domingo, 2 de abril de 2017

Tras las huellas del Preste Juan

         En la historia del Imperio Español hay miles de episodios que quedan aún mal comprendidos o que incluso resultan desconocidos para gran parte de los españoles. Y uno de ellos, sin duda, tiene a un misterioso “Preste Juan” como protagonista. Debemos situarnos en los siglos XII-XIV, en Europa. Distintos personajes de gran influencia, tales como el Gobernador de Bizancio (Constantinopla, la actual Estambul, Turquía), Manuel Comneno (s. XII); el emperador del Sacro Imperio Germánico, Federico Barbarroja (s. XII); el Papa Alejandro III (s. XII); el monarca portugués, Afonso Henriques (Alfonso Enríquez, ss. XII-XIII); el rey francés Luis VII (s. XII) y otros monarcas europeos –algunas fuentes llegan a mencionar que ya en su día, también el abuelo de Fernando el Católico (Fernando de Trastámara, Fernando I de Aragón, ss. XIV-XV)- reciben distintas cartas escritas por un tal Preste Juan, monarca de un riquísimo reino cristiano rodeado de paganos, que desea estrechar lazos con estos soberanos europeos de igual religión. Dado que gran parte de dichos monarcas se encontraban en condiciones económicas difíciles debido al enorme gasto que les suponían las campañas militares, muchos fueron los que decidieron patrocinar empresas destinadas a dar con este misterioso Preste Juan, entre ellos el portugués Enrique el Navegante y posiblemente, la Corona de Aragón.

Pondremos "la marcha del Temple" como música de fondo para ambientar (si bien la bandera que sale es una burda imitación de la Baussant templaria, que tenía una mitad negra, la otra mitad blanca -la dualidad, los dioscuros y un largo etc- y la cruz paté templaria, en rojo siempre en rojo, jamás blanca):

 

                ¿Estuvo el monarca Fernando de Trastámara, casado con la condesa de Alburquerque, Leonor Urraca de Castilla, entre los monarcas que recibieron una de las misteriosas cartas del Preste Juan?, la pregunta es obligada, si analizamos la gran curiosidad –rayando la obsesión- que tuvo por este enigmático personaje, el hijo de este matrimonio, Juan II de Aragón, duque de Peñafiel, rey de Navarra, de Sicilia, de Mallorca, Valencia y de Cerdeña y más conocido por ser el padre de Fernando el Católico. Este entonces infante, Juan II, pronto comenzará a recopilar para sí cuántos datos se hallaban sobre el Preste Juan, de manera que gracias a él se conservan varias copias en latín de algunas de estas misivas en las que el enigmático personaje decía ser rey de un reino que hacía tiempo había erradicado la pobreza, que era regado por los ríos del Edén y que era rico en piedras preciosas (algunas de ellas, con la virtud de hacer invisible al que las portaba, o de alumbrarles en la oscuridad)  y metales nobles, de cuyo reino describía fantasiosas criaturas (dragones adiestrados, centauros, las guerreras amazonas, peces que habitaban en un mar de arena, etc) y que ponía a disposición de los receptores de la carta.


Una muestra del bestiario románico que lucen los capiteles de numerosas iglesias románicas españolas, con alegórico significado alquímico. Izda, dragón devorando a un hombre, desnudo, que saca la lengua (clara alusión al renacimiento iniciático). Centro, pareja (masculino y femenina) de centauros, junto a una sirena (alusión al elemento tierra y a la componente húmeda, en la Gran Obra) en San Claudio de Olivares, Zamora. Dcha, representación del Nacimiento con todos los elementos y simbología propios de la fase final de la Gran Obra alquímica, en San Juan de Duero, Soria.

En ella, escribiría sobre sí:  “(…) sabed que me llaman el Preste Juan porque debo ser tan humilde como un sacerdote (…) porque la de sacerdote es la mayor dignidad que existe y porque Jesucristo fue sacerdote y clérigo, enalteciendo tanto este nombre, me llaman el Preste Juan”. Pero igualmente decía: “El Preste Juan, por virtud y la gracia de Cristo Jesús, rey de todos los reyes cristianos y señor de todos los hombres de la Tierra, salud y gran amor envía al muy gentil Emperador, defensor de Constantinopla. Sabed que le desea salud para que prevalezca y conquiste grandes riquezas (…) Soy Señor de los Señores y supero en toda suerte de riquezas a las que hay bajo el cielo, así como en virtud y en poder a todos los reyes del universo mundo. Setenta y dos reyes son tributarios nuestros. Cristiano devoto soy y a los cristianos pobres que, en cualquier parte se hallan bajo el imperio de Nuestra Clemencia, los protejo (…)” si bien más adelante confesaba que era así porque en su reino dejaron de existir pobres, todos sus habitantes tenían suficiente riqueza para poder vivir dignamente. Todas sus cartas, para mayor misterio, aparecían plagadas de símbolos alquímicos, a lo que debía unirse la constante referencia del enigmático monarca sobre ciertos animales fabulosos de claras connotaciones alquímicas.
                Otros relatos que mencionaban a este personaje le atribuían un poderoso ejército de nobles y fieles soldados cristianos que superaban la cifra de 100.000 hombres, haciéndole descendiente del mismísimo rey Melchor (el de los tres Reyes Magos), que según las creencias cristianas le hacían proceder de Armenia, Persia u otro reino del Próximo Oriente.


Detalle de una tabla románica del románico catalán en la que se muestran a los tres Reyes Magos. En el bello Museo del Arte Románico de Montjuic, Barcelona, albergando auténticas joyas de arte como la mostrada. Repárese en Baltasar, de piel blanca, pues no será hasta finales del siglo XIII en que sea representado con piel negra.

                Incluso en los escritos de Marco Polo (ss. XIII-XIV), llega a citarse a este enigmático Preste Juan, apareciendo la ubicación de su reino en diversos lugares de distintos mapas cartográficos de la época, unas veces en Mesopotamia (en la confluencia de los ríos Tigris y Éufrates, donde para algunos comenzó la civilización, con las primeras ciudades y por allí se cree que fluían los ríos del paraíso Bíblico), otras en África, India e incluso en China.
Tal es así, que el monarca portugués Enrique el Navegante (ss. XIV-XV) envió una expedición a África Oriental, donde diversas leyendas del continente lo ubicaban. Se sabe que ésta costeó la costa atlántica africana con el objetivo de dar con la supuesta desembocadura del Nilo en el Atlántico (de acuerdo con las suposiciones del sabio griego Eutimenes), para remontarse por el río arriba y llegar al utópico reino. No obstante, la expedición sufrió muchas calamidades, pero a la vuelta aseguraron que los etíopes contaban con un monarca denominado por sus vasallos Negus negusti o “rey de Reyes”, como se hacía llamar el Preste Juan en sus cartas. Y era conocida la leyenda que defiende la presencia del Arca de la Alianza en una iglesia etíope, llevada hasta allí por el hijo cristiano que la reina de Saba tuvo con el rey sabio Salomón de Israel. Por tanto, ¿era Saba, Etiopía, el reino tan rico en metales y gemas del misterioso Preste Juan?.


Porción de mapa político actual de África y diversos mapas cartográficos de África, ubicando el Preste Juan en la actual Etiopía, en la costa oriental africana bañada por el océano Índico.


Una nueva expedición, esta vez por tierra partiendo de Egipto, fue encargada por el monarca Joao II a Pero da Covilhao, en 1487. De El Cairo pasó a la Meca adentrándose en la península arábiga, siguiendo noticias y rumores que hablaran de la localización del reino de Preste Juan. Tras no encontrar nada que les animara a proseguir hacia Oriente, regresaron sobre sus pasos, cruzando nuevamente el Mar Rojo… y perdiéndose la pista a esta expedición. Lo último que se supo es que marchaban rumbo a Abisinia. Años más parte otro portugués regresaría a su país contando que había vivido unos años en ese país y que había conocido a Da Covilhao, que seguía vivo y permanecía en Abisinia alojado con todos los honores en la corte del Preste Juan, donde era un consejero respetado.
                No obstante, son varios los monarcas que se inclinan a buscar al curioso monarca en tierras de la India, entre ellos el propio Papa de Roma que, cinco años después de haber recibido la carta mandó en 1177 con su respuesta al médico del Vaticano, llamado Phillipus, del que no se vuelve a tener noticia alguna sobre los resultados de su misión.
San Luis, por su parte, enviaría al monje franciscano Longjumeau al conocido como “pueblo de los tártaros”, si bien eran mongoles, el 1247, con el fin de dar con pistas precisas de la corte del Preste Juan.
                Como no podía ser de otra manera, no tardarán en aparecer investigadores que no dudan en relacionar este Preste Juan con el Temple, no sólo por todo el contenido alquímico que se desprende de sus misivas, sino por testimonios que decían que más de 12.000 soldados franceses cristianos protegían al monarca (hay que hacer notar que la orden del Temple no fue únicamente francesa, pues llegó a extenderse por toda Europa, llegando a operar relativamente independientes en los diversos reinos cristianos), y por cierto párrafo escrito por el propio Preste Juan afirmando: “Cuando procedemos a guerrear contra nuestros enemigos, mandamos llevar ante nuestra faz, en lugar de estandartes, trece cruces grandes y muy altas, hechas de oro y piedras preciosas, cada una en un carro; y todas y cada una de ellas son seguidas por diez mil caballeros y cien mil infantes armados (…)”, algo que por otra parte hacían todos los reinos cristianos en las Cruzadas. El Temple también llevaba alguna gran cruz, pero sobre todo, lo que portaban claramente y de manera bien visible abriendo su ejército era la Baussant, como ya comenté al analizar la heráldica del almirante granadino D.Álvaro de Bazán, además de considerar que “Preste” procede del término francés que significa “presbítero” o “sacerdote”.
                Con todo, hay algunos aspectos que comentar, por ejemplo, relativa a las fechas. Si miramos la carta escrita al “defensor de Constantinopla”, como lo llama, está datada en el año 1165. La del Papa está fechada en el 1172, pues su respuesta se produce en el 1177. No obstante, el viajero y aventurero enviado por el Papa Inocencio IV al encuentro de los mongoles en la primera mitad del siglo XIII, para contactar con Preste Juan, volverá contando que era un rey cristiano de una parte de la India y que, descendiente de Gengis Khan, había logrado derrotar a los terribles mongoles.
                De finales del siglo XIII data el trabajo de Marco Polo “Libro de las cosas maravillosas”, en el que mencionará: en el principio, los tártaros (los mongoles) no tenían un gran señor que los gobernara a todos, pero tenían que pagar un tributo a Preste Juan, un rey cristiano nestoriano, hasta que la multitud de los tártaros hizo pensar a Preste Juan a llevar a cabo acciones punitivas contra ellos (...) Marco Polo aclarará que el Preste Juan era denominado por los mongoles como Uncan “en su propia idioma”, o bien como Toghril, en el mongol. “En 1187, los tártaros, bajo el liderato de Gengis Kan se rebelaron (...) de tal manera que hubo una gran batalla contra Uncan en la que éste murió; con lo que todos sus territorios y vasallos pasaron a poder de Gengis Kan, quien desposó a sus herederos con los descendientes de Preste Juan, de tal manera que son éstos los que aún en día gobiernan sobre los tártaros y un montón de pueblos más.”
                Es por estos datos que varios investigadores consideran que tal vez “Juan” fuera un título y no un nombre personal, derivando del término “Jan” o “Khan”. De esta forma “Juan” sería el equivalente a “Caesar”, título que ostentaban todos los emperadores romanos. Este título y los comentarios de Marco Polo llevarán a muchos a ubicar en tierras de Asia (Turquía, India …) al reino del Preste Juan, cuando posiblemente los portugueses anduvieron más acertados en sus suposiciones. De hecho, se sabe que en 1245, Juan de Plano Carpini viajará al reino mongol desde Polonia y Rusia, recogiendo en su obra “Historia mongolorum” que Gengis Kan había enviado a uno de sus hijos a India Menor (¿península arábiga?) para conquistarla, topándose con habitantes árabes de piel oscura que eran denominados “etíopes” y que estaban gobernados por un monarca  comúnmente llamado Preste Juan”.
                 Sea como fuere, las referencias a este monarca desaparecerán más allá del siglo XV, e incluso hay quién considera que cuando Fernando el Católico encargó a Cristóbal Colón, en su viaje a “Las Indias”, buscar a los cristianos perdidos que pudieran respaldarle en su idea de reconquistar Jerusalén a los árabes (como se desprende de la primera carta que el almirante envía a los Reyes Católicos), posiblemente llevaba en mente a las huestes y riquezas del Preste Juan. Después de todo, aunque los descendientes del esquivo monarca entroncaran con los temidos guerreros de Gengis Khan, habían declarado la guerra a los sarracenos, arrasando a varios de estos pueblos infieles, y haciendo bueno el dicho “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”, posiblemente en esta idea se apoyaría el afán de los distintos reyes cristianos europeos por contactar con este monarca, para asestar así el definitivo jaque mate del cristianismo al Islam.
                Para muchos historiadores, esta idea pudo tener su germen en los relatos de un clérigo de Freishing, el obispo Otto, cuando escribió en su “Historia duabus civitatibus” , esto es, “Historia de dos ciudades” (1145), cómo el obispo Hugo, de Jabala, había entablado contacto con un monarca cristiano llamado Preste Juan, que reinaba “más allá de Persia y Armenia” y que llevaba años guerreando contra el sultán de Persia al que terminó venciendo, mandando entonces a sus huestes en su avance hacia el oeste, derrotando sarracenos. Su intención era llegar hasta Jerusalén y unirse allí a los Cruzados, tras haber derrotado a los árabes que encontraba a su paso. Sin embargo, los accidentes del terreno (cadenas montañosas, ríos, áreas desérticas…) y las batallas fueron pasando factura a sus guerreros, enfermando y muriendo tantos, que terminó por desistir en su empeño y emprender el regreso a sus tierras. Por tanto, mientras muchos investigadores se cuestionan quién era este enigmático personaje y dónde se ubicaba su reino, yo me he cuestionado muchas veces qué fue de su estirpe y qué destino les aguardó para no volver a oírse noticias de ellos. ¿Fueron finalmente conquistados por otros pueblos no cristianos, desapareciendo, o perduraron en el tiempo, siendo un reino que finalmente conocimos bajo otro nombre, como Etiopía, por ejemplo?. 


Impresionante vista de la iglesia de San Jorge (St. George) desde el suelo y desde el aire, en la ciudad monástica de Lalibela, al norte de Etiopía. Para los lectores interesados en profundizar en la leyenda del Arca de la Alianza en este país, les remito a mi obra "Hitler quiere el grial".


No hay comentarios:

Publicar un comentario