martes, 10 de enero de 2017

La entredicha genialidad de Da Vinci

            Decir que Leonardo Da Vinci es posiblemente el pintor más conocido de todos los tiempos no es exagerar, debido entre otras cosas a su obra La Mona Lisa y a la previsible “novela de serie B” (como la han tildado muchos críticos literarios) “El código Da Vinci”. A partir de entonces,  especialmente en documentales anglosajones del Canal de Historia y National Geographic, Da Vinci ha llegado a ser considerado una genialidad insólita de su época, un inventor de la talla del genial croata Nikola Tesla con más de 700 patentes a sus espaldas, un visionario, un viajero del tiempo, e incluso hasta un personaje en contacto con los avanzados alienígenas que compartieron con él muchos de sus secretos. Pero si deshojamos todas estas capas fantasiosas que se le han ido añadiendo ¿qué nos queda realmente de él? ¿Era tan real su genialidad? ¿Qué opinaría el lector si le dijera que gran cantidad de sus objetos dibujados, de sus llamados “inventos”, no eran propios porque hacía mucho que existían y, sobre todo, que los posible verdaderamente propios eran fallidos?

             En lo que a mí respecta, Leonardo Da Vinci ha sido ciertamente un genio, pero en lo relativo a la pintura. Y con todo, muchos de sus rostros dibujados tienen un no-sé-qué que me produce cierto rechazo al contemplarlos, como es el caso de San Juan Bautista, por citar uno de ellos. Desde que el código Da Vinci lo relacionara con los supuestos descendientes de Cristo -los godos Merovingios franceses, que ya tratamos aquí- haciendo eco de las investigaciones e ideas que los autores británicos de The Holy Blood and the Holy Grail (en España, “El Enigma Secreto”) plasmaron en dicho obra, motivo por el que denunciaron con razón a Dan Brown de plagio, por apropiarse de sus ideas y no citarlos como fuente, desde entonces, a Da Vinci se le ha venido considerando un Gran Maestre neotemplario e incluso de los Illuminati, orden ficticia que de nuevo Dan Brown ha tenido el dudoso mérito de recuperar del subconsciente colectivo “conspiranoico”. Lo cierto es que no existe un solo documento histórico anterior al siglo XIX o XX que relacione a Da Vinci con templarios e iluminatis.

“San Juan Bautista”, de Da Vinci. A la derecha, supuesta lista de los dirigentes del Priorato de Sion destacándose a Da Vinci, que ya se ha demostrado que es una burda manipulación y falsificación realizada en el siglo XX.

            Dicho esto y eliminada la capa más externa conspirativa que le hace formar parte de órdenes secretas opuestas al gobierno establecido, dejemos especulaciones y elucubraciones a un lado y acudamos a documentos históricos verdaderos, que sí existen. Sabemos que Da Vinci tenía una afición que comparto y es la de ir anotando todo tipo de información que le resultaba curiosa en cuadernos de notas o en lo que tuviera más a mano (personalmente tengo un gran cajón lleno de libretas, folios, postales, notas post-in, hojas de notas de hoteles … y hasta servilletas repletas de anotaciones aguardando que al fin saque tiempo para armarme de valor y pasarlas todas ellas a un solo cuaderno…algún día…).
Da Vinci llegó a escribir 13 mil hojas de notas con anotaciones (personalmente…estoy en ello, pero veamos el lado bueno: sin esas anotaciones muchas de las entradas de este blog no existirían, sin ir más lejos ésta, que se basa en unas notas propias al ver de cerca textos de Da Vinci, en una exposición de unos cuadernos del artista en la Biblioteca Nacional de Madrid, hace ya un tiempo). Utilizaba una codificación consistente en escribir al revés, de manera que sus notas eran entendidas mediante el empleo de un espejo, leyéndose lo reflejado. Muchos autores partidarios de las conspiraciones interpretan este hecho como un claro ejemplo de que sus conocimientos eran tan avanzados -y él lo sabía posiblemente como visionario o adelantado a su tiempo- que para proteger a la humanidad de sí misma codificó su saber hasta que el hombre hubiese madurado lo suficiente como para dar buen uso a sus conocimientos. Esto es lo que dicen cada vez más documentales modernos. Bueeeno… Personalmente, veo el argumento bastante ilógico porque a) espejos ya existían desde mucho antes del cambio de era, así que se podría haber leído esa información en cualquier momento, únicamente hacía falta un espejo o una superficie que reflejara la hoja escrita, por ejemplo un bronce muy pulido o el agua; b) si con decir “humanidad suficientemente madura” pretenden referirse a la actualidad, estando los atentados a la orden del día, los gobiernos corruptos por todos lados, los “señores de la guerra” y demás intereses ocultos capitalistas, etc, etc…pues entonces vale, aceptamos pulpo como animal doméstico.


Sin embargo, creo más bien que Da Vinci codificó sus anotaciones (o lo intentó burdamente ya que, insisto, cualquiera podría leer sus notas con un espejo o con cierta agudeza visual) no para esconder a la humanidad sus descubrimientos, sino para esconder que “sus” descubrimientos realmente eran de otros autores ¿Y en qué me baso para hacer esta afirmación? Sencillo, en el propio Da Vinci. Prestando interés a sus escritos, lo primero que me llamó la atención es que mencionaba a ciertos personajes de los que, cuando tratas de documentarte, mire usted por dónde resultan estar muy relacionados con los inventos o máquinas que describe en el texto. En otras palabras, creo que  de Da Vinci no se adjudicó como suyos esos inventos, nunca lo hizo, sino que fueron otros los que comenzaron a señalar  todos esos “artilugios”, como invenciones de Da Vinci. Ya sabemos que entre los lectores, aún más actualmente, en la era de Internet y de la información inmediata, son muy poquitos los que tratan de confirmar las fuentes y los hechos que leen. Así, una vez que alguien le atribuyó todas esas máquinas, la bola fue creciendo y al final han quedado como las invenciones de Da Vinci.

La invención de la ametralladora se atribuye a Da Vinci (A, dibujo del artista y B,  recreación), si bien se sabe que en Europa ya se usaban desde el siglo XII cañones montados en un mismo carro e incluso existen descripciones del sitio y conquista de Constantinopla (actual Estambul, Turquía) en 1453 por parte del sultán Mohammed II y cuyos ejércitos empleaban este tipo de ametralladora o carro multicañón, F. También en China se emplearon multicañones y ballestas de repetición (denominadas ‘Chukonu’, D), igual que los griegos (los ejércitos griegos ya empleaban desde el siglo IV a.C., estas “metralletas” inventadas por Zopiro di Taranto, basadas en las ballestas a su vez empleadas desde el siglo V a.C. o antes, como la llamada ‘Gastrafetes’, por su apoyo en la zona de la barriga para montarla, E).En Corea, desde 1350, se empleaba un carro lanzador de multiflechas accionado por pólvora y denominado ’hwacha, C.’

Pero insisto, acudamos al propio personaje. El mismo Leonardo Da Vinci en sus escritos menciona a personajes clave en los temas sobre los que escribe. Lo que estoy tratando de decir, no sé si lo suficientemente claro, es que Leonardo Da Vinci se limitó  a recopilar todo el saber revolucionario de su época. Sus libros constituyen una auténtica enciclopedia de todo aquél saber. Y de ahí su mérito. Pero ni mucho menos fue un visionario, precisamente porque esas máquinas y artilugios que describe e ilustra no son propios, sino tomados de otros cuyas máquinas él mismo estudió u observó.

'Hombre de Vitruvio', por Da Vinci. Hoja completa (a la izquierda) e imagen simétrica (a la derecha), para poder leerse, con el dibujo aumentado.

Tomemos uno de los ejemplos para mí más evidentes de esta realidad de Da Vinci: su famoso “hombre de Vitruvio” ¿Por qué ese curioso nombre? Al documentarme, descubrí con sorpresa que Marcus Vitruvius Pollio fue un sabio del Imperio Romano interesado en la arquitectura y las proporciones, que trabajó como arquitecto del mismísimo, general entonces y después emperador, Julio César, a cuyas órdenes sirvió también como soldado. Leonardo Da Vinci, como buen escultor y artista, se interesó por su obra, de manera que sin duda leyó esa parte de los escritos del sabio latino donde escribió: “Pues si un hombre fuera colocado sobre su espalda, con sus manos y pies extendidos, y un par de compases centrados en su ombligo, los dedos  de las manos y de los pies tocarán la circunferencia del círculo así trazado. Y tal como el cuerpo humano permite una silueta circular, así también una figura cuadrada puede hallarse en él.” (De Architectura, III, Marco Vitruvio, s. I a.C.).
El texto era todo un reto para un artista, así que inmediatamente, suponemos, Leonardo Da Vinci realizaría su esquema, siguiendo las indicaciones, para comprobar si eran ciertas las observaciones del sabio. Y voilà, acababa de crearse una de las obras más famosas de Leonardo,  en 1487. Para Da Vinci supuso toda una lección alquímica materializada en un dibujo, al mostrar al ser humano como una representación del macrocosmos (la infinitud del Universo resumida en un ser humano, la proporción áurea o “divina proporción”, la cuadratura del círculo, teorías espectrales, Fibonacci, etc, etc ya mencionados aquí). Si nos fijamos, Da Vinci en ningún momento trata de apropiarse de la idea, haciéndola aparecer como propia, sino que recoge la autoría de la misma. Y lo mismo hizo con el resto de “sus inventos”.

Imagen del hallazgo de una enorme rueda romana en Riotinto (Huelva) y esquema del funcionamiento de la explotación minera en época de la dominación del Imperio Romano. (Repárese en la gran cantidad de niños contratados en la explotación minera por la empresa británica. En el Museo Minero de Riotinto pueden verse parte de los libros de contrataciones y las edades de los trabajadores. Una mesonera, en un poblado almeriense con antiguas minas explotadas también por una compañía inglesa, me contaba cómo su abuelo cargaba con 13 años grandes cestos con piedras en la espalda, colocándole entre el cesto y su piel, piedras angulosas que se le clavaban, para que corriera más rápido a desprenderse de su carga. Era otra época y los afortunados contratados sacaban salarios decentes con los que mantener a sus familias).

En la obra de Vitruvio – su De Architectura consta de 10 tomos- el arquitecto y sabio llega a describir distintos ingenios de guerra como ballestas, catapultas o tortugas, entre otros, pero también máquinas para facilitar la construcción, como poleas, montacargas, ruedas hidráulicas y otros artilugios que funcionaban a base de diversos engranajes y el empleo del viento o del vapor (de hecho, la primera máquina de la que se tenga constancia, la eolípila, se describe en los textos de Vitruvio) ¿Verdad que comienzan a sonarle al lector muchos de estos mecanismos, que recuerdan a los dibujos de Da Vinci? Pues el resto es extrapolable a otros autores. Sin ir más lejos, entre sus aparatos aéreos hay varios que recuerdan  los mecanismos que ya varios sabios árabes de Al-Ándalus habían desarrollado. Precisamente en este blog mencionamos la experiencia de uno de ellos, lanzándose al vacío desde la torre más elevada de la Córdoba árabe (ver aquí). El curioso lector podría alegar que en ese tiempo (s. XV) Italia “quedaba muy lejos” de España y que posiblemente no llegara a conocimientos de Da Vinci los experimentos científicos españoles. Erraría el lector en su suposición. Baste que se acerque al bello y caótico puerto de Nápoles para contemplar el imponente Vesubio y eche un vistazo a la fortaleza que se alza majestuosa controlando el puerto, ¿puede observar el escudo que muestra orgulloso sobre su entrada? Exacto, Aragón, y es que Nápoles y otras muchas tierras italianas pertenecieron al Imperio Español desde tiempos de los Reyes Católicos (¡Ah, ese don Gonzalo de Córdoba, el Gran Capitán y esos maravillosos e implacables Tercios españoles…!) Así que en esas fechas, España quedaba mucho más cerca de España que actualmente, si se me permite la licencia poética.
Lo mismo ocurre con las ruedas de los molinos de agua que los árabes ubicaron en todos sus territorios peninsulares, construyendo miles de kilómetros de acequias.  Antes que ellos, griegos y romanos las usaban en sus huertas y, posiblemente mucho antes, ya se usaran en las fértiles tierras de Mesopotamia.
            No serán los únicos inventos. En la obra de Vitruvio se describen también inventos helenos, como el tornillo de Arquímedes, que permitía elevar agua a distintas zonas demasiado secas, cuyo invento se atribuye al gran sabio griego Arquímedes de Siracusa, allá por el siglo III a.C., famoso, entre muchos otros logros, por destruir toda una flota mediante el empleo de grandes lentes que condensaron la energía de los rayos solares en un mortífero rayo que hizo arder las velas y maderas de las embarcaciones que sitiaban su ciudad.

Representación del “tornillo de Arquímedes”, a la izquierda. A la derecha, hoja con “invenciones” de Da Vinci para la agricultura, ilustrando el 'tornillo de Arquímedes' y ruedas como las de Riotinto.
           
            Con respecto a muchos de los aparatos ilustrados en sus trabajos, son muchos los ingenieros que, basándose en los esquemas de Da Vinci, construyeron a tamaño natural muchos de estos instrumentos, comprobando desilusionados cómo cometían grandes errores. Por ejemplo, en el considerado “primer helicóptero” (o “tornillo aéreo de Arquímedes”) es casi seguro que trató de extrapolar lo observado en determinadas semillas a escalas mayores, confiando que lograría no sólo alzar el suelo, sino sostener el peso de un posible piloto. Lamentablemente, en aeronáutica intervienen muchas variables no consideradas por Da Vinci que habrían causado que estas máquinas no hubieran despegado por si solas, o que hubieran terminado precipitándose contra el suelo generando graves daños en el temerario piloto.

Muchas de las invenciones bélicas atribuidas a Da Vinci como la ametralladora (A), el tanque (B), barcos con catapultas (C) y torres de asedio de tracción animal (D) ya existían en la antigüedad, siendo descritas por diversos cronistas historiadores grecorromanos.

Leonardo Da Vinci escribió prácticamente de cualquier tema: botánica, arquitectura, mineralogía, astronomía. etc. Por eso no le niego un enorme conocimiento en casi cualquier disciplina, así como un gran mérito al recopilar el saber de su tiempo, sin dejar de lado su extraordinario don para la pintura. Pero de ahí a considerarlo un visionario e inventor de todo lo recogido en sus obras, va un mundo. Sobre todo, no cometamos el error de atribuirle invenciones ajenas, ya que ni él mismo lo hizo, ni creo que le hubiese gustado usurpar el mérito de personajes a los que sin duda admiró profundamente.

Estatua del andalusí Abbas Ibn Firnas en el aeropuerto de Iraq, mostrando al “cordobés” con su primer prototipo sin cola. Tras meterse un garrafal mamporro partiéndose muchos huesos, le añadió resistente lona y una cola timón a sus alas móviles logrando construir un exitoso planeador en el siglo IX d.C. A la derecha, esquema del planeador 'inventado' por Da Vinci y prácticamente calcado del invento árabe.

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