domingo, 15 de enero de 2023

El poder del rayo

      En religiones antiguas, como la de los antiguos griegos y las de pueblos germánicos, el dios más poderoso de todos ellos era siempre el que dominaba el rayo de las tempestades y a decir verdad, no andaban nada desencaminados estos pueblos en tales consideraciones puesto que el rayo es, quizás, el elemento natural más fascinante y al mismo tiempo aterrador de todos los existentes.

      Conozco pocas personas que no se sientan intimidadas por una tormenta con sus rayos y centellas, en plena montaña; o incluso que sea indiferente a los relámpagos, que tienen un efecto tan hipnótico como las llamas de una hoguera bailoteando. De entre los recuerdos que tengo de mi infancia, las noches de tormenta en el pueblo soriano al pie de una elevada montaña donde solía pasar mis veranos junto a mis abuelos, con los cristales vibrando con los truenos que rugían sobre nosotros mientras todo el cuarto se iluminaba por los rayos (a los que mi abuela llamaba “culebrinas”) es de mis experiencias favoritas pues llegaba a sentir auténtico miedo a la vez que deseaba que continuara la tormenta. Sobre todo porque durante toda esa tarde me había ido dando chispazos con cada metal que tocaba (llegando incluso a producir una repentina luz) señal de lo enrarecida que se estaba poniendo la atmósfera y de que debía regresar cuanto antes a casa. A eso se sumaba la observación de los pastores: “va a llover, los pájaros vuelan bajo” puesto que los insectos se pegaban al suelo caliente y las aves como las golondrinas y vencejos pasaban planeando casi a ras de suelo para llenarse la boca con ellos. Entonces, conforme se iba oscureciendo el cielo casi como su fuera de noche (era increíble ver cómo brillaban en contraste los campos de trigo), llegaba una brisa húmeda.

            Al día siguiente, tras la tormenta, daba gusto salir al campo pues se respiraba genial y todo parecía limpio y nuevo, como por estrenar. El olor a tierra mojada era una gozada y ver las gotitas de agua en las telas de araña, una maravilla.


 


   

     De hecho, siempre me he preguntado cómo era posible que los artistas del arte Paleolítico nunca dibujaran una tormenta pues en esos tiempos de vida en las cuevas, persiguiendo presas a las que dar caza y a su vez evitando ser comidos por animales tan fieros como los osos, hienas o tigres dientes de sable, debería resultar totalmente sobrecogedor asistir a una tormenta de truenos y relámpagos desde la cueva, viendo al cielo iluminarse con cada centella y sentir temblar cada roca de la caverna con los atronadores ruidos provenientes del cielo. El problema, seguía razonando para mí misma, es si seríamos capaces de identificar ese mural pictórico de una noche tormentosa rupestre si la tuviésemos delante.

            Lo cierto es que en este aspecto, poco hemos avanzado con respecto al hombre de las cavernas, en lo relativo al temor irracional que nos producen los truenos y rayos. No en vano, debería añadir, pues cada vez que un relámpago toca el suelo, poco antes de hacerlo cien millones de voltios de electricidad (y 20.000 amperios de intensidad) salen de las nubes a 321.868 kilómetros por hora iluminando el cielo en un fogonazo que dura unos escasos 30 microsegundos. Por este detalle, para captarlos se requieren cámaras de alta velocidad, fotografiándolos a cámara superlenta, por paradójico que suene.

            Según estimaciones realizadas por meteorólogos ingleses en 2022, cada año casi un cuarto de millón de personas son alcanzadas por un rayo en todo el mundo. Y esto es algo que tener en cuenta dado que la temperatura de éstos es superior a la de la superficie del Sol. Cada año mueren en el mundo unas 24.000 personas por causa de los rayos. Y es que estar en un espacio abierto en la cercanía de una tormenta es un tremendo riesgo (o cerca de árboles, en un relieve que sobresale,… que pueden actuar como pararrayos, o cerca de animales como rebaños de ovejas que causan electricidad estática, etc); cuando comienza a llover significa que estás cerca del centro de la tormenta, que es precisamente donde se generan la mayor parte de los rayos. Es el momento de buscar protección dentro de un edificio cerrado o en el interior de un vehículo porque su chasis nos protege de esta descarga eléctrica atmosférica. Se estima que cada día caen unos 17 millones de rayos en todo el planeta, unos doscientos cada segundo.

A: El agente forestal norteamericano, Roy Sullivan, fue alcanzado a lo largo de su vida por siete rayos y sobrevivió a todos ellos (más información en mi libro "Guía de Lugares y Objetos Embrujados y Malditos"). B: Figuras de Lichtenberg dejadas en la piel al ser alcanzados por la descarga eléctrica del rayo. C: explicación del funcionamiento de un pararrayos.

Aunque suelen verse rayos iluminando todo el cielo hasta tocar el suelo, los relámpagos entre nubes son unas diez veces más frecuentes que los que tocan tierra, e iluminan el cielo con espectaculares destellos por hasta un minuto.

Por raro que suene, no hay dos rayos iguales y existen una variedad de tipos de ellos. Los más comunes son los que tienen lugar dentro de las propias nubes de tormenta, mientras que los más extraños son los que van en sentido contrario, de la tierra a las nubes (que los hay). Los que van de unas nubes a otras (según algunos, a éstos se les denominan “relámpagos”, mientras los que impactan en tierra se dicen “rayos”, para otros son términos sinónimos) y que requieren una acumulación mayor de carga eléctricas.

Tipos de rayos: de nube a tierra (A), dentro de una nube (B, suelen verse como una nube que se ilumina), de tierra a nube (C) y entre nubes (D).

Según algunos físicos, los rayos se ven blancos por la composición del aire en el lugar donde está ocurriendo la tormenta. Pero otros científicos sostienen que los rayos poseen distintas coloraciones, según la temperatura que alcance y desprenda.

Cuando se produce la chispa y la descarga, quema el aire y lo convierte en plasma, mientras la carga eléctrica de la nube atraviesa el espacio hasta tocar tierra (con carga eléctrica contraria a la zona de la nube donde se ha producido la centella). Y es que un rayo no es más que la liberación de carga eléctrica buscándose el equilibrio.

En los días despejados, la superficie terrestre presenta carga negativa, mientras las escasas nubes o el aire tienen carga positiva. Cuando se forman las nubes de tormenta, las partículas de agua o hielo chocan entre ellas separando sus cargas: las positivas, en cristalitos más ligeros se acumulan en la parte alta, mientras las negativas, más pesados, se emplazan en la parte baja y conlleva que la tierra se oriente con cargas opuestas bajo las nubes (pues ya se sabe que por leyes de la física, fuerzas o cargas electromagnéticas similares se repelen, mientras que opuestas se atraen). Lentamente la parte superior de la nube de tormenta se va cargando positivamente mientras su parte baja va quedando cargada negativamente, distanciándose ambas partes de la nube y creando una especie de pila gigante en el cielo.

De este modo, para devolver el equilibrio de cargas al sistema, o bien se produce el rayo entre nubes, entre partes con distinta carga, o bien lo hace con el suelo.  En el interior de las nubes se van separando las cargas verticalmente y se llega a un punto en que esa diferencia de altura (energía potencial) genera la energía suficiente para crear la descarga, los rayos (energía cinética). En este proceso se produce el fogonazo, que es el rayo en sí, la suelta del exceso de carga eléctrica y el trueno es el ruido correspondiente a la onda de choque producido cuando ambos polos contactan y se neutralizan (parte de la energía del rayo se transforma en calor y en sonido: la descarga calienta el aire en su recorrido a elevadísimas temperaturas, expandiéndolo pero a la altura que está se enfría rápidamente; esa rápida expansión-contracción del aire se materializa en ondas de sonido pareciendo que el cielo se desgarrara como una tela seca),  que se desplaza por el aire propagándose hasta que de nuevo termina difuminándose y neutralizándose. Como el sonido viaja más lento que la luz, contando los segundos que separan el rayo del oído del trueno nos dará una estimación de la distancia a la que se encuentra la tormenta. Por cierto que una nube de tormenta se estima que se desplaza a un promedio de 16 kilómetros por hora.


            Las fotografías a cámara lenta muestran cómo el rayo va avanzando por el aire en forma dendrítica creando ramificaciones a través del aire hasta que toca tierra u otra superficie y entonces se descarga toda su energía, produciendo el fogonazo (calor y luz). De ahí el peligro de cada rayo, que se extiende en torno a un amplio radio buscando la carga opuesta. Pero lo más sorprendente de estas imágenes es que una vez que toca tierra y se produce una enorme descarga, ésta deshace el camino y el fogonazo asciende de hecho del suelo al cielo. 

     ¿No son verdaderamente soberbios y fascinantes?


 

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