El descubrimiento del nacimiento del
Nilo Azul, por el jesuita español Pedro Pérez
La otra fuente del
Nilo, la que aporta la mayor parte del agua al Nilo “madre” por el denominado Nilo Azul no fue descubierta por un
británico, como se ha enseñado o ha querido enseñar el mundo anglosajón.
El escocés James Bruce reclamó
para sí esa gloria, ser el primer europeo que vio las fuentes del Nilo (Azul) en
el año 1769, incluso escribió un libro con su gesta, exclamando
pretenciosamente cuando lo premiaron: “He
triunfado sobre reyes y ejércitos...” palabras con las que aludía a la
cantidad de faraones, reyes, emperadores y generales que en la antigüedad lo
intentaron y fracasaron, así él los había superado a todos y como primer
explorador que descubrió el Nilo (Azul) fue aceptado por todo el mundo
anglófilo hasta bien entrado el siglo XIX.
Pero se equivocaba,
porque se le había adelantado en más de un siglo el jesuita español Pedro Páez
Jaramillo (1564-1622), cuyos viajes se comentan con admiración y
reconocimiento, así como el completo informe que relató por escrito acerca de
todo lo observado, vivido e incluso sufrido, en el curso de sus experiencias.
No se publicó hasta
bien entrado el siguiente siglo porque la Compañía de Jesús lo había guardado
en sus bibliotecas pero, cuando esas memorias se hicieron públicas, grandes
publicaciones históricas copiaron parte de ellas, en las que se detallaba su impresionante
descubrimiento.
Como prueba podemos
reproducir un fragmento de sus memorias, que se recoge en las páginas 319-320
del libro I de la “Historia de Etiopía”, Ediciones del Viento (A Coruña), donde
se dice: «Está la fuente al poniente de
aquel reino, en la cabeza de un pequeño valle que se forma en un campo grande.
Y el 21 de abril de 1618, cuando yo llegué a verla, no parecían más que dos
ojos redondos de cuatro palmos de ancho. Y confieso que me alegré de ver lo que
tanto desearon ver antiguamente el rey Ciro y su hijo Cambises, el gran
Alejandro Magno y el famoso Julio César. El agua es clara y muy leve, según mi
parecer, que bebí de ella; pero no corre por encima de la tierra, aunque llega
al borde de ella. Hice meter una lanza en uno de los ojos, que están al pie de
una pequeña riba donde comienza a aparecer esta fuente, y entró once palmos, y
parece que topaba abajo con las raíces de los árboles que hay en el borde de la
riba.»
Ya mucho antes, la
descripción de Páez, de la fuente del Nilo Azul había sido citada en diferentes
escritos contemporáneos como la “Historia
general da Ethiopia a Alta” en 1660, de Baltasar Telles, historiador
y filósofo portugués; en 1664 en “Mundus
Subterraneus”, de Atanasio Kircher, sacerdote jesuita alemán,
estudioso orientalista de espíritu enciclopédico y uno de los científicos más
importantes del barroco; o en 1678, en “El Estado Actual de Egipto”, de Johann
Michael Vansleb.
La descripción de
Pedro Páez sobre la fuente del Nilo (“Historia de Etiopía, c. 1622”) no fue publicada completamente
hasta comienzos del siglo XX, dando a conocer su larga vivencia y
exploración, junto a la descripción de Etiopía. Después de él, hubo un
explorador jesuita portugués, Jerónimo Lobo, que visitó el lago Tana y la
fuente del Nilo Azul, una década después de Páez. Su relato también aparece en
la obra del portugués Baltasar Telles de 1660.
Como es interesante
conocer la historia increíble de este compatriota, que el 21 de abril de 1618 visitó
y constató que había descubierto las fuentes del Nilo Azul, pasaremos a verla
brevemente.
Su historia
comienza con la tarea de evangelización de los pueblos africanos, específicamente
del etíope. En ella participó el madrileño Pedro Páez, que nació en el
alcarreño Olmeda de las Fuentes, en 1564, cuando se incorporó años antes a la
evangelización de Oriente; en el año 1588 viajó a Goa (India), y un año después
acompañó a Antonio de Monserrat, misionero más experimentado y de más edad, a
reforzar la misión jesuita en Etiopía.
No fue un viaje
agradable, ya que el barco donde viajaban fue capturado por piratas de la
península arábiga y los vendieron como esclavos a los turcos, pasando seis años
de esclavitud hasta que fueron rescatados por interés de Felipe II, en 1595 y
volvieron a Goa, donde murió Montserrat. Páez continuó su viaje de
evangelización a Etiopía, llegando en 1603 a Fremona, donde estaba la misión
jesuita. El rey de la zona le ofreció una rara bebida, que resultó ser café, y que
posteriormente describió Páez, siendo el primer europeo en probarlo. También conoció
al emperador etíope Za Denguel, con quien trabó una buena amistad, le hizo
abrazar el catolicismo y abandonar la
iglesia ortodoxa etíope, aunque le aconsejó, sin éxito, que no lo anunciara rápidamente
(Páez temía las consecuencias). Por ese motivo se inició una guerra civil, en
la que murió el emperador mientras Páez continuaba con su labor misionera en
Fremona.
El madrileño
procuró ganarse la confianza del sucesor de Denguel, Susinios Segued III, que
admiraba al misionero por su carácter, humildad y erudición, y lo nombró su
capellán personal. Páez lo convirtió al catolicismo cuando su muerte estaba
cercana. Este emperador también le ofreció tierras en la península de Gorgora,
al norte del lago Tana, donde levantó una nueva iglesia, y también le
permitió viajar por la zona.
En 1618, Páez acompañaba al monarca etíope por las montañas
del Sahala (Sahara), cuando realizó su gran descubrimiento, que el
historiador Fernando Paz describe así: "Ascendieron
hasta los tres mil metros de altura, y desde allí Páez divisó el curso de un
riachuelo que brotaba de algún lugar de la montaña, al que iban a desembocar
otros arroyos, alimentando un cauce cada vez más caudaloso. Los distintos
cursos de agua parecían salir de un par de lagunas: los indígenas las conocen
como ‘Abbay', que es el nombre que aún hoy dan al Nilo Azul".
Pedro Páez
fue quizás el primer europeo en probar el café arábiga y aficionarse a él,
introduciéndolo en Europa. Hoy apenas quedan restos de la misión jesuita que se
alzara sobre los terrenos que el monarca etíope regalara al madrileño (dcha).
Páez, intuyendo lo
que realmente era esa masa de agua, siguió el curso del río e hizo una
exploración y un estudio de la zona que le llevaron a confirmar su
descubrimiento: el nacimiento del Nilo Azul en la zona del lago Tana. Fue el
primer occidental que contemplaría las fuentes del Nilo (Azul), en la fecha de 21 de abril de 1618. En su libro
escribiría: "Y confieso que me
alegré de 'ver' lo que tanto desearon ver antiguamente el rey Ciro y su hijo
Cambises, el gran Alejandro y el famoso Julio Cesar". Como ya señalé, tuvieron que pasar diez años
para que otro europeo, el jesuita portugués Jerónimo Lobo, llegara a las fuentes, relegando al mencionado
escocés James Bruce al
tercer lugar en lograrlo, 150 años después del jesuita español Pedro Páez. Eso
sí, Bruce se atribuyó el descubrimiento de los nacimientos del Nilo Azul, con
la general aquiescencia de académicos británicos.
El descubrimiento
de las fuentes del Nilo Azul por Páez fue muy importante desde el punto de
vista histórico, pues fueron muchos los personajes famosos de la Antigüedad que
fracasaron en su intento, como bien señaló el propio descubridor en sus
memorias. Y también tuvo un gran impacto para la comprensión occidental de la
hidrología etíope, su climatología, geografía, y explicaba perfectamente el
milagro de Egipto.
Tras la divulgación
de sus apuntes quedó perfectamente confirmada la existencia del Nilo Azul, desconocida hasta entonces por los europeos.
Con su
descubrimiento confirmó que el Nilo Azul era un río importante que nacía en
Etiopía y fluía hasta Sudán, para unirse al Nilo Blanco en Jartum. Pero no fue
lo único que resaltó. Su descubrimiento permitió a los occidentales comprender
mejor la hidrología de la región, descubriendo y confirmando la causa de las
inundaciones del Nilo madre en Egipto, que permitía la fertilidad del valle del
Nilo y el surgimiento de la prodigiosa civilización egipcia (hoy, tras la
construcción de la presa de Asuán, esas inundaciones periódicas que
fertilizaban las tierras del Nilo en Egipto, ya no ocurren).
Fue un gran
descubrimiento, que anotó y explicó en 1620, en su “Historia
de Etiopía”, cuyo manuscrito no se publicó hasta 1905. En ese libro
detallaba su andadura y periplos misioneros por Etiopía, a la vez que hacía una
detallada descripción geográfica y la primera historia íntegra de ese país
africano, hasta entonces ignoto.
Fue el primer
extranjero citado en la Crónica Real Etíope,
que le consideraba “el segundo apóstol de Etiopía”.
Además del
manuscrito señalado, escribió cuatro volúmenes en portugués sobre la historia
de Etiopía, idioma que dominaba desde sus estudios en la universidad lusa de
Coímbra. En esos volúmenes se puede admirar un exhaustivo trabajo de
documentación e investigación, que evidencia el alto nivel intelectual de Pedro
Páez.
Este misionero
jesuita español, explorador y políglota, que dominaba el portugués, el persa,
el árabe y las lenguas etíopes amárico y ge’ez, cuya misión fue convertir
Etiopía al catolicismo, falleció el 20 de mayo de 1622 en Gorgora (Etiopía) por
unas fuertes fiebres, posiblemente de malaria, enfermedad endémica en la zona
del río Tana en aquella época. Su cuerpo descansa en la iglesia de Gorgora
Velha, que él mismo construyó, aunque con posterioridad sus restos se
trasladaron a la nueva iglesia de Iyäsu en Gorgora Nova, cerca del yacimiento arqueológico jesuita del
siglo XVII, a algo más de una decena de kilómetros de la ciudad de Gorgora, en la orilla norte
del Lago Tana.
Falsos mitos británicos. La dudosa historia británica
Este reconocimiento global, y en
gran parte de los anglófilos, de que Páez fuera el descubridor de las fuentes
del Nilo Azul, desplazando de esta competencia al escocés James Bruce, que fue considerado falsamente
su descubridor durante muchísimos años, ha sido una excepción en la forma de
actuación de los británicos, siempre amparado por sus primos estadounidense,
sus publicaciones y su cinematografía, han creado gestas británicas con bulos,
tendencias o medias verdades donde solo había mentiras.
Incluso han
afirmado en documentos o nombrado en mapas descubrimiento de británicos de
sitios en los que nunca estuvo el británico descubridor.
Un ejemplo lo
tenemos en el denominado estrecho o pasaje de Drake en la punta sur de América.
Es un tramo de mar que separa América del Sur de la Antártida, y
está ubicado entre el cabo de Hornos chileno y las islas Shetland
del Sur (Antártida). De entrada es absurdo que se le llame a esta
extensión de agua, en la que se unen los Océanos Atlántico y Pacífico, estrecho,
ya que su extensión no lo aconseja. Por la parte sur forma parte del océano
Antártico y en la parte este limita con el mar de Scotia. Por otro
lado, su anchura mínima oscila entre los ochocientos y mil kilómetros,
demasiada anchura para un estrecho, que además concentra en él las aguas más
tormentosas del planeta.
Pero no es esa la
única patraña que se empleó en el nombre, porque resulta que fue el
navegante español Francisco de Hoces, en 1525, el primer europeo que lo
descubrió, cuando navegaba en la expedición de García Jofre de Loaísa, 1525-1536,
de siete naves, enviada por el rey español Carlos I con el objetivo de
colonizar y conquistar las islas Molucas, ricas en especiería, que le
correspondía a España al trazar el antimeridiano y cuya propiedad se disputaba
con Portugal. Al cruzar el estrecho de Magallanes, primera expedición española
que dio la vuelta al mundo, la de Loaisa fue la segunda, los barcos se
desperdigaron por un fuerte temporal en aquella zona, la nao San Lesmes, capitaneada
por Hoces fue lanzada a esta zona. De esta forma Hoces descubrió este paso, y
así quedó señalado (paso o pasaje de
Hoces) al señalar las coordenadas cartográficas, descubriéndolo casi un
siglo antes que estuviera por la cercanía el pirata inglés sir Francis Drake,
que lo más cerca que estuvo de esa zona fue durante su expedición de saqueo en
territorio español de América del Sur, ordenada por la reina inglesa Isabel I,
en tiempo de paz con la España de Felipe II, que lo llevó a cruzar con cinco
barcos el Estrecho de Magallanes, en 1578, en donde se hundieron cuatro de ellos,
con sus tripulaciones, solo el “Pelican”, gobernado por él, que después
rebautizó como “Golden Hill” cruzó el estrecho (ver aquí). Medio siglo antes la expedición de Jofre Loaisa cruzó ese estrecho con
siete naves y no perdió ninguna tripulación.
Pero sin ninguna
vergüenza, los ingleses colocaron el nombre de este pirata en sus mapas marinos,
ya que en los españoles estaba el nombre de Pasaje de Hoces, y esta mentira fue
apoyada por todos los enemigos del imperio, holandeses, franceses, venecianos y
después con la independencia coloniales a los países suramericanos, como Chile
o Argentina, dilatando el nombre del pirata en ese pasaje a pesar de que
algunos países suramericanos como Argentina mostraron intención de renombrar
ese pasaje.
En el año 2006, en
el Congreso argentino, impulsado por la Legislatura de la provincia
de Santa Cruz, se presentó el proyecto para renombrar el pasaje llamándole mar
de Piedra Buena, con el objetivo de honrar al comandante Luis Piedra Buena,
patriota argentino nacido en 1833 en
Carmen de Patagones (provincia de Buenos Aires), que siempre defendió la
soberanía y colonización argentina en la Patagonia oriental e insistía en retirar
de los mapas oficiales argentinos el nombre del corsario inglés Francis Drake.
En defensa del
nombre del Pasaje de Drake los
británicos siempre defendieron que le dieron ese nombre como homenaje al
señalado paso del estrecho de Magallanes en donde el pirata le demostró a la
reina inglesa que la Tierra del Fuego no era un continente, sino una isla.
Además de que con eso están aceptando que Drake nunca pasó por allí, también se
olvidan que medio siglo antes la expedición de Loaisa ya lo había demostrado.
Son justificaciones a una mentira
más y que por supuesto hubo muchas en relación con este corsario inglés, como
su valiente y heroica vuelta al mundo, por la que fue armado caballero, en su
barco, de la reina inglesa Isabel I, y que durante mucho tiempo en su isla lo
señalaban como el primer navegante que circunnavegó la tierra.
Pero es que esa mentira todavía era
más grande cuando se comprobó que no hubo nada de valentía ni de heroicidad en
esa gesta, sino cobardía.
La vuelta al mundo de Drake Sir
Francis Drake, tras la cual fue nombrado sir por la reina, fue ordenada, en
tiempo de paz con la España de Felipe II, por la reina inglesa Isabel I. Drake
zarpó en diciembre de 1577 al frente de una armada de 5 barcos para explorar el
estrecho de Magallanes y atacar posesiones española en el Pacífico buscando
robar cuanta riqueza tuviera a tiro. Tras pasar el estrecho solo sobrevivió la
nave capitana, que rebautizó como “Golden Hind” y con ella fue atacando por
sorpresa los puertos chilenos pacíficos de
Valparaiso y Arica y el 13 de febrero de 1579 el puerto limeño de El Callao,
pretendiendo continuar con su piratería hacia Panamá y California. Sabedor de
estos hechos, el Virrey Español Francisco de Toledo lanzó en su persecución, al
frente de dos barcos, a Pedro Sarmiento de Gamboa, que tenía experiencia de
navegación por la Polinesia. La idea de Drake era volver por el mismo camino,
por el estrecho de Magallanes, tras acabar sus ataques piratas de saqueador,
pero cuando se enteró que Sarmiento iba en su búsqueda salió huyendo a través
del Pacífico rumbo hacia África. El navegante español persiguió a Drake durante
un buen trecho y al final, ante la imposibilidad de localizar a un barco en la
inmensidad de aquel océano, esperó su vuelta en un punto clave de entrada a las
posesiones españolas, pensando que volvería por el mismo lugar. Pero Drake,
conociendo la persecución, optó por desaparecer de la zona, atravesando el
Pacífico y, atacando a cuanto barco asiático o portugués viera desarmado,
enlazó con la ruta portuguesa, rodeó África por el Cabo de Buena Esperanza y
terminó la vuelta al mundo. En aquel entonces la propaganda inglesa lo elevó a
la gloria, otorgándole el mérito de ser el primer navegante en dar la vuelta al
mundo, olvidándose de la expedición de Magallanes y Elcano que lo había logrado
60 años antes y de la de Jofre de Loaysa y Elcano, de 1925, cuyos
supervivientes fueron los segundos en darla 50 años antes que Drake. Es una
buena muestra de la pertinaz propaganda británica, ahora con la ayuda de los
desagradecidos estadounidense que pronto olvidaron que el gobernador español de
la Luisiana, don Bernardo de Galvez, fue clave para su independencia de los
ingleses (ver aquí
y aquí las entradas sobre tal cuestión).
Escenas
míticas como la banda de música tocando mientras el Titanic se hunde y las
mujeres y niños son puestas a salvo en los pocos botes salvavidas (cuando en
verdad fue un total histerismo con los oficiales y trabajadores del buque
corriendo a ocupar los botes, incluso disfrazados de mujer), o un capitán
Horatio Hornblower (centro, en la película titulada en español “El hidalgo de
los mares”) luchando con un español ( Christopher Lee embetunado y doblando sus
piernas exageradamente para no ser más alto que el inglés, dcha, quién por
cierto era hijo de un bilbaíno) arrabatándoles los buques y dejando a la marina
española como inútil, cuando fue todo lo contrario, eran y son comunes en
Hollywood.
Las grandes
mentiras históricas de la filmografía de Hollywood o británicas han creado con las
grandes falacias de los logros ingleses el mejor imperio del mundo, mejor aún
que el español o el romano, y hubo otra cosa peor, potenciar y crear las otras falsedades
sobre la leyenda negra española, resulta que éramos los más sangrientos
conquistadores, extinguimos a indígenas nativos y que solo queríamos oro. ¿Curioso
verdad?. No se miran al espejo, ni se preguntan cuántos indígenas nativos
estadounidenses, sudafricanos o australianos gobiernan en sus países, o ¿qué
buscaban ellos en sus conquistas y continúan hoy día, expoliando los países que
visitan, detectores en mano?.
Han sabido cambiar
la historia y a veces con medias verdades. Un ejemplo reciente lo tenemos en la
película “La última legión”, de 2007, dirigida por Doug Lefle, y que cuenta
en su reparto con actores conocidos como Colin
Firth y Ben Kingsley. Trata de la caída del imperio romano de occidente
y en la que se puede contemplar en la que el hijo del último emperador, Rómulo
Augusto, rescatado por el general romano Aurelio, tiene que acudir a Bretania
en busca de la novena legión, la cual estaba integrada por hispanos (aunque ya
se encarga el director de que no sea así, omitiendo este “detalle”) para
intentar con ella evitar que los bárbaros (anglos y sajones procedentes de
Germania) conquistaran las islas, con ciudadanos romanizados en ella. Ya de entrada se olvidan que esa legión
acudió a las Galias cuando aparecieron por allí las invasiones bárbaras, o sea,
que no se estaba en aquellas cálidas y soleadas tierras escocesas, pero lo
curioso es que al nuevo César lo acompañaba el mago Ambrosinus (gracias a él
descubren en la fortaleza de Tiberio, en Capri, la invencible espada de Julio
Cesar para utilizar en la reconquista de las islas). Cuando acuden a Britania
resulta que Ambrosinus es el mago britano Merlín, un mago legendario que vivió,
presuntamente, en Britania durante el siglo V y que posiblemente no saliera de
su pueblo, así que mal pudo acompañar al protagonista-niño de la película en su
tour por el Mediterráneo. Da igual, para los británicos no importa que haya
verdad o no en sus afirmaciones, la cuestión es inventar y al mago Merlín se le
considera una de las figuras centrales del ciclo artúrico, que se dio en
Inglaterra aunque por tradición Lancelot du Lac se llame “Lanzarote del Lago”,
en francés, como lo era el autor de tal romance griálico. Por supuesto el
emperador niño Rómulo, que nunca llegó a gobernar, sería el mítico Arturo, cuya
tumba se tiene por segura en el sur de Inglaterra, cuando casualmente –nada tiene
que ver que la abadía de turno estuviera en bancarrota- se encuentra una cruz
de madera diciendo “aquí yace el rey Arturo y su reina Ginebra” y se desata una
fiebre artúrica con miles de peregrinos yendo a verla y haciendo rica a la
abadía de Glastonbury, donde por cierto otra leyenda dice que allí José de
Arimatea llevó el Grial. Por no decir que ellos se consideran los auténticos
descendientes de los druidas celtas (y cada año se crean nuevas cofradías con
esta mentira), de masones y de templarios, que a pesar de que en los reinos de
España, de Alemania, de Italia y de otros países donde hubo templarios, no se
les persiguiera y se les permitiera continuar con sus actividades, solamente en
Escocia y en su colonia del sur de Portugal llegaron los templarios
supervivientes dejando todos sus secretos en manos de los ingleses.
Los
protagonistas de El Código Da Vinci deben viajar a Escocia para dar con el
Grial y sus custodios (izda); en Inglaterra puedes hoy contratar tu boda
druídica celta (centro) pues aunque los druidas no dejaron un solo escrito, los
ingleses como dignos descendientes de ellos lo saben todo; los restos del rey
Arturo y Ginebra supuestamente reposan en Glastonbury, la mítica Avalon (dcha).
Cierto que a estos inventores
de su historia se le han escapado muchas cosas, pues por muy ingleses que sean
no pueden llegar a todos los sucesos históricos importantes. Es extraño que no
hayan colocado a algunos de sus científicos británicos en la lista de los sabios que hicieron grande
la gran Biblioteca de Alejandría, fundada
durante el reinado de Ptolomeo I Soter (323-282 a.C.) en la ciudad de
Alejandría, Egipto; o que en algunos de los triunviratos romanos
no estuviera un inglés –aunque no cesan de salir documentales sobre escuelas de
gladiadores u otros aspectos de Roma, todos centrados en ruinas de Britania-, o
que Julio César fuera inglés de la futura Liverpool (si bien hay un profesor de
historia de una famosa universidad inglesa que insiste en que Troya estuvo en
Londres, basándose en los escritos de Homero que cree mal traducidos), o que Alejandro Magno (356 a.C.), fuera un
general de su graciosa majestad. Aunque no paran de salir personajes, muchos de
ellos dotados del reconocimiento de “sir”, por el monarca inglés de turno, que
los pobres estaban para escribir con ellos varias enciclopedias sobre enfermedades
mentales. Citaremos el caso del fundador de la logia “Atardecer Dorado”, el
ocultista Aleister Crowley (entregado a todo tipo de perversiones sexuales y
precursor de las logias que se creen descendientes de saberes ocultos desde el
Egipto faraónico); de la egiptóloga Dorothy Louis Eady, más conocida como Omm
Seti, dejada hacer a su gusto durante el tiempo en que Inglaterra controlaba
Egipto y que se creía una reencarnación de una sacerdotisa del antiguo Egipto y
decía abiertamente que el faraón Seti I se le aparecía en sueños para tener
todo tipo de sexo con ella (su verdadero marido, un egipcio, no tardó en
divorciarse de ella y llevarse con él al hijo de ambos); o sir Arthur John
Evans, el “arqueólogo” que “descubrió” la cultura minoica y reconstruyó el
palacio del Minotauro en Knossos, Creta. Los académicos griegos consideran muy
difícil destruir tanto mal que hizo este hombre pues es ya sabido que era un
aristócrata con tanto dinero como pocas ganas de trabajar, que decidió ser
aventurero (sus padres amenazaron con desheredarlo) y que consciente de los
trabajos de un auténtico arqueólogo griego que descubrió las ruinas minoicas de
Santorini y sus investigaciones y estudios rigurosos le llevaron a deducir que
el palacio del rey minoico estaba en una colina en Knossos, cuando éste
presentó la solicitud de excavación y aguardó el trámite burocrático, Evans
compró las tierras en cuestión y echó a andar su excavación privada,
reconstruyendo a su antojo el edificio aunque las columnas que hoy vemos no se
ubiquen donde debían estar (según las evidencias arqueológicas, baste comparar este edificio palaciego con otros minoicos presentes en ruinas posteriormente excavadas, como Festos por ejemplo) ni muchos
frescos se correspondan con las figuras originales que hoy se ven, aún así hoy
se le recuerda como eminente arqueólogo inglés, descubridor de la cultura cretense. Son solo tres ejemplos de los
muchos que existen (Howard Carter, el descubridor de Tutankamón, serrando la
momia por varios sitios y llevándose amuletos y demás objetos de otras momias,
un militar británico detonando varios cartuchos de dinamita en el agujero que
hoy se ve en la Gran Pirámide para expoliarla, creyendo que encontraría mucho
oro… y suma y sigue).
Izda,
Aleister Crownley. Centro, Omm Seti, como se hacía llamar Dorothy Louis Eady.
Dcha, Arthur Evans posa orgulloso con las cerámicas de la palacial ciudad de Knossos
(Creta), un descubrimiento que arrebató a un respetable arqueólogo griego,
gracias a su fortuna.
Habrá que volver a
reescribir la historia para subsanar esos fallos o manipulaciones causadas por
los británicos, porque seguir sosteniendo que Australia la descubrieron ellos,
a pesar de su nombre (Australia, proviene de los reyes Austrias españoles como
Carlos I y Felipe II, que en su tiempo mandaron a exploradores españoles para
descubrirla y le asignaron el nombre, como Filipinas proviene del entonces joven
infante Phillipe de Austria o Felipe II), o el mismo descubrimiento de las
islas Galápagos, en 1835, de Charles Darwin a bordo del navío Beagle, cuando muchos años antes, en 1535, fray Tomás de Berlanga, un obispo
español y monje dominico, las descubrió, y de ahí la mayoría de nombre
españoles de las islas del archipiélago.
No entro en
discusión de los grandes descubrimientos de Darwin ni contraponer que un
navegante investigador del imperio español Alejandro Malaspina, brigadier de la
real armada, en 1789, capitán italiano
al servicio de España, lideró durante cinco años la primera expedición
científica, junto al capitán de fragata José Bustamante, posterior gobernador
de Montevideo y después capitán general de Guatemala,
en la que tenían la intención de dar la
vuelta al mundo en sus dos corbetas:
la Atrevida y la Descubierta, equipadas
con los instrumentos náuticos más novedosos y avanzados del momento, traídos de
París y de Londres, hicieron una larga travesía de investigación pasando por
Montevideo, las islas Malvinas, el cabo de Hornos, Concepción, Santiago de
Chile, América Central, islas galápagos, México, Alaska, Nueva Zelanda, Australia y Filipinas, entre otros recogiendo
gran cantidad de información y de
material científico. Se realizaron observaciones astronómicas,
geográficas, etnológicas, lingüísticas, botánicas, zoológicas, cartográficas y
de exploración, y se elaboraron
informes económicos, se realizaron trazados de mapas y del Imperio Español y un
número enorme cartas hidrográficas. Descubrieron más de 357
especies de aves, 124 de peces, 36 cuadrúpedos y 21 anfibios desconocidos hasta
la fecha, trajeron muestras de 14.000 plantas y una gran cantidad de semillas,
la mayoría de las cuales se encuentran hoy en el Jardín Botánico y en el Museo
de Ciencias Naturales de Cádiz. Todo quedó en el silencio por sus desvanecías
con la forma de gobernar los responsables de las colonias españolas que
llevó a que a su regreso, Malaspina
fuera detenido, sus hallazgos enmudecidos
y desterrado por ser considerado un "revolucionario". Ahora
sabemos que muchos de sus hallazgos fueron redescubiertos por Darwin.