the Prize Papers – a “prize” being a captured ship” o lo que es lo mismo, «Entre 1652 y 1815, barcos británicos privados (es decir, piratas y corsarios) y de la Marina Inglesa capturaron alrededor de 35.000 barcos que proporcionaron cientos de miles de documentos preservados hasta hoy como “The Prize Papers”, que deriva de “prize, premio” como se consideraba a un barco capturado», de manera que ya hay varios investigadores trabajando en ellos y preparando libros con los que deleitarnos próximamente. Es el caso de Alejandro Salamanca, que se está centrando en las misivas incautadas del barco la Agata Galera, apresado en 1747 dentro del contexto de la denominada Guerra del Asiento angloespañola por el control del Caribe. Entre las misivas que llevaba en sus bodegas se encontraba la de un joven Joaquín Ruiz, que viajaba con su padre rumbo a Veracruz, con 16 años, y que relata, entre otras cosas: «Amigos míos, pongo en noticia de vms. como la víspera de mi salida de la Habana, habiendo ido a embarcarme a las diez de la noche con mi padre, al tiempo de subir la escala del navío se me fueron los pies y las manos con la oscuridad de la noche, caí al agua manteniéndome sobre ella más por obra de Dios que por mi habilidad, pues no sé nadar, y viéndome mi padre en tan grande conflicto usó todas las diligencias más prontas que requería el lance, y echándome un cabo quiso Dios, la Virgen, el señor San Antonio y el señor San José que lo agarrara, y no sé cómo lo agarré pues ya me faltaba el aliento y el sentido».

            Sin duda todo este amplio conjunto de cartas y documentos diversos arrojará una visión de la España cotidiana de entre 1652 y 1815. Es el caso de la imagen anterior, derecha, que corresponde al conjunto de misivas que viajaba en el barco español La Perla (no la Perla Negra, de la serie de películas Piratas del Caribe) desde Perú a España y capturado en 1779; todo el conjunto, registrado como ref. HCA 30/313 de los Archivos Nacionales de Londres, se publicará online a lo largo del año que viene, 2024.