Hoy vamos a adentrarnos
en cuestiones más complicadas y filosóficas de la Ciencia –no en vano, en mi
convocatoria fui la mayor nota de Filosofía en Selectividad (Pruebas de Acceso
a la Universidad, en diversas disciplinas) de toda mi Comunidad Autónoma, con
un 9,8 y eso que iba por Ciencias Puras- y son la relativa al lugar que ocupa
Dios en la mente de grandes científicos que se han ocupado del Universo y sus
misterios, así como la posible causalidad versus casualidad de todo cuanto acontece en el Cosmos.
Posiblemente sea una de las frases más célebres –y
polémicas- de Einstein en el ámbito astronómico. Tal es así que el entonces
joven físico Stephen Hawking se vio obligado a responderle:
Y es que de acuerdo con Hawking, reconocido
por él mismo como decididamente ateo, “la
teoría M no prueba que Dios no exista, pero lo hace innecesario. Predice que el
Universo habría sido creado espontáneamente de la nada sin necesidad de un
creador.”
El problema, creo yo, radica en el concepto que se tenga
de deidad pues si uno lee los escritos de Einstein se sorprenderá en la gran
similitud que había entre su idea de Dios y el dios como Divino Geómetra
milenario, sostenido por las Logias de Constructores de toda la Edad Media que
tanto abundaron en la Península Ibérica y que posteriormente heredarían los Masones
de la mano de los Templarios –mecenas de estas Logias-; es la misma idea que
encontraremos en los sabios y filósofos de la Grecia Clásica, muy distante de
la idea del Dios predicado por las tres grandes religiones monoteístas y que ya
vimos al hablar de Johannes Kepler, el arquitecto de los cielos, aquí.
El propio Einstein lo confirmará al afirmar:
Iría más allá: “la
palabra Dios (personal) no es para mí
más que la expresión y el producto de las debilidades humanas”. Y es que
como siempre he sostenido, el gran Friedrich Nietzsche –uno de mis filósofos
favoritos- siempre fue erróneamente interpretado, acentuándose aún más cuando
muchos líderes nazis usaron muchas de sus sentencias en propio provecho. Cuando
el Nietzsche proclamaba “Dios ha muerto,
viva el superhombre” lo que pretendía hacer ver es que el Dios de las tres
grandes religiones monoteístas usaba una idea infantil para idiotizar a los
feligreses, para impedirles madurar, siguiendo con la mentalidad medieval de un
Dios despiadado del Antiguo Testamento que castigaba fríamente si no se le
rendía plena pleitesía. Nietzsche combatió vanamente contra esa idea toda su
vida. El ser humano debía madurar, tomar las riendas de su vida y saber que
estaban solos y totalmente dependientes de sus acciones para con la vida.
Diría: “El que no puede dar nada, tampoco
puede sentir nada”, de manera que cuanto menos miraras por tu propio
egoísmo y más por el bien de tu comunidad y de tus vecinos, mejor irían las
cosas a todo el mundo. Y ante las adversidades, antes que encogerse
lastimosamente en una esquina rezando a un Dios severo clemencia si había hecho
algo mal, debía aprontar el asunto de manera racional pues “No hay razón para buscar el sufrimiento,
pero si este llega y trata de meterse en tu vida, no temas: míralo a la cara y
con la frente bien levantada.” Añadiendo que “Para crecer fuerte, primero se debe hundir las raíces en la nada,
aprender a enfrentar la soledad más solitaria (…) debes estar dispuesto a quemarte en tu propia llama… ¿cómo puedes
volverte un ser nuevo y fuerte si primero no se transforma en cenizas? (…) si quieres volverte sabio, primero tendrás
que escuchar a los perros salvajes que ladran en tu sótano.” Pues bien, de
igual manera, Einstein afirmó en cierta ocasión: “No creo en el Dios de la Teología, en el dios que premia el bien y castiga
el mal. Mi Dios creó las leyes que se encargan de eso. Su universo no está
gobernado por quimeras, sino por leyes inmutables.” Y es que para Albert, “la idea de un dios personal es completamente
extraña para mí y me parece hasta ingenua” (inmadura, matizaría Friedrich
Nietzsche) puesto que dicha idea de dios personal se basa en la Biblia y para
Einstein “la Biblia es una colección de
leyendas admirables, pero también largamente primitivas.”
Está claro que para Einstein, el ser humano está solo en
este mundo: “Me parece que la idea de un
dios personal es un concepto antropológico que no puedo tomar en serio. Tampoco
puedo imaginarme alguna voluntad o meta fuera de una esfera humana.”.
Confesaría: “yo creo en el Dios de
Spinoza quien se revela a sí mismo en la ordenada armonía de lo que existe, no
en un Dios que se preocupa él mismo con los destinos de los seres humanos”.
Cínicamente admitirá: “si las personas
son buenas sólo porque temen al castigo
y esperan una recompensa, entonces nosotros somos, de hecho, un lastimoso lote.”
No deja de ser la misma idea que Nietzsche luchaba por imponer, que el dios
paternal de la Biblia, del Corán y del Talmud no hacía sino evitar que el ser
humano madurara y se hiciera adulto, tomando las riendas de su vida. En ese
momento, en el instante en que deseara asumir las consecuencias de cada una de
sus decisiones para así lograr realizar sus objetivos y sueños respetando a sus
semejantes, entonces sería el Superhombre, o como Rudyard Kipling inmortalizó
en su increíble poema: “Serás hombre,
hijo mio”:
Por tanto, si ese concepto de dios que se empeña en
preservarnos como débiles adolescentes atormentados ha muerto y el Hombre toma
las riendas de su vida, ¿cuál es el Dios de Einstein, o era también ateo?. Él
mismo nos sacará de dudas al dejar por escrito que “yo soy un no-creyente profundamente religioso. Esto es de alguna manera
un nuevo tipo de religión” pues “nunca
le he imputado a la naturaleza un propósito o un objetivo, o cualquier cosa que
pudiese ser entendida como antropomórfica”. No, su Dios va más allá que
todo esto.
Para Einstein, Dios es el Divino Geómetra, el cerebro que
se esconde tras la aparente perfección de la naturaleza y sus leyes que
controlan todo este aparente caos en el que sin embargo, a poco que nos
sumerjamos en él, comenzamos a encontrar leyes que rigen todo cuanto ocurre y
que por la simple limitación de la mente humana, lo apreciamos como un mero
caos cuando en verdad es una realidad ordenada, una máquina que funciona con
una precisión asombrante.
Por ello Albert da un giro de tuerca a sus precedentes
–pues, por mucho que se haya deseado encumbrar a Sir Isaac Newton como gran
científico empírico al margen de la castrante religión, la realidad es bien
diferente: Newton era un obsesionado de la Alquimia, de la Transmutación de los
elementos más mundanos en oro, y jamás prescindió de Dios, de hecho para él
será la Divinidad la encargada de hacer girar a los planetas en sus órbitas y
el responsable de que los planetas no choquen entre sí ni con sus lunas; no
deseo restar a Newton importancia pero desde luego tampoco le atribuiré ideas
que nunca tuvo por mucho que científicos posteriores pretendan hacer de él el
científico agnóstico y empírico, ejemplo a seguir por todos, algo que ni él
mismo fue-, Einstein reconoce que la naturaleza es tan precisa y tan admirable,
que por fuerza ha debido estar diseñada por un ente superior al que por
supuesto le trae sin cuidado las mundanas vidas de los seres humanos, como a
nosotros nos son indiferentes las vivencias de cada una de las hormigas de un
hormiguero.
Con todo, y sin restar un ápice de reconocimiento a la
genialidad de Einstein debo admitir que me inclino más a pensar como el sufrido
Nietzsche: estamos solos en este Universo y si las leyes han sido así de
precisas y constantes es porque todo aquel objeto que no cumpliera los
requisitos indispensables terminaría desapareciendo, ya fuera engullido por un
agujero negro, colisionando contra la superficie de un planeta al ser atraído
por su gravedad, o extinguiéndose, al no haber sido capaz de adaptarse a las
condiciones del Medio Ambiente en el que se encontraba. Por tanto, las leyes se
han ido creando y perfeccionando con el transcurrir del tiempo, no porque ninguna
mente superior las diseñara así desde el principio. Igual que aprendemos a
montar en bicicleta, llevándonos muchos golpes si no somos capaces de dar con
el punto de equilibrio o con la velocidad concreta de pedaleo, así se va
gestando una ley física: a base de eliminar errores hasta que finalmente lo que
queda es simplemente perfecto.
Lo mismo podríamos decir si nos planteamos la eterna
cuestión de si existen las casualidades o bien son “causalidades”. Einstein
afirmó: “Dios usa las casualidades para permanecer
en el anonimato”. Personalmente no veo una intención en las “casualidades”
sino, de nuevo, una periodicidad en las leyes que rigen el universo que se nos
escapa de nuestra limitada mente y percibimos como casual cuando era algo que “ya
tocaba”, por así decirlo. Para continuar con esta cuestión, permítame el lector
que le remita a mi entrada centrada en este asunto picando aquí.
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