sábado, 9 de noviembre de 2024

NUEVO LIBRO DISPONIBLE: Los que moran en el olvido


Sinopsis:
¿Qué sucede cuando fallecemos? ¿Morimos y todo se acaba, pasando nuestros elementos minerales a formar parte de la tierra y de otros seres vivos? ¿O acaso la vida sigue en una nueva etapa, despojada de corteza material y transformada en energía?
Aún hay quien sostiene que a veces hay algo que nos retiene, que nos ancla a este mundo y nos impide seguir camino: un asunto inacabado, un remordimiento insondable o quizá un rencor muy profundo.
En este volumen XXVI de Historias Fantásticas se incluyen catorce relatos breves, no pocos inspirados en hechos reales, en los que la racionalidad absoluta se topa con unos acontecimientos que llevan al lector a cuestionarse qué es real y qué, fantasía ¿O quizá ambas facetas son las dos caras de una misma moneda?
 
Nº de páginas: 340; 
Idioma: Español
Fecha de publicación: 8 de noviembre de 2024
 
Puede obtener su ejemplar, a través del siguiente enlace de Amazon haciendo clic aquí.

viernes, 18 de octubre de 2024

La gesta del jesuita español Pedro Páez

El descubrimiento del nacimiento del Nilo Azul, por el jesuita español Pedro Pérez

La otra fuente del Nilo, la que aporta la mayor parte del agua al Nilo “madre” por el denominado Nilo Azul no fue descubierta por un británico, como se ha enseñado o ha querido enseñar el mundo  anglosajón. El escocés James Bruce reclamó para sí esa gloria, ser el primer europeo que vio las fuentes del Nilo (Azul) en el año 1769, incluso escribió un libro con su gesta, exclamando pretenciosamente cuando lo premiaron: “He triunfado sobre reyes y ejércitos...” palabras con las que aludía a la cantidad de faraones, reyes, emperadores y generales que en la antigüedad lo intentaron y fracasaron, así él los había superado a todos y como primer explorador que descubrió el Nilo (Azul) fue aceptado por todo el mundo anglófilo hasta bien entrado el siglo XIX.

Pero se equivocaba, porque se le había adelantado en más de un siglo el jesuita español Pedro Páez Jaramillo (1564-1622), cuyos viajes se comentan con admiración y reconocimiento, así como el completo informe que relató por escrito acerca de todo lo observado, vivido e incluso sufrido, en el curso de sus experiencias.

No se publicó hasta bien entrado el siguiente siglo porque la Compañía de Jesús lo había guardado en sus bibliotecas pero, cuando esas memorias se hicieron públicas, grandes publicaciones históricas copiaron parte de ellas, en las que se detallaba su impresionante descubrimiento.

Como prueba podemos reproducir un fragmento de sus memorias, que se recoge en las páginas 319-320 del libro I de la “Historia de Etiopía”, Ediciones del Viento (A Coruña), donde se dice: «Está la fuente al poniente de aquel reino, en la cabeza de un pequeño valle que se forma en un campo grande. Y el 21 de abril de 1618, cuando yo llegué a verla, no parecían más que dos ojos redondos de cuatro palmos de ancho. Y confieso que me alegré de ver lo que tanto desearon ver antiguamente el rey Ciro y su hijo Cambises, el gran Alejandro Magno y el famoso Julio César. El agua es clara y muy leve, según mi parecer, que bebí de ella; pero no corre por encima de la tierra, aunque llega al borde de ella. Hice meter una lanza en uno de los ojos, que están al pie de una pequeña riba donde comienza a aparecer esta fuente, y entró once palmos, y parece que topaba abajo con las raíces de los árboles que hay en el borde de la riba.»

Ya mucho antes, la descripción de Páez, de la fuente del Nilo Azul había sido citada en diferentes escritos contemporáneos como la “Historia general da Ethiopia a Alta” en 1660, de Baltasar Telles, historiador y filósofo portugués; en 1664 en “Mundus Subterraneus”, de Atanasio Kircher, sacerdote jesuita alemán, estudioso orientalista de espíritu enciclopédico y uno de los científicos más importantes del barroco; o en 1678, en “El Estado Actual de Egipto”, de  Johann Michael Vansleb.

La descripción de Pedro Páez sobre la fuente del Nilo (“Historia de Etiopía, c. 1622”) no fue publicada completamente hasta comienzos del siglo XX, dando a conocer su larga vivencia y exploración, junto a la descripción de Etiopía. Después de él, hubo un explorador jesuita portugués, Jerónimo Lobo, que visitó el lago Tana y la fuente del Nilo Azul, una década después de Páez. Su relato también aparece en la obra del portugués Baltasar Telles de 1660.

Como es interesante conocer la historia increíble de este compatriota, que el 21 de abril de 1618 visitó y constató que había descubierto las fuentes del Nilo Azul, pasaremos a verla brevemente.

Su historia comienza con la tarea de evangelización de los pueblos africanos, específicamente del etíope. En ella participó el madrileño Pedro Páez, que nació en el alcarreño Olmeda de las Fuentes, en 1564, cuando se incorporó años antes a la evangelización de Oriente; en el año 1588 viajó a Goa (India), y un año después acompañó a Antonio de Monserrat, misionero más experimentado y de más edad, a reforzar la misión jesuita en Etiopía.

No fue un viaje agradable, ya que el barco donde viajaban fue capturado por piratas de la península arábiga y los vendieron como esclavos a los turcos, pasando seis años de esclavitud hasta que fueron rescatados por interés de Felipe II, en 1595 y volvieron a Goa, donde murió Montserrat. Páez continuó su viaje de evangelización a Etiopía, llegando en 1603 a Fremona, donde estaba la misión jesuita. El rey de la zona le ofreció una rara bebida, que resultó ser café, y que posteriormente describió Páez, siendo el primer europeo en probarlo. También conoció al emperador etíope Za Denguel, con quien trabó una buena amistad, le hizo abrazar el catolicismo y abandonar  la iglesia ortodoxa etíope, aunque le aconsejó, sin éxito, que no lo anunciara rápidamente (Páez temía las consecuencias). Por ese motivo se inició una guerra civil, en la que murió el emperador mientras Páez continuaba con su labor misionera en Fremona.

El madrileño procuró ganarse la confianza del sucesor de Denguel, Susinios Segued III, que admiraba al misionero por su carácter, humildad y erudición, y lo nombró su capellán personal. Páez lo convirtió al catolicismo cuando su muerte estaba cercana. Este emperador también le ofreció tierras en la península de Gorgora, al norte del lago Tana, donde levantó una nueva iglesia, y también le permitió viajar por la zona.

En 1618, Páez acompañaba al monarca etíope por las montañas del Sahala (Sahara), cuando realizó su gran descubrimiento, que el historiador Fernando Paz describe así: "Ascendieron hasta los tres mil metros de altura, y desde allí Páez divisó el curso de un riachuelo que brotaba de algún lugar de la montaña, al que iban a desembocar otros arroyos, alimentando un cauce cada vez más caudaloso. Los distintos cursos de agua parecían salir de un par de lagunas: los indígenas las conocen como ‘Abbay', que es el nombre que aún hoy dan al Nilo Azul". 


Pedro Páez fue quizás el primer europeo en probar el café arábiga y aficionarse a él, introduciéndolo en Europa. Hoy apenas quedan restos de la misión jesuita que se alzara sobre los terrenos que el monarca etíope regalara al madrileño (dcha).

Páez, intuyendo lo que realmente era esa masa de agua, siguió el curso del río e hizo una exploración y un estudio de la zona que le llevaron a confirmar su descubrimiento: el nacimiento del Nilo Azul en la zona del lago Tana. Fue el primer occidental que contemplaría las fuentes del Nilo (Azul), en la  fecha de 21 de abril de 1618. En su libro escribiría: "Y confieso que me alegré de 'ver' lo que tanto desearon ver antiguamente el rey Ciro y su hijo Cambises, el gran Alejandro y el famoso Julio Cesar".  Como ya señalé, tuvieron que pasar diez años para que otro europeo, el jesuita portugués Jerónimo Lobo, llegara a las fuentes, relegando al mencionado escocés James Bruce al tercer lugar en lograrlo, 150 años después del jesuita español Pedro Páez. Eso sí, Bruce se atribuyó el descubrimiento de los nacimientos del Nilo Azul, con la general aquiescencia de académicos británicos.

El descubrimiento de las fuentes del Nilo Azul por Páez fue muy importante desde el punto de vista histórico, pues fueron muchos los personajes famosos de la Antigüedad que fracasaron en su intento, como bien señaló el propio descubridor en sus memorias. Y también tuvo un gran impacto para la comprensión occidental de la hidrología etíope, su climatología, geografía, y explicaba perfectamente el milagro de Egipto.

Tras la divulgación de sus apuntes quedó perfectamente confirmada la existencia del Nilo Azul,  desconocida hasta entonces por los europeos.

Con su descubrimiento confirmó que el Nilo Azul era un río importante que nacía en Etiopía y fluía hasta Sudán, para unirse al Nilo Blanco en Jartum. Pero no fue lo único que resaltó. Su descubrimiento permitió a los occidentales comprender mejor la hidrología de la región, descubriendo y confirmando la causa de las inundaciones del Nilo madre en Egipto, que permitía la fertilidad del valle del Nilo y el surgimiento de la prodigiosa civilización egipcia (hoy, tras la construcción de la presa de Asuán, esas inundaciones periódicas que fertilizaban las tierras del Nilo en Egipto, ya no ocurren).

Fue un gran descubrimiento, que anotó y explicó en 1620, en su  “Historia de Etiopía”, cuyo manuscrito no se publicó hasta 1905. En ese libro detallaba su andadura y periplos misioneros por Etiopía, a la vez que hacía una detallada descripción geográfica y la primera historia íntegra de ese país africano, hasta entonces ignoto.

Fue el primer extranjero citado en la Crónica Real Etíope, que le consideraba “el segundo apóstol de Etiopía”.

Además del manuscrito señalado, escribió cuatro volúmenes en portugués sobre la historia de Etiopía, idioma que dominaba desde sus estudios en la universidad lusa de Coímbra. En esos volúmenes se puede admirar un exhaustivo trabajo de documentación e investigación, que evidencia el alto nivel intelectual de Pedro Páez.

Este misionero jesuita español, explorador y políglota, que dominaba el portugués, el persa, el árabe y las lenguas etíopes amárico y ge’ez, cuya misión fue convertir Etiopía al catolicismo, falleció el 20 de mayo de 1622 en Gorgora (Etiopía) por unas fuertes fiebres, posiblemente de malaria, enfermedad endémica en la zona del río Tana en aquella época. Su cuerpo descansa en la iglesia de Gorgora Velha, que él mismo construyó, aunque con posterioridad sus restos se trasladaron a la nueva iglesia de Iyäsu en  Gorgora Nova, cerca del yacimiento arqueológico jesuita del siglo XVII, a algo más de una decena de kilómetros de la ciudad de Gorgora, en la orilla norte del Lago Tana.


 

 Falsos mitos británicos.  La dudosa historia británica

Este reconocimiento global, y en gran parte de los anglófilos, de que Páez fuera el descubridor de las fuentes del Nilo Azul, desplazando de esta competencia al escocés  James Bruce, que fue considerado falsamente su descubridor durante muchísimos años, ha sido una excepción en la forma de actuación de los británicos, siempre amparado por sus primos estadounidense, sus publicaciones y su cinematografía, han creado gestas británicas con bulos, tendencias o medias verdades donde solo había mentiras.

    Incluso han afirmado en documentos o nombrado en mapas descubrimiento de británicos de sitios en los que nunca estuvo el británico descubridor.

Un ejemplo lo tenemos en el denominado estrecho o pasaje de Drake en la punta sur de América. Es un tramo de mar que separa América del Sur de la Antártida, y está ubicado entre el cabo de Hornos chileno y las islas Shetland del Sur (Antártida). De entrada es absurdo que se le llame a esta extensión de agua, en la que se unen los Océanos Atlántico y Pacífico, estrecho, ya que su extensión no lo aconseja. Por la parte sur forma parte del océano Antártico y en la parte este limita con el mar de Scotia. Por otro lado, su anchura mínima oscila entre los ochocientos y mil kilómetros, demasiada anchura para un estrecho, que además concentra en él las aguas más tormentosas del planeta.

Pero no es esa la única patraña que se empleó en el nombre, porque resulta que fue el navegante español Francisco de Hoces, en 1525, el primer europeo que lo descubrió, cuando navegaba en la expedición de García Jofre de Loaísa, 1525-1536, de siete naves, enviada por el rey español Carlos I con el objetivo de colonizar y conquistar las islas Molucas, ricas en especiería, que le correspondía a España al trazar el antimeridiano y cuya propiedad se disputaba con Portugal. Al cruzar el estrecho de Magallanes, primera expedición española que dio la vuelta al mundo, la de Loaisa fue la segunda, los barcos se desperdigaron por un fuerte temporal en aquella zona, la nao San Lesmes, capitaneada por Hoces fue lanzada a esta zona. De esta forma Hoces descubrió este paso, y así quedó señalado (paso o pasaje de Hoces) al señalar las coordenadas cartográficas, descubriéndolo casi un siglo antes que estuviera por la cercanía el pirata inglés sir Francis Drake, que lo más cerca que estuvo de esa zona fue durante su expedición de saqueo en territorio español de América del Sur, ordenada por la reina inglesa Isabel I, en tiempo de paz con la España de Felipe II, que lo llevó a cruzar con cinco barcos el Estrecho de Magallanes, en 1578, en donde se hundieron cuatro de ellos, con sus tripulaciones, solo el “Pelican”, gobernado por él, que después rebautizó como “Golden Hill” cruzó el estrecho (ver aquí). Medio siglo antes la expedición de Jofre Loaisa cruzó ese estrecho con siete naves y no perdió ninguna tripulación.

Pero sin ninguna vergüenza, los ingleses colocaron el nombre de este pirata en sus mapas marinos, ya que en los españoles estaba el nombre de Pasaje de Hoces, y esta mentira fue apoyada por todos los enemigos del imperio, holandeses, franceses, venecianos y después con la independencia coloniales a los países suramericanos, como Chile o Argentina, dilatando el nombre del pirata en ese pasaje a pesar de que algunos países suramericanos como Argentina mostraron intención de renombrar ese pasaje.

En el año 2006, en el  Congreso argentino, impulsado por la Legislatura de la provincia de Santa Cruz, se presentó el proyecto para renombrar el pasaje llamándole mar de Piedra Buena, con el objetivo de honrar al comandante Luis Piedra Buena, patriota argentino nacido en 1833 en Carmen de Patagones (provincia de Buenos Aires), que siempre defendió la soberanía y colonización argentina en la Patagonia oriental e insistía en retirar de los mapas oficiales argentinos el nombre del corsario inglés Francis Drake.

En defensa del nombre del Pasaje de Drake los británicos siempre defendieron que le dieron ese nombre como homenaje al señalado paso del estrecho de Magallanes en donde el pirata le demostró a la reina inglesa que la Tierra del Fuego no era un continente, sino una isla. Además de que con eso están aceptando que Drake nunca pasó por allí, también se olvidan que medio siglo antes la expedición de Loaisa ya lo había demostrado.

Son justificaciones a una mentira más y que por supuesto hubo muchas en relación con este corsario inglés, como su valiente y heroica vuelta al mundo, por la que fue armado caballero, en su barco, de la reina inglesa Isabel I, y que durante mucho tiempo en su isla lo señalaban como el primer navegante que circunnavegó la tierra.

Pero es que esa mentira todavía era más grande cuando se comprobó que no hubo nada de valentía ni de heroicidad en esa gesta, sino cobardía.

La vuelta al mundo de Drake Sir Francis Drake, tras la cual fue nombrado sir por la reina, fue ordenada, en tiempo de paz con la España de Felipe II, por la reina inglesa Isabel I. Drake zarpó en diciembre de 1577 al frente de una armada de 5 barcos para explorar el estrecho de Magallanes y atacar posesiones española en el Pacífico buscando robar cuanta riqueza tuviera a tiro. Tras pasar el estrecho solo sobrevivió la nave capitana, que rebautizó como “Golden Hind” y con ella fue atacando por sorpresa  los puertos chilenos pacíficos de Valparaiso y Arica y el 13 de febrero de 1579 el puerto limeño de El Callao, pretendiendo continuar con su piratería hacia Panamá y California. Sabedor de estos hechos, el Virrey Español Francisco de Toledo lanzó en su persecución, al frente de dos barcos, a Pedro Sarmiento de Gamboa, que tenía experiencia de navegación por la Polinesia. La idea de Drake era volver por el mismo camino, por el estrecho de Magallanes, tras acabar sus ataques piratas de saqueador, pero cuando se enteró que Sarmiento iba en su búsqueda salió huyendo a través del Pacífico rumbo hacia África. El navegante español persiguió a Drake durante un buen trecho y al final, ante la imposibilidad de localizar a un barco en la inmensidad de aquel océano, esperó su vuelta en un punto clave de entrada a las posesiones españolas, pensando que volvería por el mismo lugar. Pero Drake, conociendo la persecución, optó por desaparecer de la zona, atravesando el Pacífico y, atacando a cuanto barco asiático o portugués viera desarmado, enlazó con la ruta portuguesa, rodeó África por el Cabo de Buena Esperanza y terminó la vuelta al mundo. En aquel entonces la propaganda inglesa lo elevó a la gloria, otorgándole el mérito de ser el primer navegante en dar la vuelta al mundo, olvidándose de la expedición de Magallanes y Elcano que lo había logrado 60 años antes y de la de Jofre de Loaysa y Elcano, de 1925, cuyos supervivientes fueron los segundos en darla 50 años antes que Drake. Es una buena muestra de la pertinaz propaganda británica, ahora con la ayuda de los desagradecidos estadounidense que pronto olvidaron que el gobernador español de la Luisiana, don Bernardo de Galvez, fue clave para su independencia de los ingleses (ver aquí  y aquí las entradas sobre tal cuestión).

Escenas míticas como la banda de música tocando mientras el Titanic se hunde y las mujeres y niños son puestas a salvo en los pocos botes salvavidas (cuando en verdad fue un total histerismo con los oficiales y trabajadores del buque corriendo a ocupar los botes, incluso disfrazados de mujer), o un capitán Horatio Hornblower (centro, en la película titulada en español “El hidalgo de los mares”) luchando con un español ( Christopher Lee embetunado y doblando sus piernas exageradamente para no ser más alto que el inglés, dcha, quién por cierto era hijo de un bilbaíno) arrabatándoles los buques y dejando a la marina española como inútil, cuando fue todo lo contrario, eran y son comunes en Hollywood.

 

Las grandes mentiras históricas de la filmografía de  Hollywood o británicas han creado con las grandes falacias de los logros ingleses el mejor imperio del mundo, mejor aún que el español o el romano, y hubo otra cosa peor, potenciar y crear las otras falsedades sobre la leyenda negra española, resulta que éramos los más sangrientos conquistadores, extinguimos a indígenas nativos y que solo queríamos oro. ¿Curioso verdad?. No se miran al espejo, ni se preguntan cuántos indígenas nativos estadounidenses, sudafricanos o australianos gobiernan en sus países, o ¿qué buscaban ellos en sus conquistas y continúan hoy día, expoliando los países que visitan, detectores en mano?.

Han sabido cambiar la historia y a veces con medias verdades. Un ejemplo reciente lo tenemos en la película “La última legión”, de 2007, dirigida por Doug Lefle, y que cuenta en su reparto con actores conocidos como Colin Firth y Ben Kingsley. Trata de la caída del imperio romano de occidente y en la que se puede contemplar en la que el hijo del último emperador, Rómulo Augusto, rescatado por el general romano Aurelio, tiene que acudir a Bretania en busca de la novena legión, la cual estaba integrada por hispanos (aunque ya se encarga el director de que no sea así, omitiendo este “detalle”) para intentar con ella evitar que los bárbaros (anglos y sajones procedentes de Germania) conquistaran las islas, con ciudadanos romanizados en ella.  Ya de entrada se olvidan que esa legión acudió a las Galias cuando aparecieron por allí las invasiones bárbaras, o sea, que no se estaba en aquellas cálidas y soleadas tierras escocesas, pero lo curioso es que al nuevo César lo acompañaba el mago Ambrosinus (gracias a él descubren en la fortaleza de Tiberio, en Capri, la invencible espada de Julio Cesar para utilizar en la reconquista de las islas). Cuando acuden a Britania resulta que Ambrosinus es el mago britano Merlín, un mago legendario que vivió, presuntamente, en Britania durante el siglo V y que posiblemente no saliera de su pueblo, así que mal pudo acompañar al protagonista-niño de la película en su tour por el Mediterráneo. Da igual, para los británicos no importa que haya verdad o no en sus afirmaciones, la cuestión es inventar y al mago Merlín se le considera una de las figuras centrales del ciclo artúrico, que se dio en Inglaterra aunque por tradición Lancelot du Lac se llame “Lanzarote del Lago”, en francés, como lo era el autor de tal romance griálico. Por supuesto el emperador niño Rómulo, que nunca llegó a gobernar, sería el mítico Arturo, cuya tumba se tiene por segura en el sur de Inglaterra, cuando casualmente –nada tiene que ver que la abadía de turno estuviera en bancarrota- se encuentra una cruz de madera diciendo “aquí yace el rey Arturo y su reina Ginebra” y se desata una fiebre artúrica con miles de peregrinos yendo a verla y haciendo rica a la abadía de Glastonbury, donde por cierto otra leyenda dice que allí José de Arimatea llevó el Grial. Por no decir que ellos se consideran los auténticos descendientes de los druidas celtas (y cada año se crean nuevas cofradías con esta mentira), de masones y de templarios, que a pesar de que en los reinos de España, de Alemania, de Italia y de otros países donde hubo templarios, no se les persiguiera y se les permitiera continuar con sus actividades, solamente en Escocia y en su colonia del sur de Portugal llegaron los templarios supervivientes dejando todos sus secretos en manos de los ingleses.

Los protagonistas de El Código Da Vinci deben viajar a Escocia para dar con el Grial y sus custodios (izda); en Inglaterra puedes hoy contratar tu boda druídica celta (centro) pues aunque los druidas no dejaron un solo escrito, los ingleses como dignos descendientes de ellos lo saben todo; los restos del rey Arturo y Ginebra supuestamente reposan en Glastonbury, la mítica Avalon (dcha).

 

Cierto que a estos inventores de su historia se le han escapado muchas cosas, pues por muy ingleses que sean no pueden llegar a todos los sucesos históricos importantes. Es extraño que no hayan colocado a algunos de sus científicos británicos  en la lista de los sabios que hicieron grande la gran Biblioteca de Alejandría, fundada durante el reinado de Ptolomeo I Soter (323-282 a.C.) en la ciudad de Alejandría, Egipto; o que en algunos de los triunviratos romanos no estuviera un inglés –aunque no cesan de salir documentales sobre escuelas de gladiadores u otros aspectos de Roma, todos centrados en ruinas de Britania-, o que Julio César fuera inglés de la futura Liverpool (si bien hay un profesor de historia de una famosa universidad inglesa que insiste en que Troya estuvo en Londres, basándose en los escritos de Homero que cree mal traducidos),  o que Alejandro Magno (356 a.C.), fuera un general de su graciosa majestad. Aunque no paran de salir personajes, muchos de ellos dotados del reconocimiento de “sir”, por el monarca inglés de turno, que los pobres estaban para escribir con ellos varias enciclopedias sobre enfermedades mentales. Citaremos el caso del fundador de la logia “Atardecer Dorado”, el ocultista Aleister Crowley (entregado a todo tipo de perversiones sexuales y precursor de las logias que se creen descendientes de saberes ocultos desde el Egipto faraónico); de la egiptóloga Dorothy Louis Eady, más conocida como Omm Seti, dejada hacer a su gusto durante el tiempo en que Inglaterra controlaba Egipto y que se creía una reencarnación de una sacerdotisa del antiguo Egipto y decía abiertamente que el faraón Seti I se le aparecía en sueños para tener todo tipo de sexo con ella (su verdadero marido, un egipcio, no tardó en divorciarse de ella y llevarse con él al hijo de ambos); o sir Arthur John Evans, el “arqueólogo” que “descubrió” la cultura minoica y reconstruyó el palacio del Minotauro en Knossos, Creta. Los académicos griegos consideran muy difícil destruir tanto mal que hizo este hombre pues es ya sabido que era un aristócrata con tanto dinero como pocas ganas de trabajar, que decidió ser aventurero (sus padres amenazaron con desheredarlo) y que consciente de los trabajos de un auténtico arqueólogo griego que descubrió las ruinas minoicas de Santorini y sus investigaciones y estudios rigurosos le llevaron a deducir que el palacio del rey minoico estaba en una colina en Knossos, cuando éste presentó la solicitud de excavación y aguardó el trámite burocrático, Evans compró las tierras en cuestión y echó a andar su excavación privada, reconstruyendo a su antojo el edificio aunque las columnas que hoy vemos no se ubiquen donde debían estar (según las evidencias arqueológicas, baste comparar este edificio palaciego con otros minoicos presentes en ruinas posteriormente excavadas, como Festos por ejemplo) ni muchos frescos se correspondan con las figuras originales que hoy se ven, aún así hoy se le recuerda como eminente arqueólogo inglés, descubridor de la cultura cretense. Son solo tres ejemplos de los muchos que existen (Howard Carter, el descubridor de Tutankamón, serrando la momia por varios sitios y llevándose amuletos y demás objetos de otras momias, un militar británico detonando varios cartuchos de dinamita en el agujero que hoy se ve en la Gran Pirámide para expoliarla, creyendo que encontraría mucho oro… y suma y sigue).

Izda, Aleister Crownley. Centro, Omm Seti, como se hacía llamar Dorothy Louis Eady. Dcha, Arthur Evans posa orgulloso con las cerámicas de la palacial ciudad de Knossos (Creta), un descubrimiento que arrebató a un respetable arqueólogo griego, gracias a su fortuna.

 

Habrá que volver a reescribir la historia para subsanar esos fallos o manipulaciones causadas por los británicos, porque seguir sosteniendo que Australia la descubrieron ellos, a pesar de su nombre (Australia, proviene de los reyes Austrias españoles como Carlos I y Felipe II, que en su tiempo mandaron a exploradores españoles para descubrirla y le asignaron el nombre, como Filipinas proviene del entonces joven infante Phillipe de Austria o Felipe II), o el mismo descubrimiento de las islas Galápagos, en 1835, de Charles Darwin a bordo del navío Beagle,  cuando muchos años antes, en 1535,  fray Tomás de Berlanga, un obispo español y monje dominico, las descubrió, y de ahí la mayoría de nombre españoles de las islas del archipiélago. 

No entro en discusión de los grandes descubrimientos de Darwin ni contraponer que un navegante investigador del imperio español Alejandro Malaspina, brigadier de la real armada, en  1789, capitán italiano al servicio de España, lideró durante cinco años la primera expedición científica, junto al capitán de fragata José Bustamante, posterior gobernador de Montevideo y después  capitán general de Guatemala, en la  que tenían la intención de dar la vuelta al mundo en sus dos corbetas: la Atrevida y la Descubierta, equipadas con los instrumentos náuticos más novedosos y avanzados del momento, traídos de París y de Londres, hicieron una larga travesía de investigación pasando por Montevideo, las islas Malvinas, el cabo de Hornos, Concepción, Santiago de Chile, América Central, islas galápagos, México, Alaska, Nueva Zelanda, Australia y Filipinas, entre otros recogiendo gran cantidad de información y de material científico. Se realizaron observaciones astronómicas, geográficas, etnológicas, lingüísticas, botánicas, zoológicas, cartográficas y de exploración, y se elaboraron informes económicos, se realizaron trazados de mapas y del Imperio Español y un número enorme cartas hidrográficas. Descubrieron más de 357 especies de aves, 124 de peces, 36 cuadrúpedos y 21 anfibios desconocidos hasta la fecha, trajeron muestras de 14.000 plantas y una gran cantidad de semillas, la mayoría de las cuales se encuentran hoy en el Jardín Botánico y en el Museo de Ciencias Naturales de Cádiz. Todo quedó en el silencio por sus desvanecías con la forma de gobernar los responsables de las colonias españolas que llevó  a que a su regreso, Malaspina fuera detenido, sus hallazgos enmudecidos  y desterrado por ser considerado un "revolucionario". Ahora sabemos que muchos de sus hallazgos fueron redescubiertos por Darwin.

 

jueves, 3 de octubre de 2024

El descubrimiento de las fuentes del Nilo. El nacimiento del Nilo Blanco

       Voy a centrar la atención en uno de los descubrimientos geográficos más importantes de la Historia, el descubrimiento de las fuentes del Nilo, el río más largo del mundo en opinión de muchos expertos que le otorgan una longitud de 6.695 km, aunque otros más acertados defienden como río más largo al Amazonas, al que señalan una longitud cercana a los 7.000 Km. Lo que sí es seguro es que el Nilo es el río más largo del continente africano. Nace en dos puntos, Sudán y Etiopía, y desemboca por Egipto en el mar Mediterráneo, formando un amplio delta en el que están las ciudades de El Cairo y Alejandría.

Hoy se sabe que sus aguas emanan principalmente de dos afluentes o ríos: el Nilo Blanco, que nace en Ruanda en el lago Blanco, llamado ahora Victoria (por la reina inglesa); y el Nilo Azul, que nace en el lago Tana, en Etiopía. Ambos ríos se unen en un solo estuario cerca de la ciudad de Jartum, capital de Sudán, el país del mundo con más pirámides antiguas.

Poca gente sabe que la mayor concentración de pirámides del mundo se encuentra en el país de Sudán y que dichas pirámides nubias corresponden a las tumbas de un linaje de gobernantes que llegaron a reinar a lo largo de todo el Nilo, Egipto incluido, conociéndose esta etapa en el Egipto faraónico como la de “los faraones negros”.

 El Nilo tuvo de antiguo la cualidad de desbordarse cada verano, provocando tal fertilidad en sus riberas que los ribereños egipcios podían subsistir cultivando trigo, cebada, lino y papiro, además de ofrecer una buena concentración de pesca y caza, posibilitando así la vida para la población. Ello llevó al gran historiador griego Heródoto a afirmar que “Egipto es el don del Nilo”, ya que gracias a él los egipcios encontraron los elementos que posibilitaron la expansión y el desarrollo de una gran civilización a lo largo de tres mil años. El curso del río constituyó también una valiosa, útil y cómoda vía de transporte, tanto de mercancías como de personas. Al principio se creía que el faraón, como divinidad, era quien provocaba las beneficiosas inundaciones pero, cuando el imperio egipcio comenzó a venir a menos, ya no se le otorgaba al faraón esa gracia, y surgió el gran misterio. Hubo mucho interés en la antigüedad en encontrar una explicación para esas inundaciones veraniegas.

Se tiene constancia de que durante la  antigüedad se intentó hallar el nacimiento o fuente originaria del Nilo enviando distintas expediciones, pero se sabe que todo acabó en fracaso. Lo intentó incluso el propio historiador griego Heródoto, pero solo alcanzó Elefantina, una isla de Egipto en el río Nilo a continuación de la primera catarata, muy cerca de la actual ciudad de Asuán, con una superficie de 1350 m de longitud por 780 m de anchura. También los antiguos egipcios navegaron por el Nilo hasta aproximadamente el actual Jartum. Igual hicieron griegos y romanos, pero no llegaron más allá de la zona pantanosa de Sudd en Sudán; se sabe que en época de Nerón se enviaron dos militares-exploradores que llegaron a la zona señalada de ciénagas que llamarían Sudd. Se cree que en tiempos de Ptolomeo II, 240 a.C., una expedición militar ordenada por él fue la que más se acercó a su nacimiento, ya que llegó a remontar lo suficiente el Nilo Azul como para determinar que la causa de las inundaciones veraniegas eran las fuertes lluvias estacionales en el Macizo Etíope.

Pero hubo que aguardar al siglo XVII para descubrir realmente las fuentes del Nilo y confirmar el motivo señalado de esos desbordes veraniegos, entre mayo y agosto, encauzados por los ríos Nilo Azul y Atbara, que tras esos meses se convierten en cursos menores. El Nilo Azul llega a aportar más del 90% del caudal del Nilo; a éste, hay que sumar otra aportación menor, que le llega del otro curso, el Nilo Blanco, y que puede llegar a un 12% del caudal total, inferior al Azul aunque más constante y por más tiempo. Estas aguas provienen de los lagos de África Central, siendo su afluente más septentrional, el río Sobat, el que aporta los sedimentos blancos que  dan  nombre al Nilo Blanco.

Así, se puede afirmar que son dos los grandes ramales o fuentes del Nilo que constituyen el Alto Nilo y que se unen en Omdurmán, Jartum, conformando así el gran río Nilo: uno de ellos es el  Nilo Blanco, que nace al este de África y aporta poca agua, y el otro es el Nilo Azul, que nace en Etiopía y aporta la mayor parte de su caudal. Ya más abajo de Jartum, cuando sólo fluye el gran río Nilo, el única agua extra que recibe procede del río Atbara, que también proviene de Etiopía, al norte del lago Tana, aunque es un afluente que sólo da agua cuando hay lluvia en su zona, y se seca muy rápidamente.

Los descubrimientos de ambas fuentes no fueron tarea fácil; cabe recordar que el río más largo de África, y el segundo más largo del mundo tras el Amazonas, recorre más de diez países. Tras su nacimiento avanza en dirección norte cruzando Burundi,  Ruanda, Tanzania, Uganda, Kenia, República Democrática del Congo, Sudán del Sur,  Sudán, Egipto, Etiopía y parte de Camerún, hasta llegar a su desembocadura en el Mar Mediterráneo formando el gran delta.

En el descubrimiento de ambas fuentes resurgió el enfrentamiento histórico con los exploradores ingleses, siempre presentes cuando se habla de grandes gestas, de descubrimientos geográficos importantes, o de conquistas y exploraciones. En todos estos casos ha sido habitual el fuerte choque entre ellos y el resto del mundo, porque siempre han pretendido ser los primeros en descubrir todo e intentan colocar el nombre de uno de los suyos en el lugar del hallazgo. No importa que ese susodicho descubridor nunca haya estado allí, que ni siquiera pasara cerca, como puede ser el caso del Pasaje de Drake frente al Cabo de Hornos, como ya veremos más adelante. Para sus mentiras y acallar sus abusos siempre han dispuesto de la industria cinematográfica de Hollywood, así como de prensa y documentales británicos para cambiar la Historia. Pero ninguna mentira se puede ocultar eternamente. Así que no es de extrañar que ante el importante descubrimiento de las fuentes del río Nilo, cuando los ingleses quisieron anotarse la autoría total del mismo, surgiera nuevamente la polémica, que comenzó atribuyendo el gran descubrimiento global a un explorador inglés.

Cuando siendo muy joven me hablaron del descubrimiento del Nilo por un británico, me vino a la mente la imagen de un señor solemne, muy educado y ceremonioso, que realizaba en nombre de su país y para su gloria tal descubrimiento pronunciando la rase publicitaria que inmortalizara el momento (como aquella de “las mujeres y los niños primero”, en la tragedia del Titanic, que nunca se dijo pues los propios aristócratas y oficiales del buque corrieron a ponerse a salvo en los botes, que se bajaron medio vacíos como vimos aquí), “doctor Livingstone, supongo”. Después, cuando pasó el tiempo, me fui dando cuenta de que esa primera visión no se debía a mi imaginación, sino que cuando aún era niña pude ver esa imagen en un tebeo, en una película anglófila del séptimo arte que echaban en televisión o en un documental anglosajón, y de esa forma ese educado señor y su séquito lo acapararon todo, incluso las mentiras, si bien en este caso sólo fue una mentira a medias, aunque costara trabajo descubrirlo.

Ya he señalado que son dos los grandes ríos que forman el gran Nilo: por un lado el Nilo Azul, que nace en las montañas de Abisinia, en el Lago Tana, y que es el que le aporta la mayor parte del caudal; y por otro el Nilo Blanco, que suele aportar una décima parte del caudal del gran Nilo y que nace en el Lago Blanco, ahora llamado Victoria. Lo curioso es que los británicos sólo descubrieron el nacimiento del Nilo Blanco y, aunque sea el que menos agua aporta, generalizaron ese descubrimiento a todas las fuentes del Nilo. Y eso no es verdad, por muchas historias y películas que monten con la conocida frase “El doctor Livingstone, ¿supongo?”, porque aunque es cierto que la fuente del Nilo Blanco la descubrió el británico John H. Speke allá por el año 1862, se olvidan que la fuente del Nilo Azul la descubrió 250 años antes el misionero español Pedro Páez, hecho ya perfectamente aceptado hoy día, aunque se mencione menos que “la gesta inglesa”.

Cartel de la película “Stanley and Livinstone”, conocida en España por algún virtuoso del inglés como “El explorador perdido”.

 Cabe recordar que por el 1850 pocos visitantes aparecían por el África ecuatorial, pocos la conocían, quizás comerciantes de esclavos y algunos exploradores portugueses que merodearon por los grandes lagos africanos. Cierto que los británicos mostraban mucho interés en buscar las míticas fuentes del Nilo, para lo que la Royal Geographical Society patrocinó una expedición, llevando además el objetivo de colonizar tierras por el África Central. Por la zona del Nilo Blanco apareció allá por el 1866 un misionero y explorador británico, el médico escocés David Livingstone, buscando inútilmente el nacimiento de ese río cerca del lago Tanganika, al sur del lago Victoria, y en este paisaje encaja la consabida frase: “El doctor Livingstone, ¿supongo?”, que se refiere a la supuesta conversación habida en 1871 entre este médico explorador y el periodista explorador galés Henry Morton Stanley, al que el periódico New York Herald había enviado para encontrar a Livingstone, quién había desaparecido en una expedición a esa zona. Stanley llegaba pagado por el rey Leopoldo II de Bélgica, ávido de protagonismo y con mucho interés en el África central, donde tenía un próspero negocio de tráfico de esclavos. Tras ocho meses de penalidades, Stanley encontró al misionero escocés en la aldea de Ujiji, junto al lago Tanganika, aunque tampoco era cierto que estuviese perdido; a pesar de su delicada salud, Livingstone se hallaba donde quería estar, luchando contra la esclavitud y ayudando como podía a los nativos de aquellos pueblos africanos. De hecho, el encuentro se realizó cuando Stanley encontró al misionero escocés en su campamento a la orilla del lago, y se dice que en aquel momento le soltó la archifamosa y retórica pregunta, porque en aquella zona remota de Tanzania no había ningún otro blanco en una distancia de mil kilómetros. Esa frase fue un verdadero filón para Hollywood, con películas como “Stanley y Livingstone, dirigida en 1939 por Henry King y Otto Brower, actuando como protagonista el famoso actor Spencer Tracy, acompañado por Nancy Kelly, Richard Greene y Walter Brennan. El cine edulcoró y cambió la historia, como quería el propio Stanley, más preocupado por aparecer como un héroe para ocultar su fama de miserable y evitar las mentiras y tergiversaciones que le rodeaban gracias a un trabajo de tan dudosa ética, el de negrero. El film de aventuras fue un éxito comercial, que recibió mucho reconocimiento y críticas positivas por el drama histórico, cuya narrativa cinematográfica no pudo ser contrastada por Livingstone, que ya había fallecido.

Izda: una de las varias fotografías que se tomó Henry Morton Stanley en el papel de explorador, con un niño nativo esclavo llevando su rifle (tanto mejor estaría con su madre, en su aldea). Centro: el Dr. Livingstone, enterrado en la abadía de Westminster. Dcha: idealización de un encuentro con frase para la posteridad que seguramente nunca se dijo.

 Cómo todas las películas históricas que hizo Hollywood de una gesta británica estuvo muy escorada hacia el engaño, comenzando por las dudas sobre la autenticidad de la consabida frase y que han llegado hasta nuestros días, dado que Stanley había arrancado previamente las páginas de su diario que hacían referencia al encuentro, lo que ha llevado a cuestionar su veracidad; más aún cuando en el relato de Livingstone sobre este encuentro no menciona esa frase, pero vaya si la maquinaria anglófila le supo sacar provecho.

Tuvo más éxito la expedición de los dos oficiales del ejército indio Sir Richard Francis Burton y John Hanning Speke, que partieron de Zanzibar en 1857 con numerosos porteadores, guía árabe y escolta armada, aunque no estuvo exenta de problemas, ya que la Sociedad que la patrocinaba no podía hacer económicamente frente a dicha expedición. Tomaron una ruta muy complicada, cruzando zonas peligrosas, desiertos, pantanos, montañas, que hicieron que se quebrara la salud de los integrantes de la expedición, de forma que llegaron muy enfermos, transportados, al lago Tanganika el 13 de febrero de 1858. Fueron  los primeros europeos en verlo y cuando lo exploraron pensaron que podía ser la fuente del Nilo (Blanco). Burton marchó convencido de ello hacia Ujiji y Kazeh, ya que quería recuperarse de su enfermedad, por lo que, en ese mismo año de 1858, Speke, una vez recuperado, hizo una incursión en solitario hasta el lago Blanco que él llamó Victoria, en honor a su reina, y que identificó como la fuente del Nilo (Blanco). Después viajó rápidamente a Kazeh informando jactanciosamente el hallazgo a su colega Burton, que no lo aceptó y siguió insistiendo en que la fuente del Nilo estaba en el lago Tanganika.

Tuvieron que esperar cuatro meses de continuos enfrentamientos hasta curar sus enfermedades, para volver a Zanzibar. Speke viajó a Inglaterra antes que su compañero, declarando, en contra de las afirmaciones de Burton, que había encontrado el nacimiento del Nilo (Blanco). Pero los enfrentamientos entre los dos oficiales continuaron hasta que Speke contactó con la Royal Geographical Society para que le financiara una expedición  que ratificara su descubrimiento. Y en esa expedición, acompañado por  otro oficial del ejército indio, James Augustus Grant, volvieron a Zanzibar en 1860, desde donde viajaron al lago Victoria hasta las cataratas Ripon para confirmar su descubrimiento. Pero la Sociedad Científica no acabó de aceptarlo, por haber otros ríos aún desconocidos que allí nacían, de modo que en 1863, Speke tuvo que realizar otra nueva expedición, financiado de nuevo por la Royal Geographical Society, y acompañado esta vez por el explorador Samuel Baker. Este reconocido explorador conocía la existencia de otro lago, el Luta Nzige, al que después llamó Lago Alberto, que podría ser el lugar donde nacía el río Nilo, así que emprendieron la nueva búsqueda de ese lago situado más al norte. Fue una expedición complicada y difícil, incluso fueron  apresados por el rey de Bunyoro, y tras superar esa dificultad llegaron al nuevo lago en 1864 y encontraron que un río unía ese lago con el Lago Victoria. Baker señaló que este lago era otra fuente primaria del Nilo (Blanco) y llamó Nilo Alberto al río que unía ambos lagos, nombre que también otorgó al recién descubierto lago, en honor del esposo de la reina Victoria.

Pero obviaron un detalle: este lago Alberto era alimentado por el rio Semiliki, que venía del lago Rwitanzigye o Rweru - llamado en 1888 lago Eduardo en honor al príncipe de Gales, por su descubridor el galés Stanley - con lo que este lago, situado en el centro del Gran Valle del Rift en la frontera entre la República Democrática del Congo y Uganda, se convertía en otra fuente del Nilo (Blanco), afluyendo a él diversos ríos procedentes de las montañas Ruwenzori, Montañas de la Luna.

De 1873 a 1876, el general Charles G. Gordon, un militar londinense del Cuerpo de Ingenieros Reales, y administrador colonial que había adquirido buena fama por sus campañas en China y en el norte de África, donde llegó a ser gobernador del sur del Sudán anglo-egipcio y extendió las fronteras egipcias a Gonkoro hasta dimitir de su puesto en 1879, confirmó que ese lago era la fuente del Nilo tras realizar una expedición de exploración al lago Victoria. Aunque Speke no conoció esa noticia, ya que había muerto en un accidente de caza, el prestigio de Gordon hizo que su palabra fuera decisoria para asignar el mérito del descubrimiento de las fuentes del Nilo (Blanco) a John Hanning Speke. Gordon tenía un carácter religioso y místico profundo, no era una persona razonable pero sí muy popular, que adoptaba decisiones arriesgadas al margen de la política de su país, como aquella que asombró a todos cuando se le ocurrió entrar sólo en Jartum, ciudad de Sudán reclamada por los nativos derviches, que luchaban contra las naciones imperialistas mandados por Muhammad Ahmad, llamado El Mahdi. Gordon, confiando en la ascendencia que su presencia daba a las poblaciones con las que se enfrentaba. Acudió sólo a Jartum cuando Gran Bretaña ya había decidido salir de ella, pero la presión popular hizo que mandaran refuerzos para sacar a Gordon de allí, aunque llegaron tres días después de que lo decapitaran, encontrando su cabeza clavada en una pica. Como siempre, esta magna decisión de un militar británico, pretendiendo ocultar la imprudencia que cometió con su presencia en Jartum, que costó muchos sufrimientos y vidas inocentes, y sólo sirvió para prolongar un año la resistencia agónica de la ciudad, se plasmó en una nueva y rentable película de Hollywood titulada “Kartum”, escrita por Robert Aldrey y dirigida en 1966 por Basil Dearden, en la que Charlton Heston hace el papel protagonista de Gordon y Laurence Olivier al líder sudanés El Mahdi, apoyados por un buen elenco de actores como Richard Johnson y Ralph Richardson. Una admirable historia lejos de la realidad pero que pretendía redibujar la historia.

A: cartel de la película Khartoum. B: fotografía del general Charles G. Gordon. C: estatua de Gordon en Khartoum, Jartum (Sudán). C: estatua del personaje en Melbourne (Australia, donde nunca pisó el militar), copia de otra estatua londinense.

 La geografía moderna de las fuentes del Nilo (Blanco) la establecería, entre  1887-1889  el ya mencionado Henry Morton Stanley, que hizo el trabajo con grandes dificultades, entre acusaciones de maltrato, desprecio y asesinato de nativos africanos. Gran Bretaña lo considera el mejor explorador de ese siglo además de un gran héroe, pero oculta muchas cosas que ya hoy se conocen claramente, como que todas sus expediciones causaron mucho dolor y mucha sangre. Su figura en sí misma era una impostura. Nació en Galés, no en Estados Unidos como afirmó durante una buena parte de su vida, cuando emigró a Estados Unidos y adoptó el nombre de Henry Morton Stanley. La realidad fue que su padre era un borracho y su madre una mujer soltera, a la que el padre abandonó con su hijo, y lo bautizaron como John Rowlands. Pero no consiguió engañar a todo el mundo. El escritor contemporáneo, sir Richard Burton (1821-1890), otro gran viajero pero íntegro, que despreciaba a Stanley, le acusó de “disparar contra los negros como si fueran monos”. Y desgraciadamente decía la verdad.