Gormaz
es hoy una pequeña aldea soriana que sobrevive de la agricultura, el pastoreo,
algunas labores artesanas antiguas (una herrería que realiza artesanalmente
bellos trabajos de forja) y el turismo, con visitantes que llegan cada vez en mayor cantidad,
atraídos por dos invalorables joyas con las que cuenta la localidad:
la mayor fortaleza árabe europea y las bellas pinturas (frescos) románicas
conservadas en una pequeña ermita a la falda de la colina donde se ubica la fortaleza.
La
increíble fortaleza árabe de Gormaz destaca desde varios kilómetros a la
redonda, debido a su privilegiada situación sobre una colina que se alza en el
páramo soriano que tanto asombró a poetas de la talla de Antonio Machado,
Gustavo Adolfo Bécquer (y a su hermano Valeriano) y Gerardo Diego.
Construida
en el siglo IX, sus dimensiones resultan de vértigo, siendo 1.200 metros la
longitud total de sus murallas, contando con 446 metros de extensión
y 28 torreones totales. Si bien en un inicio fue un pequeño castillo (900
d.C.), tras ser reconquistado nuevamente por los árabes gracias a las tropas
del general Galib, éste mandó ampliar la fortaleza (955-966) a lo que vemos hoy
día. Al estar ubicaba en la zona que en su día fue frontera cristiana-musulmana
(en el escudo de Soria aún puede leerse: “Soria
pura, cabeza de Extremadura”, esto es, de la frontera cristiana por aquel
entonces), pasó incontables veces por las manos de ambos bandos, prácticamente
desde su construcción, contando así entre sus alcaides a personalidades de
tanto renombre como El Cid, el general árabe Galib (yerno de Almanzor y
ejecutado por éste para casarse con una de sus hijas, de la que se había
encaprichado) o el mismísimo “azote de Dios”.
A modo de curiosidad, la estrella de David labrada en una de las caras de una
piedra de la muralla poniente. Tanto musulmanes como judíos usaban este
símbolo a modo de talismán protector contra los malos espíritus.
Imagen de la fortaleza de Gormaz
a vista de pájaro, el escudo de Soria, y fotografía de Berlanga de Duero.
A
escasos 14 km
de Gormaz, como es lógico, se construyó la mayor fortaleza cristiana medieval
de Europa para contrarrestar el avance musulmán. Es el castillo de Berlanga de
Duero, bella población con magníficos soportales y edificios señoriales, así
como enormes iglesias de alto contenido esotérico. Aunque mi joya favorita
es la ermita-cenobio de San Baudelio de Berlanga, motivo de una de mis primeras
entradas en este blog (aquí).
El
emplazamiento de la fortaleza de Gormaz fue valorado desde antiguo, habiéndose
descubierto una necrópolis prerromana (s. IV a.C.) con 1.200 sepulturas, así
como restos de construcciones celtiberas, romanas y visigodas. Parece ser que
la denominación prerromana (y posteriormente romana y visigoda) era “Bormatiu”, traducido libremente como “ciudad de Bormo”, una divinidad
celtibera de las aguas, al darse un importante acuífero natural.
Cuenta además con un puente
romano, reconstruido en época musulmana, por lo que es de pensar que los cultos
paganos a divinidades de las aguas estaban bastante arraigados en la zona.
Posiblemente por ello los visigodos erigieron en el s. VI en la falda de la
colina de la fortaleza, no lejos del venerado manantial, una ermita de una
única estancia y un peculiar ábside cuadrado. Una vez que el territorio cayó
definitivamente en manos cristianas (s. XI), los artistas de las diferentes
logias de constructores se encargaron de embellecer los muros de la primitiva
ermita con pasajes del Apocalipsis de San Juan (evangelista muy apreciado por
el Temple). Como era de esperar, esta ermita y la iglesia principal de la
localidad se encomendaron a San Miguel arcángel. Siglos más tarde, los muros de
la ermita fueron encalados, pasando desapercibidos hasta hace relativamente
poco tiempo (finales del s. XX, comienzos del XXI) en que salieron a la luz
durante unas labores de limpieza y restauración. El pórtico y la espadaña no
son del primitivo edificio. Las pinturas han sido fechadas en el s. XII
(1125-1139) y se cree que pudieron ser realizadas, en parte, por algún aprendiz
de los artistas de San Baudelio de Berlanga, no lejos de allí.
En
mi último libro, “Jesús y otras sombras
templarias”, tomo I, cuestiono la afirmación sostenida por gran cantidad
de historiadores que se refieren a las tierras sorianas como “el despoblado de
Castilla”, una tierra de nadie, de simple paso, sin apenas habitantes. Pues
bien, para mi sorpresa, al ir documentándome durante varios años para este
trabajo, me he ido encontrando en cada localidad actual (y en otros parajes hoy
inhabitados) restos de comunidades visigodas, mozárabes, judías y cristianas
con numerosas ermitas y creencias paganas ancestrales, lo que hace cuestionarse
seriamente la rigurosidad de tal afirmación, posiblemente muy influenciada por
el aspecto demográfico actual de la zona. De la misma forma, planteo la
posibilidad de que esta zona fronteriza con gran mezcla cultural bien pudiera ser el
verdadero caldo de cultivo que germinó en el llamado arte románico, cuyo origen
se sitúa en tierras francesas. En fin, remito a todos los interesados en estas
transgresoras ideas a mi citado libro.
En la imagen, a la izquierda, se
muestra el aspecto de las pinturas (con la cruz paté templaria resaltada,
estratégicamente situada bajo la bestia del Apocalipsis). Ya modificados los
contrastes para resaltar las figuras se pueden observar imágenes tan
deliciosamente templarias como un san Miguel pesador de almas junto al diablo o
la bestia apocalíptica, entre otras figuras. Del simbolismo de estos frescos
hablo largo y tendido en mi citado libro, al que remito para no alargar más esta entrada.
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