martes, 9 de enero de 2024

El Inca Garcilaso de la Vega, primer escritor mestizo del Nuevo Mundo

Hoy he querido analizar la vida de este escritor porque es un ejemplo real de uno de los resultados de la conquista española en el Nuevo Mundo, una vez que terminó el periodo de guerra con el que generalmente se inician las conquistas.

Con la vida y el legado de este personaje se pueden desenmascarar todas las mentiras y vilezas que integraron la leyenda negra española, creada y apoyada por los grandes enemigos del Imperio Español: holandeses, ingleses y  franceses principalmente. El hecho de conocer la historia del inca Garcilaso, como se le conoce popularmente, facilita comprender que la colonización española fue muy diferente de las colonizaciones realizadas por otros países europeos, sobre todo las del entonces recalcitrante enemigo inglés. Como señala Javier de Navascués, en su brillante estudio sobre la relación entre conquistadores y conquistados en América, el español nunca tuvo ningún problema en unirse a mujeres indígenas locales, compartiendo con ellas su vida, cada vez con más estabilidad, conforme avanzaba la presencia de España en América. Con estos estudios no hay duda de que nuestros conquistadores y aventureros fueron menos racistas que el resto de imperios extranjeros, como lo demuestran los millones de nativos que viven en esos grandes países que formaron parte del extenso Imperio Español -desde gran parte de los Estados Unidos a la Tierra del Fuego- y que la mayoría de su población es de origen mestizo, descendientes de matrimonios mixtos. No se puede decir lo mismo de la población no inmigrante de los Estados Unidos, de Australia, de la India, o de cualquier otra ex colonia inglesa, holandesa o francesa. Por otra parte, fue también en España –ya que estamos-, donde por primera vez las mujeres no solo podían estudiar en universidades, sino convertirse en profesoras universitarias, aunque eso nos diversifique del tema que hoy vamos a tratar, pero tenía que decirlo.


“La Real y Pontificia Universidad de México” se construyó el 3 de junio de 1553, por un decreto firmado por el príncipe y futuro rey Felipe II, en nombre de su padre, el emperador Carlos I de España y V de Alemania. Fue la primera universidad construida en América.

Es cierto que el tipo de unión entre españoles y nativas fueron evolucionando conforme los años avanzaban y ya no se trataba de conquistar, sino de gobernar. Está claro que en la unión más famosa de un español y una nativa, entre el conquistador de México Hernán Cortés y Malinche, no predominó el amor, en el sentido como hoy se conoce -de hecho, cuando ya no la necesitó la cedió a otro soldado español de menos alcurnia y se casó con una española- mostrando una realidad normal en la relación entre los primeros españoles y las indígenas. Sin embargo, cuando la religión se comenzó a imponer, la Iglesia insistió en regularizar estas uniones mediante matrimonios, siendo la mujer indígena la que reclamaba esta solución aunque los españoles no estuvieran muy interesados en ella. Se apoyaban en que las Leyes de Indias señalaban que los españoles no habían ido allí a mezclarse con la población sino a imponer los Evangelios, lo que en definitiva acabó por ofrecer soluciones para evitar vivir “en pecado”. Por otro lado, en principio los mestizos eran personas que estaban perdidas pues no eran indios pero tampoco españoles; se quedaron con la denominación de criollos y estaban mal vistos, de forma que no tenían facilidades para organizar sus vidas, y menos aún cuando a mitad del siglo XVI, el emperador Carlos I prohibió que se les diera cargos públicos sin su autorización.

 La normalización de esta inmensa población no lo tenía nada fácil, y hasta el mismo Felipe II les prohibía en 1582, en contra de los criterios de la Iglesia, su acceso al sacerdocio. Todo ello hizo que la numerosa población mestiza tuviera que ser creativa, y fueron muchos los mestizos que se comenzaron a situar bien, como fue el caso de Diego Muños Camargo, hijo de español y mujer tlaxalteca, que llegó a ser un rico e importante empresario en el siglo XVI en México. Otros se rebelaron contra la Corona y continuaron los enfrentamientos, algo ya inadmisible en una sociedad rica que quería ser moderna. Lima o Cuzco no tenían entonces nada que envidiar a ninguna capital europea; por sus calles corrían el oro y la plata, que se pagaba allí hasta cincuenta veces menos que en Europa, por lo que una multitud de negociantes y viajeros recorría sus calles. Pronto América se transformó en la tierra de las oportunidades, a la que acudían numerosos españoles de la metrópoli para hacer negocios y obtener riquezas, y en esa tierra seguía aumentando el número de mestizos. En esa situación la realidad se imponía a las leyes, y la sociedad tuvo que acomodarse conforme la modernidad avanzaba, y abrirse cada vez más a gentes de todas las razas, que comenzaron a convivir como no se había visto hasta entonces.

También es cierto que casi siempre los hijos de padre español y madre indígena eran ayudados por el padre y su familia; todo mestizo tuvo que superar obstáculos, pero siempre contaba con el apoyo del padre, incluso de su fortuna, y de eso también se benefició el joven mestizo Inca Garcilaso. Aunque su nombre inicial no fue ese; tras nacer en 1539 en Cuzco, la capital del imperio inca, se le asignó el nombre de Gómez Suárez de Figueroa. Su padre fue un noble conquistador español, el extremeño Sebastián Garcilaso de la Vega y Vargas, sobrino del poeta Garcilaso de la Vega, y provenía de un linaje de nobles guerreros en la Reconquista española, como el Marqués de Santillana o Jorge Manrique. Fue un funcionario virreinal que llegó al cargo de corregidor del Cuzco y que participó en las conquistas de Hernán Cortés en México, y de Guatemala después, al servicio de Pedro de Alvarado. En 1534 marchó con Alvarado a  Perú en busca de mayor fortuna y allí se unió a la princesa inca Isabel Suárez Yupanqui, que tenía una línea más ilustre, ya que descendía directamente de emperadores incas. Nacida Chimpu Ocllo (Cuzco),  era nieta del inca Huayna Cápac, hija de Túpac Hualpa, y sobrina de Huáscar y Atahualpa.


La Casa Palacio de los Pizarro, en Trujillo (Extremadura, España) ordenado construirse en el siglo XVI por Francisco Pizarro, conquistador de Perú y del imperio inca. Entre los ornamentos del palacio renacentista, conserva el único retrato conocido de la primera esposa de Francisco, la princesa inca Quispe Sisa, hermana de Atahualpa y Huáscar, bautizada al cristianismo como Inés Huaylas Yupanqui, y madre de los 2 hijos mayores del conquistador. La segunda esposa de Francisco y madre de 2 de sus hijos pequeños, sería Angelina Yupanqui, prima de la primera esposa y de los reyes incas, además de amante de Atahualpa, al que le dio 6 hijos antes de conocer al español. Sería la última concubina inca de dicho imperio.

El niño nacido de esa unión residió en casa de su padre, donde sobrevivió a la guerra civil entre pizarristas y almagristas. Su suerte cambió cuando a sus diez años llegó una orden desde España que obligaba a todos los oficiales y encomenderos que vivían amancebados con nativas, a arreglar su situación de convivencia y a casarse. La respuesta fue que el padre abandonó a la princesa inca y se casó con una española, Luisa Martel. Eso hizo que el niño, como hijo de padres separados fuera de una casa a otra, complicándose mucho su vida en aquella sociedad que menospreciaba a los bastardos y a los mestizos. Pero los padres que actuaron de forma similar, la mayoría, siempre encontraron formas para ayudarles o ascenderlos; así el padre de Garcilaso consiguió enviarlo a estudiar con un canónigo muy preparado de la catedral de Cuzco, que atendía a una docena de alumnos en las mismas condiciones familiares, entre los que estaban los hijos bastardos de Francisco y Gonzalo Pizarro. Allí recibió una magnífica enseñanza, porque además de enseñarles latín, gramática y música, el sacerdote los sacaba por los alrededores hasta la imponente fortaleza de Sacsayhuaman o por los diferentes barrios de Cuzco, y hablaban con la gente.

El muchacho era muy despierto y escuchaba historias curiosas, como la de un boticario español que al ampliar su botica encontró un tesoro que los incas escondían a los españoles. Analizaba los productos que su padre o sus amigos introducían en Perú, como uvas, trigo, café, espárragos, aloe vera, canela, y animales como bueyes, cabras o gallinas, pues en todo momento el muchacho tuvo muestras del cariño paterno. De hecho, cuando ya estaba bien preparado, el padre lo contrató para que llevara las cuentas de sus propiedades, y poco después le regaló una hacienda para que la administrara él mismo.

Distintos retratos del inca Garcilaso de la Vega, el derecho se conserva en la casa-museo donde residió, en Cuzco (Perú).

Tras la muerte del padre en 1559 cuando el muchacho contaba veinte años, se le asignaron en testamento 4.000 pesos en oro y plata, para que fuera a estudiar a España y reclamara al Consejo de las Indias mercedes por los servicios prestados por su padre, que también le entregó una carta póstuma a sus hermanos para que lo acogieran cuando llegara. Así partió el joven mestizo hacia la patria de su padre, llevándose un hondo recuerdo de sus años de Perú. Ya no volvió más a América.

En España conoció a sus tíos y se quedó a vivir con uno de ellos en el pueblo cordobés de Montilla, donde permaneció casi 30 años. Viajó dos veces a Madrid para reclamar emolumentos al Consejo de Indias, que señalaba falsamente a su padre como sospechoso de haber estado peleando junto a los rebeldes al rey en las guerras peruanas. Su situación se complicaba: los mestizos no tenía facilidad de acceso al trabajo y su capital paterno iba menguando; tomó entonces la decisión de cambiar de nombre y eligió el de su padre, ofendido por las mentiras de los poderosos. Tomó sus apellidos y le adelantó el sobrenombre “El Inca”, como homenaje a su país. Se alistó en el ejército y combatió en Navarra e Italia. En 1570 luchó contra la rebelión de los moriscos en las Alpujarras, a la orden de don Juan de Austria (hermano del rey Felipe II), alcanzando el grado de capitán. A pesar del apoyo de don Juan tampoco obtuvo muchos beneficios en el mundo de las armas, de ahí que decidiera ser escritor.


Retrato de un joven D. Juan de Austria y vista frontal de la galera real Juan de Austria (réplica visitable en Barcelona), donde viajaba el mencionado y comandaba las tropas cristianas del Imperio Español que derrotaron a las otomanas en la batalla de Lepanto (Grecia, en el Golfo de Patras cerca de la localidad de Lepanto, hoy Naupacto, el 7 de octubre de 1571). Gracias a ello, Europa siguió con sus culturas y tradiciones (de otra forma habría sido islámica). Hoy tristemente nadie recuerda tal batalla e incluso algunos documentales anglosajones han llegado a insinuar que los ingleses en Malta frenaron el avance islámico en Europa, algo totalmente falso.

Volvió a su casa cordobesa y aprendió italiano, sin descuidar nunca su hacienda, en la que se dedicó a la compraventa de caballos, animales que le gustaban mucho desde niño. Era muy inteligente en los negocios y sacaba beneficios de las numerosas propiedades que tenía bajo su control. En contra de lo que se dice, nunca el Inca Garcilaso tuvo problemas económicos. De hecho cuando cumplió 52 años recibió dinero de otra herencia, tras el fallecimiento de su tía Luisa Ponce de León, que le permitió trasladarse a la ciudad de Córdoba, viviendo en una casa cerca de la mezquita y entrando en contacto con órdenes menores al servicio de la Iglesia y con los círculos del humanismo cordobés, completando entonces una ya bien nutrida biblioteca personal, que tenía como referentes la cultura europea y la española.

Acabó su primer libro La Florida del Inca, que ya había pensado e iniciado muchos años atrás. Todo empezó cuando en sus viajes de reclamación a Madrid hizo amistad con Gonzalo Silvestre, un veterano de las guerras del Perú que había peleado a la orden de Hernán de Soto, el mejor y el más valiente de los capitanes de Pizarro, y después lo acompañó en su aventura por La Florida. Con el Inca Garcilaso Gonzalo compartió comida y bebida por distintas tabernas madrileñas y allí le contó la increíble historia de Soto en América del Norte. Ese primer libro, escrito con elegancia y humanidad se publicó en 1605, y expone todos los hechos de las aventuras de Hernando de Soto por Florida, Georgia, los Apalaches, Alabama y Tennessee,  incluida su trágica muerte en el Misisipi.

En 1609, en Lisboa, se publicó su obra cumbre, los Comentarios Reales de los Incas, en la que detalló la historia, cultura y costumbres de los incas, junto a otros pueblos del Perú. Este libro fue prohibido por la Corona española en todas sus provincias en América desde 1781, tras el levantamiento de Túpac Amaru II, al considerarlo peligroso y propagador de la sedición, aunque la obra se siguió imprimiendo en España. En 1617 publicó en Córdoba, la Historia general del Perú, que era la segunda parte de los Comentarios Reales, que vio la luz al año siguiente de su muerte, ocurrida en 1616 tras una larga enfermedad, en el hospital de la Limpia Concepción de Córdoba. Y caprichos de la Historia: el Inca Garcilaso de la Vega fallece el 23 de abril de 1616, exactamente el mismo día en que mueren Miguel de Cervantes y William Shakespeare.


La obra póstuma del Inca Garcilaso es una mezcla de autobiografía, en la que reivindica su glorioso linaje, dando una visión histórica del Imperio Inca, cuya conquista por parte de los españoles había sido uno de los hitos del proceso colonizador que siguió al descubrimiento de América, y detalla de forma interesante el inicio del Virreinato.

El Inca Garcilaso se introdujo bien en la sociedad cordobesa, eran muchas las tardes en que se le veía paseando por los alrededores de la Mezquita y alternando con la sociedad cordobesa. Visitaba mucho la catedral, donde tenía amistad con varios sacerdotes con los que mantenía largas charlas espirituales, y en ella levantó con su fortuna una capilla en un ala de la catedral-mezquita, la Capilla de las Benditas Ánimas del Purgatorio. Tuvo un hijo no reconocido con una de sus sirvientas, con el que actuó a su muerte igual que hizo su padre con él, cediéndole su casa y una buena cantidad de dinero. Tras su muerte, fue su hijo bastardo, sacristán de la catedral, quien  siguió manteniendo esa capilla, donde descansa su cuerpo. Nunca ocultó su gusto por el sacerdocio, aunque no consiguió acceder a él.

Detalle de parte de la tumba del Inca Garcilaso de la Vega, donde aparece en estatua rezando junto a su hijo Íñigo, tras él. Capilla de las Benditas Ánimas del Purgatorio, catedral de Córdoba (sur de España).

Al Inca Garcilaso se le considera como el primer mestizo cultivado de América que supo conciliar sus dos herencias culturales: la inca y la española, alcanzando al mismo tiempo gran renombre intelectual. Muchos críticos ilustres  lo describen como el “Primer mestizo de personalidad y ascendencia universal que parió América”, como lo define Luis Alberto Sánchez; de ahí que se le reconozca como el “Príncipe de los escritores del Nuevo Mundo”. En su obra, situada en el período del Renacimiento, el Inca Garcilaso combinó hábilmente recursos de la epopeya, la utopía (género platónico de gran cultivo entre humanistas) y la tragedia, con un gran dominio y manejo del castellano. El Inca era un fervoroso católico y justificaba la conquista española por la introducción del Evangelio en América. Fue un escritor con una gran formación humanística; España se la brindó y él supo aprovecharla. El premio Nobel  Mario Vargas Llosa lo reconoce como un consumado narrador y destaca su prosa bella y elegante. Son muchos los monumentos, las universidades, calles y plazas que lleva su nombre.


Derecha, vitrina con parte de los restos del Inca Garcilaso (catedral de Córdoba, España). Izquierda, parte de la exposición de la Biblioteca Nacional de España, en Madrid sobre “la Biblioteca del Inca Garcilaso”.

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