El mes pasado
se daban a conocer las primeras pinturas prehistóricas gallegas, de
aproximadamente 30.000 años de antigüedad como se ha concluido después de un año durante el que se ha realizado en laboratorio el análisis de las dataciones de los pigmentos usados. Aunque en la gruta donde se han
hallado, la Cova Eirós
en Triascastela (Lugo), se han registrado más de un centenar de pinturas y
grabados, no todos ellos fueron realizados simultáneamente. La relevancia de
esta noticia es que hasta ahora no se había conseguido encontrar ninguna
pintura paleolítica en toda Galicia, estando las más cercanas ubicadas en los valles fluviales de Alto Sabor y Foz Côa
(ambos en el norte de Portugal) y en el valle del Nalón, en Asturias.
La cueva con
su preciado contenido se halló y comenzó su puesta en valor en 2009, de manera
que en 2012 ya se encontraban inventariados y datados, al menos
relativamente, los grabados identificados. Por la relevancia de su contenido, la cueva pasó de inmediato a estar
registrada en la lista de Bienes de Interés Cultural (BIC) de nuestro país. El equipo científico multidisciplinar que
catalogó y estudió el conjunto de pinturas y grabados estaba constituido por
investigadores tanto del Grupo de Estudos para a Prehistoria do Noroeste (GEPN)
de la USC, como
del Institut Català de Paleoecologia Humana i Evolució Social de Tarragona
(IPHES).
Además de los
grabados, ya de por sí valiosos, en 2011 se encontró en la cueva un proyectil
(concretamente una azagaya) con decoración. No es la única sorpresa, ya que en
campañas anteriores se recogieron en la cueva materiales achacables a
neandertales, realizados aproximadamente hace 80.000 años. También ha
sorprendido el desenterramiento de un botón de ropaje primitivo realizado con un
colmillo de zorro de los hielos, cuya datación con carbono 14 lo ha ubicado en
el 26.000 antes del presente. En la imagen, de izquierda a derecha se observan
la azagaya (blanca), un hacha lítica y el botón usando un colmillo de zorro.
Y
es que esta cueva ha resultado ser toda una joya para la arqueología ya que no
sólo presenta un registro bastante completo del Paleolítico sino que al tener
su suelo calcáreo (básico) en lugar de ácido (lo más frecuente en los suelos
gallegos), el material óseo se ha preservado muy bien, de manera que se conserva
un registro bastante completo de la fauna que compartió la cueva con los seres
humanos que la habitaban y que incluye leones y osos de las cavernas, zorros, caballos, bóvidos diversos y ciervos. Varias de estas
especies, identificadas en los grabados que adornan las paredes de la cueva,
presentan señales de haber sido desmembrados por el hombre con sus útiles de
piedra. Esto permite hacer un estudio tanto de la evolución climática como
faunística al final de las glaciaciones ya que, por ejemplo, se pensaba que debido
a las duras condiciones climatológicas que existían entonces, las poblaciones
humanas evitaban las montañas heladas, asentándose en las zonas costeras que
actualmente se encuentran bajo el mar, por lo que resultan inaccesibles para su
estudio arqueológico. No obstante, este botón o colgante de zorro en la cueva
demuestra que había algún grupo humano que prefería vivir en las cuevas
montañosas, tal vez a costa de ser carroñeros de restos dejados por otros
predadores habitantes de estas grutas. Por desgracia, como ocurre en otros yacimientos
relevantes tales como los sorianos Torralba y Ambrona,
los restos óseos humanos se resisten a ser encontrados.
Otro
rasgo a destacar de la cueva de Eirós es que la tipología de los grabados los
acerca más a los del norte de Portugal (Quinta do Fariseo o los yacimientos al
aire libre del valle de Alto Sabor, en la zona norteña de Portugal) que a los
cántabros contemporáneos (más realistas que los de Galicia). Por la complejidad
de los trazados y la superposición de varios de ellos se ha necesitado de
análisis con distintos tipos de luz a fin de delimitar cada trazo. Los grabados
de esta gruta muestran cabezas desproporcionadamente más grandes de lo que en
realidad eran, así como patas sumamente alargadas que lo alejan del realismo
tan exquisito observado en las pinturas de Tito Bustillo o de Altamira. Están
trazado en negro (usando carbón vegetal), en ocasiones son trazos incompletos y
en otros casos usan resaltes de la roca para crear la forma de un bisonte o la
cabeza de un bóvido).
Y
es que debemos recordar que estamos ante restos de una época en la que los
hombres eran una especie más de animales nómadas que vagaban en post de los
grandes herbívoros y que, como ellos, buscaban zonas con abundante agua
potable, tubérculos y bayas de las que alimentarse.
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