Tanto los seguidores que me leen,
como todas aquellas personas que me conocen en profundidad sabrán que algo que
nunca me canso de repetir es que el pasado no es ni con mucho tan distinto a
como se empeñan en hacérnoslo ver los museos y libros de historia. Hoy vamos a
acercarnos otro poquito más a la época en que florecía la Grecia clásica, allá
por el siglo IV-III a.C.
Ya en otras
entradas comenté cómo los habitantes de la Península Ibérica por aquellas
épocas poseían poblados no muy distintos a muchas localidades actuales (ver
aquí), empleaban incluso segadoras en sus campos, jabones como los que aún hoy día
se siguen fabricando de manera artesanal y tenían en sus casas ventanas dotadas
de cristales (ver aquí).
Como nosotros ahora, también ellos rezaban en santuarios en los que actualmente
seguimos orando (ver aquí
y aquí). Pues bien, no es que hagamos o vivamos de forma muy similar a
nuestros antepasados, sino que incluso las preocupaciones y el humor tampoco
parecen haber variado mucho. Veamos muestras de ello:
Aristófanes (Atenas 444-385 a.C., comediógrafo)
-
“Nos
gobiernan los ignorantes y los infames”
-
“Nunca
harás que un cangrejo ande derecho”.
Aristóteles (Estagira, 384 a.C. –Calcis, 322 a.C., filósofo,
matemático, científico y tutor de Alejandro Magno)
-
“Toda cosa necesaria es, por naturaleza,
fastidiosa”
-
“No hay
genio sin un grano de locura”
-
“Los
bienes que provienen del azar son por lo general los que provocan más envidia”
-
“La
naturaleza no hace nada en vano”. “El
principio de todas las ciencias es el asombro de que las cosas sean lo que son”.
-
“Dios es
demasiado perfecto para poder pensar en otra cosa que en sí mismo”.
Hablando del gran conquistador griego, Alejandro Magno, una de las
frases que se le atribuyen es: “si no
fuera Alejandro, quisiera ser Diógenes”. Pues bien, conviene detenernos en
el increíble encuentro que el admirado y temido general tuvo con dicho filósofo
que tanto le fascinaba. Diógenes era
un filósofo un tanto radical en sus ideas, algo incómodo, de manera que
desterrado de su ciudad (Sínope, en el Mar Negro) se trasladó a Atenas donde se
hizo seguidor de Anístenes, pupilo de Sócrates (como lo fue Platón), dando
lugar a la faceta más radical de la Escuela filosófica Cínica. El mismo Platón
lo describiría como “ese Sócrates
delirante” (y recordemos que Sócrates se hizo famoso por buscar siempre el
punto de vista opuesto a su interlocutor para generar los debates más
apasionantes… e incómodos para muchos; Sócrates diría aquello de: “cásate, si por casualidad das con una mujer
buena, serás feliz y si no, serás filósofo”). De hecho, Diógenes solía
recorrer las calles, candil en mano, “para buscar hombres honestos”, decía, además de vivir voluntariamente privado de todo tipo de lujos y materialismos. Con
estos antecedentes no debe sorprendernos que cuando el gran Alejandro Magno se
personó ante él diciendo lo mucho que le admiraba y si podía concederle
cualquier deseo que tuviera, Diógenes le respondiera:
-
¡Apártate,
me ocultas el sol!
Arquímedes (Siracusa, Sicilia 287-212 a.C., terror del Ejército
romano por sus continuas armas revolucionarias)
-
“El juego
es una condición fundamental para ser serios”
-
“Una
mirada hacia atrás vale más que una hacia delante”
Los inventos de Arquímedes en
todas las áreas (su tornillo, inmortalizado por Da Vinci- como vimos aquí- aún sigue usándose para bombear agua a niveles más
altos de terreno) fueron tan brillantes y demoledores que los romanos sufrieron
numerosas derrotas ante los muros de Siracusa, hasta que finalmente lograron
entrar en la ciudad cuando los pillaron desprevenidos celebrando sus victorias.
Los generales romanos dieron orden a los soldados de capturar con vida al
sabio, para ponerle a trabajar para ellos. Sin embargo, Arquímedes se
encontraba tan absorto en sus estudios que cuando los legionarios entraron en
su casa arrasándolo todo, él salió de su despacho como una furia exigiendo
silencio para que le dejaran trabajar. Se cuenta que dijo algo así como “no molestes mis círculos”, pues se
encontraba analizando cuestiones trigonométricas sobre ellos. El soldado lo
mató por irreverente y posteriormente el general romano mandó matar al soldado,
por la gran pérdida que había supuesto su decisión, desoyendo órdenes. Pero el
mal ya estaba hecho, se había perdido una de las mentes más lúcidas de su
tiempo.
En
esta época era muy común consultar a las estrellas y otros elementos que
indicaban los designios de los dioses. Eran los llamados Oráculos y sus
sacerdotisas, las que interpretaban los mensajes divinos, eran las Sibilas (de
las que ya hablamos aquí). Estos santuarios gozaban de gran fervor, recibiendo favores y sumas de
dinero de todos aquellos devotos que deseaban tener a su favor a los dioses. De
manera que, como hoy día, comenzaron a proliferar todo un sinfín de adivinos y
adivinas que pocas veces acertaban, pues decían a los que les pagaban lo que
creían que deseaban escuchar. De esta manera, comenzaron a circular chistes en
la Grecia clásica sobre este particular. Uno de los que nos ha llegado dice
así:
Un hombre fue
a consultar a un adivino de gran fama, sobre su descendencia. Tras algunos trucos, el adivino
le dijo que “veía” que el hombre era incapaz de concebir hijos. Alucinado, el
consultante le informó de que tenía siete y por eso su consulta, por el temor a tener más bocas que alimentar. Ni corto ni perezoso el adivino le respondió:
“¿Ah, tienes 7 hijos?, ¡pues fíjate bien
en ellos” (insinuando que posiblemente no fuera descendencia suya).
Los oráculos, los adivinos y las pitonisas gozaban de gran popularidad
en la Grecia clásica, de manera que eran consultados por personas de toda
posición social, llegando a inmortalizar sus visitas (a la izquierda, detalle
de una cerámica griega). Alejandro Magno era gran aficionado a consultar
oráculos, como Julio César antes de sus batallas. A la derecha, el conquistador
consultando al sacerdote del oráculo de Siwa. En España se especula que pudo
funcionar como oráculo el santuario ibero de Despeñaperros (Jaén) y el del
Cerro de los Santos, Albacete (en funcionamiento desde al menos el siglo IV a.C
hasta el siglo IV d.C.), además del de Gadir (Cádiz) citado por los fenicios.
Esopo (aunque se desconoce su fecha de nacimiento se han encontrado
cerámicas griegas con representación de sus fábulas, del 470 a.C.). Es célebre
por sus fábulas, que finalizaban siempre en una moraleja en rima (fue de los
primeros libros que tuve, regalo de mi abuelo).
-
“Los
malvados suponen que ya os hacen bien con no haceros nada malo”.
-
“Cuando un
lobo se empeña en tener razón, pobres corderos”.
Todos los
países y regiones tienen alguna localidad a cuyos habitantes consideran tontos
y sobre los que suelen bromear. Tampoco la Antigüedad era menos, así que para
ellos eran los habitantes de Abdera (no la Almería fenicia, sino la Abdera de
Tracia), los tontos de turno. Por eso, alguno de los chistes que sobre ellos
circulaban es:
-
Un abderita se encuentra con otro que anda con
uno de sus pies vendados, preguntándole qué le ha pasado. El interpelado le
responde que se lo ha vendado porque esa noche soñó que pisó un clavo y se hizo
un enorme daño, sangrando abundantemente. El abderita que le escucha se mofa
diciéndole: “es que solo a ti se te
ocurre dormir descalzo”.
Otro tema
recurrente eran los sabios que vivían en su propio mundo, absortos en sus
pensamientos. Así, se cuenta que un filósofo decidió ir a ver a un amigo que
agonizaba en la cama, próximo a morir. Cuando llegó, se topó con la esposa de
su amigo, que no dejaba de llorar. Se le acercó y le preguntó por su amigo.
-
“ya se ha
ido” – respondió cómo pudo, la viuda
-
“Oh, vaya”
–exclamó contrariado el sabio- “¿podría
decirle que he venido a verle, cuando él regrese?”.
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