Quizás existe un extraño anhelo en
determinados científicos que les lleva a cuestionarse la posibilidad de estar
por encima de las leyes físicas que aparentemente rigen nuestro mundo. Muchos
dicen que precisamente esta razón motivó a Albert Einstein a “jugar” con el
espacio-tiempo, hasta entonces consideradas constantes absolutas y tras su
establecimiento de la Ley de la Relatividad, ya considerada variables a
elevadísimas velocidades. No voy a entrar a desarrollar la tremenda polémica
existente sobre quién fue en verdad el inventor de esta teoría, si su esposa
(realmente muy virtuosa con las matemáticas y su lenguaje), o Einstein, que
siempre fue considerado por sus profesores como un estudiante algo torpe y
difícil de evaluar.
Para mi, Einstein pudo perfectamente
concebirla en su cabeza y posiblemente su primera esposa le ayudó a
transcribirla al lenguaje matemático.
¿Escribió y
desarrolló en lenguaje matemático, la Teoría de la Relatividad Mileva, la
primera esposa (matemática y física) de Albert Einstein? todas las evidencias
así parecen indicarlo, aunque sean muy pocos los que se atrevan a plantear la
cuestión públicamente.
No obstante, hoy no deseo centrarme en
el matrimonio Einstein, sino más bien en otro enigmático científico, que a su
forma llegó también él a vencer aparentemente las leyes físicas que rigen el
movimiento. Tengo en mente a Johann Ernest Elías Bessler, también alemán como
Einstein. Pero antes de profundizar en las actividades desarrolladas por este
investigador, pasaré a dar una información básica para comprender la magnitud
de su obra.
Nuestro planeta posee atmósfera y en
ella tienen lugar los distintos fenómenos climáticos entre los que se encuentra
el viento, que es aire en movimiento. Al circular e incidir sobre la superficie
terrestre, arrastra partículas de distinto tamaño gracias al empuje y a la
fuerza de rozamiento con el viento. El
viento produce una resistencia al movimiento de un cuerpo en él, más si sopla
en sentido opuesto al del movimiento del objeto. Este rozamiento es el culpable
de que un cuerpo en movimiento termine deteniéndose tarde o temprano. Un cuerpo
que se mueve a una velocidad lleva energía cinética - que depende de la masa (m)
del cuerpo y de la velocidad (v) que lleve: ½ m v2 - que se va consumiendo al rozar, ya que la energía
cinética se transforma por acción de este rozamiento, en calor, disipándose. Es
lo que ocurre cuando frotamos las manos con cierta velocidad. Obtenemos calor
del rozamiento. Es por ello que los meteoritos o rocas extraterrestres con
frecuencia al entrar en nuestra atmósfera (atraídas por la gravedad) terminan
por fundirse y desintegrarse dando lugar a “estrellas fugaces”, como
consecuencia de las enormes temperaturas alcanzadas durante su travesía por
nuestra atmósfera, fruto del rozamiento.
Y si esto es cierto, se preguntará más
de un lector, ¿por qué un coche no se detiene, o un barco, sometido a mayor
rozamiento por el agua que le rodea y que dicha fricción se suma a la del aire?
La respuesta está en el viento, que impulsa el barco con ayuda de las velas
(energía eólica transformada en cinética) o en la combustión de hidrocarburos o
carbón (combustible) que transforma la energía calorífica en cinética. Mientras
tengan magnitudes superiores a la fuerza de rozamiento (trabajo de rozamiento,
que depende de la fuerza de rozamiento y del trabajo recorrido), el objeto
seguirá desplazándose. Es lo que nos dice una de las principales leyes de la
Física, la Ley de la Conservación de la Energía, que garantiza que en un
sistema aislado la energía total del sistema permanece constante. Por eso en el
espacio, ocupado en su gran mayoría por vacío, al carecer de partículas en
suspensión, no existe rozamiento y por tanto un objeto en movimiento continuará
así indefinidamente al no tener ningún rozamiento que lo frene.
Aclaradas estas breves nociones físicas,
pasemos a ver la labor de este enigmático personaje.
De acuerdo con los datos existentes, Johann
Ernest Elías Bessler nacería cierto día del año 1680 en la localidad de Zittau.
La información que se tiene de él es escasa, ya que parece ser que pronto optó
por esconderse tras el pseudónimo de Orffyreus. Y es aquí cuando topamos con la
primera curiosidad puesto que de acuerdo con algunos autores, parece que tal
nombre lo obtuvo de disponer el alfabeto formando un círculo, tomando entonces
las letras diametralmente opuestas a las de su apellido, Bessler. Obtuvo
“Orffyre”, que derivó a “Orffyreus”.
Parece ser que desde muy pronto se
obsesionó con el movimiento de los objetos, proponiéndose dar con algún tipo de
mecanismo que hiciera que un objeto se desplazara en la superficie de la Tierra
como si estuviera en pleno vacio, con un movimiento constante, perpetuo. Para
ello, lógicamente, debía lograr sortear los problemas del rozamiento.
De acuerdo con los datos, el joven
alemán se instruyó en Teología, Medicina y Pintura. Debemos añadir,
razonadamente, Físicas y Matemáticas o no habría trabajado en la Mecánica.
El hecho es que 32 años después de su
nacimiento lo encontraremos en la población de Gera presentando públicamente su
primer artilugio consistente en una rueda de madera que sujetada por dos apoyos
verticales entre los que pasaba un eje horizontal, giraba aparentemente sin
detenerse. Pero eso no era lo más sorprendente sino que a pesar de poseer dos
metros de diámetro y un espesor de 10,15 centímetros (aunque estaba ahuecada
por dentro), la rueda no sólo no se detenía sino que ganaba velocidad en cada
giro.
El curioso mecanismo podría tener que
ver con el aprovechamiento de la energía de la gravedad (energía potencial, que
depende de la masa y de la altura a la que está el cuerpo), pues de acuerdo con
las descripciones de testigos de la época, la rueda lograba alzar una pesa de
un kilo. Es decir, supongo que el movimiento de la rueda enredaría sobre su eje
la cuerda de la que pendía el peso, alzándolo hasta que toda la energía cinética
del giro de la rueda se neutralizaba con la resistencia ejercida por el peso al
alzarse (energía potencial que depende de la masa del cuerpo y de la altura
alcanzada). En el momento en que ambas energías se igualarían, la rueda pararía
y el peso comenzaría a caer por acción de la gravedad (energía potencial).
Conforme caería, tiraría de la cuerda atada a la rueda, que giraría cada vez
más rápido a medida que se desenredaba y la energía potencial pasaba a ser
energía cinética más trabajo de rozamiento. El peso se posaría de nuevo en el
suelo y comenzaría de nuevo a enredarse y elevarse. Está claro que la rueda
acabaría por pararse ya que mientras se mueve parte de la energía del
movimiento (cinética y potencial) se irá perdiendo por el rozamiento en forma
de calor.
Si se consiguiera que el rozamiento (que
siempre hay estando en la Tierra) fuese una magnitud muy pequeña, a los espectadores
les parecería que la rueda tenía un movimiento perpetuo, al no estar frente a
ella el tiempo suficiente como para comprobar que finalmente el rozamiento
terminara por provocar que el peso se alzara cada vez menos distancia del
suelo, hasta detenerse.
Pues bien, la rueda causó toda una
conmoción, generando un intenso debate entre los asistentes: unos se decantaban
por considerarlo un fraude, otros lo tenían por mágico y un tercer grupo,
aunque no acertaban a dar con el truco que lo regía, desconfiaron de su
mecanismo. Sea como fuere, el hecho es que al día siguiente de su presentación
en público, Orffyreus decidió destruir su invento. Esta reacción me hace
reafirmarme en mi suposición sobre el mecanismo en que se basaba el objeto, aún
sin haberlo visto.
Nos periódicos
de la época no dudarán en señalar posibles fraudes o trucos el curioso
mecanismo, representando al inventor como la viva imagen de un brujo.
Poco después, esta vez en Merseburg,
el inventor presentaba una nueva máquina basada en las mismas ideas, pero es de
suponer que presentando algunas modificaciones. Puestos en sobreaviso con las
noticias del primer invento, en esta ocasión se creó un grupo de expertos que
analizaron el ingenio antes de darlo por bueno. Sus conclusiones fueron que la
rueda podía desplazarse de derecha a izquierda, alzando perpendicularmente una
piedra que pesaba más de 31,5 kilos, sin intervención de fuerza externa alguna.
Bueno, en eso discrepo pues el empleo de la fuerza de la gravedad podría
considerarse como una fuerza externa, pero en fin.
El hecho es que toda la sociedad
alemana está sorprendida por la aparente “máquina de movimiento perpetuo de
Orffyreus”. Su invento ha sido todo un éxito y, en olor de multitudes, el
alemán llegará a presentar un año más tarde un tercer prototipo de su máquina,
en esta ocasión de 3,7 metros de diámetro y un grosor –hueco- de 35,5
centímetros.
Cada vez son más los curiosos que
desean verlo, llegando la intriga hasta el príncipe Kart I (del estado
independiente de Hesse-Kassel), que no duda en desplazarse con sus asesores
para contemplar el aparentemente mágico mecanismo. Al no encontrar sus
consejeros posibles trucos que explicaran el movimiento incesante de la
máquina, el aristócrata Kart le ofrece a Orffyreus que acepte su hospitalidad
en el castillo Weissenstein que posee en Kassel, llevándose la máquina con él
para poder ser sometida a posibles ensayos que evidencien si existe o no truco
alguno. El inventor acepta la propuesta y el 31 de octubre de 1717 montará su
máquina en el centro de una habitación elegida por el aristócrata, con
suficiente espacio en torno al artilugio para acceder a él desde cualquier
lado. Como era de esperar, la máquina repitió su sorprendente comportamiento,
ante la sorpresa de todos los allí reunidos que eran incapaces de advertir
muestra de fraude alguno, incluyendo al afamado profesor de Matemáticas y
Astronomía de la Universidad de Leiden, Willem Jacob Gravesande.
Finalmente el príncipe Kart tuvo una
pícara idea que pondría en práctica el 12 de noviembre de 1717: mandó salir a
todo el personal, sellando todos los accesos a la habitación (incluyendo
ventanas), dejando el mecanismo en funcionamiento en su interior. Tras esperar
un tiempo que consideró prudencial, el 26 de noviembre ordenaría romper los
sellos, accediendo a la sala para encontrar el artilugio funcionando, de manera
que de nuevo volvió a ordenar sellar la sala para abrirla el 4 de enero de
1718. La rueda, extrañamente, seguía girando y la piedra elevándose y bajando incesantemente.
De nuevo volvió a sellar la sala para finalmente dar por escrito al inventor,
el 27 de mayo, que su artilugio carecía de manipulación alguna que generara un
fraude en su funcionamiento.
Desde entonces, han sido varios los
inventores que deseosos de dar con la clave de tal movimiento perpetuo han
desarrollado los más variopintos inventos, encontrándose fraudes en casi todos
ellos.
Pero regresando a “la rueda del
Demonio” (como fue llamada popularmente por los medios) de Orffyreus, ¿por qué si
el inventor logró sorprender a toda la sociedad de su país, siendo respetado
por tal artilugio, nunca llegaría a revelar su mecanismo para que pudiera ser
usada por otros científicos, en beneficio de su patria?.
Hay datos que parecen señalar que el
alemán llegó a desarrollar otro prototipo más avanzado, en 1727. No obstante, el
30 de noviembre de 1945 fallecería con 65 años, sin haber revelado nunca el
secreto que se escondía tras su invento.
Presentación
pública del segundo prototipo, recreación de los experimentos con ruedas
incluyendo otras ruedas en su interior de un joven Bessler y retrato del
científico Willem Jacob Gravesande, la persona que estuvo más cerca de desvelar
el mecanismo de la curiosa máquina.
Lo más sorprendente de todo es que
unos años más tarde, una exsirvienta suya llamada Anne Rosine Mauerbergerin
llegaría a confesar a los medios que los artilugios de Orffyreus realmente eran
fraudulentos. Pero, ¿en qué se basaba para tal afirmación, que carecía de
explicaciones y datos que respaldaran sus afirmaciones, ¿trataba de obtener un
tipo de reporte económico dando a los noticieros aquello que deseaban oír?.
Existe otro dato que me resulta muy
curioso en toda esta historia y es que el célebre profesor de Matemáticas y
Astronomía de la Universidad de Leiden, Willem Jacob Gravesande, quedó
ciertamente intrigado por “la rueda del Demonio” y parece ser que volvió a
visitar uno de estos artilugios para descifrar su mecanismo. No obstante, para
sorpresa de todos Orffyreus pidió la desorbitante suma de 100,000 Reichsthalers
(moneda local) equivalente a 23.077 euros actuales, a cambio de desvelar el
secreto, amenazando al profesor con denunciarlo por querer obtener la
información sin pagar, lo que hizo que el científico desistiera en su empeño.
¿Temía Orffyreus que el matemático y astrónomo pudiera dar con la clave del
funcionamiento de la controvertida rueda?.
Y la cuestión tal vez más
inquietante, ¿funcionaba realmente “la rueda del Demonio” gracias al empleo de
la fuerza de la gravedad? De ser cierto esto último, hay que tener en cuenta
que la gravedad es descrita como una energía conservativa en la mecánica
newtoniana, lo que dicho con otras palabras significa que el trabajo realizado
por un objeto que se desplaza por una trayectoria cerrada (por ejemplo, una
órbita) es nulo (es decir, no se disipa energía como consecuencia de la
fricción). Pero además, la fuerza conservativa es reversible, lo que significa
que en la rueda, al caer el peso, se realizaría el mismo trabajo que al subir
el peso y por eso mismo, al mantenerse la energía constante en todo momento, el
artilugio poseería un movimiento perpetuo. El problema entonces está en el
hecho de que este aparato se mueve en la Tierra, donde existe atmósfera (aire)
y por tanto, rozamiento. Así las cosas, ¿qué mecanismo provocaba que el artilugio
generara más energía que el de la gravedad, para así poder contrarrestar el
rozamiento del aire, que la frenaría y haría que acabara parándose?.
Necesariamente debió existir una manipulación externa.
Me ha sorprendido leer lo que escribe sobre Einstein, ¿tiene evidencia de ello o pretende crear polémica?
ResponderEliminarGracias Nieto por su comentario, sin duda creo que no debe haber leído muchos de mis textos ya que soy amiga de la buena y rigurosa documentación, muy poco dada a la charlatanería y crear polémica por el simple hecho de tirar una piedra y esconder la mano. Cuando comento lo del genial científico Albert Einstein, a quién admiro, lo hago desde la interpretación de las circunstancias de su época y del machismo recalcitrante que ha salpicado todos los ámbitos, incluidas las Ciencias. Son varias las biografías que señalan cómo el científico tardó bastante a comenzar a hablar, en el colegio sus notas eran extrañas destacando mucho en unas materias y cojeando en cambio en otras, aspectos ambos que comparto con él. En Matemáticas y Física siempre falló en la notación propia de estas disciplinas, aspecto que exasperaba a sus profesores. Incluso dos de sus tutores, el prestigioso matématico Hermann Minkowski y el no menos conocido físico Heinrich Weber, llegaron a recomendarle que se dedicara a cualquier disciplina alejada de las Ciencias Puras, en las que le consideraban un negado. Tanto se le trababan las físicas y las matemáticas que precisamente a su primera esposa la conocería en el Instituto Politécnico de Zurich, en Suiza en 1896, ya que ella destacaba como una alumna brillante especialmente en ambas materias. De hecho, se sabe que comenzó a frecuentarla para que le ayudara a aprobar estas disciplinas. En fin, que no me extiendo en evidencias y referencias de lo mucho que ambos colaboraban codo con codo, simplemente diré dos hechos bastante evidentes. El primero, el propio Einstein dijo de su esposa Mileva Maric, en los años en que eran un feliz matrimonio, que la consideraba, literalmente,igual en todos los aspectos. El segundo, la propia señora Einstein (Mileva Maric) escribiría a su amiga Helena Kaufler, poco tiempo antes de dar a conocer la Teoría de la Relatividad: “Hace poco HEMOS terminado un trabajo muy importante, que hará a mi marido mundialmente famoso” (las mayúsculas son mias). En fin, que como verá, estoy bien respaldada en mis argumentos, las evidencias están ahí, invito a los lectores a que se documenten por su cuenta. Encontrarán argumentos por doquier. Otra cosa es que se quieran sacar a la luz o se tema “crear polémica” con las tesis impuestas. Creo que es de justicia admitir la labor de ambos personajes. De hecho, no creo que defender que la esposa del científico, un genio para las matemáticas, reste valor a que su marido pudiera llegar a tener determinadas ideas que no supiera poner en claro o con la adecuada notación científica. Créame que para mi Albert Einstein es un genio, únicamente superado -a mi entender- por mi apreciado Nikola Tesla. Un saludo.
EliminarSorprendente artilugio de Orffyreus. Cuesta encontrar una explicación a ese suceso, ya que las fuerzas de la naturaleza frenaría la rueda. ¿Ha encontrado Ud. alguna explicación, en algún lugar, a ese hecho?
ResponderEliminarGracias por comentar, Yasmina. La verdad es que hasta ahora no he visto nada en este Universo que no responda a las leyes físicas, de manera que la explicación que le doy es que de alguna manera el inventor se las ingenió para manipular su artilugio aplicándole nueva propulsión, no existe otra explicación. Si realmente hubiera logrado superar todas las leyes conocidas y nadie le hubiese encontrado un truco, sin duda considero que habría pervivido hasta nuestros días ya que siempre hay apasionados de la Ciencia que habrían visto en esta rueda un magnífico reto a desentrañar. Es mi opinión. Un saludo.
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