En
la línea de recuperar el reconocimiento debido a grandes personajes que han
aportado toda su energía en la construcción de este proyecto común que llamamos
España, no podía dejar en el olvido a Joaquín Costa, “el león de Graus”, cuya
vida transcurrió en esa época tan difícil para nuestro país de finales del XIX,
con la pérdida de las últimas colonias. Siempre me ha sorprendido que un hombre
tan crítico, polifacético, culto e incansable luchador en defensa de los
derechos del campesinado más humilde, a la par que prolífico escritor y
participante activo en la Institución Libre de Enseñanza, no haya sido
reconocido de forma unánime como parte decisiva de la llamada “generación del
98”.
Más
injusto aún me pareció en su día el desafortunado calificativo de “prefascista”
que un no tan “viejo profesor”, Tierno Galván, emitió acerca de Costa y de sus
sentidas críticas a los desastrosos gobiernos que le tocó vivir. Como cantaba
la añorada Cecilia, “esta España nuestra” tiene estas cosas. El promotor guay
de desparrames y “botellonas” varias
parece querer eclipsar a un gran hombre de inteligencia superior, comprometido
socialmente, estudioso incansable y muy independiente. Claro, que quizás fue
ese su gran pecado. Juzgue el lector.
Nace
Joaquín Costa en Monzón, Huesca, en 1846 en el seno de una familia de pequeños
propietarios agrícolas con 11 hijos, de los que tan sólo 5 sobreviven a la
primera infancia. Se trasladan a Graus en 1852 y, allí, las necesidades de la
familia le obligan a trabajar, a la vez que asiste a la escuela. Su ambición le
empuja a los 17 años a Zaragoza en busca de trabajo. Para entonces, ya tiene
marcada su ansia de saber: “Me moriría si
no pudiese estudiar”. En Huesca se emplea como criado y encuentra ayuda y
protección en su patrono. Trabaja también como peón de obras públicas y
albañil. Con 20 años funda con unos amigos el Ateneo oscense.
Con
motivo de la Exposición Universal de París de 1867, permanece en la capital
francesa durante seis meses, becado y seleccionado entre muchos miles de
estudiantes obreros. Allí toma contacto con las vanguardias intelectuales y da
buena cuenta de los progresos técnicos, de los que será entusiasta toda su
vida. Ya en España, termina su Bachiller en 1869.
Se traslada a
Madrid, donde se hace Maestro de Escuela Superior y, en medio de graves
dificultades económicas, inicia sus estudios universitarios en 1870. Termina su
licenciatura de Derecho ¡en dos años! y se licencia en Filosofía y Letras ¡al
año siguiente!. Para entonces, ya había leído “El ideal de humanidad para la vida”, de Krause y Sanz del Río, de
manera que sus ideas krausistas y su heterodoxia le granjean antipatías y se
boicotean sus merecidos intentos de obtener la cátedra universitaria de
Derecho.
Sólo
puede conseguir una plaza de Abogado del Estado, en Cuenca en 1875. Cuando se
inicia la Institución Libre de Enseñanza, en 1876, Costa figura en ella como
profesor de Historia de España y Derecho Administrativo. Su vida se vincula
durante diez años a la Institución, sin que por ello descuide su trabajo como
oficial letrado en varias ciudades; primero Cuenca, después San Sebastián y
finalmente, en 1877, logra su ansiado destino en Huesca. En estos años, publica
su “Teoría del hecho jurídico”,
presenta en 1880 una ponencia en el Congreso Jurídico de Zaragoza y otra en el
Congreso Pedagógico de 1882, en el que habla en representación de la
Institución Libre de Enseñanza.
Al
año siguiente, organiza el Congreso de Geografía Comercial, de donde saldrá la
Sociedad de Africanistas, cuya revista dirige durante dos años. A la vez,
colabora asiduamente con el Boletín Oficial de la Institución Libre de
Enseñanza, que llega a dirigir de 1880 a 1883, y participa en el nuevo Congreso
Pedagógico de 1884. Su actividad en este decenio es incesante. Trabaja de
pasante con un puntal de la Institución, gana la oposición a notarías, que se
le adjudica por Granada y en 1880 por Jaén, sin que por ello cese en tareas de
organización y desarrollo de los sucesivos Congresos Pedagógicos.
Joaquín
Costa también trabajó como maestro de escuela en diversos pueblos aragoneses.
Casa en la que habitó Costa, en su estancia en Graus (Huesca).
Padece
una enfermedad congénita que se le agrava en Jaén y marcha a Suiza, donde es
examinado por los mejores médicos que no consiguen mejorar su salud, por lo que
se retira desanimado a Graus. Pero este retiro es sólo aparente, ya que es el
punto de partida de su poderosa irrupción en la vida política nacional. Las
opiniones de Costa, tan rotundas y valientes, tenían desde hacía tiempo un gran
alcance en el pueblo, que seguía con interés sus frecuentes intervenciones en
el periodismo, desde las más diversas disciplinas. No había materia o tema que
no estuviese dispuesto a tratar con rigor y enorme curiosidad científica.
A
pesar de los recelos crecientes que despierta con la lucidez de sus críticas,
su fuerte repercusión social le vale los nombramientos de vocal de la Comisión
de Legislación Extranjera del Ministerio de Gracia y Justicia, así como el de
académico y profesor de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación, que
conlleva ser miembro de la Real Academia de la Historia y académico de número
de Ciencias Morales y Políticas, en 1895.
No
por estas merecidas distinciones mejora su penosa situación económica, que será
una constante en su vida. Cuando, después de muchas privaciones, hubiese podido
ganar dinero con la notaría, Costa dedica sus ingresos a resolver casos y
enfrascarse en costosos procesos en ayuda de campesinos necesitados de
justicia. Esta pobreza, rayana en la miseria, que acompañará toda su vida, va
unida, o quizás es consecuencia, a su total indiferencia ante los
convencionalismos sociales.
En
1896, en plena Guerra de Cuba, Joaquín
Costa presenta su candidatura a diputado por el distrito de Barbastro. En su
programa, punto noveno, propone nada menos que ¡el comienzo del régimen de
Seguridad Social en asistencia sanitaria! y toma partido sobre la guerra en Las
Antillas, a favor de la justicia a Cuba y Puerto Rico, finalizando cuanto antes
la contienda. Propone asimismo en su programa, la construcción de canales de
riego y pantanos, la reforma en profundidad de la Enseñanza Primaria y la
consideración social de los maestros, entre otras muchas propuestas, todas
ellas argumentadas y de gran interés social.
En
medio de las difíciles circunstancias políticas y económicas de la España de
fin de siglo, en octubre de 1898 se inicia una campaña, que se dio en llamar
“regeneracionista”, a través de entrevistas a personalidades de la vida pública
en “El Liberal” de Madrid, con el título general “Habla el país”. La inaugura Joaquín Costa y su Manifiesto es
difundido a los cuatro vientos por la reunión de la Cámara Agrícola del Alto
Aragón, en Barbastro. Una semana más tarde, las Cámaras de Comercio de toda
España se reúnen en Zaragoza, presidiendo Basilio Paraíso. El 15 de febrero de
1899, la reunión de Cámaras Agrícolas crea, con la adhesión de las Cámaras de
Comercio, la Liga Nacional de Productores, que impulsa y preside Costa.
En
diversa prensa de la época no dudaron en publicar caricaturas mostrando la
creación del partido Unión Nacional (Gedeón, 7 marzo 1900) por parte de Joaquín
Costa, de blanco, y Basilio Paraíso, de negro (izquierda); representación de
los varapalos que daba con su discurso Costa a la clase privilegiada(centro) y
caricatura en honor al pensador Costa (derecha).
Es
la época de los grandes alegatos que despiertan pasiones a nivel nacional de
Don Joaquín, a quien se apodaría “el león de Graus”, haciendo justicia a su
poderosa presencia física, su estatura y la rotundidad de su voz y de su verbo.
La preocupación de Costa por problemas sociales está íntimamente unida a su
formación krausista e institucionista. Ha dado sus mejores frutos en sus
estudios sobre Derecho Consuetudinario o en sus intervenciones en los congresos
pedagógicos, pero sobre todo en la inmensa obra que es “El colectivismo agrario”, trabajado durante varios años y editado
en 1898. Publica sólo las dos primeras partes, que contienen doctrina y hechos
de su pensamiento original. En ella, insta al Estado a que imponga a los
grandes propietarios de tierras leyes de interés general, enlazando para ello
las tradiciones comunales con las modernas cooperativas.
Ignora
Costa que quién tiene el poder en la España de la Restauración, tiene asimismo
intereses muy estrechos, o forma parte directa, con esos grandes propietarios
oligarcas. Coincide con los intelectuales de la llamada “generación del 98” en
la pretensión de lograr libertades formales sin hacer la reforma social, o sin
hacer una fuerte presión sobre el Poder. Sin embargo, hay intelectuales de esa
amplia generación que han utilizado las ideas precisas de Costa hasta extremos que
nada tienen que ver con él. Es la imagen ´coyuntural´ de Costa, complementaria
de su imagen ´permanente¨, del Costa intelectual, positivista, de base
krausista, a la vez que innovador y tradicional.
Al
crear la Cámara del Alto Aragón y hacer la proclama de su “Mensaje y Programa”, el 13 de noviembre de 1898, Costa da su
primer paso hacia la toma del Poder. Lo hace sin demagogias: quiere El Poder
porque considera que una ¨revolución desde arriba´ es decir un programa de
reformas que puede evitar la ´revolución desde abajo´ y hará “de pararrayos para conjurar revoluciones de
las calles y de los campos”. Pero es poco avezado en los entresijos de la
política; es demasiado directo. No consigue su objetivo de crear un partido que
represente a las Asociaciones de Productores. En su lugar se constituye la
Liga, en contra de la idea de Costa, que a punto estuvo de sufrir una
congestión cerebral la tarde del día 19. En realidad, la presencia de políticos
profesionales de la Restauración era demasiado fuerte en las distintas
representaciones.
De
izda a dcha: monumento a Joaquín Costa en Graus; monumento en Monzón y mausoleo
de Joaquín Costa en el cementerio de Torrero (Zaragoza).
Posteriormente,
el 1 de marzo se crea la Unión Nacional, fusión de la Liga y la unión de los
sectores más conservadores del capital industrial incipiente, sin
representación significativa de la gran propiedad agraria. Comparten la
presidencia Basilio Paraíso y Joaquín Costa. Como director de la UN, Costa se
entrega, con su habitual vehemencia y rectitud, a la refriega contra los
presupuestos que acaban de votar las Cortes y lanza un manifiesto en el que
invita a los contribuyentes al impago de contribuciones, argumentando que “los
oligarcas y caciques falsean el voto de los diputados, que votan los
presupuestos que les conviene a ellos”. Tras un intento de cierre generalizado de
establecimientos, se rechaza su moción y dimite como presidente de la Unión.
Trata sin éxito de crear un partido de intelectuales y finalmente se adhiere en
1903 a la gran corriente que se aglutina en la llamada Unión Republicana.
Paralelamente,
en 1901 organiza en el Ateneo de Madrid las jornadas de información de su
trabajo titulado “Oligarquía y
caciquismo”, que comienzan en marzo y a las que se invita a 171 personas,
auténtica élite de la política, la universidad y el periodismo del momento. El
informe de Costa es una crítica directa del liberalismo formal y del concepto
mitificado de la libertad, así como de los vicios, que llama ´esencialidades´,
de la estructura y funcionamiento del sistema parlamentario y de los partidos
políticos. A la vez, insiste con más fuerza que nunca, en una de sus
constantes, la necesidad de europeizar España.
En
1903, se le propone como diputado por
Madrid, Zaragoza y Gerona y resulta elegido. Tal es su repulsión hacia el
sistema político del momento, que se niega a tomar posesión de su Acta de
Diputado. Se retira desengañado a Graus a fines de 1904. En 1905 se presenta
como diputado de nuevo por Zaragoza y es derrotado. Con su fuerte carácter
emite proféticas amenazas y clama por la restauración de la República como respuesta
a la Restauración de la Monarquía. El 12 de febrero de 1906 pronuncia su último
discurso importante, en el Teatro Pignatelli de Zaragoza. Allí expone lo que se
considera su testamento político, siete criterios de gobierno que comienzan con
la europeización necesaria de la mentalidad española.
Después
de este acto multitudinario, vuelve a Graus muy enfermo. Sin embargo, su
atronadora voz sonó públicamente por última vez en el Congreso, al que se negó
a asistir como diputado, para informar contra la ley de represión del
terrorismo que pretendía imponer el Gobierno de Maura. Casi inválido y anciano,
esta última intervención suya, en defensa de la libertad y dignidad humanas,
pone fin a una generosa y noble vida. Falleció en Graus el 9 de febrero de
1911. Sus restos descansan en Zaragoza, en el cementerio de Torrero.
Toda
la población de Aragón se echó a la calle, en Zaragoza, acompañando al féretro
de Joaquín Costa hacia el cementerio. Era la manera en que el pueblo llano
reconocía la labor que por él hizo este gran hombre.
Es
muy posible que al final de su vida, Costa comprendiese la inanidad de las
reformas que no se cuestionan El Poder que las hace necesarias. Es también
posible que su afán conciliador y su espíritu de concordia den la impresión de
colocarse ´al otro lado´, por lo que será tachado por los socialistas de
colaborador de la burguesía. Seguramente no le perdonan sus apasionadas
críticas a los partidos marxistas y a lo que considera su escasa adecuación a
la realidad histórica y al sustrato tradicional de nuestro país. Por otra
parte, Costa nunca ha sido hombre de clanes ni capillas. Ni siquiera la
Institución Libre de Enseñanza puede considerarlo ´uno de los suyos´, a pesar
de su trabajo y sus firmes convicciones. Esa independencia de espíritu y la
rudeza de su carácter - sólo la impronta, porque su fondo es conciliador y
dialogante - le ocasionan no pocas malas
interpretaciones y achaques de banderías extrañas, que para nada le
corresponden.
Tampoco
se había comprendido que los estratos inferiores de esa burguesía estaban en
flagrante conflicto con los sectores dominantes y que era posible por tanto la
suma de esfuerzos y objetivos con esos estratos, por otra parte mayoritarios.
Cierto es que Costa ignora el mundo urbano-industrial y que está convencido de
la absoluta ineficacia de las revoluciones populares, como muestra en el
análisis que hace de la revolución de 1868.
El
considerado su mejor biógrafo, el inglés Cheyne, dice de Costa: “Fue un hombre que se hizo sólo y que vivió
sólo”. A pesar de ello, la generosidad de su acción y pensamiento, su
independencia de criterio, la firmeza de sus convicciones y su escaso apego a
los bienes terrenales, junto a su enorme inteligencia y capacidad de trabajo, hacen
de Costa una de las personalidades más respetadas de su tiempo y que más han
influido en hombres de la talla de Unamuno, Ortega, Galdós o Maeztu, entre
otros. El legado de Costa es ingente, su obra, cuidadosa siempre del rigor y
pulcritud científicos, se extiende en las más diversas disciplinas: Literatura,
Biología, Antropología, Música, Poesía, Geografía, Historia, Ingeniería,
Pedagogía, Matemáticas o Física. Nada le era ajeno. Sus escritos son un
continuo ataque a todo tipo de encasillamientos, de los que él mismo fue – y
sigue siendo – víctima.
Noticia
del fallecimiento de don Joaquín (izda). Retrato de Costa, en el Ateneo de
Madrid (centro). Sello homenajeándolo (dcha).
Paradójicamente,
es una de las pocas figuras políticas que ha sido reivindicado por ´las dos
Españas´, esas que Costa quiso siempre evitar. Se adelantó mucho a su tiempo.
Queda mucho por estudiar de Costa y mucho por reconocer. ¿Qué crítica haría
Costa de esta convulsa actualidad nuestra, en la que España, al fin y con mérito, se quitó la boina y que por
momentos pareciera añorarse? Se echa de menos en el horizonte intelectual
español figuras de la talla de Costa, comprometidas con su tiempo y críticas
desde la autoridad de su conocimiento, a salvo de modas o intereses ajenos.
Debemos
a Costa un maravilloso ejemplo de libertad. Porque Joaquín Costa fue ante todo
un HOMBRE LIBRE, en el mejor sentido de las dos palabras.
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