jueves, 10 de agosto de 2017

La tumba de las estrellas


           Si se visitan los llamados “el Valle de los Reyes” y el “Valle de las Reinas” –denominados así por albergar las tumbas de los faraones e infantes, y las tumbas de las faraonas consortes o madres de futuros faraones, respectivamente–, llamará la atención las ricas decoraciones del interior de sus cámaras mortuorias, haciendo referencias a los cielos. No es de extrañar pues quién desde pequeño no ha oído en algún momento que algún adulto le dijera que algún ser querido que había muerto, “está ahora en el cielo”. Es una reacción lógica derivada del hecho de tener a lo largo de toda nuestra vida sobre nuestras cabezas un millar de millones de estrellas tintineantes que parecen que nos observan. ¿Por qué no creer, por tanto, que nuestros seres queridos están allí, descansando y felices pero observándonos protectoramente, aguardando el momento en que nos reunamos con ellos?. Es una creencia ancestral, que se puede encontrar en todas las civilizaciones conocidas, desde las iberas, germanas, asiáticas, africanas y americanas. Los egipcios no eran menos, el problema es que eran tan sumamente barrocos en sus decoraciones, que hoy dedicaremos esta entrada a explicar cómo leer éstas. Quisiera dedicarla, de paso, a una amiga que ha perdido a su padre y además es una amante confesa del mundo egipcio antiguo. Va por ti, Mari Carmen.

      Los pueblos de la antigüedad sentían fascinación por las estrellas. Es algo racional si consideramos que se desarrollaron en valles fértiles, agrestes y donde la fauna era abundante –especialmente de herbívoros, lo que conllevaba la presencia de grandes predadores–, de manera que estas culturas tuvieron que crecer y desarrollarse en un curioso equilibrio entre su desarrollada belicosidad contra los enemigos que deseaban arrebatarles esas tierras tan fértiles, creando armas más efectivas que la de sus vecinos, y un considerable conocimiento científico del entorno, de la geología (controlando las ciclos de avenidas fluviales, las respuestas de las rocas a ser talladas, el efecto que tendría en los suelos arcillosos con distinta cantidad de agua, el emplearlos como sustrato sobre los que edificar y cómo era posible extraer de las rocas la materia prima de sus armas y utensilios cotidianos, cómo aparecían en los estratos y cómo explotar tales vetas sin que se desmoronara todo el farallón rocoso), de la biología (ciclos reproductivos de los herbívoros, cómo se alimentaban y se desarrollaban en manadas, qué necesitaban para asegurar una cría controlada en cautividad, eficaz y efectiva) y de la astronomía (orientación, establecimiento de las estaciones observando el cielo, pronóstico de las estaciones secas y húmedas viendo las nubes y el comportamiento de determinados animales), entre otras cosas.
        De esta forma encontramos en Mesopotámicos, Babilónicos, Sumerios, Egipcios, Griegos, … numerosas referencias a los cielos como último lugar de reposo. Todos estos pueblos mediterráneos se desarrollaron en zonas en las que era vital la presencia de grandes ríos para asegurar la vida (tanto por el desarrollo de cosechas, como de ganado y de ciudades que debían abastecerse de agua potable a la vez que debían dar salida satisfactoria a sus aguas residuales, con el fin de evitar epidemias que diezmaran la población). Por ello no se tardó en asociar la Vía Láctea que se observa en nuestros cielos nocturnos con un resplandeciente y caudaloso río que garantizaría en bienestar de nuestros seres queridos en los cielos, en ese Paraíso imaginario que pronto se asoció en el ideal de lugar en el que habitar felizmente. Esta complejidad de pensamiento dio como resultado todo un desarrollo de ideas asociadas tales como “la otra vida” o “más allá”, “el Paraíso celeste”, “las barcas celestes” o “carros celestes” (según fuera costumbre en los ritos funerarios, que el cuerpo de sus dirigentes se transportara en carruajes –es el caso de tartesios o chipriotas, por ejemplo-, o embarcaciones –como ocurría entre egipcios y vikingos, entre otros-. Como vemos, toda esta rica mentalidad funeraria puede prescindir totalmente de retorcidas e inverosímiles interpretaciones alienígenas que tan abundantes comienzan a ser en internet y lecturas de la sociedad actual.


Bella imagen de la Vía Láctea, por la noche. A la derecha, detalle de la tumba de Nefertari, con todo su techo pintado con infinidad de estrellas.

         Aún había algo más importante que se desprendía de esta idea de paraíso celeste, el considerar que si el fallecido se convertiría en una estrella que poder ver todas las noches, sería por tanto inmortal a nuestros ojos. Así, las civilizaciones –que progresaron por el desarrollo de su tecnología armamentística- fueron volviéndose cada vez más violentas y guerreras, ¿y qué ansía más uno de estos héroes sanguinarios que la inmortalidad? Fue en este momento cuando los reyes y dirigentes comenzaron a representarse a sí mismos como hijos de las estrellas, auténticos reyes inmortales y divinos, procedentes de ese paraíso celestial al que todos deseaban ir al fallecer. Si su dirigente era de allí y allí volvería, si se le adoraba convenientemente como deseaba, con más facilidad se aseguraría un lugar allí (¿no recuerda esas bromas cristianas que se hacen cuando alguien está quejándose de sufrir una situación injusta, y otro le dice que piense que parcela se está ganando en el cielo?; y es que cada día son más los historiadores que defienden que el pueblo hebreo tomó de Babilonia y Egipto  muchas leyendas y creencias que se plasmaron en el Antiguo Testamento como el relato de la Torre de Babel, la mujer –Sara- que se transformó en estatua de sal por desobediente, algunos aspectos de la vida de Jesús, etc). Pero nos estamos desviando de nuestro tema (al lector interesado en profundizar más en este aspecto, le recomiendo mis dos tomos de “Jesús y otras sombras templarias” donde se analizan bajo esta óptica la vida y Pasión de Jesucristo, así como otros pasajes bíblicos del Antiguo Testamento).
         Regresando a Egipto, a las tumbas faraónicas profusamente decoradas, constataremos cómo el tema de los cielos es un hecho recurrente. Más aún si consideramos las dos grandes barcas funerarias que se enterraron junto a la pirámide de Keops, o el hecho de que las tres pirámides de El Cairo reproduzcan las principales estrellas de la constelación de Orión, el guerrero, y las cámaras o conductos de ventilación de la pirámide de Keops apunte hacia ella (como se vio aquí). Encuentro este hecho similar al de grandes y pretenciosos dirigentes que no dudaron en inmortalizarse en estatuas como si se tratase del héroe griego Aquiles, del dios de la guerra Marte o del conquistador macedonio Alejandro Magno.


Los egipcios representaban al cielo (diosa Nut) como una mujer cuya piel estaba cubierta de estrellas y que no dudaba en arquearse cubriendo a los fallecidos para facilitarles el tránsito, pues en la mentalidad egipcia, cada estrella era el alma de una persona (o ser querido, aunque fuera animal, ya que ello se deduce de la infinidad de momias halladas de toros sagrados, cocodrilos, gatos, etc). Por ello era frecuente que se representara a la diosa Nut atenta del tránsito de la barca funeraria que porta el alma del fallecido en compañía de otros dioses como Osiris, como se muestra en la pintura inferior y que he resaltado con una flecha roja.

Pues bien, vamos a centrar nuestra atención en la tumba de Amenemope (tumba de Tebas TT41), dado que como destaca la académica argentina María Silvana Catania, presenta una iconografía que es representativa de la mentalidad funeraria egipcia del tránsito de la dinastía XVIII a la XIX. El difunto aquí enterrado no era un faraón sino un personaje destacado de la corte real porque ostentaba, entre otros cargos, el de Escriba Real y Gran Mayordomo de Amón (es decir, uno de los sumos sacerdotes, así como el administrativo de mayor rango de la corte faraónica).
La tumba sigue los criterios arquitectónicos que se impondrían en la necrópolis de Amarna, pues dan la bienvenida una escena de adoración y estelas que flanquean la entrada, con igual motivo (ofrendas votivas), dando acceso a un amplio espacio funerario, casi como si de un palacio se tratara, dotado de un nicho con forma de T (invertida en este caso, reminiscencia de un estilo arquitectónico funerario pre-amárnico  y que le confiere singularidad a esta tumba, al ser una tumba moderna con elementos que continúan con arquitectónica antigua) en el que se ubicaban representaciones de los dioses protectores principales para facilitar que el alma del difunto no se despistase. A pesar de la profusión de decoración de la tumba, en unas zonas se encuentra inacabada, indicando que el personaje al que iba destinada falleció antes de permitir que la tumba estuviera plenamente finalizada.


Papel junto a la entrada de la tumba TT41 mostrando su disposición en planta: sigue una estructura simple, con una enorme entrada, un largo pasillo que da acceso a una sala algo más pequeña, intermedia (“sala de las columnas”, con 4 columnas y alargada en dirección E-O), algo más de pasillo (que parte del extremo SO de la sala columnada anterior) y finalmente una estancia más reducida y recogida donde se ubica el sepulcro y las estatuas del matrimonio, que tendría acceso reservado a unos pocos sacerdotes.

        Todo el conjunto, pasillos incluidos, presentan la superficie decorada. En la pequeña estancia final, y sin embargo la principal, encontramos tres nichos, en el central de ellos se puede observar inmortalizado al fallecido, en compañía de su esposa.
El aspecto que más destacan los diversos egiptólogos, con respecto a esta tumba y a otras similares, es la destacada simetría y dualidad que parecen regirlas, si se traza una recta N-S, ortogonal a la línea E-O que recorre todo el edificio funerario.
En lo relativo a las orientaciones espaciales - como ocurrirá posteriormente en muchas iglesias románicas españolas- el acceso se hace por el Este. El nicho con la representación del matrimonio se ubica en el Oeste, donde “muere el Sol” todos los días. Por tanto, como ocurrirá con esas iglesias de culto a la muerte y al Más Allá, en el caso de la tumba de Amenemipet, se accederá desde el mundo de los vivos (Este, lugar donde nace al Sol), y se seguirá un camino hacia el mundo de los muertos (Oeste).
        De acuerdo con E. Panofsky (“Estudios sobre iconografía”, Madrid, 1972), la decoración funeraria egipcia podía identificarse o clasificarse en tres niveles: contenido primario o básico (permite identificar objetos y seres reales), contenido secundario o convencional (relaciona objetos o personajes con mitos, creencias o supersticiones de una cultura concreta) y el tercer nivel, reservado únicamente a un selecto grupo de personas versadas, que integra todo el conjunto iconográfico del edificio funerario en un único mensaje. Si nos centramos en su tercer nivel y tomamos como referencia la sala intermedia, la columnada, encontraremos un total paralelismo entre la orientación del complejo funerario y de las orientaciones que pueden establecerse con ayuda de una brújula (o de las estrellas).
                               

Detalle del muro principal de la tumba TT41 donde se observan las representaciones de Amenemipet con su esposa. A la derecha, sarcófago del personaje expuesto en la sección de Egiptología del British Museum, en Londres.

        Pues bien, centrándonos en la cámara funeraria intermedia, con 4 columnas, la sala presenta en ambos lados del acceso representación de la entrega de ofrendas, así como un detalle del personaje en un carruaje mientras es aclamado por la multitud y un recorrido de la procesión fúnebre (llevando su cuerpo) también entre la multitud (en la situación simétrica con respecto a la puerta). Lo curioso es que mientras la mitad occidental alude a acciones realizadas en vida, la mitad oriental muestra representaciones de aspectos relacionados con el Más Allá en una dualidad perfecta de la que veremos más adelante otros ejemplos. Este aspecto lo encuentro tan sabroso y perfecto que trataré de explicarlo de manera más sencilla para que todos puedan entenderlo: desde la antigüedad más remota el Sol se ha asociado a la vida, y sus ciclos (día-noche) se han visto como representación del ciclo humano (nacimiento-muerte). Así, el punto cardinal Este se ha equiparado a la idea de Nacimiento, mientras el Oeste se ha considerado la Muerte. Pues bien, en esta tumba TT41 la parte Este de esta sala central (relativa por tanto a la vida) habla de aspectos relacionados con la muerte del difunto mientras que la mitad oeste de la sala (que cabría estar dedicada a la muerte) muestra distintos aspectos de la vida del difunto. Por eso es una perfecta dualidad: no hay vida sin muerte, ni luz sin oscuridad.
En esta tumba, además, se han preservado algunos pasajes del Libro de los Muertos egipcio que son verdaderas joyas arqueológicas, tanto por su antigüedad como (sobre todo) por su valor testimonial de una mentalidad y mitología ya desaparecida y que sin embargo pervivió –posiblemente gracias al Temple- hasta el Medievo. Un buen ejemplo es la representación de la Psicostasis o “Juicio de Osiris”, que ya vimos aquí en algunas iglesias relacionadas con la orden de los Templarios). En la representación que se puede observar en la TT41 aparece a la derecha la diosa de la Justicia Maat controlando todo el proceso de pesado del alma del difunto (aparece en la balanza, representado en pequeñito, en lugar de representar su corazón como ocurre en otros casos), ante la atenta mirada del dios mandril Dyehuty que anota con precisión lo marcado por la balanza. Junto a la diosa Maat, la diosa Ammit está preparada para llevarse el alma de los “no justos” al Inframundo, entre múltiples tormentos. Sin embargo en la tumba TT41 se muestra cómo el alma de Amenemope supera la prueba satisfactoriamente.
Otro ejemplo de perfecta dualidad que tan magistralmente elaboró el arquitecto y decorador de la tumba TT41 es aquel relieve que muestra al dios de la muerte, Anubis, portando el disco solar de la vida. ¿Existe una manera más simple de expresar la idea de que la muerte no sólo no se opone a la vida (contrastando con la idea católica de un Satanás en continua confrontación y lucha permanente contra Dios), sino que se complementan?. En otras palabras, si no fallecieran los seres vivos, no habría almas que añadir al recipiente corporal de los nuevos individuos que vienen al mundo, si en verdad todo es un continuo fluir de la materia y de la energía, como gran cantidad de las religiones sostiene. Todo debe moverse y evolucionar, el agua estanca no sólo acaba pudriéndose e impidiendo que prolifere la vida en ella, sino que desaparecerá evaporándose sin poder haber dado nada productivo y útil, salvo fetidez y muerte.


Aspecto de las columnas talladas con aspecto de diversos dioses, en la sala principal (izda). En el centro, representación del Pesaje del alma del fallecido. A la dcha, relieve de Anubis portando el disco solar.

Como digo, las construcciones egipcias decoradas (tumbas y templos, principalmente) son sumamente barrocas, sin dejar apenas unos centímetros sin decorar. Por ello a veces resulta complicado lograr desentrañar lo que aquellos antiguos artistas quisieron mostrarnos a modo de película. Es necesario tomarse su tiempo, abstraerse y mirar el conjunto para luego ir completándolo con observaciones individuales, puntuales, de distintas partes del relieve o dibujo. Tomemos como ejemplo la decoración de la pared norte, sector oeste, de la cámara intermedia de la TT41 (esquema a continuación).


Esquema de la decoración de la pared norte, sector oeste, de la cámara intermedia de la TT41 (tomado de Catania, 2009, que a su vez lo tomó de Assmann, 1991) y detalle de una parte concreta de ella. A la derecha, me he tomado la libertad de seguir los trazos, completando la composición, y de añadir el nombre de las deidades mostradas, para mejorar su comprensión.

       El conjunto nos relata cómo el matrimonio realizó un intercambio de ofrendas con diversos dioses, a lo largo de sus vidas (nivel inferior). En el nivel intermedio se muestra al difunto rodeado por diversas deidades –destaca Anubis, con su cabeza de chacal- y el ritual de purificación, preparando el alma del difunto que es bien acogido por los dioses (en este nivel intermedio, a la derecha se puede ver al dios Anubis leyendo un pergamino, dando la bienvenida al espíritu del difunto a Occidente, la tierra de los muertos). En el nivel superior, en la imagen anterior, he resaltado con una elipse verde el conjunto pictórico en el que deseo centrar la atención del lector/a pues es realmente singular. En general este nivel superior muestra –a la derecha- al matrimonio junto a dos hojas de papiro entregando a los diversos dioses todo tipo de ofrendas. Pero como digo, es el detalle de la izquierda el que me resulta más jugoso.
        En él vemos diversos dioses arrodillados adorando una especie de pilar o peón de ajedrez. Es el llamado Pilar Dyed (o Djed). Representa la estabilidad, la solidez o robustez que entre los pueblos celtas y celtiberos peninsulares representaba la encina. Algunas leyendas decían que este pilar se formó con parte de la columna vertebral del gran dios Osiris, cuando su hermano lo descuartizó.
        Sobre el pilar Dyed o Djed dibujado aparece un Anj o “llave de la vida” (una especie de cruz “con asa” como le decía una amiga) que representa la vida en sí, el germen dador de vida. Éste eleva sus brazos hacia el disco solar, sosteniéndolo. Al lado izquierdo está la diosa de la muerte, Neftis (porta sobre su cabeza el jeroglífico Neb-Hut, una cesta sobre una casa; representa la oscuridad, la muerte y sus misterios, siendo la cara de la moneda de la diosa Isis), mientras que al lado derecho está la diosa Isis (porta sobre su cabeza el jeroglífico Ast, trono) y es la gran diosa (fecunda, madre) de la naturaleza, de la vida. Al lado de Isis, arrodillada, hay otra figura que no puede identificarse bien por carecer de atributos reconocibles, posiblemente sea el alma del difunto. Sobre todo el conjunto se encuentra nuevamente la divinidad de los escribanos, el dios mandril.
        Pues bien, de acuerdo con los expertos esta imagen se interpreta como la alusión del ciclo continuo de la vida con su paralelo en el tránsito que a diario describe el Sol sobre nuestro cielo. Así, observamos el cielo estrellado y bajo él el disco solar realizando su tránsito desde la oscuridad (o territorio de la muerte, de Neftis), hacia la zona de la vida dominado por Isis. Justo en la zona o momento de tránsito de las luces a las sombras –o de la vida a la muerte que supondrá la vida en el Más Allá junto a los dioses-, el Anj y el pilar Djed aportan la robustez y energías suficientes para que el Sol pueda transitar por esa zona oscura logrando atravesarla plenamente. Y es aquí cuando las orientaciones adquieren su papel protagonista puesto que de acuerdo con la mitología egipcia, el Sol transita en una de sus barcas los cielos, en dirección este-oeste, parando en el ocaso a tomar su barca para cruzar el inframundo en sentido contrario, oeste-este, superando todos los obstáculos con los que se topa.
Para los egiptólogos, y estoy de acuerdo con esta interpretación, este recargado panel de la tumba TT41 es una preciosa alegoría al ciclo de la vida con su paralela interpretación en la cosmogonía solar, dejando una sensación positiva de renacimiento. Todo ello, una clara muestra de la mentalidad funeraria egipcia en la época de los faraones.

Referencias:
Assmann, J. 1991. Das Grab des Amenemope (TT41). Theben III, Mainz.
Catania, M.S. 2009. La iconografía solar de la tumba de Amenemope (TT41). Relaciones entre espacio material y simbólico. XII Jornadas de Interescuelas. Universidad Nacional del Camahue.
Panofsky, E. 1972. Estudios sobre iconología. Madrid.


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