martes, 17 de octubre de 2017

La maravillosa y moderna Efeso del siglo III

Ya en otra entrada en la que aludíamos a la Biblioteca de Alejandría, hacia el final de ésta, quise recordar otra gran biblioteca de la antigüedad, la de Éfeso (en la actual Turquía). Di unas leves pinceladas sobre ella y emplacé al lector a otra entrada, más adelante, donde se tratara con mayor detalle. Pues bien, este es el momento.

Como dije entonces, la Biblioteca de Éfeso fue edificada hacia el 110-120 d.C. por el cónsul y gobernador latino Tiberio Julio Celso Polemeano. Gran admirador del saber, hizo edificar este impresionante edificio para contener en él a todo tipo de conocimientos que pudieran adquirir sus encargados, llegando a acumular la nada desdeñable cifra de más de 12.000 pergaminos. Tal era su afán de conocimientos –y de inmortalidad- que se hizo enterrar en esta ingente biblioteca, admirada por propios y extraños, pues llegó a ser la segunda en importancia de su tiempo, únicamente superada por la de Alejandría. Este mérito no fue solo de Tiberio Julio Celso, sino también de su hijo, continuador de esta labor iniciada por su padre.
Como en el caso de aquella, la Biblioteca de Éfeso, más que un mero contenedor de papiros y pergaminos era todo un templo del saber, un imán para científicos y sabios del amplio Imperio Romano  que hasta aquí acudían para aprender, desarrollar sus ideas y lograr destacar entre otros iguales (a modo de las Escuelas griegas o las Universidades modernas).


La Biblioteca de Éfeso era la joya de la ciudad, cuya fachada de dos pisos se localizaba al final de la avenida principal, enteramente formada por un mármol resplandeciente, y más aún bajo el brillante sol de Anatolia.

Como en otros monumentos patrimoniales de la civilización (reconocido como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, desde 2015), es mucha más la información que desconocemos de esta enorme biblioteca, que la que tenemos con certeza. Así, es “tradición” atribuir la destrucción de este templo del saber a los Godos, algo que casa mal con el hecho de que respetasen otras bibliotecas y escuelas, coincidiendo mucho más con la idea que su eterno enemigo –el decadente Imperio Romano, bicéfalo hacia sus últimos años- se esforzara por difundir sobre los pueblos bárbaros, que en verdad no significaban otra cosa que <<extranjeros>> (esto es, no perteneciente al Imperio Romano). En otras palabras, no está nada claro quién, con certeza, destruyó la biblioteca de Éfeso y a todos los eruditos que en torno a ella orbitaban. Más partidaria soy de atribuirlo a otros pueblos menos respetuosos, como los cristianos (a los que muchos culpan de destruir la Biblioteca de Alejandría, y recordemos la de libros que han sido pasto de las llamas por orden de los Padres de la Iglesia) o los Mongoles (que en 1258 destruyeron la Casa de la Sabiduría de Al-Mansur en la primitiva Bagdad, “la Biblioteca de Alejandría islámica”, puesto que sus dirigentes pagaban el peso en oro de cada libro que allí se tradujera al árabe y quedase allí guardado; tal fue la magnitud de la pérdida de sabiduría producida, que las crónicas relatan cómo las aguas del Tigris bajaban teñidas de negro por la tinta de los miles de pergaminos que los mongoles arrojaron al río, destruyéndolos y acarreando con ello un retroceso en la civilización de un milenio).
El hecho es que todo lo que rodea a Éfeso es asombroso, pues recordemos que ya el cronista de la antigüedad, Estrabón, consideraba que fue fundada por una de las Amazonas (las valientes mujeres guerreras que se cortaban uno de sus pechos para poder ser hábiles arqueras, que vivían en ambientes puramente matriarcales y únicamente se emparejaban puntualmente con fieros guerreros para quedar embarazadas); si buscamos hechos más contrastables veremos que ya fue una importante ciudad del Imperio Hitita (pueblo no menos interesante que bien merece una entrada, en otra ocasión). Y si queremos alguna “casualidad” de esas que nos hacen e había de todo menos casualidad, deberemos reparar en que las tradiciones sostienen que a escasa distancia de Éfeso se encontraría la casa de la Virgen María, la madre de Jesucristo, la Santa Madre. Y es que todo en esta tierra –y en los relatos que nos llegan, aunque incompletos- dicen a gritos el arraigo que en esta tierra había a los cultos matriarcales, a la fertilidad de la Madre Tierra. A este respecto no debe sorprendernos que otro cronista de la antigüedad, Heródoto, mencionara cómo los habitantes de esta ciudad, allá por el siglo VI a.C., pidiera a Artemisa su intersección para salvarlos del ataque de los enemigos. Esta diosa se representaba de una manera sumamente peculiar pues era tal el afán de enfatizar su protección, fecundidad y alimento constante que se la representaba con numerosos pechos cargados de leche. Su fervor estaba tan arraigado que incluso en época romana, muchos siglos después, se seguía adorando esta representación. De hecho, la estatua que actualmente se conserva es de fabricación latina (s. II d.C.), copia fidedigna de una anterior mucho más antigua, perdida hace muchos milenios aunque no así su fervor pues incluso el gran conquistador griego, Alejandro Magno hizo una ofrenda a esta diosa cuando pasó por esta ciudad, entonces en manos de los Persas.


El sincretismo de diversos cultos matriarcales neolíticos, con la “Artemisa polimastia” (o de múltiples senos) fue tal que en el mundo grecolatino se la mezcló con cultos a la diosa Isis egipcia, de piel negra. Para rizar el rizo, el animal de esta poderosa diosa era la abeja, como se mostraba en las monedas de la ciudad (en la de Atenas era la lechuza, por Atenea), y en La Rioja, la Virgen de Valvanera (antigua talla románica templaria) era negra, rendía culto a la fertilidad de la tierra y se representaba asociada a las abejas. Tal fue la devoción de esta “diosa” que a partir de cierto año se prohibió a las mujeres acceder a la iglesia donde estaba esta talla, una pataleta más de los dirigentes patriarcales católicos como aquella que llevó a un Papa a tildar a la María Magdalena de la Biblia, de prostituta.


Narran las tradiciones que las abejas llevaron a unos monjes hasta un roble (Quercus, árbol de la sabiduría de la fertilidad entre los pueblos celtas prerromanos) en cuyo interior se encontraba la talla de la Virgen de Valvanera. La talla actual, a imitación de la antigua, es convenientemente de piel blanca y de escasas curvas marcadas. Con todo tiene la peculiaridad de poseer al Niño de lado, algo que “a buen entendedor” está indicando la acentuación de la fertilidad pagana. Para más evidencias, la diosa ofrece una manzana (remito al lector interesado en todo este simbolismo a mi libro “Jesús y otras sombras templarias, tomo II”, para no repetirme y extenderme en este asunto, aquí).
               
             Regresando a la Éfeso de Anatolia, que además tampoco se encuentra lejos de la mítica Troya, en la época de esplendor de la Biblioteca y de todo su conjunto de sabios y aprendices, destaquemos varias de sus maravillas.
                La ciudad y principalmente su calle principal que culmina en la grandiosa biblioteca estaba construida en materiales tan nobles que aún a día de hoy persisten y aportan su toque de pulcritud. Esta limpieza estaba en todas las facetas de esta noble metrópolis, pues no lejos de la Biblioteca se encuentra uno de los baños públicos –dotado de más de una docena de retretes- que había por la ciudad. Labrados en mármol, permitían orinar y eliminar todo tipo de desechos gracias a un continuo circular de aguas limpias que fluía constantemente bajo ellos. Poseían además sitio para ubicar incensarios que aromatizaban el recinto, contrastando notablemente con la limpieza general de muchas urbes actuales. Las calles eran un continuo ir y venir de carretas con todo tipo de preciados cargamentos y personajes más o menos aristócratas que se dejaban ver por las calles portando los tejidos y joyas más de moda en ese momento. Dorados y mármoles serpentinizados (colores verde oliva) o jaspeados (rojos) aportaban las notas de color en los materiales más nobles, mientras que las estatuas y capitales eran pintadas con vivos colores. Para hacernos una idea, veamos una reconstrucción de la fachada de la Biblioteca en época romana.


                Ya dije que Alejandro Magno estuvo en la ciudad –año 334 a.C.- haciendo su particular ofrenda a la Artemisa polimastia de Éfeso. No será la única celebridad, pues de acuerdo con distintos cronistas, fue precisamente en este templo donde Marco Antonio capturaría a los hermanos de la bella y astuta reina Cleopatra, haciéndolos ejecutar. La propia faraona egipcia llegaría a la ciudad en su flota, aliada de Marco Antonio, su amante, pues para entonces la ciudad era un puerto importante más del Imperio Romano debido a que dio refugio al almirante seleúcida Polixénidas, durante la conocida “guerra romano-siria”, cuando estaba siendo derrotada su flota. Por este motivo, los vencedores –romanos- incorporaron también dicha ciudad (hasta entonces perteneciente a los seleúcidas) al Imperio. Sin embargo, años antes, la ciudad había pertenecido al territorio del Egipto ptolemaico (Cleopatra era ptolemaica, descendiente de Ptolomeo, capitán de Alejandro Magno). También el general cartaginés Anibal visitará la ciudad durante su etapa seleúcida (pues como dice el dicho: “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”). Y es que la ubicación de la ciudad, como en el caso de Troya, era crucial para el control del comercio entre el Mar Egeo, Próximo Oriente y Asia.
                Lo más curioso de todo es que originariamente, la ciudad estaba más protegida de manera natural, aprovechando el relieve montañoso cercano al templo de Artemisa, pero será un general macedonio posterior a Alejandro Magno, Lisímaco de Tracia, quién adivinará el potencial del puerto cercano a Éfeso, mandando construir una nueva ciudad –amurallada- controlando la bahía natural. Dicen los cronistas que ante las reticencias de la población, el militar macedonio ordenó a sus soldados bloquear los ríos durante varios días seguidos de fuertes lluvias, que provocaron que las aguas arrastraran grandes cantidades de barro y tierras a su paso, abriendo nuevas vías de desagüe, inundando y destrozando la antigua urbe. De esta manera, los ciudadanos desprovistos de hogar se trasladaron a las nuevas de la ciudad amurallada (¡cómo las gastaban estos macedonios!, por no hablar del principal, que rompió a llorar cuando no pudo conquistar más tierras…).


La reconstrucción de Éfeso durante el siglo II d.C., destacando la Biblioteca (A), el anfiteatro (B) y el Puerto (C).

Decíamos que la Biblioteca era más una Universidad que un mero recipiente de almacenaje de libros científicos, filosóficos, históricos y de Derecho. Buena muestra de ello nos ha llegado de manera casual, cuando analizando los relieves de las piedras labradas diseminadas en el yacimiento, se reparó en un grabado peculiar. Al pasarlo a tres dimensiones, los arqueólogos constataron que ¡¡estaban ante la representación de una máquina de la antigüedad!!.


Las conducciones, abastecimiento y saneamiento de aguas en Éfeso eran tan revolucionarias –tanto en plomo como en cerámica- que fueron imitadas por civilizaciones posteriores, muchas de ellas perviviendo intactas aún a día de hoy. A la derecha, relieve de “la máquina de Éfeso”.

Tras varias décadas de estudio de este artilugio se pudo ver que se trataba de una complicada –y a la vez asombrosamente simple, en su mecanismo- máquina de cortar piedra. Y es que en la época de florecimiento de la ciudad, el precio de “las piedras nobles” se elevó tantísimo que se recurrió a cortar delgadas láminas de esta roca tan prohibitiva, recubriendo con ella únicamente la terminación de las fachadas, aparentando estar todas elaboradas en mármoles carísimos cuando realmente eran de argamasa o ladrillo, recubiertas por una fina capa de estos materiales.


Reconstrucción de uno de los salones interiores de la biblioteca, así como de la máquina de Éfeso.

La máquina, de grandes dimensiones, se enclavaba no lejos del lugar donde fue encontrado el relieve (que se cree que era la tapa de un sarcófago del siglo III d.C., mostrando la que se considera ya la representación de la primera sierra industrial conocida). Consistía en un mecanismo hidráulico en el que el agua movía una enorme rueda de madera que accionaba a su vez dos sierras dispuestas en la horizontal, que cortaban finas planchas de roca.
Pero no era esto todo lo que Éfeso podía dar de sí ya que el Templo de Artemisa, una de las siete maravillas del mundo antiguo, estaba dotado … ¡¡ de puertas mecánicas!!. Sí, no lee mal el lector, ya en el siglo I d.C., la segunda mayor ciudad del Imperio Romano tras su capital, poseía un templo cuyas puertas se abrían automáticamente. Su inventor fue el célebre Herón de Alejandría y su mecanismo era de lo más simple: tres recipientes conectados entre sí. El primero, lleno de agua, estaba bajo un aparente altar del templo. Cuando el sacerdote encendía la leña, el fuego calentaba el líquido que pasaba a vapor, yéndose al siguiente recipiente semilleno de agua. El vapor desplazaba el agua líquida al tercer recipiente, que era un cubo unido por unas poleas a las pesadas puertas. Con el peso, el recipiente bajaba y abría las puertas macizas gigantes del templo. Al enfriarse, se revertía el ciclo, ascendiendo el cubo y cerrándose las puertas. El visitante únicamente veía al sacerdote encender el fuego sagrado y la diosa abría por arte de magia las puertas de su templo, para ser adorada.
Este mismo ingenioso inventor, Herón de Alejandría, inventó igualmente la primera máquina expendedora, con otro mecanismo que sorprende igualmente por su simpleza: se echaba una moneda en este artilugio y su peso accionaba una palanca que permitía verter agua bendita suficiente para llenar un recipiente del tamaño de un vaso, para los rituales sagrados a realizar en el interior del templo.


El Templo de Artemisa, en Éfeso, no sólo estaba dotado de “mágicas” máquinas expendedoras de agua bendita o de otros artilugios que al echar una moneda hacia moverse a los dioses (muñecos mecanizados); las propias pesadas y enormes puertas de acceso al colosal recinto se abrían y cerraban como por arte de magia. Todo ello contribuía a ser un punto de peregrinación prácticamente único en todo el Imperio Romano.

Pero como decíamos más arriba, toda esta magia terminará según la teoría oficial, con la llegada de las hordas bárbaras hacia el 262 d.C., en que serán arrasados la Biblioteca y sus aledaños, así como el Templo de Artemisa. Particularmente me inclino a pensar más que fueron los cristianos, pues las comunidades de judíos y cristianos que aquí había eran cada vez mayores (aquí llegará Pablo de Tarso, el Apóstol Juan o incluso la virgen María, entre otros). Entre estas comunidades de primeros cristianos se darán revueltas, que motivará que se celebre el Concilio ecuménico de Éfeso (431 d.C.) para condenar y perseguir el Nestorianismo (modalidad cristiana que considera que en Jesucristo se daban dos partes o materias separadas: la mortal y la divina; recordemos que hasta el Primer Concilio de Nicea, en el 325 d.C., Jesucristo era considerado mortal, como se le considera en la religión hebrea e islámica).
En fin, que vista cómo era esta gran ciudad en sus años de esplendor, ¿verdad que ya se ve el pasado con otros ojos, no tan primitiva y supersticiosa?.

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