viernes, 22 de septiembre de 2017

La visión de Dios de Albert Einstein


         Hoy vamos a adentrarnos en cuestiones más complicadas y filosóficas de la Ciencia –no en vano, en mi convocatoria fui la mayor nota de Filosofía en Selectividad (Pruebas de Acceso a la Universidad, en diversas disciplinas) de toda mi Comunidad Autónoma, con un 9,8 y eso que iba por Ciencias Puras- y son la relativa al lugar que ocupa Dios en la mente de grandes científicos que se han ocupado del Universo y sus misterios, así como la posible causalidad versus casualidad de todo cuanto acontece en el Cosmos.


      Posiblemente sea una de las frases más célebres –y polémicas- de Einstein en el ámbito astronómico. Tal es así que el entonces joven físico Stephen Hawking se vio obligado a responderle:

 Y es que de acuerdo con Hawking, reconocido por él mismo como decididamente ateo, “la teoría M no prueba que Dios no exista, pero lo hace innecesario. Predice que el Universo habría sido creado espontáneamente de la nada sin necesidad de un creador.”
            El problema, creo yo, radica en el concepto que se tenga de deidad pues si uno lee los escritos de Einstein se sorprenderá en la gran similitud que había entre su idea de Dios y el dios como Divino Geómetra milenario, sostenido por las Logias de Constructores de toda la Edad Media que tanto abundaron en la Península Ibérica y que posteriormente heredarían los Masones de la mano de los Templarios –mecenas de estas Logias-; es la misma idea que encontraremos en los sabios y filósofos de la Grecia Clásica, muy distante de la idea del Dios predicado por las tres grandes religiones monoteístas y que ya vimos al hablar de Johannes Kepler, el arquitecto de los cielos, aquí.
            El propio Einstein lo confirmará al afirmar:

         Iría más allá: “la palabra Dios (personal) no es para mí más que la expresión y el producto de las debilidades humanas”. Y es que como siempre he sostenido, el gran Friedrich Nietzsche –uno de mis filósofos favoritos- siempre fue erróneamente interpretado, acentuándose aún más cuando muchos líderes nazis usaron muchas de sus sentencias en propio provecho. Cuando el Nietzsche proclamaba “Dios ha muerto, viva el superhombre” lo que pretendía hacer ver es que el Dios de las tres grandes religiones monoteístas usaba una idea infantil para idiotizar a los feligreses, para impedirles madurar, siguiendo con la mentalidad medieval de un Dios despiadado del Antiguo Testamento que castigaba fríamente si no se le rendía plena pleitesía. Nietzsche combatió vanamente contra esa idea toda su vida. El ser humano debía madurar, tomar las riendas de su vida y saber que estaban solos y totalmente dependientes de sus acciones para con la vida. Diría: “El que no puede dar nada, tampoco puede sentir nada”, de manera que cuanto menos miraras por tu propio egoísmo y más por el bien de tu comunidad y de tus vecinos, mejor irían las cosas a todo el mundo. Y ante las adversidades, antes que encogerse lastimosamente en una esquina rezando a un Dios severo clemencia si había hecho algo mal, debía aprontar el asunto de manera racional pues “No hay razón para buscar el sufrimiento, pero si este llega y trata de meterse en tu vida, no temas: míralo a la cara y con la frente bien levantada.” Añadiendo que “Para crecer fuerte, primero se debe hundir las raíces en la nada, aprender a enfrentar la soledad más solitaria (…) debes estar dispuesto a quemarte en tu propia llama… ¿cómo puedes volverte un ser nuevo y fuerte si primero no se transforma en cenizas? (…) si quieres volverte sabio, primero tendrás que escuchar a los perros salvajes que ladran en tu sótano.” Pues bien, de igual manera, Einstein afirmó en cierta ocasión: “No creo en el Dios de la Teología, en el dios que premia el bien y castiga el mal. Mi Dios creó las leyes que se encargan de eso. Su universo no está gobernado por quimeras, sino por leyes inmutables.” Y es que para Albert, “la idea de un dios personal es completamente extraña para mí y me parece hasta ingenua” (inmadura, matizaría Friedrich Nietzsche) puesto que dicha idea de dios personal se basa en la Biblia y para Einstein “la Biblia es una colección de leyendas admirables, pero también largamente primitivas.”
            Está claro que para Einstein, el ser humano está solo en este mundo: “Me parece que la idea de un dios personal es un concepto antropológico que no puedo tomar en serio. Tampoco puedo imaginarme alguna voluntad o meta fuera de una esfera humana.”. Confesaría: “yo creo en el Dios de Spinoza quien se revela a sí mismo en la ordenada armonía de lo que existe, no en un Dios que se preocupa él mismo con los destinos de los seres humanos”. Cínicamente admitirá: “si las personas son buenas sólo  porque temen al castigo y esperan una recompensa, entonces nosotros somos, de hecho, un lastimoso lote.” No deja de ser la misma idea que Nietzsche luchaba por imponer, que el dios paternal de la Biblia, del Corán y del Talmud no hacía sino evitar que el ser humano madurara y se hiciera adulto, tomando las riendas de su vida. En ese momento, en el instante en que deseara asumir las consecuencias de cada una de sus decisiones para así lograr realizar sus objetivos y sueños respetando a sus semejantes, entonces sería el Superhombre, o como Rudyard Kipling inmortalizó en su increíble poema: “Serás hombre, hijo mio”:


            Por tanto, si ese concepto de dios que se empeña en preservarnos como débiles adolescentes atormentados ha muerto y el Hombre toma las riendas de su vida, ¿cuál es el Dios de Einstein, o era también ateo?. Él mismo nos sacará de dudas al dejar por escrito que “yo soy un no-creyente profundamente religioso. Esto es de alguna manera un nuevo tipo de religión” pues “nunca le he imputado a la naturaleza un propósito o un objetivo, o cualquier cosa que pudiese ser entendida como antropomórfica”. No, su Dios va más allá que todo esto.

            Para Einstein, Dios es el Divino Geómetra, el cerebro que se esconde tras la aparente perfección de la naturaleza y sus leyes que controlan todo este aparente caos en el que sin embargo, a poco que nos sumerjamos en él, comenzamos a encontrar leyes que rigen todo cuanto ocurre y que por la simple limitación de la mente humana, lo apreciamos como un mero caos cuando en verdad es una realidad ordenada, una máquina que funciona con una precisión asombrante.
            Por ello Albert da un giro de tuerca a sus precedentes –pues, por mucho que se haya deseado encumbrar a Sir Isaac Newton como gran científico empírico al margen de la castrante religión, la realidad es bien diferente: Newton era un obsesionado de la Alquimia, de la Transmutación de los elementos más mundanos en oro, y jamás prescindió de Dios, de hecho para él será la Divinidad la encargada de hacer girar a los planetas en sus órbitas y el responsable de que los planetas no choquen entre sí ni con sus lunas; no deseo restar a Newton importancia pero desde luego tampoco le atribuiré ideas que nunca tuvo por mucho que científicos posteriores pretendan hacer de él el científico agnóstico y empírico, ejemplo a seguir por todos, algo que ni él mismo fue-, Einstein reconoce que la naturaleza es tan precisa y tan admirable, que por fuerza ha debido estar diseñada por un ente superior al que por supuesto le trae sin cuidado las mundanas vidas de los seres humanos, como a nosotros nos son indiferentes las vivencias de cada una de las hormigas de un hormiguero.
            Con todo, y sin restar un ápice de reconocimiento a la genialidad de Einstein debo admitir que me inclino más a pensar como el sufrido Nietzsche: estamos solos en este Universo y si las leyes han sido así de precisas y constantes es porque todo aquel objeto que no cumpliera los requisitos indispensables terminaría desapareciendo, ya fuera engullido por un agujero negro, colisionando contra la superficie de un planeta al ser atraído por su gravedad, o extinguiéndose, al no haber sido capaz de adaptarse a las condiciones del Medio Ambiente en el que se encontraba. Por tanto, las leyes se han ido creando y perfeccionando con el transcurrir del tiempo, no porque ninguna mente superior las diseñara así desde el principio. Igual que aprendemos a montar en bicicleta, llevándonos muchos golpes si no somos capaces de dar con el punto de equilibrio o con la velocidad concreta de pedaleo, así se va gestando una ley física: a base de eliminar errores hasta que finalmente lo que queda es simplemente perfecto.

            Lo mismo podríamos decir si nos planteamos la eterna cuestión de si existen las casualidades o bien son “causalidades”. Einstein afirmó: “Dios usa las casualidades para permanecer en el anonimato”. Personalmente no veo una intención en las “casualidades” sino, de nuevo, una periodicidad en las leyes que rigen el universo que se nos escapa de nuestra limitada mente y percibimos como casual cuando era algo que “ya tocaba”, por así decirlo. Para continuar con esta cuestión, permítame el lector que le remita a mi entrada centrada en este asunto picando aquí.


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