viernes, 14 de febrero de 2025

NUEVO LIBRO DISPONIBLE: Encuentros imprevistos. Historias fantásticas XXVII

 
Escribió una vez Stephen King: “Los monstruos y los fantasmas son reales. Viven dentro de nosotros. Y, a veces, ganan.”
 
En el libro que tiene entre sus manos encontrará catorce historias inquietantes, en las que las acciones más cotidianas desdibujarán sus límites con realidades paranormales, que harán cuestionarse al lector qué es real y qué es imaginación.

 

Y es que, ciertamente, ningún monstruo es tan tremendo como el que muchos de nosotros escondemos dentro y liberamos en circunstancias extremas. Incluso sin ser conscientes de ello.
 
Número de páginas: 345 
 
Fecha de publicación: 13.02.2025
 
Idioma: Español
 
Puede adquirir su ejemplar en Amazon, haciendo clic aquí



lunes, 20 de enero de 2025

Los ataúdes colgantes de la China

Que en China todo se hace a una escala impresionante es evidente en cuánto uno se acerca a los restos arqueológicos y monumentales de distintas épocas. Un ejemplo lo encontramos en la Gran Muralla china, cuyo motivo de construcción está siendo reevaluado en los últimos años a tenor de nuevas investigaciones y evidencias. También en un enlace anterior hablamos de unas ruinas descomunales, con esculturas parecidas a ciertas piezas americanas (ver aquí). Otro ejemplo es el formidable monumento funerario del emperador que reunificó China bajo su mando (Qin Shi Huang) y cuya crueldad fue tan destacada como la monumentalidad de su sepultura, dotada de una ciudadela funeraria con numerosas mujeres y siervos sacrificados para acompañarle al más allá, la recreación de una maqueta de China con ríos de mercurio, el alzar sobre su sepulcro una colosal pirámide de tal tamaño que durante milenios se tuvo por una montaña natural o la construcción de un impresionante ejército de terracota, a tamaño natural, del que solo se conoce el que se sospecha que corresponde a uno de los laterales de su sepulcro cuadrado, permaneciendo otros tres aún por desenterrar.

A la izquierda, un detalle de la Gran Muralla. A la derecha, reconstrucción de cómo debió ser la tumba del emperador Qin Shi Huang.

          Pues bien, andaba yo con mis investigaciones de ciertos aspectos geológicos cuando de casualidad me topé con otra de las curiosidades de este gran país, con dimensiones de continente.

Contemplando el maravilloso paisaje carbonatado y su relieve kárstico de Guangxi, reparé en unos extraños elementos que aparecían en ciertas paredes rocosas.

Las soberbias cataratas de Detian tienen poco que envidiar a las de Iguazú (Argentina-Brasil) o Niágara (USA-Canadá).

 En un principio se me antojaron casitas de madera para aves o murciélagos pero dado que se encontraban en acantilados de cientos de metros de altura, ¿quién se habría tomado la molestia de descolgarse jugándose la vida en estos farallones pétreos para llenarlos de casitas de madera, cuando las paredes calizas contaban con muchas aberturas naturales producto de su erosión?

                   Confieso que intrigada, comencé a mirar con detalle distintas paredes rocosas y mi sorpresa fue mayúscula cuándo entendí qué estaba mirando: ¡eran ataúdes de madera!

        

         Así que me puse a buscar información sobre el asunto y resultó que tales ataúdes fueron una técnica funeraria desarrollada principalmente por la etnia Bo, en el sur de China, desarrollándola a lo largo de unos 500 años (entre hace unos 2500 y 2000 años). Dicho pueblo fue trasladándose hacia el noroeste, llevando consigo su práctica funeraria tan peculiar, hasta que finalmente terminaron integrándose dentro de la etnia Han, disolviéndose en ella y dejando de enterrar a sus muertos de esta manera tan curiosa. Gracias a la información que ha podido extraerse de distintas fuentes, así como de leyendas y folclore,  parece ser que enterrando de esta manera a sus seres queridos los ubicaban más cerca del cielo, a la vez que lejos de profanadores de tumbas y organismos invertebrados terrestres que descomponen la materia orgánica, facilitándoles así el paso al siguiente estadio de evolución del alma.

         La tarea era notable pues por marcas en los cofres de madera y en los propios acantilados se concluye que primero se descolgaban para clavar los palos que soportarían el ataúd por debajo, en posición horizontal (en ángulo recto con la pared rocosa), luego bajaban el cofre con el cuerpo en su interior, lo colocaban en su lugar bien equilibrado y tras esto, clavaban otros postes horizontales encima de la tapa para sellar así su contenido.

         Con todo, existía una creencia de que aquél féretro que se descolgase primero tendría mejor augurio pues ello significaría que el alma ya había partido al fin a la siguiente vida. A pesar de ello, se ha podido comprobar que los postes horizontales que sujetaban los féretros se clavaron a conciencia, no “en falso” para lograr que el ataúd se cayera pronto.

En la montaña de Longhu, considerada sagrada, aún pueden observarse numerosas hileras de estacas entre las que se ubicaban féretros de madera que fueron cayendo con el paso del tiempo.

          Confieso que al leer todo esto no pude evitar acordarme de otra técnica funeraria de emplazamiento muy parecido, que ya traté en uno de mis libros sobre enigmas del Cono Sur: la de los Chachapoyas andinos.

 

         Esta curiosa etnia preinca también tenía predilección por enterrar a sus familiares en acantilados calizos, construyéndoles bien una especie de mausoleo o bien unas máscaras que les dotaran de personalidad.

 

Izquierda: momias-sarcófagos de Karajia (Perú amazónico) y compárese el tamaño con los dos cráneos humanos que aparecen en la imagen. Derecha: mausoleos Chachapoyas de Revash (aconsejo la visita al museo de Leymebamba donde hay amplia información sobre dicha técnica funeraria y numerosas momias rescatadas).

      A título de curiosidad recordaré que esta etnia de los Chachapoyas durante mucho tiempo se usó contra España para señalar que esta tribu terminó por desaparecer poco después de la llegada de los españoles al Perú. A Dios gracias, la Ciencia y la tecnología vino a poner las cosas en su lugar y al analizar ADN de los últimos Chachapoyas los resultados mostraron que se habían mezclado con los españoles, a los que acudieron para obtener protección contra los sanguinarios y tiranos incas, responsables de la aniquilación de etnias como los creadores de ciudades tan fascinantes como Chan-Chan o los famosos cuchillos Tumis chimús. Como es de suponer, estas conclusiones pasaron sin pena ni gloria pues desmontaban el relato colonialista y la leyenda negra del infame y despiadado español que tanto gusta desempolvar a ciertos personajes de América Latina para ocultar sus propios atropellos éticos, morales y políticos.

          Pero regresando a los ataúdes colgantes de China (ubicados a lo largo del cauce del río Yangtzé), aunque los de la etnia Bo son de los más antiguos analizados, poco a poco se han ido encontrando técnicas más o menos similares en distintos lugares de China –considerados realizados por alguna etnia descendiente de la Bo, por ejemplo en Sichuan, en ciertas partes de Guangxi (hechos por los Buyang, una vez que los Bo partieron) y en Yunnan, construidos por los Ku- en Filipinas (en la enigmática isla de Luzón, donde apareció otro de los homínidos distintos del Homo sapiens) y en Indochina (como en cueva de Londa Nanggala, donde además de apilar los ataúdes, adornaban el lugar con figuras representativas de los fallecidos). En todos los casos, estos lugares citados adoptaron tal peculiar práctica funeraria en tiempos posteriores a los Bo del sur de China.

En Indochina hay parajes calizos empleados para el enterramiento, que sin una adecuada protección, con frecuencia son expoliados por desalmados.

          Las cuevas funerarias filipinas se atribuyen a la etnia Igorot, aficionada a esconder a sus fallecidos y que hoy, por desgracia, son usados como una fuente de riqueza puntual para vender a los cada vez más turistas que acuden a la zona, en el Valle de los Ecos o Echo Valley (Sagada). Curiosamente, para acceder a estas cuevas hay que atravesar un cementerio cristiano, con tumbas similares a las de otros camposantos cristianos y que evidencia la relación que los habitantes de la zona poseen en el subconsciente entre ese lugar y el Más Allá.

Los ataúdes colgantes de Filipinas presentan un aspecto bastante reciente, aunque en distintas cuevas (como Lumiang Cave) se encuentran cofres funerarios con forma de barco y madera tosca, más antiguos (hacia el siglo XVI, aunque es poca la información que ha trascendido).

          De vuelta en China, conviene resaltar que en algún momento de la historia, monjes taoístas se toparon con este tipo de enterramiento funerario y lo admiraron de tal manera que lo reprodujeron a su forma, tal y como se comprobó cuando en la década de 1970, unos investigadores se toparon con lo que parecía ser una puerta de madera añadida a una cavidad natural, a modo de cierre, que con el tiempo había terminado por destruirse. Al adentrarse en la cavidad se toparon con un conjunto de ataúdes de madera igualmente apilados en las paredes rocosas y con una curiosa forma que recordaba a un barco (lo cual lleva a otras prácticas funerarias similares como las del antiguo Egipto faraónico o a la de los vikingos de la Europa atlántica, donde se empleaban barcos funerarios a modo de peculiar ataúd).

         El arqueólogo del Museo Provincial de Jiangxi, Liu Shizhong, tras haber participado en varias investigaciones centradas en esta peculiar práctica de enterramiento china ha manifestado que la técnica debió ser en algún momento genérica puesto que han encontrado ataúdes colgantes de prácticamente todas las épocas históricas chinas, desde el denominado Periodo de la Primavera y el Otoño, cronológicamente correspondiente al siglo VII a.C., hasta la primera mitad del siglo pasado (1949). Por otra parte, en cuánto a ubicación se refiere, en los distintos casos en que se ha podido disponer de un número relativamente numeroso de féretros in situ para estudiar su contenido, efectivamente se ha comprobado que mientras los más antiguos se encuentran en la parte alta de la pared pétrea, los añadidos más tarde (y por tanto más recientes) van ubicándose progresivamente más abajo, lo cual no hace sino confirmar la idea de que realmente se buscaba posicionar a los fallecidos cerca del cielo.

martes, 24 de diciembre de 2024

NUEVO LIBRO DISPONIBLE: ¿Qué fue de la Mesa de Salomón?

      Existen unas crónicas de los primeros momentos de la invasión islámica (711-714) que relatan cómo los musulmanes se encontraron con la Mesa de Salomón, un objeto de gran poder traído a Toledo por los visigodos tras saquear Roma.
     Cuando el califa de Damasco se enteró del hallazgo exigió que se la llevaran a su presencia…y entonces las crónicas se contradicen. El objeto parece que fue recuperado por los godos y escondido nuevamente del alcance de los musulmanes.
    En el libro rastrearemos los lugares relacionados con el increíble objeto que hasta logró que un grupo de investigadores nazis recorriera tales parajes de la geografía española, buscándolo. Hagamos nosotros lo propio a lo largo de esta obra.

Fecha de publicación: 23 de diciembre de 2024. 

Edición: de tapa dura.

Número de páginas: 236  (idioma: español).  

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sábado, 9 de noviembre de 2024

NUEVO LIBRO DISPONIBLE: Los que moran en el olvido


Sinopsis:
¿Qué sucede cuando fallecemos? ¿Morimos y todo se acaba, pasando nuestros elementos minerales a formar parte de la tierra y de otros seres vivos? ¿O acaso la vida sigue en una nueva etapa, despojada de corteza material y transformada en energía?
Aún hay quien sostiene que a veces hay algo que nos retiene, que nos ancla a este mundo y nos impide seguir camino: un asunto inacabado, un remordimiento insondable o quizá un rencor muy profundo.
En este volumen XXVI de Historias Fantásticas se incluyen catorce relatos breves, no pocos inspirados en hechos reales, en los que la racionalidad absoluta se topa con unos acontecimientos que llevan al lector a cuestionarse qué es real y qué, fantasía ¿O quizá ambas facetas son las dos caras de una misma moneda?
 
Nº de páginas: 340; 
Idioma: Español
Fecha de publicación: 8 de noviembre de 2024
 
Puede obtener su ejemplar, a través del siguiente enlace de Amazon haciendo clic aquí.

viernes, 18 de octubre de 2024

La gesta del jesuita español Pedro Páez

El descubrimiento del nacimiento del Nilo Azul, por el jesuita español Pedro Pérez

La otra fuente del Nilo, la que aporta la mayor parte del agua al Nilo “madre” por el denominado Nilo Azul no fue descubierta por un británico, como se ha enseñado o ha querido enseñar el mundo  anglosajón. El escocés James Bruce reclamó para sí esa gloria, ser el primer europeo que vio las fuentes del Nilo (Azul) en el año 1769, incluso escribió un libro con su gesta, exclamando pretenciosamente cuando lo premiaron: “He triunfado sobre reyes y ejércitos...” palabras con las que aludía a la cantidad de faraones, reyes, emperadores y generales que en la antigüedad lo intentaron y fracasaron, así él los había superado a todos y como primer explorador que descubrió el Nilo (Azul) fue aceptado por todo el mundo anglófilo hasta bien entrado el siglo XIX.

Pero se equivocaba, porque se le había adelantado en más de un siglo el jesuita español Pedro Páez Jaramillo (1564-1622), cuyos viajes se comentan con admiración y reconocimiento, así como el completo informe que relató por escrito acerca de todo lo observado, vivido e incluso sufrido, en el curso de sus experiencias.

No se publicó hasta bien entrado el siguiente siglo porque la Compañía de Jesús lo había guardado en sus bibliotecas pero, cuando esas memorias se hicieron públicas, grandes publicaciones históricas copiaron parte de ellas, en las que se detallaba su impresionante descubrimiento.

Como prueba podemos reproducir un fragmento de sus memorias, que se recoge en las páginas 319-320 del libro I de la “Historia de Etiopía”, Ediciones del Viento (A Coruña), donde se dice: «Está la fuente al poniente de aquel reino, en la cabeza de un pequeño valle que se forma en un campo grande. Y el 21 de abril de 1618, cuando yo llegué a verla, no parecían más que dos ojos redondos de cuatro palmos de ancho. Y confieso que me alegré de ver lo que tanto desearon ver antiguamente el rey Ciro y su hijo Cambises, el gran Alejandro Magno y el famoso Julio César. El agua es clara y muy leve, según mi parecer, que bebí de ella; pero no corre por encima de la tierra, aunque llega al borde de ella. Hice meter una lanza en uno de los ojos, que están al pie de una pequeña riba donde comienza a aparecer esta fuente, y entró once palmos, y parece que topaba abajo con las raíces de los árboles que hay en el borde de la riba.»

Ya mucho antes, la descripción de Páez, de la fuente del Nilo Azul había sido citada en diferentes escritos contemporáneos como la “Historia general da Ethiopia a Alta” en 1660, de Baltasar Telles, historiador y filósofo portugués; en 1664 en “Mundus Subterraneus”, de Atanasio Kircher, sacerdote jesuita alemán, estudioso orientalista de espíritu enciclopédico y uno de los científicos más importantes del barroco; o en 1678, en “El Estado Actual de Egipto”, de  Johann Michael Vansleb.

La descripción de Pedro Páez sobre la fuente del Nilo (“Historia de Etiopía, c. 1622”) no fue publicada completamente hasta comienzos del siglo XX, dando a conocer su larga vivencia y exploración, junto a la descripción de Etiopía. Después de él, hubo un explorador jesuita portugués, Jerónimo Lobo, que visitó el lago Tana y la fuente del Nilo Azul, una década después de Páez. Su relato también aparece en la obra del portugués Baltasar Telles de 1660.

Como es interesante conocer la historia increíble de este compatriota, que el 21 de abril de 1618 visitó y constató que había descubierto las fuentes del Nilo Azul, pasaremos a verla brevemente.

Su historia comienza con la tarea de evangelización de los pueblos africanos, específicamente del etíope. En ella participó el madrileño Pedro Páez, que nació en el alcarreño Olmeda de las Fuentes, en 1564, cuando se incorporó años antes a la evangelización de Oriente; en el año 1588 viajó a Goa (India), y un año después acompañó a Antonio de Monserrat, misionero más experimentado y de más edad, a reforzar la misión jesuita en Etiopía.

No fue un viaje agradable, ya que el barco donde viajaban fue capturado por piratas de la península arábiga y los vendieron como esclavos a los turcos, pasando seis años de esclavitud hasta que fueron rescatados por interés de Felipe II, en 1595 y volvieron a Goa, donde murió Montserrat. Páez continuó su viaje de evangelización a Etiopía, llegando en 1603 a Fremona, donde estaba la misión jesuita. El rey de la zona le ofreció una rara bebida, que resultó ser café, y que posteriormente describió Páez, siendo el primer europeo en probarlo. También conoció al emperador etíope Za Denguel, con quien trabó una buena amistad, le hizo abrazar el catolicismo y abandonar  la iglesia ortodoxa etíope, aunque le aconsejó, sin éxito, que no lo anunciara rápidamente (Páez temía las consecuencias). Por ese motivo se inició una guerra civil, en la que murió el emperador mientras Páez continuaba con su labor misionera en Fremona.

El madrileño procuró ganarse la confianza del sucesor de Denguel, Susinios Segued III, que admiraba al misionero por su carácter, humildad y erudición, y lo nombró su capellán personal. Páez lo convirtió al catolicismo cuando su muerte estaba cercana. Este emperador también le ofreció tierras en la península de Gorgora, al norte del lago Tana, donde levantó una nueva iglesia, y también le permitió viajar por la zona.

En 1618, Páez acompañaba al monarca etíope por las montañas del Sahala (Sahara), cuando realizó su gran descubrimiento, que el historiador Fernando Paz describe así: "Ascendieron hasta los tres mil metros de altura, y desde allí Páez divisó el curso de un riachuelo que brotaba de algún lugar de la montaña, al que iban a desembocar otros arroyos, alimentando un cauce cada vez más caudaloso. Los distintos cursos de agua parecían salir de un par de lagunas: los indígenas las conocen como ‘Abbay', que es el nombre que aún hoy dan al Nilo Azul". 


Pedro Páez fue quizás el primer europeo en probar el café arábiga y aficionarse a él, introduciéndolo en Europa. Hoy apenas quedan restos de la misión jesuita que se alzara sobre los terrenos que el monarca etíope regalara al madrileño (dcha).

Páez, intuyendo lo que realmente era esa masa de agua, siguió el curso del río e hizo una exploración y un estudio de la zona que le llevaron a confirmar su descubrimiento: el nacimiento del Nilo Azul en la zona del lago Tana. Fue el primer occidental que contemplaría las fuentes del Nilo (Azul), en la  fecha de 21 de abril de 1618. En su libro escribiría: "Y confieso que me alegré de 'ver' lo que tanto desearon ver antiguamente el rey Ciro y su hijo Cambises, el gran Alejandro y el famoso Julio Cesar".  Como ya señalé, tuvieron que pasar diez años para que otro europeo, el jesuita portugués Jerónimo Lobo, llegara a las fuentes, relegando al mencionado escocés James Bruce al tercer lugar en lograrlo, 150 años después del jesuita español Pedro Páez. Eso sí, Bruce se atribuyó el descubrimiento de los nacimientos del Nilo Azul, con la general aquiescencia de académicos británicos.

El descubrimiento de las fuentes del Nilo Azul por Páez fue muy importante desde el punto de vista histórico, pues fueron muchos los personajes famosos de la Antigüedad que fracasaron en su intento, como bien señaló el propio descubridor en sus memorias. Y también tuvo un gran impacto para la comprensión occidental de la hidrología etíope, su climatología, geografía, y explicaba perfectamente el milagro de Egipto.

Tras la divulgación de sus apuntes quedó perfectamente confirmada la existencia del Nilo Azul,  desconocida hasta entonces por los europeos.

Con su descubrimiento confirmó que el Nilo Azul era un río importante que nacía en Etiopía y fluía hasta Sudán, para unirse al Nilo Blanco en Jartum. Pero no fue lo único que resaltó. Su descubrimiento permitió a los occidentales comprender mejor la hidrología de la región, descubriendo y confirmando la causa de las inundaciones del Nilo madre en Egipto, que permitía la fertilidad del valle del Nilo y el surgimiento de la prodigiosa civilización egipcia (hoy, tras la construcción de la presa de Asuán, esas inundaciones periódicas que fertilizaban las tierras del Nilo en Egipto, ya no ocurren).

Fue un gran descubrimiento, que anotó y explicó en 1620, en su  “Historia de Etiopía”, cuyo manuscrito no se publicó hasta 1905. En ese libro detallaba su andadura y periplos misioneros por Etiopía, a la vez que hacía una detallada descripción geográfica y la primera historia íntegra de ese país africano, hasta entonces ignoto.

Fue el primer extranjero citado en la Crónica Real Etíope, que le consideraba “el segundo apóstol de Etiopía”.

Además del manuscrito señalado, escribió cuatro volúmenes en portugués sobre la historia de Etiopía, idioma que dominaba desde sus estudios en la universidad lusa de Coímbra. En esos volúmenes se puede admirar un exhaustivo trabajo de documentación e investigación, que evidencia el alto nivel intelectual de Pedro Páez.

Este misionero jesuita español, explorador y políglota, que dominaba el portugués, el persa, el árabe y las lenguas etíopes amárico y ge’ez, cuya misión fue convertir Etiopía al catolicismo, falleció el 20 de mayo de 1622 en Gorgora (Etiopía) por unas fuertes fiebres, posiblemente de malaria, enfermedad endémica en la zona del río Tana en aquella época. Su cuerpo descansa en la iglesia de Gorgora Velha, que él mismo construyó, aunque con posterioridad sus restos se trasladaron a la nueva iglesia de Iyäsu en  Gorgora Nova, cerca del yacimiento arqueológico jesuita del siglo XVII, a algo más de una decena de kilómetros de la ciudad de Gorgora, en la orilla norte del Lago Tana.


 

 Falsos mitos británicos.  La dudosa historia británica

Este reconocimiento global, y en gran parte de los anglófilos, de que Páez fuera el descubridor de las fuentes del Nilo Azul, desplazando de esta competencia al escocés  James Bruce, que fue considerado falsamente su descubridor durante muchísimos años, ha sido una excepción en la forma de actuación de los británicos, siempre amparado por sus primos estadounidense, sus publicaciones y su cinematografía, han creado gestas británicas con bulos, tendencias o medias verdades donde solo había mentiras.

    Incluso han afirmado en documentos o nombrado en mapas descubrimiento de británicos de sitios en los que nunca estuvo el británico descubridor.

Un ejemplo lo tenemos en el denominado estrecho o pasaje de Drake en la punta sur de América. Es un tramo de mar que separa América del Sur de la Antártida, y está ubicado entre el cabo de Hornos chileno y las islas Shetland del Sur (Antártida). De entrada es absurdo que se le llame a esta extensión de agua, en la que se unen los Océanos Atlántico y Pacífico, estrecho, ya que su extensión no lo aconseja. Por la parte sur forma parte del océano Antártico y en la parte este limita con el mar de Scotia. Por otro lado, su anchura mínima oscila entre los ochocientos y mil kilómetros, demasiada anchura para un estrecho, que además concentra en él las aguas más tormentosas del planeta.

Pero no es esa la única patraña que se empleó en el nombre, porque resulta que fue el navegante español Francisco de Hoces, en 1525, el primer europeo que lo descubrió, cuando navegaba en la expedición de García Jofre de Loaísa, 1525-1536, de siete naves, enviada por el rey español Carlos I con el objetivo de colonizar y conquistar las islas Molucas, ricas en especiería, que le correspondía a España al trazar el antimeridiano y cuya propiedad se disputaba con Portugal. Al cruzar el estrecho de Magallanes, primera expedición española que dio la vuelta al mundo, la de Loaisa fue la segunda, los barcos se desperdigaron por un fuerte temporal en aquella zona, la nao San Lesmes, capitaneada por Hoces fue lanzada a esta zona. De esta forma Hoces descubrió este paso, y así quedó señalado (paso o pasaje de Hoces) al señalar las coordenadas cartográficas, descubriéndolo casi un siglo antes que estuviera por la cercanía el pirata inglés sir Francis Drake, que lo más cerca que estuvo de esa zona fue durante su expedición de saqueo en territorio español de América del Sur, ordenada por la reina inglesa Isabel I, en tiempo de paz con la España de Felipe II, que lo llevó a cruzar con cinco barcos el Estrecho de Magallanes, en 1578, en donde se hundieron cuatro de ellos, con sus tripulaciones, solo el “Pelican”, gobernado por él, que después rebautizó como “Golden Hill” cruzó el estrecho (ver aquí). Medio siglo antes la expedición de Jofre Loaisa cruzó ese estrecho con siete naves y no perdió ninguna tripulación.

Pero sin ninguna vergüenza, los ingleses colocaron el nombre de este pirata en sus mapas marinos, ya que en los españoles estaba el nombre de Pasaje de Hoces, y esta mentira fue apoyada por todos los enemigos del imperio, holandeses, franceses, venecianos y después con la independencia coloniales a los países suramericanos, como Chile o Argentina, dilatando el nombre del pirata en ese pasaje a pesar de que algunos países suramericanos como Argentina mostraron intención de renombrar ese pasaje.

En el año 2006, en el  Congreso argentino, impulsado por la Legislatura de la provincia de Santa Cruz, se presentó el proyecto para renombrar el pasaje llamándole mar de Piedra Buena, con el objetivo de honrar al comandante Luis Piedra Buena, patriota argentino nacido en 1833 en Carmen de Patagones (provincia de Buenos Aires), que siempre defendió la soberanía y colonización argentina en la Patagonia oriental e insistía en retirar de los mapas oficiales argentinos el nombre del corsario inglés Francis Drake.

En defensa del nombre del Pasaje de Drake los británicos siempre defendieron que le dieron ese nombre como homenaje al señalado paso del estrecho de Magallanes en donde el pirata le demostró a la reina inglesa que la Tierra del Fuego no era un continente, sino una isla. Además de que con eso están aceptando que Drake nunca pasó por allí, también se olvidan que medio siglo antes la expedición de Loaisa ya lo había demostrado.

Son justificaciones a una mentira más y que por supuesto hubo muchas en relación con este corsario inglés, como su valiente y heroica vuelta al mundo, por la que fue armado caballero, en su barco, de la reina inglesa Isabel I, y que durante mucho tiempo en su isla lo señalaban como el primer navegante que circunnavegó la tierra.

Pero es que esa mentira todavía era más grande cuando se comprobó que no hubo nada de valentía ni de heroicidad en esa gesta, sino cobardía.

La vuelta al mundo de Drake Sir Francis Drake, tras la cual fue nombrado sir por la reina, fue ordenada, en tiempo de paz con la España de Felipe II, por la reina inglesa Isabel I. Drake zarpó en diciembre de 1577 al frente de una armada de 5 barcos para explorar el estrecho de Magallanes y atacar posesiones española en el Pacífico buscando robar cuanta riqueza tuviera a tiro. Tras pasar el estrecho solo sobrevivió la nave capitana, que rebautizó como “Golden Hind” y con ella fue atacando por sorpresa  los puertos chilenos pacíficos de Valparaiso y Arica y el 13 de febrero de 1579 el puerto limeño de El Callao, pretendiendo continuar con su piratería hacia Panamá y California. Sabedor de estos hechos, el Virrey Español Francisco de Toledo lanzó en su persecución, al frente de dos barcos, a Pedro Sarmiento de Gamboa, que tenía experiencia de navegación por la Polinesia. La idea de Drake era volver por el mismo camino, por el estrecho de Magallanes, tras acabar sus ataques piratas de saqueador, pero cuando se enteró que Sarmiento iba en su búsqueda salió huyendo a través del Pacífico rumbo hacia África. El navegante español persiguió a Drake durante un buen trecho y al final, ante la imposibilidad de localizar a un barco en la inmensidad de aquel océano, esperó su vuelta en un punto clave de entrada a las posesiones españolas, pensando que volvería por el mismo lugar. Pero Drake, conociendo la persecución, optó por desaparecer de la zona, atravesando el Pacífico y, atacando a cuanto barco asiático o portugués viera desarmado, enlazó con la ruta portuguesa, rodeó África por el Cabo de Buena Esperanza y terminó la vuelta al mundo. En aquel entonces la propaganda inglesa lo elevó a la gloria, otorgándole el mérito de ser el primer navegante en dar la vuelta al mundo, olvidándose de la expedición de Magallanes y Elcano que lo había logrado 60 años antes y de la de Jofre de Loaysa y Elcano, de 1925, cuyos supervivientes fueron los segundos en darla 50 años antes que Drake. Es una buena muestra de la pertinaz propaganda británica, ahora con la ayuda de los desagradecidos estadounidense que pronto olvidaron que el gobernador español de la Luisiana, don Bernardo de Galvez, fue clave para su independencia de los ingleses (ver aquí  y aquí las entradas sobre tal cuestión).

Escenas míticas como la banda de música tocando mientras el Titanic se hunde y las mujeres y niños son puestas a salvo en los pocos botes salvavidas (cuando en verdad fue un total histerismo con los oficiales y trabajadores del buque corriendo a ocupar los botes, incluso disfrazados de mujer), o un capitán Horatio Hornblower (centro, en la película titulada en español “El hidalgo de los mares”) luchando con un español ( Christopher Lee embetunado y doblando sus piernas exageradamente para no ser más alto que el inglés, dcha, quién por cierto era hijo de un bilbaíno) arrabatándoles los buques y dejando a la marina española como inútil, cuando fue todo lo contrario, eran y son comunes en Hollywood.

 

Las grandes mentiras históricas de la filmografía de  Hollywood o británicas han creado con las grandes falacias de los logros ingleses el mejor imperio del mundo, mejor aún que el español o el romano, y hubo otra cosa peor, potenciar y crear las otras falsedades sobre la leyenda negra española, resulta que éramos los más sangrientos conquistadores, extinguimos a indígenas nativos y que solo queríamos oro. ¿Curioso verdad?. No se miran al espejo, ni se preguntan cuántos indígenas nativos estadounidenses, sudafricanos o australianos gobiernan en sus países, o ¿qué buscaban ellos en sus conquistas y continúan hoy día, expoliando los países que visitan, detectores en mano?.

Han sabido cambiar la historia y a veces con medias verdades. Un ejemplo reciente lo tenemos en la película “La última legión”, de 2007, dirigida por Doug Lefle, y que cuenta en su reparto con actores conocidos como Colin Firth y Ben Kingsley. Trata de la caída del imperio romano de occidente y en la que se puede contemplar en la que el hijo del último emperador, Rómulo Augusto, rescatado por el general romano Aurelio, tiene que acudir a Bretania en busca de la novena legión, la cual estaba integrada por hispanos (aunque ya se encarga el director de que no sea así, omitiendo este “detalle”) para intentar con ella evitar que los bárbaros (anglos y sajones procedentes de Germania) conquistaran las islas, con ciudadanos romanizados en ella.  Ya de entrada se olvidan que esa legión acudió a las Galias cuando aparecieron por allí las invasiones bárbaras, o sea, que no se estaba en aquellas cálidas y soleadas tierras escocesas, pero lo curioso es que al nuevo César lo acompañaba el mago Ambrosinus (gracias a él descubren en la fortaleza de Tiberio, en Capri, la invencible espada de Julio Cesar para utilizar en la reconquista de las islas). Cuando acuden a Britania resulta que Ambrosinus es el mago britano Merlín, un mago legendario que vivió, presuntamente, en Britania durante el siglo V y que posiblemente no saliera de su pueblo, así que mal pudo acompañar al protagonista-niño de la película en su tour por el Mediterráneo. Da igual, para los británicos no importa que haya verdad o no en sus afirmaciones, la cuestión es inventar y al mago Merlín se le considera una de las figuras centrales del ciclo artúrico, que se dio en Inglaterra aunque por tradición Lancelot du Lac se llame “Lanzarote del Lago”, en francés, como lo era el autor de tal romance griálico. Por supuesto el emperador niño Rómulo, que nunca llegó a gobernar, sería el mítico Arturo, cuya tumba se tiene por segura en el sur de Inglaterra, cuando casualmente –nada tiene que ver que la abadía de turno estuviera en bancarrota- se encuentra una cruz de madera diciendo “aquí yace el rey Arturo y su reina Ginebra” y se desata una fiebre artúrica con miles de peregrinos yendo a verla y haciendo rica a la abadía de Glastonbury, donde por cierto otra leyenda dice que allí José de Arimatea llevó el Grial. Por no decir que ellos se consideran los auténticos descendientes de los druidas celtas (y cada año se crean nuevas cofradías con esta mentira), de masones y de templarios, que a pesar de que en los reinos de España, de Alemania, de Italia y de otros países donde hubo templarios, no se les persiguiera y se les permitiera continuar con sus actividades, solamente en Escocia y en su colonia del sur de Portugal llegaron los templarios supervivientes dejando todos sus secretos en manos de los ingleses.

Los protagonistas de El Código Da Vinci deben viajar a Escocia para dar con el Grial y sus custodios (izda); en Inglaterra puedes hoy contratar tu boda druídica celta (centro) pues aunque los druidas no dejaron un solo escrito, los ingleses como dignos descendientes de ellos lo saben todo; los restos del rey Arturo y Ginebra supuestamente reposan en Glastonbury, la mítica Avalon (dcha).

 

Cierto que a estos inventores de su historia se le han escapado muchas cosas, pues por muy ingleses que sean no pueden llegar a todos los sucesos históricos importantes. Es extraño que no hayan colocado a algunos de sus científicos británicos  en la lista de los sabios que hicieron grande la gran Biblioteca de Alejandría, fundada durante el reinado de Ptolomeo I Soter (323-282 a.C.) en la ciudad de Alejandría, Egipto; o que en algunos de los triunviratos romanos no estuviera un inglés –aunque no cesan de salir documentales sobre escuelas de gladiadores u otros aspectos de Roma, todos centrados en ruinas de Britania-, o que Julio César fuera inglés de la futura Liverpool (si bien hay un profesor de historia de una famosa universidad inglesa que insiste en que Troya estuvo en Londres, basándose en los escritos de Homero que cree mal traducidos),  o que Alejandro Magno (356 a.C.), fuera un general de su graciosa majestad. Aunque no paran de salir personajes, muchos de ellos dotados del reconocimiento de “sir”, por el monarca inglés de turno, que los pobres estaban para escribir con ellos varias enciclopedias sobre enfermedades mentales. Citaremos el caso del fundador de la logia “Atardecer Dorado”, el ocultista Aleister Crowley (entregado a todo tipo de perversiones sexuales y precursor de las logias que se creen descendientes de saberes ocultos desde el Egipto faraónico); de la egiptóloga Dorothy Louis Eady, más conocida como Omm Seti, dejada hacer a su gusto durante el tiempo en que Inglaterra controlaba Egipto y que se creía una reencarnación de una sacerdotisa del antiguo Egipto y decía abiertamente que el faraón Seti I se le aparecía en sueños para tener todo tipo de sexo con ella (su verdadero marido, un egipcio, no tardó en divorciarse de ella y llevarse con él al hijo de ambos); o sir Arthur John Evans, el “arqueólogo” que “descubrió” la cultura minoica y reconstruyó el palacio del Minotauro en Knossos, Creta. Los académicos griegos consideran muy difícil destruir tanto mal que hizo este hombre pues es ya sabido que era un aristócrata con tanto dinero como pocas ganas de trabajar, que decidió ser aventurero (sus padres amenazaron con desheredarlo) y que consciente de los trabajos de un auténtico arqueólogo griego que descubrió las ruinas minoicas de Santorini y sus investigaciones y estudios rigurosos le llevaron a deducir que el palacio del rey minoico estaba en una colina en Knossos, cuando éste presentó la solicitud de excavación y aguardó el trámite burocrático, Evans compró las tierras en cuestión y echó a andar su excavación privada, reconstruyendo a su antojo el edificio aunque las columnas que hoy vemos no se ubiquen donde debían estar (según las evidencias arqueológicas, baste comparar este edificio palaciego con otros minoicos presentes en ruinas posteriormente excavadas, como Festos por ejemplo) ni muchos frescos se correspondan con las figuras originales que hoy se ven, aún así hoy se le recuerda como eminente arqueólogo inglés, descubridor de la cultura cretense. Son solo tres ejemplos de los muchos que existen (Howard Carter, el descubridor de Tutankamón, serrando la momia por varios sitios y llevándose amuletos y demás objetos de otras momias, un militar británico detonando varios cartuchos de dinamita en el agujero que hoy se ve en la Gran Pirámide para expoliarla, creyendo que encontraría mucho oro… y suma y sigue).

Izda, Aleister Crownley. Centro, Omm Seti, como se hacía llamar Dorothy Louis Eady. Dcha, Arthur Evans posa orgulloso con las cerámicas de la palacial ciudad de Knossos (Creta), un descubrimiento que arrebató a un respetable arqueólogo griego, gracias a su fortuna.

 

Habrá que volver a reescribir la historia para subsanar esos fallos o manipulaciones causadas por los británicos, porque seguir sosteniendo que Australia la descubrieron ellos, a pesar de su nombre (Australia, proviene de los reyes Austrias españoles como Carlos I y Felipe II, que en su tiempo mandaron a exploradores españoles para descubrirla y le asignaron el nombre, como Filipinas proviene del entonces joven infante Phillipe de Austria o Felipe II), o el mismo descubrimiento de las islas Galápagos, en 1835, de Charles Darwin a bordo del navío Beagle,  cuando muchos años antes, en 1535,  fray Tomás de Berlanga, un obispo español y monje dominico, las descubrió, y de ahí la mayoría de nombre españoles de las islas del archipiélago. 

No entro en discusión de los grandes descubrimientos de Darwin ni contraponer que un navegante investigador del imperio español Alejandro Malaspina, brigadier de la real armada, en  1789, capitán italiano al servicio de España, lideró durante cinco años la primera expedición científica, junto al capitán de fragata José Bustamante, posterior gobernador de Montevideo y después  capitán general de Guatemala, en la  que tenían la intención de dar la vuelta al mundo en sus dos corbetas: la Atrevida y la Descubierta, equipadas con los instrumentos náuticos más novedosos y avanzados del momento, traídos de París y de Londres, hicieron una larga travesía de investigación pasando por Montevideo, las islas Malvinas, el cabo de Hornos, Concepción, Santiago de Chile, América Central, islas galápagos, México, Alaska, Nueva Zelanda, Australia y Filipinas, entre otros recogiendo gran cantidad de información y de material científico. Se realizaron observaciones astronómicas, geográficas, etnológicas, lingüísticas, botánicas, zoológicas, cartográficas y de exploración, y se elaboraron informes económicos, se realizaron trazados de mapas y del Imperio Español y un número enorme cartas hidrográficas. Descubrieron más de 357 especies de aves, 124 de peces, 36 cuadrúpedos y 21 anfibios desconocidos hasta la fecha, trajeron muestras de 14.000 plantas y una gran cantidad de semillas, la mayoría de las cuales se encuentran hoy en el Jardín Botánico y en el Museo de Ciencias Naturales de Cádiz. Todo quedó en el silencio por sus desvanecías con la forma de gobernar los responsables de las colonias españolas que llevó  a que a su regreso, Malaspina fuera detenido, sus hallazgos enmudecidos  y desterrado por ser considerado un "revolucionario". Ahora sabemos que muchos de sus hallazgos fueron redescubiertos por Darwin.