domingo, 7 de diciembre de 2014

Descubiertas las primeras pinturas rupestres gallegas paleolíticas


El mes pasado se daban a conocer las primeras pinturas prehistóricas gallegas, de aproximadamente 30.000 años de antigüedad como se ha concluido después de un año durante el que se ha  realizado en laboratorio el análisis de las dataciones de los pigmentos usados. Aunque en la gruta donde se han hallado, la Cova Eirós en Triascastela (Lugo), se han registrado más de un centenar de pinturas y grabados, no todos ellos fueron realizados simultáneamente. La relevancia de esta noticia es que hasta ahora no se había conseguido encontrar ninguna pintura paleolítica en toda Galicia, estando las más cercanas ubicadas en  los valles fluviales de Alto Sabor y Foz Côa (ambos en el norte de Portugal) y en el valle del Nalón, en Asturias.


La cueva con su preciado contenido se halló y comenzó su puesta en valor en 2009, de manera que en 2012 ya se encontraban inventariados y datados, al menos relativamente, los grabados identificados. Por la relevancia de su contenido, la cueva pasó de inmediato a estar registrada en la lista de Bienes de Interés Cultural (BIC) de nuestro país. El equipo científico multidisciplinar que catalogó y estudió el conjunto de pinturas y grabados estaba constituido por investigadores tanto del Grupo de Estudos para a Prehistoria do Noroeste (GEPN) de la USC, como del Institut Català de Paleoecologia Humana i Evolució Social de Tarragona (IPHES).
Además de los grabados, ya de por sí valiosos, en 2011 se encontró en la cueva un proyectil (concretamente una azagaya) con decoración. No es la única sorpresa, ya que en campañas anteriores se recogieron en la cueva materiales achacables a neandertales, realizados aproximadamente hace 80.000 años. También ha sorprendido el desenterramiento de un botón de ropaje primitivo realizado con un colmillo de zorro de los hielos, cuya datación con carbono 14 lo ha ubicado en el 26.000 antes del presente. En la imagen, de izquierda a derecha se observan la azagaya (blanca), un hacha lítica y el botón usando un colmillo de zorro.
            Y es que esta cueva ha resultado ser toda una joya para la arqueología ya que no sólo presenta un registro bastante completo del Paleolítico sino que al tener su suelo calcáreo (básico) en lugar de ácido (lo más frecuente en los suelos gallegos), el material óseo se ha preservado muy bien, de manera que se conserva un registro bastante completo de la fauna que compartió la cueva con los seres humanos que la habitaban y que incluye leones y osos de las cavernas, zorros, caballos, bóvidos diversos y ciervos. Varias de estas especies, identificadas en los grabados que adornan las paredes de la cueva, presentan señales de haber sido desmembrados por el hombre con sus útiles de piedra. Esto permite hacer un estudio tanto de la evolución climática como faunística al final de las glaciaciones ya que, por ejemplo, se pensaba que debido a las duras condiciones climatológicas que existían entonces, las poblaciones humanas evitaban las montañas heladas, asentándose en las zonas costeras que actualmente se encuentran bajo el mar, por lo que resultan inaccesibles para su estudio arqueológico. No obstante, este botón o colgante de zorro en la cueva demuestra que había algún grupo humano que prefería vivir en las cuevas montañosas, tal vez a costa de ser carroñeros de restos dejados por otros predadores habitantes de estas grutas. Por desgracia, como ocurre en otros yacimientos relevantes tales como los sorianos Torralba y Ambrona, los restos óseos humanos se resisten a ser encontrados.
            Otro rasgo a destacar de la cueva de Eirós es que la tipología de los grabados los acerca más a los del norte de Portugal (Quinta do Fariseo o los yacimientos al aire libre del valle de Alto Sabor, en la zona norteña de Portugal) que a los cántabros contemporáneos (más realistas que los de Galicia). Por la complejidad de los trazados y la superposición de varios de ellos se ha necesitado de análisis con distintos tipos de luz a fin de delimitar cada trazo. Los grabados de esta gruta muestran cabezas desproporcionadamente más grandes de lo que en realidad eran, así como patas sumamente alargadas que lo alejan del realismo tan exquisito observado en las pinturas de Tito Bustillo o de Altamira. Están trazado en negro (usando carbón vegetal), en ocasiones son trazos incompletos y en otros casos usan resaltes de la roca para crear la forma de un bisonte o la cabeza de un bóvido).
             Y es que debemos recordar que estamos ante restos de una época en la que los hombres eran una especie más de animales nómadas que vagaban en post de los grandes herbívoros y que, como ellos, buscaban zonas con abundante agua potable, tubérculos y bayas de las que alimentarse.


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