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martes, 2 de septiembre de 2025

Corinto y sus increíbles avances

     Aunque es una ciudad de sobras conocida, no quiero dejar pasar la oportunidad para reconocer algunos de los grandes avances que se realizaron en esta población y que por ellos, en gran parte, llegó a alcanzar la fama que tuvo en la antigüedad.



Uno de los elementos más destacables de estas majestuosas ruinas es el templo de Apolo.

            Y es que la ciudad de Corinto, en el mar jónico, en Grecia, posee raíces que se remontan al neolítico. Su posición privilegiada le permitió ir creciendo pasando de ser una ciudad-estado en la antigua Grecia, a una de las urbes más importantes en la época dorada del imperio romano, un lugar clave en las historias bíblicas de San Pablo (a los Corintios) y continuar ganando fama y poder económico hasta llegar a ser una gran metrópolis en el siglo octavo.

            Como decimos, muy probablemente gran parte de esta fama se deba a su acertada ubicación, sobre un estrecho itsmo que conecta la península del Peloponeso con el continente europeo.

            Entre los múltiples restos arqueológicos de distintas eras, destacan los hallazgos del que parece ser un gran puerto comercial que poco tenía que envidiar al afamado de Cesarea marítima, en Israel, y que como se detalla en uno de los capítulos de mi libro “Relatos bíblicos a través de las Ciencias de la Tierra” (2021), fue construido por el rey Herodes con todo tipo de innovaciones, a escalas mastodónticas, con materiales de lujo y gran calidad e incluyendo, como elemento base, un tipo de hormigón que fraguaba bajo el agua.



Se ha destacado con flechas la ciudad actual de Corinto y la antigua (Acrocorinto). También puede verse en la imagen derecha el emplazamiento de una inscripción al emperador romano Nerón, en el famoso Canal de Corinto.

            Si nos aproximamos más a la zona de los puertos próximos a Corinto, encontraremos una zona denominada “Doilkos”. Allí se pueden ver los restos de una amplia calzada de sólidas losas, que se adentraba en el mar, tras ir hasta el pie de playa. Pues bien, esta impresionante calzada son los restos de uno de los mayores avances de la antigüedad, desarrollado por un sabio griego con visión de futuro, llamado Periandro El Tirano (siglo VII a.C., hijo y sucesor de Cípselo, uno de los “Siete Sabios de Grecia”).

            Pues bien, consciente como era Periandro de los peligrosos afloramientos rocosos en el mar que rodea a la península del Peloponeso, de sus a veces caprichosas corrientes y de la necesidad que tenían numerosos marineros y comerciantes de tener que bordear toda la península del Peloponeso para llegar al “otro mar”, al otro lado del istmo, se le ocurrió la genial idea de construir una amplia y sólida calzada por la cual las embarcaciones pudieran acortar horas de peligrosas jornadas de viaje, siendo transportadas sobre maderas y tiradas por bueyes o esclavos, campo a través.


Aún pueden apreciarse los restos de la calzada de Periandro, su ingeniosa “carretera para barcos”.

De esta manera, los cerca de 700 kilómetros a realizar por mar bordeando la península del Peloponeso se acortaban en unos 6,34 kilómetros por tierra.

            A juzgar por los restos que persisten de esta titánica obra, el gasto en hombres y dinero tuyo que ser alto, aunque nada comparable a las riquezas que entraron a las arcas de la ciudad por hacer uso de este invento.

            Así, Periandro (aprox. 627-587 a.C.) se adelantó milenios a la confección del famoso Canal de Corinto, que uniendo ambas costas en línea recta permite el paso de buques, desde que se inaugurara en 1893 (las obras se iniciaron en 1882).



 

        Ahora bien, se ha citado una inscripción del emperador Nerón y es que a pesar de la mala fama de la que goza este personaje, más de uno se sorprenderá al saber que ya durante su mandato ordenó que se iniciaran las obras de tal canal.

Efectivamente, cuando en el siglo XIX se comenzó a perforar la roca para construir el famoso Canal de Corinto, se descubrieron evidencias de obras similares acometidas hacia el 67 antes del cambio de era. Sin embargo, Nerón murió poco después y su ambicioso plan se fue con él. Mucho antes, también Julio César pensó en lo práctico y socorrido que habría resultado este proyecto, de llevarse a cabo.

           Pero no es solo este descomunal puerto comercial del que gozó la metrópolis en su momento de apogeo, ni el gran templo a Apolo,  ni la ambiciosa calzada de Periandro, u otros restos señoriales los restos más imponentes de Corinto, pues parece ser que cada gobernante trató de competir con el anterior en la realización de obras que por solo una de ellas, la ciudad habría gozado de gran fama.

           De hecho, existen otros restos en los que tampoco suele reparar mucha gente, abandonados en medio del campo, junto al vistoso canal.



 

      Se le conoce como “Muro de Hexamilión” y estos restos corresponden nada menos que a una imponente fortificación, tipo el Muro de Adriano, que los romanos alzaron en el siglo V de nuestra era para mantener a raya a los godos. Poseía un grosor de tres metros y una altura de 7-8 metros, uniendo los más de 150 torres defensivas que se alzaban a lo largo de todo el recorrido, de costa a costa, con el fin de aislar la península del Peloponeso, con la ciudad de Corinto (a este lado del muro), del continente con todo el movimiento de pueblos que supuso el avance de los Godos y de los Hunos, causando grandes destrozos por el Imperio Romano.

        Todo esto son “solo” algunas de las maravillas que aún se conservan, aunque sea mínimamente, en el yacimiento de Corinto y en sus alrededores, así que si alguna persona afortunada dispone de tiempo libre para revivir antiguas maravillas del mundo antiguo, sin duda esta visita es una a tener muy en cuenta.



miércoles, 16 de noviembre de 2022

Las misteriosas cuevas Longyou

Ya en otras entradas anteriores manifestaba mi idea de que en China todo es grandioso (ver aquí y aquí) y en este presente escrito de nuevo daré otro ejemplo de ello.

Como viene siendo habitual con el hallazgo de estas sorprendentes maravillas que permanecían olvidadas, su descubrimiento ocurrió de manera fortuita, cuando en un caluroso día de junio de 1992, un humilde campesino de la provincia de Zhejiang, en el sureste de China, se desplazó hasta una aparente pared rocosa de un paraje húmedo, con intención de obtener un par de cubos de agua potable… y terminó descubriendo una red de cavernas majestuosas labradas en algún momento del pasado por manos humanas, a fin de construir una red de túneles de proporciones descomunales.

Ajenos a este impresionante hallazgo “local”, y a varios kilómetros de distancia, en la aldea de Shiyan Beicun se mantenían creencias locales que hablaban de la presencia de una entrada al inframundo desde sus lagunas, pues aparentemente carecían de fondo. Dado que fueron numerosos los experimentos que se llevaron a cabo en la superficie de las lagunas para acallar esas oscuras leyendas mediante la sencilla labor de dejar caer una plomada atada a una larga cuerda hasta que tocara el fondo, que nunca ocurría, una determinada universidad se tomó la labor suficientemente en serio de modo que decidieron desplazarse a la población equipados con potentes bombas de agua y ese mismo año de 1992, decidieron vaciar las lagunas para poder medir su profundidad. Puesto que al encontrarse entre rocas carbonatadas, suponían que debían encontrarse ante una gran dolina -como se denomina en Geomorfología a cavidades verticales excavadas en la roca caliza y conocidas en México con el peculiar nombre de “cenote”, que hoy son una de las atracciones que más turistas capta en el país mexica-, tal vez podrían usarse estas chinas como imán turístico que enriqueciera la pintoresca y desconocida zona.


Generalmente las dolinas se generan por la acción de las aguas de lluvia que disuelven las rocas debilitando las superficies de fractura y disolviendo (y arrastrando) los materiales blandos margosos, arcillosos y arenosos, de forma que la superficie termina colapsando y derrumbándose dejando una cavidad en forma de cubeta.

 

            La sorpresa de los allí presentes debió ser descomunal, no solo por requerir 17 días para extraer todo el agua almacenada, sino al encontrarse que no solo no había simples dolinas formadas de manera natural sino que se habían topado con posibles túneles de ventilación de un, hasta entonces desconocido sistema artificial de cavernas que horadaba todo el subsuelo de la región. De esta manera y de forma independiente se conoció esta red de cavernas de más de 30.000 metros cuadrados de extensión.

Hoy se las conoce como las cuevas Longyou puesto que se han encontrado dos docenas de ellas (otras fuentes ascienden el número a 36) y, por extraño que nos parezca, se sigue sin conocer de ellas poco más de lo que se sabía en el momento de su descubrimiento. En otros trabajos se las menciona como “las cámaras de piedra de Xiaonanhai”.

No solo sorprende la extensión excavada, sino también la magnitud del espacio vaciado ya que según programas empleados por algunos ingenieros que las han estudiado se estima que solo para la tarea de vaciado se requirió del trabajo de mil personas (posiblemente esclavos, a tenor de las obras de la Gran Muralla o del Mausoleo de los Guerreros de Terracota) trabajando sin descanso las 24 horas a lo largo de seis años; y esto solo para realizarlas dado que algunas poseen incluso decoraciones que requerirían igualmente su tiempo, así como el establecer su trazado, estudiar la estratificación del macizo rocoso, establecer el lugar correcto para las columnas de sustento y de los canales de ventilación etcétera. Llegan a alcanzar 30 metros de profundidad con respecto a la montaña de Fenghuang.


 Imagen de la colina o montaña de Fenghuang, con la bella ciudad homónima a sus pies.

 

            Otro misterio es el destino de los sedimentos que se retiraron del interior del subsuelo para labrar este compleja red de túneles, que personalmente me recuerdan –salvando las diferencias- a las canteras romanas y medievales que, ubicadas cerca de Toledo (la capital del reino durante la etapa Goda de la Península Ibérica), proporcionaron la piedra necesaria para realizar los distintos edificios de la ciudad. Igual ocurre con las llamadas “cuevas de San Cristóbal”, una red de 30 cuevas-cantera excavadas en la sierra de San Cristóbal para proporcionar piedra de edificación a la población colombina (y anterior, pues se han hallado restos hasta del Paleolítico) de El Puerto de Santa María, en Cádiz (España) y alrededores, incluyendo la preciosa ciudad de Baelo Claudia.  

            El inconveniente es que mientras que en estos lugares mencionados es fácil encontrar el destino de las rocas arrancadas y talladas de estas canteras…

 Izquierda: imagen de uno de los accesos a la antigua Toletum, controlado por el alcázar de la ciudad (y cerca de donde se encontraba el primer reloj de agua, del que ya hablé aquí). Derecha: imagen de las ruinas del foro romano de Baelo Claudia, controlando el antiguo Estrecho de Gibraltar (Cádiz, España).

            No parece suceder lo mismo en China, donde la antigua ciudad de Fenghuang está construida con madera, no con piedra. Ahora bien, ¿es posible que exista alguna ciudad antigua, aún por localizar, en las inmediaciones?, ¿o sus piedras fueron destinadas a formar parte de alguna sección de la descomunal Gran Muralla, que se alza no muy lejos de allí?. Algunas estimaciones les otorgan unos 2.200 años de antigüedad, lo que ubicaría su realización hacia el cambio de era.


 

viernes, 8 de octubre de 2021

Bellas estatuas o la belleza hecha piedra

Siempre me ha fascinado la virtud de algunos artistas por transformar un bloque de piedra en una figura llena de fuerza o de delicadeza y aunque hasta el momento me reservaba determinadas estatuas para guardarlas en mis imágenes de salvapantallas, hoy me he decidido a compartirlas, para retomar ese hilo que ya inicié hace tiempo de la belleza como tal en el arte, bien por imágenes, por cuadros o por música.

Como siempre, dado que el criterio estético es personal, posiblemente haya estatuas que a mí me lleguen pero no así a otras personas y por ello dejo abierta la posibilidad de compartir sus estatuas favoritas a toda aquella persona que quiera hacerlo, señalando qué le maravilla de tal talla haciendo que se decante por ella y no por otra.

Añadiremos una música de fondo para deleitarnos en las fabulosas tallas:

Dicho esto, comienzo con mi selección. En mi último megaproyecto de varios años de investigaciones (más bien décadas), centrado en la fenomenología de las Vírgenes Negras, debo señalar que cada una de ellas posee algo que la hace singular y distinta del resto, así que encuentro verdaderamente difícil señalar una en concreto. No obstante, con respecto a Jesús, hay un par de tallas que me han fascinado por encima de otras y es precisamente por la actitud que muestra el Niño. Una de ellas es la Virgen de Santa María del Castillo de Gósol, en Lérida, donde el Niño parece estar planteándose dónde se ha metido. La otra es La Virgen de la Leche de San Vicente de la Barquera (Cantabria), que a pesar de estar muy modificada con respecto a la talla románica original, el Niño me resulta muy gracioso y descarado en su actitud.


       Sin embargo, por encima de todas ellas destaca la talla de la Virgen del Lledó (Castellón) original (izquierda y centro, en la imagen que sigue, la 4.1 de mi libro “El fenómeno de las Vírgenes Negras”), por la sencilla razón de ser una figurilla tartésica, con caracteres tartesios (o pretartesios, según establezco en mi trabajo “Tartessos y su prehistoria”, de varios milenios de antigüedad antes del cambio de era y con caracteres similares a la empleada por la cultura balcánica de Vinça, del IV milenio a.C.). Actualmente se encuentra en el interior de otra talla de la Virgen, inspirada en ella (derecha).


                No tan antiguas pero igualmente fascinantes encontramos un conjunto de estatuas de la Grecia clásica donde son sencillamente perfectas. Literalmente. En ellas los escultores griegos no solo aplicaron las proporciones divinas, el número áureo y la proporción exacta destaca por Vitrubio, sino que el equilibrio del conjunto le otorga una fuerza y a la vez una fragilidad que casi da miedo hacer un ruido cerca para no desequilibrar la escena.

                La primera de las estatuas muestra a Aquiles, en el sitio de Troya, tras haber recibido un flechazo en su único punto mortal de su cuerpo (ver detalles en mi análisis de la película Troya, aquí) y está agonizando (es una copia de una estatua antigua del s. III a.C., realizada por Filippo Albacini en 1854). Bajo él muestro otra escultura. griega, donde aparece otro guerrero griego que está agonizando, dotado únicamente de su imponente casco y escudo.

Por cierto, repárese en el pequeño tamaño del pene de ambos personajes. Esto es así porque en la Grecia clásica ya se cultivaba el cuidado físico del cuerpo y de la alimentación, sin descuidar la nutrición del intelecto; así que cuánto más pequeño le representaban a un personaje su miembro viril, daban a entender que era una persona más intelectual y cultivada, alejada de sus instintos más básicos y primitivos.


                En lo relativo a la mujer, hay una talla de una mujer de la Grecia clásica que me fascina por encima de otras. Se trata de la llamada Venus Calipigia (o “Afrodita de Bellas Nalgas”, como se denominaba en la Grecia helénica), una estatua de dulces rasgos y que destila delicadeza, custodiada en el Museo Arqueológico de Nápoles.


     Es una talla que ha fascinado y escandalizado a partes iguales, a las mujeres de la sociedad prácticamente desde que fue hallada, por la coquetería con la que combina su aparente indiferencia al estar secándose o cubriéndose el cuerpo, con el revuelo que causa su osadía al dejar al descubierto su trasero perfecto y sus bonitas piernas.


                Pero si hablamos de belleza femenina, contemporánea de las estatuas anteriores, debemos mostrar la fascinante “Gioconda de la Antigüedad”, como me gusta denominarla, la increíble Dama de Elche (ver aquí la paradoja de las Damas Iberas españolas), en el Museo Arqueológico de Madrid, España.


                Una escultura que me ha fascinado desde siempre ha sido la ibérica “bicha de Balazote” (Museo Arqueológico de Madrid), para variar considerada por nuestros académicos como una burda imitación de una pieza traída del Mediterráneo oriental en plena “etapa orientalizante” y que considero que es puramente autóctona, sintetizadora del culto milenario del Rey Sagrado (que expliqué aquí), como desarrollo en uno de los capítulos de mi obra “El fenómeno de las Vírgenes Negras”.

                Y es que la escultura de la cultura ibérica ha ejercido una influencia en las Artes de España mucho mayor de lo que quisiéramos considerar pues no solo artistas de la talla de Pablo Picasso admitieron inspirarse en tallas ibéricas para desarrollar obras que son hoy imprescindibles, como los toros de Picasso (inspirados en el toro de Osuna, del Museo Arqueológico de Madrid y el toro del Pilar Estela de Monforte del Cid, del Museo Arqueológico de Elche), sino que incluso el arte sacro medieval español bebió de figurillas ibéricas que recuerdan a tallas marianas (remito al lector interesado a mi citada obra “El fenómeno de las Vírgenes Negras”, a fin de no repetirme).

                Existe en el Museo Arqueológico de Albacete una estatua que me resulta maravillosa. Muestra a una jinete, considerada por los académicos como una diosa tipo Epona, si bien a mí me hace sopesar que tal vez en el siglo IV-III a.C. pudieron existir guerreras ibéricas tan hábiles o más en la guerra como los hombres. En verdad hay un par de ellas, dañadas en distinta proporción y que pudieron figurar a la entrada de un monumento funerario. Están realizadas a tamaño natural, si no mayor, y como siempre en el arte ibérico el grado de detalle es asombroso; tanto, que permite comprobar cómo montaban sin estribos (invención posterior, visigoda) así que vemos que lleva su cintura agarrada al caballo por una especie de fajín que sin duda le daría la estabilidad suficiente como para prescindir en un momento dado de las riendas, si deseaba lanzar unas flechas, asestar un espadazo o lancear a un enemigo, mientras el caballo galopaba. Curiosamente sus cabellos los llevaba recogidos en un peinado de trenzas que recuerda al que luciría la faraona Cleopatra, siglos después.


                Y es que siento debilidad por la escultura ibera, lo confieso, ¿hay algo más bello que el rostro del guerrero de Porcuna, o del “pecho-lobo” –literal- del guerrero de la Alcudia, por citar un par de ejemplos?


                Otras bellas estatuas de la antigüedad grecorromana son aquellas que muestran a una diosa o ninfa que está presta a tomar un baño, la de bronce de Hércules ofreciendo la manzana del Jardín de las Hespérides (Museo Arqueológico de Madrid, MAN) o el conjunto de bustos con adornos y tocados imposibles del cabello (en el Museo de la Necrópolis de Carmo, en la localidad sevillana de Carmona hay una muestra de ellos), así como figurillas que suelen pasar desapercibidas en los museos y que las encuentro, algunas de ellas, incluso graciosas como la que se encuentra en el M.A.N y muestra a un gladiador tan parapetado en sus armas que apenas se le ve el rostro o cuerpo.


                Voy a decir una burrada, pero debo confesar que las esculturas de Miguel Ángel (ss. XV-XVI) nunca me han cautivado, con la excepción de su “Piedad”, fundamentalmente por el rostro tan inocente de la Virgen, así como por la forma en que talló sus telas que parecen realmente blandas y flexibles en lugar de duro mármol.


    Mientras que al David lo he visto siempre desproporcionado (debería tener menos cabeza, creo yo, aunque igual es la perspectiva de verlo desde el suelo), al Moisés le he visto una cara de asesino en serie que me ha producido siempre ganas de salir corriendo (ya en su día comentamos aquí la razón por la que luce un par de cuernos, y aquí las libertades que se tomó el pintor en La Capilla Sixtina), aunque también el David tiene esos ojos que producen muy poca confianza. Ahora bien, su rostro confieso que sí posee una fuerza inusitada, si bien me decanto más por el busto de Apolo que figura en el Museo del Prado y que creo que le combinaría mejor.


Hablaba del efecto de los ropajes de La Piedad de Miguel Ángel, que tuvo el don de hacer pasar la dura roca que es el mármol como si fuera una tela moldeable.


       Sin duda en este terreno el premio se lo llevaría Giovanni Strazza (s. XIX), capaz de obtener de una roca el efecto de una débil y fina gasa, casi transparente, de tul. Es fascinante.


                Existen determinadas estatuas que, basadas en leyendas de la Grecia clásica, resultaron igualmente bellas. Es el caso de “El Beso” (o “Psique reanimada por un beso del amor”), del artista italiano Antonio Canova, mostrando a la bonita Psique que despierta “del sueño de los justos” por un beso de su amado Eros o Cupido (hoy, en el Museo del Louvre, París, Francia). O “Venus y Cupido”, de Pasquale Romanelli (s. XIX), del Museo Lázaro Galdiano de Madrid, España. En este mismo museo madrileño también está la estatua de Cesare Lapini llamada “niño leyendo” (s. XIX).


                Y ya del siglo XX, podría destacar un par de estatuillas como cualquiera de la etapa cubista de Pablo Picasso (inspiradas en estatuas de la cultura ibérica) o la abstracta “Vuela”, de Paco Puyuelo. También en las estatuas que adornan las ciudades de todo el mundo hay originales ejemplos.



martes, 9 de marzo de 2021

Cuando Dios era mujer

              He querido hacer esta entrada para tratar de hacer un rápido análisis histórico de la cuestión de la mujer en la sociedad. Resulta sumamente esclarecedor y muy del gusto de Freud porque, ¿sabía el lector que en el principio de todas las sociedades culturales, dios era mujer?.

                Es algo lógico, si lo consideramos. El ser humano se encontraba desprotegido, era una especie en desigualdad de condiciones  -carecía de pelo protector contra el clima, no tenía grandes colmillos, ni afiladas garras-, en un mundo extraño con explosiones en los oscuros cielos que se iluminaban durante tales rugidos (tormentas) y capaces de matar a alguien o de incendiar el entorno (rayos), con una vida que pendía de un hilo y que una mala decisión o un aparente descuido podía suponer la muerte (caídas, toparse con un depredador, una herida mal sanada o simplemente morir en el parto) pero que a la vez ofrecía a veces una cara bondadosa (las fuertes lluvias dejaban charcos de agua potable, frutos que comer, cuevas acogedoras en las que guarecerse, fuego con el que cocinar…) así que no tardó en desarrollarse ese culto a una Madre Tierra a veces bondadosa y protectora y otras veces injusta e iracunda. Se vio que la mujer, al estar más rellenita tenía menos problemas para morir en el parto y para dar de mamar a los hijos, así que esa deidad se personificaría en una mujer de curvas generosas.



                Es entonces cuando, por motivos religiosos, las distintas tribus comienzan a reunirse en determinados lugares sagrados para adorar a esta divinidad creadora y pedirle sus favores y clemencia; aparecían los primeros santuarios en enclaves mágicos, generalmente en lugares fértiles, con manantiales cercanos: se genera Göbekli Tepe (Turquía, hace 11.000 años) y los primeros megalitos españoles (8.000-5.000 a.C.). Y se produce algo asombroso: la religión crea la sociedad humana (las tribus dispersas se reúnen para adorar a sus dioses en ciertas fechas).



Vista aérea de Göbekli Tepe (izda), monolito con toro en relieve en Göbekli Tepe (centro) y dolmen de Alberite, en la sierra de Cádiz (dcha).

                Pero el ser humano dejó de ser nómada y comenzó a desarrollar sus dotes de observación de los ciclos naturales, de manera que aprendió poco a poco a domesticar a las plantas (agricultura) y a la fauna (ganadería), construyéndose las primeras ciudades. Surge Çatalhöyük (Turquía, 6.000-5.500 a.C.) y las primeras poblaciones neolíticas peninsulares (ver mi libro Tartessos y su prehistoria) que se extenderán por todo el Mediterráneo, llegando a Malta.

      Las deidades principales continúan siendo femeninas, de generosas caderas y amplios pechos, pero comienza a asociarse su poder con animales que generan un enorme respeto, bien sean leones (como en la diosa turca de Çatalhöyük) o toros (como en la cuenca mediterránea), iniciándose el rito del Rey Sagrado (remito al interesado a mi entrada sobre esta creencia, aquí), valorándose al hombre por su potencial fertilizador (es el caso del idolillo fálico de la malagueña Almargen, en la imagen anterior, o de la cantidad de piedras fálicas tan habituales en Asia, frente al famoso Lingam hindú que por mucho que digan que es fálico, personalmente lo veo como una evidente representación del clítoris de la Diosa Madre (nótese que se representa siempre en el centro de una especie de plato o círculo abierto por un lado).



                Y llegamos al desarrollo de las civilizaciones. En Egipto veremos que es una diosa la que pone paz y orden en las continuas grescas de los dioses hermanos Osiris y Set. Esta diosa, Isis, será precisamente de piel negra y, en su faceta de protectora madre con su hijo Horus, dará pie a las famosas representaciones de la Virgen con el Niño, sedentes, que en la España medieval generará las enigmáticas vírgenes negras, como por ejemplo la llamada “Virgen de la Leche” de Miravalles, en Asturias (s. XI).



Izda: Isis amamantando al niño Horus (Museo Arqueológico del Cairo). Centro: Virgen de la Antigua (s. XIII, catedral de Jaén). Dcha: Virgen de Inodejo (Las Fraguas, Soria, s. XI).

                En lugares tan alejados como Hawai, considerada habitada por navegantes de Polinesia, la deidad más poderosa, creadora del mundo y controladora del extraordinario poder del volcán Kilauea es femenina y se llama Pelé. Los temblores y tsunamis (olas gigantes) generadas por los terremotos los genera cuando mueve caprichosamente sus caderas, bailando. Una creencia muy parecida se da en Japón.



En la India, al comienzo de los tiempos todos los dioses (masculinos) tendrán que luchar contra un ejército de diablos e, incapaces de vencer, en una medida extraordinaria decidirán unir todos sus poderes apareciendo así una diosa, Durga (todos sus brazos son por cada uno de sus poderes) que logrará derrotar a todos los demonios. Será la creadora de todo cuánto existe y será tan protectora como destructora. Así, Durga regirá la vida de todo cuánto existe, desde sus comienzos (nacimiento), hasta su desaparición (muerte).  Y cómo no, a ella se le sacrifican toros en unos ritos que llegarán a Occidente de manos de los legionarios romanos que transmitirán su culto bajo el nombre de Mitra (asociado a cuevas, con manantiales que nacen de ellas, a modo de menstruación de la Madre Tierra y que mal comprendido, se creerá un rito patriarcal cuando en verdad se representa al sacerdote de la Diosa sacrificando a un toro en honor de ella). Para el lector interesado en este rito, le remito a esta entrada



                 De la faceta más iracunda y destructora saldrá, de la frente de Durga, la terrible diosa Kali puesto que para todo renacer es necesaria una destrucción previa. Se la suele representar totalmente negra, con cuatro brazos armados y con un collar de cabezas cortadas (masculinas), fuera de sí, provocativa (la lengua fuera) y en ocasiones, bailando. Esta poderosa deidad se transmitirá a la Grecia clásica (y posteriormente a la Roma Imperial) bajo la representación de la diosa Némesis. De nuevo mal entendida, se considera a Némesis como diosa de la venganza, representándola con los ojos tapados o cargada de flechas, cuando en realidad esta deidad se encarga del fluir del mundo. No se rige por la venganza (que es un sentimiento subjetivo humano), más bien por la búsqueda del equilibrio de las fuerzas naturales siéndole del todo indiferente los seres vivos que se encuentren en el lugar equivocado en un momento inoportuno.

El santuario más sacro de la Diosa Durga posee una cueva de la que nace un arroyo (cuando el devoto entra a tocar las aguas, el sacerdote de Durga le mancha la frente con polvo rojo, sumamente simbólico). Esta diosa suele representarse de piel amarilla o blanca, con diez brazos y montando un león. En su honor se sacrificarán toros y bueyes y curiosamente el mayor santuario ceremonial a esta deidad en el Imperio Romano se encontraba ¿adivinan dónde? Pues en la explanada donde se alza San Pedro del Vaticano. De hecho, hay varios manuscritos que mencionan los restos de este santuario mitraico en los subterráneos de la mayor catedral cristiana del mundo.

Y ahora es cuando ocurre el giro freudiano ya que en el momento en que las civilizaciones están lo suficientemente consolidadas como para poder prescindir de la necesidad de asegurar la protección maternal que garantice la supervivencia del individuo y de los recién nacidos, ganará peso esa faceta caprichosa y destructora de la diosa y es entonces cuando se impone el patriarcado. Llegará de la mano de las religiones monoteístas del Libro: el Islam, el Cristianismo y el Judaísmo. La mujer pasará a quedar relegada tras el marido que la explota, la utiliza y la abandona a su capricho. Entonces, para evitar que la mujer recupere ese lugar divino que poseía, pasará a ser condenada y perseguida: María Magdalena será tildada de prostituta arrepentida y las sacerdotisas matriarcales pasarán a tacharse de brujas, dándose una de los mayores derramamientos de sangre de la historia (especialmente en países como Alemania o Inglaterra).

En esos momentos, los partidarios de estas creencias milenarias (especialmente amparados por el Temple y su simbolismo, ver aquí) pasarán a seguir ritos de apariciones marianas en lugares que eran santuarios matriarcales milenarios con cuevas y arroyos (lo vemos en Fátima, en Covadonga, en San Saturio de Soria, en San Pascual Bailón de Alicante,…) con tradición de vírgenes negras que serán o bien reemplazadas por otras de piel blanca y cabellos dorados, o bien serán tapadas hasta el cuello o incluso blanqueadas a conveniencia.



Izda: la cueva santa de Fátima (Portugal). Centro: la virgen extremeña de Guadalupe (España). Dcha: la Virgen del Rosario de Granada, también llamada la Virgen de Lepanto debido a que el invicto almirante español D. Álvaro de Bazán la llevó en su buque “La Loba” en dicha batalla que evitó el avance de los turcos hacia Occidente.