Es alucinante. De verdad que no
logro comprender qué extraño gen o idea comparten todos los académicos
españoles que, mientras el resto de colegas de todo el mundo se afanan por
demostrar que sus países fueron pioneros en casi todo, en España se desviven
por demostrar que fuimos los últimos en todo, limitándonos a realizar burdas
réplicas de objetos originales procedentes de otros lugares donde, mira tú por
dónde, nunca se han hallado.
Es
el caso de la bella Dama de Elche, primero considerada una falsificación
contemporánea por los franceses y posteriormente, cuando se demostró su
autenticidad (tuvimos que comprarla al Louvre, que la adquirió a la familia del
agricultor que la encontró), se ha venido considerando una burda imitación de
estatuas griegas o fenicias. También con “las estelas de guerrero”
sublusitanas-extremeñas pasa algo similar. Como mostraban carros de dos
caballos en unas cronologías anteriores a los carros chipriotas, y cascos con
cuernos que no se habían encontrado nunca antes, aunque a países que desean
verse descendientes de celtas y vikingos les hubiera gustado hacerlos propios,
pues ahí están los académicos españoles para asegurar (aún en contra de las
dataciones) que por supuesto son grabados de guerreros chipriotas y preceltas
que hicieron turismo por suelo peninsular, impactando tanto a los paisanos
retrasados con los “alantos” (como decía una conocida de mi abuela para referirse a los adelantos tecnológicos) de los guiris, que no dudaron en
inmortalizarlos en las estelas.
Lo
mismo cabe decir de los grabados de barcos encontrados en Galicia y Cádiz. ¿Qué
todos los petroglifos y pinturas que les acompañan son del 3.000- 2.000 a.C.? No hay
problema, ahí van nuestros académicos a decirnos que no nos dejemos engañar,
que realmente fueron imitaciones de esas pinturas de dos mil años de antigüedad
en el siglo I a.C., cuando por supuesto ya estaban las flotas fenicias, griegas,
cartaginesas y romanas por nuestras costas. De nuevo los paisanos atrofiados
quedaron tan deslumbrados que no dudaron en reproducir esos “alantos”
extranjeros en la primera roca que tuvieron a mano (pues obviamente, de conocer los metales y su trabajo ya ni hablamos).
Detalle de un petroglifo encontrado en Auga dos Cebros, Pedornes,
Galicia, mostrando un barco. Lo más curioso es que escenas de ciervos similares
se han datado entre el 3.000 a.C. y 1.500 a.C., pero al aparecer el barco, no
se le atribuye una edad superior al siglo VIII-VII a.C., para hacerlas así
coincidir con las embarcaciones fenicias en las costas de la Península Ibérica.
E incluso hay quién ha considerado la nave como un barco de la orden del
Temple, ¡imaginación al poder!.
Si
es que ya se sabe, que el españolito ha sido siempre algo limitado de neuronas.
¿Cómo iba a inventar él el arte de la navegación, estando rodeado de mar por todos
sus lados excepto por los Pirineos? No, lo suyo es aguardar en taparrabos a que gentes de
Italia, Balcanes y Palestina les de por dejar el continente y meterse en el mar
para desarrollar barcos y venir a enseñarnos a navegar. Lo veo de lo más
lógico.
Ilusa
de mi, pensaba que esta tendencia por renegar de todo lo nuestro y de las
evidencias arqueológicas había quedado atrás, como otro de los tristes bagajes
de la postguerra. A veces me sorprendo de lo pardilla que puedo llegar a ser,
sobre todo cuando caen en mis manos noticias como la reciente publicación de un
arqueólogo de la Universidad de Sevilla, que no duda en sentenciar que el
increíble Imperio de Tartessos fue en realidad una colonia fenicia. Ahí le ha
dado, publicado en pleno agosto de 2016 ¿Para qué leer escritos de los
primeros griegos, latinos y fenicios que dejaron por escrito cómo Tartessos ya
existía y era un floreciente imperio con todo tipo de metales que atrajo a
fenicios y otros comerciantes a sus costas? ¿Para qué basarse en otros
escritos que hablan del rey tartesio Argantonio solicitando a los focenses (los
primeros fenicios que llegaron a las costas andaluzas) que se quedaran en el
sur y, ante su negativa, ofreciendo grandes cantidades de oro y plata para que
Focea pudiera pagar sus defensas, lo que demuestra que Tartessos llevaba ya tiempo
existiendo independientemente de los fenicios, para cuando llegaron los primeros de
ellos? ¿Por qué coger el coche y hacer los escasos 80 km que separan Sevilla de
Huelva para visitar la cerámica onubense del IV-III milenio a.C., con signos de
un alfabeto similar a los que usarían dos milenios más tarde los fenicios? No,
en lugar de eso, el arqueólogo Manuel Casado Ariza optó por analizar la
cerámica de diversos yacimientos andaluces considerados tartesios y, al
compararla con similares fenicias, concluyó que en realidad Tartessos es de
origen fenicio. Poco importa que el precedente de muchas cerámicas tartésicas y
fenicias esté en la cerámica a la almagra, típica y exclusiva del SE andaluz y
desarrollada hacia el tercer milenio antes de nuestra era, contemporánea a la
cerámica cardial de otras regiones.
A la izquierda, algunos fragmentos de cerámica “de tipo
carambolo” analizados por Manuel Casado Ariza por toda Andalucía concluyendo
que la decoración geométrica, con motivos zoomorfos y astronómicos son
típicamente fenicios. A la derecha, ídolos-placa y betilos que forman parte de
los ídolos oculados del sur peninsular datados entre el IV-III milenio a.C.
Para ello remito al lector al trabajo “La Mirada del Ídolo”, publicado por el
Museo de Prehistoria de Valencia (Comunidad Valenciana) y disponible en google
en pdf, gratis.
Tampoco parece
importar mucho que la cerámica que considera típica fenicia muestre una
decoración idéntica a los ídolos-placa encontrados en todo el sur peninsular,
dentro de megalitos y asociada a cerámica campaniforme también del tercer
milenio antes de nuestra era. O a las bellas piezas cerámicas excavadas en el
yacimiento de Los Millares (2.800
a.C., esto es, dos milenios antes de la llegada de
fenicios a las costas de la Península Ibérica).
Por
cierto que en estos ídolos-placa de pizarra encuentro una gran similitud con
algunos “ídolos” rupestres, como el ídolo de Peña Tú y otros diademados grabados
o pintados en diversas paredes rocosas, que considero son manifestaciones de
una misma religión, posiblemente de núcleos o poblaciones tartésicas y
pretartésicas en sus rutas comerciales de metales por la vía de la Plata
(diademados extremeños) y por rutas costeras (ídolo de Peña Tú).
Arriba, detalle del Ídolo de Peña Tú asturiano. Bajo él, dos estelas de guerreros de Extremadura, diademadas. La similitud salta a la vista, aunque se consideren manifestaciones independientes y no relacionadas entre sí, aún cuando el puñal de Peña Tú es muy parecido a las armas comúnmente grabadas en "las estelas de guerrero" y a las halladas en ajuares campaniformes asociados a megalitos.
Precisamente,
estas llegadas periódicas de barcos en busca de metales y otros elementos para
comerciar, darían lugar a los grabados de barcos gallegos. E incluso
posiblemente podrían señalar los lugares de fondeo de estos barcos comerciales,
de forma análoga a los carteles que hoy avisan de los lugares para tomar
ferries. No es descabellado, en Galicia se han encontrado “acumulaciones de
chatarra”, como se designa a una agrupación de piezas metálicas para su
reciclaje, muy similares a las halladas en la ría de Huelva, se cree que al
hundirse uno de estos barcos “de metales” cerca de estos puntos costeros donde
se piensa que llegaban los barcos a recoger la chatarra, pagando por ella o en
su lugar entregando nuevos objetos.
Conjunto de algunos ídolos hallados en la Península Ibérica en estratos
del IV-III milenio a.C. Tomado de “La Mirada del Ídolo”.
Tampoco
sirve que la propia Biblia, en los libros del Antiguo Testamento, distinga
claramente la llegada de barcos de Tartessos y de las flotas fenicias. Para eso
ya estaban nuestros académicos defendiendo la idea de que “barcos de Tarsis”
era una manera de referirse a un tipo concreto de barco fenicio, o incluso que
esa Tarsis no estaba en la Península Ibérica, sino en algún punto de la costa
libanesa.
Que
no se hable más, que todo esto no son más que “coincidencias” o curiosidades,
que Tartessos era una colonia fenicia y no hay más que hablar.
Lo
que yo me pregunto es si al esforzarse tanto en concluir estas ideas, se habrán
percatado nuestros académicos de lo complicado que les resultará explicar cómo
existen todas estas evidencias varios milenios antes que la llegada de los
fenicios a suelo peninsular, desarrollando objetos, diseños y escrituras que se
supone nos traerán los fenicios dos milenios después de que los
peninsulares ya los estuvieran usando….
¿Por
qué cuesta tanto aplicar “la navaja de Ockham” a la arqueología española, para
admitir que efectivamente la explicación más sencilla es con frecuencia la más
pausible de darse? ¿Qué es más fácil, admitir que todo lo mencionado fue
surgiendo en la Península Ibérica y que los fenicios tomaron muchas de estas
ideas, diseños y alfabeto, llevándolos consigo en sus rutas comerciales y
adjudicándose erróneamente a ellos, o tratar de explicar cómo los fenicios nos
enseñaron a hacer cosas que ya realizaban los españoles dos milenios antes de
la llegada de estos comerciantes, con técnicas que ya se empleaban dos mil años
antes de que aparecieran por primera vez en las costas peninsulares?
Concluirá
Casado en su trabajo: “Tartessos es un
término literario y nace como un mito, por las alusiones de la literatura
griega que lo sitúa en el fin del mundo, donde se colocan los mitos; y en su
búsqueda ha habido un elemento sentimental y los arqueólogos hemos ido
identificando una serie de materiales con esa idea”. Nada más incierto.
Desde el principio se consideró Tartessos como algo fenicio; tal es así que no
existe un solo elemento que pueda considerarse típicamente tartesio para los
académicos, ya que todo lo hallado no dudan en considerarlo réplicas de otras
versiones mediterráneas, llegando al punto de haber establecido un periodo,
“Orientalizante”, para la época de florecimiento de distintas culturas
peninsulares. En esta etapa todas sus manifestaciones se consideran imitación
de otras del Mediterráneo Oriental. En este mega-cajón de sastre se incluyen
piezas de orfebrería, estelas, escrituras, damas iberas, estatuaria diversa,
cerámicas y decoraciones. Con esta mentalidad, ¿por qué no atribuir las
creaciones del imperio textil de Amancio Ortega (Stradivarius, Maximo Dutti,
Pull & Bear, etc) a los británicos y norteamericanos? Después de todo
llevan frases en inglés y utilizan similares tejidos que ellos, de hecho
incluso hay tiendas de Amancio en esos países, así que seguramente las gallegas
son colonias donde se llevaban algunos originales del núcleo madre británico
para ser burdamente imitados en suelo peninsular, porque de hecho hay otras
creaciones similares por todo el mundo que confirman las rutas comerciales
británicas internacionales…
Si es que, de verdad que me cuesta bastante seguir sus razonamientos lógicos, tan paradójicamente ilógicos. Para mi son el prototipo del "efecto Mogambo", como yo digo, pues mi padre me contó un día que, durante la censura franquista, la película Mogambo se dobló de tal manera que se hizo pasar a Clark Gable por hermano de Glace Kelly para tratar de evitar el adulterio de ella ante las narices de su esposo, pero se hizo con tal torpeza que se terminó representando un pecado mayor, al mostrar a los dos supuestos hermanos besándose apasionadamente.
Aplicado a la arqueología española el "efecto Mogambo", para evitar reconocer que las poblaciones peninsulares fueron precursoras en muchas armas, técnicas orfebres, alfabeto, e incluso es posible que hasta mitología, que posteriormente se exportarían al Mediterráneo Oriental por comerciantes que aquí las conocieron, se acabará admitiendo copias de objetos aparecidos milenios antes de la llegada de quién supuestamente las enseñó a los peninsulares.
¿Por
qué nuestros académicos siguen empecinados en que son ciertas las afirmaciones
de que la llegada de fenicios a la Península fue poco después de la caída de Troya
(hacia el 1.100 a.C.)
aunque hasta el momento no haya aparecido una sola evidencia arqueológica que
lo respalde, y se niegan en redondo a dar por bueno el escrito de Estrabón que
decía que los turdetanos (descendientes de los tartesios) tenían escritos
legislativos y en verso de 6.000 años de antigüedad, habiendo hallado ejemplos
de estas escrituras datadas en el IV-III milenio a.C.? Es que, lo admito, es
algo que no sólo no comprendo, sino que me hierve la sangre ante tan incomprensible
postura. Lo peor es que no hay más que coger una revista divulgativa de la
protohistoria, un documental o un libro de impresión reciente, para encontrar numerosas afirmaciones
que van contra las evidencias arqueológicas.
Siguen sin
desecharse estas afirmaciones erróneas, cuando hace ya tiempo que se tienen
evidencias de lo contrario. Sin ir más lejos, en el monográfico “la muerte en la prehistoria” comprado en
el Museo Arqueológico Nacional de Madrid, unas arqueólogas (de cuyo nombre no
deseo acordarme) afirmaban con rotundidad la ausencia de megalitos en Murcia.
Tengo un par de artículos científicos, publicados dos años antes que el trabajo de estas
mujeres, donde se habla detalladamente de más de 100 tumbas megalíticas
murcianas. Habría bastado para echar atrás la publicación de las arqueólogas
en otros países europeos, por falta de documentación en los avances de su campo
de estudio.
Pero en España
no pasa nada. Por eso ocurre tal caos en materia arqueológica, donde aún se
mantienen falsos postulados con evidencias que muestran lo contrario y con
dataciones y atribuciones erróneas. Mientras, el expolio y tráfico ilegal de
objetos patrimoniales sigue siendo el tercer negocio más fructífero en nuestro
país. No quiero ni imaginar la de objetos, que habrían sido claves en análisis
y podrían haber dado la vuelta a muchas teorías, que ya han salido de nuestras
fronteras y nunca serán conocidos. Pero no importa, aceptamos “fenicio” como
explicación a todas nuestras evidencias…
Muestra de unos pocos objetos de la legión que componen las piezas del “Periodo
Orientalizante” atribuidos a orfebres y escultores del Mediterráneo Oriental y
por tanto, datados no más allá del siglo VII a.C., frecuentemente en los siglos
V-II a.C.: Bicha de Balazote de Albacete, Dama de Elche de Alicante, Tumba de
la Joya de Huelva, candelabros de Lebrija de Sevilla, tesoro de la Aliseda
de Extremadura, estela de los Guerreros de Badajoz y placa grabada del tesoro
de la Aliseda con un guerrero combatiendo con un león.
Pues bien, por
atribuciones como las mostradas en la imagen anterior se cae en el error de
atribuir candelabros de oro labrados hacia el 2000-1500 a.C., a orfebres
fenicios del s. VIII a.C., o estelas de guerreros datadas en el siglo VII-II
a.C. mostrando carros y escudos propios del primer milenio a.C., si no más
antiguos del área chipriota ("efecto Mogambo"). Tan esperpéntico como suponer que hoy día en las
lápidas de nuestros soldados caídos representaremos con el más mínimo detalle
carros usados por las tropas de Almanzor o por cristianos del 1100 d.C.
Absurdo, se mire por donde se mire.
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