Si tenemos por cierto lo escrito por cronistas de la
época, cuando los colonos griegos y los invasores romanos arribaron a la
Península Ibérica se sorprendieron al encontrar pueblos costeros (constituidos
por diversas tribus iberas) en un avanzado grado de civilización, muy similar a
la de los recién llegados. Tal es así, que los romanos denominaron “togati” a
estas gentes de la Bética, por adquirir rápidamente las costumbres romanas,
destacando la de llevar las características togas latinas.
No
obstante, el que pueblos extranjeros insistieran en ese grado de civilización
puede llevar a pensar que estos pueblos peninsulares eran pacíficos y mansos.
Nada más lejos de la realidad, como vamos a ver.
Como toda
sociedad avanzada que se precie, la sociedad ibera estaba jerarquizada en
castas laborales, en las que destacaba la militar. Un porcentaje elevado de los
hombres de cada población se decantaba por el ejército y en cada tribu había un
reyezuelo o jefe que solía disponer de su personalizada y leal guardia
pretoriana.
En la
imagen se muestran, en la parte superior, detalles de un relieve de un guerrero
ibero (s. V a.C.) hallado en Osuna (Sevilla), mientras que en la línea inferior
aparece un guerrero de Porcuna (Jaén, s.V a.C.) tallado en piedra,
así como la reconstrucción del aspecto que debió tener un soldado ibero, una estatuilla
votiva procedente de Despeñaperros (Jaén) y un torso de la estatua de un
guerrero ibero hallado también en Jaén.
De acuerdo con
Tito Livio, los soldados iberos solían llevar sus cuerpos cubiertos por túnicas
blancas únicamente decoradas con un ribete rojo, lo que posiblemente motivó que
los romanos vieran a la población masculina muy dispuesta a llevar las túnicas
latinas, cuando posiblemente se limitaban a seguir con sus particulares estilos
de vestir pero adaptando tejidos importados de Roma, a modo de distinción
social.
Si nos fijamos en los hallazgos
arqueológicos, los soldados iberos vestían la característica túnica que les
llegaba a la cintura, para no entorpecer el movimiento de sus piernas. No es
nada nuevo, los propios griegos solían llevar el pecho cubierto y de cintura
para abajo llevaban todo al aire, si nos fijamos en las representaciones; algo similar ocurría
con los romanos. Fue en Hollywood cuando se alargó la longitud de las “faldas”; lo
justo para no dejar los órganos sexuales a la vista, como realmente vestían, tal y como se aprecia en
la imagen.
Siguiendo con la indumentaria del guerrero ibero,
sobre la túnica, en el pecho y la espalda, llevaban un refuerzo de cuero con
alguna decoración metálica, generalmente de cabezas de leones, toros o caballos
en bronce (que brillarían con sus tonos dorados). También de cuero eran las
muñequeras y tobilleras y posiblemente una parte del escudo, que solía ser de
madera (para darle ligereza), reforzado con algún elemento metálico central. En
la cabeza, como se observa en la estatua de un guerrero ibero hallado en
Porcuna (Jaén), solían llevar cascos redondos, de los que sobresalía algún adorno en su punto
más alto.
Pero si hay algo que fascinó
sobremanera a los colonizadores y cronistas griegos fue la bravura que
mostraban los soldados iberos, sin manifestar el más leve resquicio de temor, a
pesar de hallarse en inferioridad numérica. Relatan que solían continuar luchando en el campo de
batalla aun cuando estuviera la confrontación ya perdida.
Tanto impresionaron a griegos y
romanos que no dudaron en contratarlos como mercenarios de sus propios
ejércitos. De hecho, se sabe que participaron soldados iberos en el sitio al
que los ejércitos romanos sometieron a Numancia (Soria), la capital celtibera.
Otro de los aspectos que
destacaron los cronistas fue la lealtad que mostraban los iberos mediante
pactos ya mencionados en la entrada relativa al ejército celtibero. De acuerdo con ellos, los guerreros iberos se
mataban al fallecer el líder al que servían, cual samuráis del Lejano Oriente; algo que, en más de una ocasión, fue
usado por los ejércitos extranjeros para hacer que los fieros
guerreros iberos se aniquilaran a sí mismos.
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