A lo largo de la historia del Imperio
español muchos han sido los grandes militares y admirables hombres de acción
que se han visto traicionados y despreciados por mediocres, envidiosos y
acomplejados dirigentes del gobierno español. Baste citar como ejemplo a
nuestro gran almirante D. Álvaro de Bazán, conquistador de Lisboa y de Portugal
para la España de Felipe II, que fue apartado del mando en vísperas de la
partida de la “Gran y Felicísima Armada”, conocida como Armada Invencible por los ingleses. O como nuestro otro gran
almirante, D. Blas de Lezo, que derrotó con un par de miles de soldados y
nativos a la mayor flota inglesa construida hasta el desembarco de Normandía en
la Segunda Guerra Mundial, cuando deseaba conquistar Cartagena de Indias, y salvó
el imperio español para el rey Felipe IV (el animoso, primer Borbón) y sin
embargo fue degradado. Ambos almirantes contaron por victorias todas sus múltiples
batallas, actuaciones que no bastaron para tener el agradecimiento y el respeto
de su monarca. Otros acabaron en el patíbulo como el descubridor del Océano Pacífico,
Vasco Núñez de Balboa. Son tan sólo ejemplos de los múltiples casos de nulo
reconocimiento que ocurrieron en la historia de España.
De izquierda a
derecha: Vasco Núñez de Balboa, Álvaro de Bazán y Blas de Lezo.
Hoy voy a hablar de un personaje
polémico, con el que tampoco se hizo justicia. Me refiero a Gonzalo Pizarro
Alonso, uno de los conquistadores del reino del “Pirú” que abarcaba Perú,
Ecuador, Bolivia, parte de Chile, de Brasil…
Sus hazañas, durante la conquista
de este reino inca fueron tildadas de crueles y feroces, creciendo con él una
leyenda de tirano y malvado asesino en una época en la que las batallas eran muy
cruentas y en las que se enfrentaba a un enemigo cruel, conocedor del terreno,
muy superior en número y muy preparado para la batalla. Su final ocurrió en
Jaquijahuana, 23 km al norte de Cuzco. La historia dice que allí se enfrentó,
en abril de 1548, a las tropas imperiales comandadas por el regente sacerdote
jorobado Pedro de La Gasca, recomendado para ese cargo por el príncipe Felipe,
hijo del emperador español Carlos I, del que había obtenido poderes ilimitados
para neutralizar la “rebelión” capitaneada por Gonzalo. Este sacerdote, que
acabó sus días siendo Obispo de Sigüenza, llegó a Perú a principios del verano
de 1547 con su Biblia, varias cédulas reales en blanco y acompañado por dos
monjes, con el título de “Pacificador” y como presidente de la Real Audiencia de Lima. Las tropas
imperiales estaban formadas por soldados veteranos de diferentes virreinatos
americanos que llegaron a la llamada del representante imperial. Con él estaban
personajes de la categoría del mariscal Alonso de Alvarado, Garcilaso de la
Vega, Diego Centeno, Vázquez de Cepeda o el almirante Pedro de Hinojosa.
De izquierda a
derecha: Pedro de La Gasca, Alonso de Alvarado y Diego Centeno.
La mayoría eran traidores a Gonzalo
Pizarro, ya que le habían convencido para que se levantara contra el virrey y
después desertaron de su ejército, si bien entonces la palabra “desertor” sólo
se aplicaba a los que traicionaban al rey español. Pues bien, todos aquellos
ilustres militares y otros más, contaban con un largo historial de batallas y
conquistas en el Nuevo Mundo y se enfrentaban, con un contingente de soldados
experimentados, seis veces mayor en número, al general Gonzalo Pizarro. Cuentan
que allí fue derrotado y ajusticiado, pero la realidad fue que no hubo batalla,
que una buena política del monje inquisidor La Gasca, tan desconfiado como sibilino,
hombre poco misericordioso, actuando por libre con un odio visceral y una
envidia vengativa a G. Pizarro, consiguió que en el momento de la batalla, la
mayoría del ejército de Pizarro se pasara al bando imperial que él mandaba. Ya
desde mucho tiempo antes, La Gasca había movido inteligentemente sus piezas,
repartiendo secuencialmente por todas las iglesias y sedes de gobierno zonales dos
cédulas del rey, escritas secretamente
por él, en las que señalaba, en la primera, que se ofrecía el perdón a todos los sublevados si
se entregaran y, en la otra, que se derogaba la nueva ley que hizo que las
grandes familias del “Pirú” se levantaran contra la corona. El resultado final
fue que los soldados indisciplinados y sin principios de Gonzalo cambiaran de
bando, comenzando por los capitanes Diego Vázquez de Cepeda, oidor de la Real
Audiencia de Lima, y Sebastián Garcilaso de la Vega,
padre del cronista Inca Garcilaso, que arrastraron a la mayoría de los
capitanes de Gonzalo, a los que les ofrecieron la amnistía, el mantenimiento
del cargo y más fortuna.
Sólo permanecieron al lado de Gonzalo un centenar de fieles, entre los que
destacaban su lugarteniente, el experimentado y duro capitán, el viejo Francisco
de Carvajal (denominado por su bravura el
demonio de los Andes), Juan de Acosta, su fiel compañero de tantas
expediciones y otros que se fueron sumando a su larga trayectoria de armas como
Martín de Robles, Cermenno, Guevara… Cuarenta y ocho de ellos, entre los que
estaban los mencionados, fueron ejecutados, ahorcados, menos Gonzalo Pizarro,
que por su rango fue decapitado, y el resto recibieron como castigo azotes,
destierro, trabajo en las galeras y confiscación de bienes. La maldad del
capellán La Gasca llegó a tal punto que desoyó las solicitudes de clemencia que
capitanes, generales y gobernadores le hicieron llegar de forma unánime.
Hasta el mismo Pedro de Valdivia,
conquistador y gobernador de Chile acudió a Jaquijahuana para interceder por su
compañero de armas, Gonzalo Pizarro, recibiendo la misma respuesta que el
resto. La malicia del monje La Gasca tuvo su culminación rellenando secretamente
otra de las cédulas reales firmada por Carlos I, en la que ordenaba su
ejecución. Pero conozcamos algo más de
esta historia. Para ello habría que retroceder al comienzo de todo, siguiendo
los pasos de su hermanastro (hermano por parte de padre), más de treinta años
mayor que él, el conquistador del Perú Francisco Pizarro, que fue quien lo
llevó a las Indias. Veamos el motivo.
El gran conquistador Francisco
Pizarro nació en 1478 en Trujillo, hijo natural aunque bastardo, del capitán Gonzalo
Pizarro, a quién acompañó desde muy joven en las guerras locales. Luchó junto a
él en las guerras de Italia, donde formó su carácter y dotes de mando. A la
vuelta, con 24 años acompañó al nuevo gobernador de La Española, Nicolás de
Ovando, participando en algunas incursiones. En 1510 formó parte de la
expedición de Alonso de Ojeda por América Central. Después fue capitán de Vasco
Núñez de Balboa, yendo en la expedición en la que, en 1513, descubrió el Océano
Pacifico. Allí fue donde Balboa escuchó por primera vez la existencia de un
reino con mucha riqueza más al sur, que los indios llamaban Pirú. Mientras
Balboa solucionaba sus problemas con su suegro, el gobernador Pedrarias Dávila
(Pedro Arias de Ávila, el gobernador más odiado de la conquista) y construía
tres naves para viajar al Pirú, Pizarro fue nombrado regidor y alcalde de la
ciudad de Panamá, donde se enriqueció. Llamado por Pedrarias, fue el encargado
de arrestar a Balboa. Utilizando la información de Balboa, unió su fortuna a la
de su paisano, el conquistador extremeño Diego de Almagro, con el que inició la
conquista de Perú. A este conquistador se le considera el
descubridor de Chile y de Bolivia. Pronto comenzaron los problemas entre ellos,
ya que mientras Almagro buscaba tropas y víveres en Panamá, Francisco Pizarro
viajaba en 1529 a España para negociar con el rey Carlos I las capitulaciones de
Toledo (26 de julio de 1529), en las que se le nombraba gobernador, capitán
general, adelantado de las nuevas tierras, caballero de la Orden de Santiago y
juez.
De izquierda a
derecha: Almagro, muerte de Francisco Pizarro y Pedro de Valdivia.
Este nombramiento no llevaba la firma de
Carlos I, que estaba en Bruselas, sino de su madre, la reina Juana. Esta
designación real provocó el recelo y la frustración de Almagro. Se cree que
antes de la vuelta de ese viaje, Pizarro acudió a Trujillo para recabar hombres
de confianza para su expedición de conquista y quién mejor que sus hermanastros
por parte de padre, Hernando, Juan y Gonzalo (posiblemente conociera a los dos
últimos por primera vez). Francisco era el mayor, seguido de Hernando (su
hermano legítimo) y Gonzalo, el menor. Este último había crecido bajo el
control de su hermano Hernando. Los cuatro hermanos viajaron a las Indias en
1530 y los tres participaron brillantemente en la conquista del imperio inca.
Con ellos iba un primo, llamado Pedro Pizarro, que si bien participó en la
conquista no tuvo la relevancia de sus primos, ya que servía como simple soldado.
De hecho, tras la muerte de Almagro en Salinas, se retiró a Arequipa, población
fundada por sus primos. Su última
actuación bélica la realizó tras la muerte de Francisco Pizarro, ayudando al
entonces gobernador sustituto Vaca de Castro en la batalla de Chupas contra el
hijo de Almagro. Después se retiró nuevamente a Arequipa en donde hizo fortuna
y no acudió a la llamada de Gonzalo en “su rebelión” contra la corona española.
Gonzalo participó brillantemente en la captura del emperador inca Atahualpa el
16 de noviembre de 1532 y posteriormente en la conquista de Cuzco, de la que
fue nombrado regidor. Fue uno de los distinguidos defensores de esa ciudad, en
1536, ante el contraataque del numeroso ejército inca mandado por Manco Inca, que
logró rodear Cuzco con miles de guerreros. Bajo las órdenes de Hernando Pizarro
y al mando de uno de los cuerpos de caballería, Gonzalo Pizarro logró romper el
cerco y conquistar la fortaleza de Sacsayhuamán,
donde murió su hermano Juan, en mayo de ese año. No pudo perseguir a Manco Inca
ya que mientras preparaba la expedición con su hermano Hernando llegó a Cuzco
el ejército de Diego de Almagro, tras su fracasada expedición a Chile. Almagro
ocupó Cuzco, arrestando a ambos hermanos, comenzando la guerra con Francisco
por la disputa de Cuzco. Hernando, prudente compañero de Almagro en muchas
batallas, fue liberado por éste y Gonzalo escapó de su prisión. Hernando y
Gonzalo reorganizaron el ejército pizarrista y atacaron a Almagro, derrotándole
en la batalla de Salinas, (6 de Abril de 1538) donde le apresaron y le ejecutaron
sin juicio previo. Después, los dos hermanos continuaron la lucha contra los
amotinados incas mandados por Manco Inca, conquistando el Collao y Charcas (actual
Bolivia) tras las batallas de Desaguadero y Cochabamba, consiguiendo frenar el
levantamiento. Fundaron la ciudad de La Plata (hoy Sucre) donde comenzaron la
explotación de las minas. Su hermano Francisco, el gobernador, otorgó a Gonzalo
la rica encomienda de Chaqui, mientras enviaba al líder Hernando a España para
explicar al rey lo sucedido con Almagro. Hernando Pizarro fue arrestado y
encarcelado nada más llegar.
De
izquierda a derecha: Hernando Pizarro, Cristóbal Vaca de Castro
Una vez pacificado el país,
Francisco nombró a su hermano Gonzalo gobernador de Quito, al otro lado de los
Andes, para que iniciara la búsqueda y conquista del país de la canela y El
Dorado. Las opiniones entre los gobernadores españoles señalan que todo fue una
estrategia de Francisco para quitarse competencia de encima. Aunque le
reconocían como un gran militar y le temían por ello, siempre opinaron de
Francisco Pizarro que era un ave de rapiña, sin la nobleza e inteligencia de su
primo Hernán Cortés, que era viejo (inició la conquista de Perú a la edad de 60
años), continuamente insatisfecho,
despiadado, calculador y pensando siempre en sus posibilidades e intereses. De
ahí que eliminara a los que podían hacerle sombra. Primero a su socio y
compañero Almagro, al que robó sus posesiones y riquezas. Al más inteligente y
preparado de sus hermanos lo envió a la Corte sabiendo que le iban a apresar. Su
hermano Juan había muerto en Cuzco y a su hermano menor, Gonzalo, el más
inquieto e impulsivo, le envió a una misión de difícil retorno.
El imperio
español en América se llegó a extender desde el límite superior de los Estados
Unidos hasta la Patagonia argentina.
Señalan que de hecho la única gesta
militar de Francisco Pizarro fue el apresamiento de Atahualpa, ya que en el
resto de las grandes batallas intervinieron y las ganaron sus hermanos (Gonzalo
nunca perdió una batalla). De ahí que aquel domingo de junio de 1541 nadie en
las calles de Lima intentara frenar a aquella pandilla de trece desventurados,
simpatizantes del hijo del difunto Almagro, al que llamaban Almagro “el Mozo”,
empuñando espadas y oxidadas picas, avanzaban hacia el palacio del gobernador pidiendo
a gritos la muerte del tirano-asesino Francisco Pizarro. En el palacio
celebraba un banquete con todos sus
“amigos”, que al ver la entrada de la pandilla huyeron por las ventanas,
aprovechando que el marqués-gobernador acudía a su aposento para coger su
armadura, que no pudo usar al fallarle una hebilla, y su espada. El viejo
marqués, con el único capitán que quedó en el salón y dos criados hicieron
frente a la pandilla. Los dos militares llegaron a eliminar a la mitad de
ellos, quedando al final el anciano marqués peleando contra ocho asaltantes.
Recibió varias estocadas y antes de caer eliminó a tres enemigos más. Dicen que
agonizante en el suelo, con su sangre pintó una cruz que besó antes de que uno
de los asaltantes destrozara su cráneo con un orinal.
Gonzalo llevaba casi dos años fuera.
Había salido de Lima cruzando los Andes con un ejército bien preparado de 400
soldados y 3000 indios de apoyo en busca del país de la canela. En Quito, de
donde era gobernador, recogió a su paisano y compañero de conquista, Francisco
de Orellana, con un pequeño ejército. Le nombró su lugarteniente y juntos
penetraron en una selva estremecedora, con un clima infernal que devoraba todo
el avituallamiento, con insectos y reptiles terribles, sin agua potable ni
comida y con tribus que continuamente les atacaban utilizando flechas
envenenadas. Avanzaron por esa selva tupida e infinita sin provisiones hasta
encontrar el Río Grande (llamado hoy Amazonas). Allí, en un nuevo
enfrentamiento con las tribus locales capturaron a un par de indios, que
informaron a su pesar de que río abajo había un lugar con alimentos y caza.
Construyeron en tres meses un bergantín de dos palos, talando árboles, y Gonzalo
Pizarro envió a Orellana con parte de los soldados en busca de alimentos. Pero
Orellana les abandonó y no volvió. Siguió su avance hasta la desembocadura del
río al océano y allí navegó hacia el norte, por Nombre de Dios, y desde allí hacia
España para reclamar su descubrimiento, evitando las costas de Perú. Ya en
España pudo salvarse milagrosamente de la acusación de traidor hecha por Gonzalo
Pizarro.
Casi tres años después, volvió
Gonzalo a Quito con 36 esqueléticos supervivientes. Allí había un gobernador en
su puesto, Baltasar de Camporredondo, que le informó de la muerte de su hermano
Francisco. Gonzalo no fue bien recibido por las autoridades gubernamentales,
aunque todo el mundo le respetaba. Era el hermano más reflexivo de los Pizarro
y aquella expedición le había dado la sensatez, caballerosidad y nobleza que
tiempo atrás no tuvo. El pueblo le admiraba y le quería. De hecho, fueron muy
muchas las recepciones que le solicitaron. Se puede decir que todos los
notables pidieron audiencia para mostrarle sus respetos. Cuando pensaba volver
a Lima para ayudar al nuevo gobernador, Cristóbal Vaca de Castro, a luchar contra
los últimos almagristas dirigidos por el hijo de Almagro, recibió una carta del
gobernador desechando la oferta, ya que no quería tener a un Pizarro cerca del
poder, y le ordenaba que se dirigiera a sus posesiones cerca de Potosí. Allí
viajó con su compañero y capitán, Juan de Acosta, y con todos los soldados
sobrevivientes que quisieron acompañarles. En sus grandes posesiones se
dedicaron a levantar la ciudad, a la extracción de plata y a la caza. También
se encargó de que los indios fueran pagados, alojados y alimentados adecuadamente.
Ordenó que desapareciera el látigo, cesando a los encargados de las canteras y
a los capataces de las plantaciones donde se criaban llamas, ovejas y cerdos
que trajo desde la costa, así como maíz y cereales. En su mesa, de más de cien
comensales, comían con él todos los que lo desearan. Gonzalo Pizarro presidia
la cabecera, mientras las dos primeras sillas, a ambos lados de la mesa,
siempre quedaban vacías, en señal de respeto de los comensales. Con estos
cambios y perspectivas, pronto la ciudad comenzó a crecer.
Hernando Pizarro
y su capitán Juan de Acosta impulsaron las explotaciones mineras de Potosí,
donde el primero tenía su hacienda. Como muestra la imagen, emplearon numerosas
llamas para el transporte del preciado metal (plata y oro).
En una próxima entrada trataré de
las causas de la “rebelión” de Gonzalo Pizarro, quien, esperando confirmación
del emperador Carlos I al nombramiento de gobernador del Perú, que le
correspondía por el Pacto de Toledo, fue decapitado por orden del sacerdote
consejero del Tribunal del Santo Oficio, La Gasca, en medio del respeto de su
pueblo y sin perder su dignidad en ningún momento.
Una pregunta Valeria, Gonzalo Pizarro era familia de Francisco de Carvajal ¿Verdad?
ResponderEliminarGracias por su comentario, Helena, pero lo cierto es que la relación entre Gonzalo (Pizarro) y Francisco (de Carvajal) tuvo su origen en la conquista del imperio inca, conviertiéndose rápidamente en su lugarteniente. Francisco fue un gran estratega (dirigía a los arcabuceros) y a pesar de ser un soldado muy violento, siempre gozó de la confianza y de la fidelidad de Gonzalo. De ahí que le llamara "papaíto", aunque no hubiera parentesco. De hecho, si Gonzalo hubiese hecho caso de los consejos de De Carvajal cuando avanzó de La Gasca antes de la última "batalla", la historia habría tenido otro final. Un saludo.
EliminarMe ha sorprendido su escrito, ¿tan pocos principios habia en el ejército de las indias para cambiar de un bando a otro como el que cambia de zapatillas?
ResponderEliminarGracias por intervenir, Sr. Puñades, pero lamentablemente así fue. Tenga en cuenta que Gonzalo se había "alzado" contra la autoridad real y eso en el fondo daba mucha inseguridad y temor a las represalias. De todas formas, me permito recordarle cómo el inigualable estratega Cortés convenció con oro a todos los soldados mandados a apresarle. Un saludo.
EliminarHernando Pizarro ¿murió en la carcel española de aquí? ¿murieron todos los Pizarro conquistadores de Perú por no muerte natural?
ResponderEliminarGracias, Sr. Ponce, por escribir. Con respecto a sus preguntas, Hernando fue arrestado por orden del rey cuando llegó a España enviado por su hermano Francisco para explicarle el ajusticiamiento de Diego de Almagro. Tras el juicio fue condenado a 20 años de prisión en un castillo donde llevó una vida tan placentera que tuvo dos hijos en el cautiverio. Cuando salió volvió a Trujillo (España), donde mandó construir el palacio que regaló a su sobrina peruana, y una ermita donde solía escuchar misa. Todo eso, a pesar de la multa de 5000 monedas de oro que tuvo que pagar a las arcas reales. Falleció en su localidad natal. De sus otros hermanos, Francisco murió defendiéndose en una conjura (el análisis de sus huesos ha encontrado la marca en ellos de más de 30 puñaladas), otro (Gonzalo) fue ejecutado y Juan murió de una pedrada en la rebelión de Cuzco. Hubo un quinto Pizarro, primo de los anteriores, que falleció de muerte natural retirado en sus tierras del Perú. Un saludo.
EliminarNo estoy de acuerdo con que mi paisano, Francisco Pizarro, fuera una persona poco querida por los soldados españoles, ni que fuera mal soldado, ni que no fuera fiel al rey. Se le propuso conquistar un imperio y lo hizo, y como sueles decir no se conquistan imperios regalando caramelos. Creo que también lo manchó ese fraile loco, con un afan excesivo de protagonismo, llamado De las Casas. Esa es mi opinión.
ResponderEliminarGracias por sus palabras, Sra. Buitrago y quede claro que nunca he dicho ni que fuera un mal soldado ni que fuera desleal al monarca. Todo lo contrario, siempre pensé de él que fue un gran estratega y un buen guerrero, hasta incluso su último aliento que llegó con 70 años a batirse en franca minoría contra 13 desalmados almagristas. Tampoco le he censurado porque conquistara un imperio, pero existe la duda entre los historiadores si su proceder fue correcto con sus hermanos y su socio Almagro. Extraña que mientras Diego reclutara tropas y dinero para la empresa conquistadora, Francisco acudiera a la corte para que el rey lo nombrara a él como único gobernador. Un saludo.
EliminarMe ha sorprendido la respuesta que has dado a Helena y no parece muy razonable que un ejército del que estaban desertando constantemente la mayoría de la tropa, pudiera derrotar al ejército imperial mandado por el sacerdote La Gasca, por muy buen estratega que fuera el asesino Carvajal. Creo que ha exagerado un poco.
ResponderEliminarGracias por su comentario Sr Tarreda, pero debo insistir en que no exagero cuando señalo la posibilidad de triunfo que tuvo Gonzalo Pizarro sobre La Gasca. Déjeme explicárselo. Tras la batalla de Huaparina, el 20 de Octubre de 1547, en la que Gonzalo derrotó a un ejército de La Gasca que triplicaba el suyo, mandado por el capitán Diego Centeno, centenares de soldados de este ejército que huyeron a refugiarse en Cuzco se unieron al ejército de Gonzalo, ya que lo consideraban invencible. En ese momento cometió Gonzalo el error más grande, ya que en el ejército de La Gasca, que avanzaba por el oeste, cundió la desmoralización y hubiera sido el momento oportuno para que Gonzalo fuese a su encuentro, ya que antes de esa posible batalla cientos de soldados de La Gasca hubieran desertado antes que enfrentarse al imbatible Gonzalo. Pero de forma impropia en un guerrero y de un gran estratega como él, dejó pasar el tiempo entrevistándose con La Gasca y desplazándose a la pampa de Jaquijahuana, donde esperó al ejército de La Gasca y donde en abril de 1548 fue derrotado. El tiempo jugaba a favor de las fuerzas reales, cosa que conocía Gonzalo Pizarro, por lo que surge la pregunta de por qué se comportó así. ¿Era porque seguía esperando la respuesta real a su carta para confirmarlo como gobernador? luego ¿era un traidor? Pero a pesar de ello todavía pudo dar Gonzalo Pizarro la última batalla y posiblemente con éxito, porque el sitio en el que colocó su campamento era un lugar estratégico perfecto. Para llegar allí el ejército de La Gasca tenía que cruzar el enorme y profundo cañón de Purimac, que sólo podía hacerse por cuatro puentes colgantes. Gonzalo destruyó tres de ellos y dejó cortado el de Cotapampa, dejando los restos del puente en la orilla en la que él estaba para que La Gasca enviara indios o soldados para amarrarlo y tirar de él hasta la otra orilla, a fin de usarlo para cruzar. La cantidad de indios y soldados que se ahogaron en aquel río con tan fuerte corriente al intentar cruzarlo con flotadores fue muy grande. Pero además ese era el puente más bajo, casi a ras de rio, lo que hacía que una vez que el ejército cruzase tenía que subir en fila india una pendiente con un respetable desnivel. Aún no se había producido la desbandada del ejército de Gonzalo. Entonces Francisco de Carvajal, subteniente de Gonzalo (el demonio de los Andes) y capitán de los arcabuceros, pidió a Gonzalo que lo dejara ir, aposentarse con sus soldados en lo alto del desnivel y abrir fuego contra los soldados de La Gasca, cansados por la subida, sin sitio para esconderse o defenderse y con el turbulento río detrás. Hubiera sido un gran triunfo para Gonzalo, pero no aceptó la petición de Carvajal. Quería tenerlo junto a él y en su lugar mandó a su otro capitán, Juan de Acosta, con menos disciplina que Carvajal y que llegó tarde. Estoy segura de que ese segundo fallo le costó la victoria.
EliminarValeria, he leído sus dos trabajos sobre Gonzalo Pizarro y lo cierto es que me ha dejado descolocado, ya que lo creía un ambicioso guerrero que quería gobernar en el imperio inca y aunque el representante de Carlos I le ofreció entregarse sin castigo, Gonzalo no aceptó los términos. Pero reconozco que su explicación me parece sensata. Me temo que vamos a tener un animado debate. Saludos.
ResponderEliminarGracias por su comentario Sr. Alcaide y permítame que le dé mi opinión sobre el fraile La Gasca, que coincide con la de algunos historiadores. Esta persona, deforme en su físico –era jorobado-, aparece en escena como un fraile harapiento que en varias ocasiones no dudó en cambiar la cruz por la espada. Ya de joven se distinguió como soldado ayudando al recién llegado Carlos I en su lucha contra Las Comunidades de Castilla. En 1541, con el nombramiento de visitador luchó con éxito defendiendo Valencia y las Islas Baleares del pirata Barbarroja. No era un hombre religioso ni comprensivo, más bien sibilino, inteligente y ambicioso. De hecho no contaba con la simpatía de Carlos I para que actuase de “Pacificador” en Perú; acabó siéndolo por recomendación del príncipe Felipe, hijo del rey y futuro Felipe II y renunció a cualquier paga o compensación, para convencer al rey de que lo escogiera ya que Carlos I había pensado enviar una expedición al mando de un general de la categoría del Duque de Alba, pero no podía prescindir del Duque en la guerra contra los luteranos. Ya he comentado en mi artículo la estrategia que utilizó para ir desmontando poco a poco a los seguidores de Gonzalo y no hay ninguna evidencia de que La Gasca ofreciera amnistía alguna a Gonzalo Pizarro. La Gasca deseaba derrotarlo en el campo de batalla, como quedó claro en la charla que ambos tuvieron en un tambú cercano al camino de Andahuayllas, al que acudió La Gasca acompañado del obispo de Cuzco Juan Solano, quien meses atrás rogó a Gonzalo que encabezase el levantamiento contra las leyes del Virrey. Esa reunión se celebró un mes después de que Gonzalo Pizarro derrotase a un ejército numeroso de La Gasca mandado por el capitán Diego Centeno, que había conquistado Cuzco en la batalla de Huarina en 1547. La Gasca quería demostrar su valía a los ojos del emperador Carlos I derrotando a Gonzalo para conseguir títulos y honores, como así lo hizo. Un saludo.
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