¿Sabía
el lector que oficialmente hay al menos dos españoles en la Luna?. Dicho así tal vez
suene extraño, pero lo cierto es que dos de los cráteres lunares llevan el
nombre de un monarca castellano y de un sabio toledano, en reconocimiento al aporte de ambos a la astronomía.
Si
este hecho de por sí desconcierta, ¿qué ocurriría si encima les digo que el
personaje toledano en cuestión es del siglo XI?. Pues bien, permítanme que les
de más información al respecto.
Para
ponernos en antecedentes, será necesario trasladarnos a la España del siglo XI. La Península Ibérica,
ya que España como tal no existía, se encuentra inmersa en plena Reconquista,
con huestes cristianas de toda Europa luchando “contra el infiel sarraceno” a
cambio de ganarse así su parcelita de cielo, como les prometen los distintos
Papas y obispos que por toda la cristiandad pregonan el perdón de sus pecados a
cambio de hacer retroceder a los partidarios de la media luna.
Sello español realizado en 1986 en honor al astrónomo árabe. Junto a
éste, imagen de la zona lunar donde se aprecian los cráteres Ptolomeo (1),
Alphonsus (2, en honor al monarca castellano Alfonso X El Sabio) y Azarquiel
(3).
Estamos
en el Toledo de 1029. La ciudad bulle de vida y de conocimientos, con judíos,
cristianos y sarracenos intercambiando cultura, costumbres, creencias y
tradiciones. Por entonces, la convivencia de las tres culturas era algo más o
menos común en las ciudades del solar hispano, donde la religión de la cultura
imperante imponía los diezmos y tributos a las otras dos restantes, a cambio de
respetarse mínimamente y de seguir ciertas normas de conducta en los lugares
comunes, para rezar cada uno a quién deseara, de puertas para adentro. En este
tiempo, los árabes mandaban, así que judíos y cristianos (mozárabes, entonces)
seguían sus ritos en sus barrios e iglesias, guardando ciertas costumbres
principalmente relativas a no dar rostro a su Dios (los templos mozárabes se
decorarán con adornos florales y geométricos), y en guardar ayunos, no consumir
alcohol ni elementos a base de cerdo, a menos abiertamente, vistiendo
decorosamente.
Este año
nacerá en el seno de una familia árabe un niño de ojos azules como el cielo
estival, por el que será conocido con el mote de “el celeste”, al-Zarqali. La
información que sobre él existe es escasa, pero parece ser que pronto comenzará
el chico a ayudar en la forja, destacando por sus dotes en la elaboración de
elementos de precisión realizados en metal. Esto motivará que muchos personajes
destacados del gobierno musulmán de la
Taifa de Toledo requieran de sus servicios, instruyéndolo en
el manejo de numerosos aparatos tales como los astrolabios, para observar las
estrellas.
Al-Zarqali
sentirá entonces gran curiosidad por la Ciencia de los Cielos, completando por su cuenta
los conocimientos recibidos de la mano de gente instruida, a la vez que
improvisa e investiga en nuevas ideas. Llegará a desarrollar nuevos inventos
que ayudarán a hacer un más efectivo seguimiento de muchos astros y elementos
del firmamento, llegando él mismo a invertir numerosas horas en la observación
de los cielos. De esta manera dejará escrita una completísima obra donde
compila las Tablas Astronómicas de los sabios árabes de Toledo, que serán
ávidamente traducidas posteriormente por los cristianos y judíos en sus
correspondientes centros culturales. Y es que las Tablas de Al-Zarqali,
recogida con ayuda de varios ayudantes, eran tan precisas que permitían conocer
con antelación, y bastante precisión, el momento justo de eclipses, aparición y
desaparición de ciertos astros en los cielos, las fases de la Luna e incluso aventurar la
posición que ocuparían determinadas constelaciones siglos más tarde.
Detalle de la compilación de las “Tablas Toledanas” recogidas por
Al-Zarqali con ayuda de sus colaboradores.
Realizó igualmente
un “Tratado sobre el movimiento de las
estrellas fijas” -del que pervive un ejemplar en la Biblioteca Nacional
de París- y otro tratado “Suma referente
al movimiento del Sol” que recopilaba los datos tomados sobre el astro a lo
largo de 25 años de minuciosas observaciones. Tal es la calidad de dichos estudios
astronómicos que el gran matemático y astrónomo Pierre Laplace (ss. XVIII-XIX)
llegará a hacer uso de los trabajos de Al-Zarqali para llevar a cabo su trabajo
e investigaciones.
No
será el único erudito que goce de tales conocimientos, puesto que en el siglo
XIII el judío Yehuda ben Moshe y el cristiano Guillelmus Anglicus traducirán,
en la Escuela
de Toledo, la obra de al-Zarqali “Tratado de la Azafea”, al latín. En
dicha obra, el árabe toledano exponía un instrumento inventado por él, la
azafea (al-safiha, en árabe), para un seguimiento más preciso de las estrellas.
Diseñado a partir de los fundamentos del astrolabio, la azafea permitía poder
posiciones los astros del firmamento, en cualquier lugar de la superficie
terrestre en que el observador se encontrara lo que resultó un avance esencial
en la navegación, permitiendo así posicionarse en cualquier punto sin necesidad
de tener que reconocer la costa que le rodeaba. Parte de la obra “Tratado de la Azafea” será también
traducida por el mismo judío, Yehuda, al latín, en los prólogos de las obras
alfonsíes, llamando al árabe Azarquiel, como será conocido entre los
cristianos.
Tapiz astrolabio (museo Santa Cruz, Toledo) donde aparece representado
Azarquiel (resaltado por flecha blanca, a la derecha).
También
era célebre en su ciudad natal por haber construido a orillas del Tajo dos clepsidras
a imitación de las mesopotámicas (s. XV a.C.), que daban las horas con bastante
exactitud, ya fuera durante el día o la noche. Al seguir el ciclo lunar,
permitía igualmente conocer el momento de la fase lunar en que se encontraban,
ya que durante la luna nueva estaban vacíos, y totalmente colmados durante la
luna llena.
Otro
gran tratado de Azarquiel desarrollaba los equinoccios, describiendo
acertadamente el movimiento de peonza que realiza nuestro planeta a lo largo de
su órbita alrededor del Sol, prediciendo con gran precisión los equinoccios. Además fue el primero en hablar de órbitas
ovales o elípticas, no circulares (como hasta el momento), ubicando a los
distintos planetas y astros girando en sus órbitas en torno al Sol. Sin duda
este aporte puede rastrearse en autores como Kepler, Copérnico o el ya
mencionado Laplace, que siguieron estas observaciones de Azarquiel de órbitas
ovales o elípticas, frente a las circulares de los autores clásicos como
Aristóteles o Ptolomeo, entre otros. Desafortunadamente, esta obra la conocemos
a través de referencias de otros autores, estimándose irremediablemente perdida
hace ya bastantes siglos.
Todos
estos conocimientos fueron vitales para la astrología del Medievo, que fundaba
bastantes estudios y decisiones trascendentales en la posición de las
estrellas, cartas astrales y otros “estudios” a los que eran aficionados todos
los grandes monarcas de Occidente, entre los que se encontraba el propio Felipe
II, mientras que los musulmanes utilizaban estos conocimientos para conocer la
posición de la Meca
(vital en sus rezos), los momentos de ayuno (Ramadán) y otras tradiciones
religiosas.
Vista de Toledo al atardecer (izda). Imagen de una azafea (centro) y esquema de una
clepsidra simple (dcha), consistente en un recipiente que se va llenando de agua,
señalando así las horas. Las construidas por Azarquiel marcaban también las
fases lunares. Algunos autores creen que tiempo después fueron desmontadas para
analizar su funcionamiento, siendo incapaces de volver a hacerlas funcionar
apropiadamente, por lo que terminaron destruyéndose.
Hacia 1085, la
ciudad de Toledo caerá en manos cristianas, en su avance hacia el sur y parte
de las familias más destacadas se desplazarán hacia territorios aún árabes. Por
ese motivo, al-Zarqali se instalará junto con su familia en la Sevilla musulmana donde
vivirá al servicio del príncipe Mutamid, hasta su fallecimiento (un par de años
después según unas fuentes, o el 15 de octubre del año 1.100, según otras).
El cronista e
historiador Ibn Said lo citará como el mayor astrónomo de Al-Andalus.
Por su parte,
el otro español inmortalizado en los cráteres lunares, lo hemos visto, es el
monarca castellano Alfonso X “el sabio”, también toledano, coronado tras el
fallecimiento de su padre Fernando III “el santo”. Su madre, la alemana Beatriz
de Suabia (hija del emperador germano Guillermo II de Holanda), se esforzó por
desarrollar en su hijo una inquietud cultural por todo, ¡y vaya si lo
consiguió!. Gracias a este monarca, documentalista y poeta, han llegado hasta
nosotros referencias a obras y partes de éstas que de otra manera se hubieran
perdido irremediablemente.
Cuando no
estaba guerreando contra el Islam en la Reconquista, era frecuente encontrarlo
rodeado de eruditos de las tres grandes culturas, recopilando datos, documentos
e incluso aportando su “granito de arena”. Se ha visto que gracias a él se han
conservado las tablas astronómicas de Azarquiel. También Alfonso X hizo su
contribución personal a la astronomía, si bien posiblemente por la obra que ha
sido más reconocido sea sus “Cantigas”,
un conjunto de poemas propios y ajenos elaborados en galaicoportugués y otros
escritos que se citan entre los más antiguos del castellano,
resultando imprescindibles a los lingüistas para considerar cómo evolucionó el
castellano (conocido como “español”, fuera de España).
Tabla pintada (s. XIII)
mostrando al monarca castellano dividiendo su tiempo entre la Academia
(cristiana, hebrea y árabe) y sus tareas de la corte, impartiendo justicia
entre sus vasallos. Estatua del monarca en la bella escalinata de la Biblioteca
Nacional de Madrid.
Morirá en
Sevilla, dejando el famoso y simbólico“NO8DO” como representación de la ciudad -y
que ya analicé en mi obra actualmente agotada, “Diego de Riaño, el hijo de la viuda”, al analizar la soterrada continuidad
de maestros artesanos constructores desde el recién nacido románico (Camino de
Santiago como eje cultural) y el Plateresco, del s. XV-XVI-, así como las
mayores Atarazanas (astilleros) de toda Europa, construidas bajo su mandato.
Tal vez en
otro momento podríamos centrarnos en la vida y aportes de este monarca a la
cultura española que se estaba conformando. A diferencia del monarca español y
emperador Carlos I, cuando los emisarios europeos visitaron al joven rey
Alfonso X en su Corte Real instalada en Soria, para ser coronado emperador del
imperio Germánico, rechazó la propuesta por no desear abandonar su reino, en
lucha con el Islam. No en vano, son muchas las universidades y centros
culturales de España que llevan el nombre de este monarca.
El rey inglés
Eduardo II de Inglaterra será su sobrino, así como el infante castellano don
Juan Manuel, autor de El Conde Lucanor entre otras obras y que dio pie, en el
incidente protocolario de las Cortes de Alcalá a que el monarca Alfonso XI
dijera su famosísima frase: “por Castilla
hablaré yo”.
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