Hoy
vamos a hablar de dos cosas curiosas y la manía que tiene el ser humano de
acaparar posesiones en un absurdo fin de trascender a nuestra vida o tal vez
ser más que el de al lado, vaya usted a saber. Para lograr esta acaparamiento,
son muchos los que se dedican a ir por ahí apropiándose de objetos ajenos, ya
sea mediante expolio del patrimonio que tanto daño hace al conocimiento del
pasado de ese país, o bien adquiriendo objetos ajenos, bien mediante el pago de
cierta cantidad al actual dueño o bien haciendo valer sus derechos sobre tal
objeto “encontrado”. Y es precisamente en este último caso en el que nos vamos
a centrar.
Para
legalizar los derechos de propiedad de los dueños, sobre las posesiones que
consideran suyas se han creado leyes específicas nacionales (de cada país) e
internacionales para territorios comunes, como puedan ser las aguas oceánicas
internaciones fuera de los límites de los distintos países que circundan o del
aire que todos compartimos, por mencionar sólo dos casos.
Pues
bien, en aguas internacionales hay una ley que permite al descubridor de
cualquier barco abandonado, naufragado o hundido, quedar como propietario de la
embarcación. Estamos en el 1 de septiembre de 1985, Atlántico Norte. Una misión
militar norteamericana ha pedido la ayuda de dos experimentados oceanógrafos,
Jean-Louis Michel y Robert Ballard para ayudarles a localizar dos submarinos
extraviados y hundidos, armados con cabezas nucleares. El equipo científico pone
en funcionamiento un conjunto de complejas y costosas máquinas que tras varios
barridos del lecho oceánico detectan una gran masa metálica descansando en el
fondo: el primer submarino, sin duda, si bien las grandes dimensiones no
parecen corresponder.
Deciden
botar un minisubmarino, el Argo, para bajar a fotografiar los restos y cuál es
la sorpresa de los oceanógrafos al observar las imágenes transmitidas por la
cámara que lleva el sumergible: ante ellos y por primera vez desde el 15 de
abril de 1912, los ojos humanos contemplan el casco del fascinante Titanic.
Todavía
conmocionados por el increíble hallazgo, la misión continúa su labor dejando
todo lo relativo a los restos del Titanic en el más absoluto silencio. Sólo una
vez concluida la misión, Robert Ballard, Jean-Louis Michel y el equipo
correspondiente de científicos y técnicos regresó el 12 de julio de 1986 junto
al Titanic para tomar más imágenes, todo tipo de datos y divulgar al
mundo su genial hallazgo; en consecuencia, se desató la titanicmanía. Las imágenes dieron la
vuelta al mundo pero sus dos descubridores, considerando que el Titanic supuso
un enorme ataúd metálico para los más de 1.512 fallecidos, se limitaron a
renunciar a todos sus derechos sobre la embarcación y su contenido en señal de
respeto, depositando una placa en el barco, a modo de epitafio. Grave error,
pues los escrúpulos y respeto que ellos tuvieron, brillaron por su ausencia en
otras personas de diversas nacionalidades que rápidamente se lanzaron sobre el
naufragio con codiciosos fines.
Debido
al tremendo expolio al que está siendo sometido el famoso barco, que incluso se
habla de la posibilidad de que alguna compañía oferte carísimos viajes en
submarino para observar los restos del trasatlántico, son muchas las voces que
están reclamando que la zona sea protegida, Patrimonio de la Humanidad. Con
todo, existen unos microorganismos que amenazan con destruir los restos del
famoso barco, que puede acabar colapsando y despareciendo mucho antes de lo que
se estima (como ya vimos aquí)
Más
extravagante aún es la historia de Jenaro Gajardo Vera. Fue un abogado chileno
que logró hacerse con tanto prestigio en su país que comenzó a codearse con lo más
granado de la sociedad. En ese loco afán por pertenecer a la élite, puso sus
ojos en un distinguido club de personajes influyentes, llamado “Talca”. Como es
de imaginar, los miembros de esta sociedad gozaban de destacadas propiedades, de
manera que decidieron usar estas posesiones como limitación para pertenecer o no
a tal club. Y aunque Jenaro Gajardo Vera poseía bastante dinero y posesiones,
no era suficiente para garantizarle un sillón dentro de “Talca”.
Ciertamente
las inquietudes de este abogado eran numerosas ya que además de la abogacía fue
pintor y poeta, amén de director de una publicación, la revista “Grupos” y
de ser el fundador de una curiosa sociedad a la que llamó “Sociedad Telescópica
Interplanetaria”. ¿Su fin?, simple, nada más (y nada menos) que prepararse para
dar la bienvenida a los extraterrestres que llegaran a nuestro planeta,
actuando como embajadores de la Tierra. Ahí
es nada.
No
se sabe si fue a raíz de este inusitado interés por el Universo y sus
habitantes, nuestros vecinos, o bien si aquello surgió tras esta alocada idea;
el hecho es que el 25 de septiembre de 1954 y hasta su muerte el 3 de mayo
de1998, Jenaro se declaró legítimo propietario ¡¡de la Luna!!. Ese día y ante el
notario César Jiménez Fajardo (según unas fuentes; César Jiménez Fuenzalida,
otras), hizo valer su derecho a reclamar unas tierras sin dueño “desde antes de
1857”.tras
haber puesto tres anuncios en la prensa de su país por si alguien que fuera el
dueño de nuestro satélite reclamaba su propiedad, algo que lógicamente no
sucedió.
Tras reclamar
la propiedad, acudió al Registro de Propiedades de Chile, “Conservador de
Bienes Raíces de Talca” para legalizar su posesión pagando 42.000 pesos por
todos los trámites burocráticos.
En la imagen
se muestra el contrato de posesión de la Luna, con el nombre de su propietario, Jenaro
Gajardo Vera, resaltado.
Lo más pasmoso
de esta loca historia es que en 1969 el Presidente norteamericano Richard Nixon
hizo llegar un documento oficial al abogado chileno ¡¡pidiendo su autorización
para que los tres astronautas del Apolo XI pudieran pisar la Luna!!. Gracias a dios,
Jenaro accedió -también por escrito- a que la misión de la NASA prosiguiera su misión.
Me pregunto qué hubiera pasado si el chileno se hubiera negado.
Viendo próxima
su muerte, Jenaro Gajardo Vera realizó su testamento con el notario de Santiago
de Chile, Ramón Galecio, y legó su posesión más preciada, la Luna, al pueblo chileno. “Dejo a mi pueblo la Luna, llena de amor por sus
penas.” , fueron concretamente sus palabras.
Sorprende
que Nixon, entre los cientos de tareas que tuviera en mente en la fecha del
alunizaje, se acordara de escribir al “propietario de la Luna”, más aún cuando en 1967
las Naciones firmaron un Tratado del Espacio Exterior en el que se prohibía
entre oras cosas hacer valer los derechos de propiedad sobre territorios
allende las fronteras de nuestro planeta. De esta manera, era de suponer que la
propiedad del abogado chileno quedaba anulada. Pero con todo, el presidente de
Estados Unidos quiso contar con el permiso del Jenaro antes de ordenar a tres
astronautas y militares poner un pie en “propiedad ajena”.
Distintas bromas que proliferan
por Internet sobre esta cuestión
¿Pensaba
el lector que aquí concluiría esta loca historia? Pues no. A pesar del Tratado
del Espacio Exterior, en 1980 el norteamericano Dennis Hope repite las acciones
de Jenaro y en un registro de la propiedad de San Francisco se proclama legal
poseedor de la Luna
(a pesar de que Jenaro Gajardo Vera seguía vivo), así como de casi todos los
planetas de nuestro sistema solar, ya que el Tratado prohíbe a los países
declararse propietarios, no a particulares. A diferencia del chileno, ve en
esta propiedad un filón de negocio creando una “inmobiliaria” que por un módico
precio (nada módico) vende a los interesados acaudalados, propiedades en la Luna, Mercurio y Marte. En la
imagen se muestran alguna de éstas y algunos propietarios posando felices con
sus documentos de propiedad expedidos por la empresa norteamericana (con
capital chino), “Embajada Lunar” o “Lunar Embassy”. Más de 2.500.000 personas
ya poseen alguna parcela en nuestro satélite.
Acudiendo
al olor del dinero fácil, el alemán Martín Juergens emprendió acciones legales
contra Hope ya que según dice la
Luna le pertenece por herencia ya que fue el rey alemán
Federico el Grande quién en el siglo XVIII y en agradecimiento de los servicios
recibidos otorgó a un familiar y ancestro de Juergens la propiedad de la
Luna. El problema es que los documentos
oficiales no figuran en ningún archivo.
Así
las cosas, no sorprende que el 2010 se hiciera en una notaria y registro de
propiedad, los correspondientes trámites legales para la propiedad del Sol. ¿El
afortunado dueño?: la española (gallega, para más señas) Ángeles Durán, con el
fin de cobrar una tasa por el uso de la energía solar, si bien la jugada le
salió mal, ya que desde 2001 el Sol pertenecía al abogado estadounidense
Virgiliu Pop. Y parece que puede ser legal ya que, como ella misma aclaró, el
Tratado del Espacio Exterior no habla de particulares y Dennis Hope “se olvidó”
del astro rey, la estrella Sol. Así que viendo lo visto, ¿por qué no hacernos
dueños de una galaxia, un cometa o de un agujero negro, por ejemplo?.
Llegado el
caso, me pido un agujero de gusano, si se demuestra su existencia predicha por
Einstein (llamado por eso “Puente Einstein-Rosen”), como atajo para viajar
por el replegado espacio.
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