Con
el paso de los años me he ido sorprendiendo de cómo los grandes ideales,
sublimes, que pensé alumbraron para conseguir grandes empresas a través de grandes
gestas y a costa de enormes sacrificios, han ido derivando hacia una realidad
más tangible y miserable: la posesión de la riqueza. La realidad transforma mitos en basura y todas
aquellas historias de honor, lealtad y fe que admiramos en nuestra juventud se
mueven en su mayoría por codicia y ansia de poder, y de esto no se salva ni la
religión; se podría decir en justicia que hoy hasta los cielos están
contaminados. Ese ha sido el objetivo de las diversas religiones y de los
diversos y fluctuantes imperios, y el precio de disponer de un mundo mejor
generalmente ha enmascarado cualquier bajeza o felonía en aras de un beneficio.
Más o menos como hace Hollywood con las gestas anglosajonas, lo que no lograron
en la vida real lo consiguieron en el celuloide. Es la magia del cine, que
permite salir victorioso de terribles derrotas, o transformar reinas enanas y
malvadas, o piratas sanguinarios y despiadados, en buenas mujeres que podrían
optar al título de Miss Universo o en almirantes que llegaron a obtener los
mayores títulos nobiliarios de la corona. La mentira ha sido una moneda de
cambio tan usada a lo largo de los siglos que es sin duda la gran realidad que
ha perdurado a lo largo del tiempo. De un tiempo durante el cual el hombre ha
realizado grandes logros y avances en pos de la salvación de la Humanidad o de
una religión. Sirvan como clamorosos ejemplos la conquista de los Santos
Lugares o el ataque despiadado a un país que es un “peligro” para la Humanidad
por la posesión, que se ha demostrado falsa, de armas químicas.
A
lo largo de la Historia han sido muchos los objetos y materiales que se han
buscado para lograr más poder. Generalmente, en la Historia Antigua y Moderna
esos productos se han identificado con hermosos metales como oro, plata y
platino o con piedras cristalinas como diamantes, esmeraldas, rubíes... Pero
también otros productos vinculados al consumo y conservación de alimentos han
supuesto una fuente enorme de riqueza, sobre todo la sal y las especias. Sin
duda, la búsqueda y comercio de las especias fue el motor que más tiempo movió
al mundo y lo hizo más grande. Se sabe que en el Egipto de los faraones o en la
Grecia Clásica se hacían expediciones para lograr estos productos que
transforman en gozo una de las pasiones más importantes del hombre: la comida. El
gran Alejandro usó de ciertas especias transportadas desde la India para sus
fiestas y orgias. De forma escrita se reconoce en Roma el gusto por el sabor
picante de las comidas o el empleo de salsas que las condimentaban y que se
traían de la otra esquina del imperio, así como el uso de paliativos del dolor
o búsqueda de placeres a través de drogas, sobre todo derivados de la
adormidera, en la vida cotidiana de la clase superior que solía venir de
Oriente.
A lo largo de todo el litoral andaluz proliferaron numerosas factorías
de Garum, una salsa realizada con salazones que cautivó a todo el mundo
antiguo, especialmente en la capital del Imperio Romano. Por desgracia la
receta terminó por perderse, consecuencia del afán destructivo de las sucesivas
y numerosas invasiones que ocurrieron en el solar hispano En la imagen, la
factoría de la hermosa ciudad de Baelo Claudia, cerca de Tarifa (Cádiz).
Ya a partir de entonces cualquier cronista de lo cotidiano constataba que
ningún país o región de Occidente renunciaba a disponer en sus cocinas de estas
especias que daban un sabor más agradable a los guisos de castillos y
mansiones. De pronto, las especias de Oriente se convirtieron en un producto
con un valor tan reconocido que quien disponía de ellas era considerado una
personalidad con poder en su sociedad. El pueblo llano, con ausencia de riqueza,
debía mantenerse con comidas sosas e insípidas de poca variedad, que
despreciaban los nobles. Hubo que esperar hasta el siglo XVI para que del Nuevo
Mundo llegara una variedad más extensa de productos alimentarios asequibles
para ese pueblo llano, como maíz, patatas, tomates…pero no tenían acceso o
desconocían el azúcar para endulzar, o el limón para agriar. Aún no tenían
acceso ni al café ni al té, que eran productos reservados sólo para príncipes y
nobles. Estos productos ganaron más importancia cuando en el Medievo se descubre
la planta de la pimienta de Oriente y sus milagros. Un solo grano de pimienta
puede hacer más apetecible una comida y si se dispone además de canela, nuez
moscada o jengibre resulta que cualquier plato insípido se transforma en un
sabor que alegra el paladar. Es el poder de las especias, que se utilizan de la
forma más variada posible para endulzar la vida de los poderosos. En la comida,
en la bebida, incluyendo jengibre a la cerveza y canela y otras especias al
vino, añadiendo fuerza y mayor placer a su libación. A partir de entonces sólo
se considera apetecible un manjar cuando está bien aderezado. Y no es la única vía
de disfrute de productos procedentes de Oriente: el cuidado corporal,
especialmente femenino, y el uso de cremas y perfumes de Arabia como el
almizcle, el aceite de rosas, los tejidos elaborados con seda china, la
orfebrería y joyería realizadas con perlas de Ceilán, las piedras preciosas de
la India o los diamantes de Narzingar, rápidamente abren un comercio muy
rentable para mucha gente, gentes que gracias a su comercio se hacen ricas y
poderosas. La propagación de la religión dio un empuje mayor a este tipo de
comercio, ya que el gran número de iglesias que consumía incienso supuso un
aumento considerable del comercio de esta especia.
El
aumento del consumo de especias supuso una provechosa ruta de riqueza para
muchos países y estados ya que las especias se transportaban siguiendo una ruta
por tierra desde la India que llegaba a Arabia y desde allí era transportada
por tierra y por mar por diferentes caminos. Este comercio cambió la labor que habían
realizado los boticarios preparando pócimas de diferentes vegetales o animales
para distintas dolencias o enfermedades, de manera que para la población no era
eficaz ningún mejunje o bálsamo si en su envoltorio no aparecían las palabras
“arabicum” o “indicum”. Esto hizo que se elevaran los precios, y los beneficios,
de estos productos y se potenciara aún más la importación. Durante toda la Edad
Media y hasta el siglo XVIII los productos de procedencia oriental estaban muy
demandados, dándoles a los usuarios la categoría de clase superior refinada.
Francia se convirtió en el país que más demanda realizaba de estos productos, lo
que producía un sobrecoste elevado.
Al comienzo del primer milenio, la pimienta se
contaba grano a grano y su valor por peso era equivalente al de la plata, sustituyéndola
muchas veces en el pago para la compra de bienes, haciendas e incluso derechos
de ciudadanía. La quina, la canela, el jengibre y el alcanfor se pagaban en
peso a precio semejante al oro. Y el viaje de estas especias de oriente a
occidente estaba salpicado de sucesos e historias, lo que encarecía el coste.
Lo que se pagaba en oriente por una tonelada de las diferentes especias era lo
que se pagaba en occidente por una cucharita pequeña de ese producto. Por lo
que en oriente valía una miseria, en occidente se pagaba mucho más que el precio del oro. Lo que
hizo que se multiplicara el número de caravanas de camellos cargadas de estos
productos que desde oriente llegaban a Arabia o a Egipto, tras meses de viaje y
fatigas en los que tenían que soportar ataques de bandidos o de beduinos para
después negociar con los otros ladrones oficiales: los mercaderes, que tenían
que pagar a los emires y sultanes de los países por donde pasaban, como Arabia,
Egipto o Siria.
Sin embargo, el encuentro con los
mayores usureros se producía una vez que llegaban a Alejandría a través del Nilo.
La flota veneciana, que desde la caída de Bizancio se había adueñado del
Mediterráneo, transportaba a coste desorbitado cada expedición a la zona
alemana, donde alemanes, ingleses y flamencos la adquirían en subasta. Por fin,
después de diferentes tratos de intermediarios y almacenistas, llegaban las
especias a los tenderos que las vendían a los consumidores. Durante la toma de
Granada en 1492, los judíos sefarditas, antes de ser expulsados por los Reyes Católicos,
comentaban que las especias indias pasaban al menos por doce manos antes de
llegar al consumidor en Europa. Cada “mano” se llevaba su beneficio y encarecía
el producto, tanto, que aunque se perdiesen cuatro de cinco naves de transporte
de especias – como pudo comprobar la expedición de Magallanes/Elcano – la nave restante, si viene bien cargada de
especias aunque sea pequeña, cubre con creces la pérdida de las otras naves.
Una bolsita de pimienta valía en
el Medievo más que la vida de un hombre. Los palacios de Venecia y muchos otros
de distintos países se pagaron con los beneficios de las especias y esta
riqueza hizo que genoveses, franceses y españoles miraran con cierta envidia a
Venecia, en el preciso momento en que los árabes iniciaron su “guerra santa”
cortando toda conexión de Oriente con Occidente.
El verdadero origen de las Cruzadas no fue la reconquista de los lugares santos cristianos a los árabes, sino volver a abrir el tráfico de la ruta de las especias. De hecho fue la primera vez que reinos enemigos y enfrentados se unen para esa tarea, que conducía finalmente a volver a disfrutar de la riqueza de las especias. Sin embargo el objetivo no se logró porque las intervenciones militares europeas no lograron derrotar a los árabes y el Islam siguió controlando esos accesos. En consecuencia, los países con costas en el Atlántico pensaron en abrir otra ruta marítima por ese océano. Y aquí saltó la sorpresa.
Un país pequeño, insignificante entonces, como Portugal, salta de pronto al primer plano. No estaba en su mejor momento ya que aún le quedaban secuela de la larga lucha para liberarse de los musulmanes. Estaba en una esquina de Europa, todas sus fronteras las tenía con España, un país hermano en la religión, más grande y más fuerte, un país que gobernado por Isabel de Castilla y Fernando de Aragón también estaba sumido en la reconquista de sus territorios a los musulmanes, aunque la Corona de Aragón ya había logrado algunas conquistas en el Mar Mediterráneo, por lo que la expansión de ese país pequeño y pobre sólo podría hacerse por mar, a pesar de que los mapas de Ptolomeo, los únicos creíbles en la Edad Media y que estaban totalmente avalados por el Papa, señalaban que el Atlántico era un desierto de agua intransitable y que era imposible navegar por las costas africanas más allá del Ecuador, ya que en esa zona el Sol cae verticalmente y se alcanza una temperatura tan caliente que en ella no pueden sobrevivir plantas ni persona alguna. Además de que África era una tierra de desiertos inmensos, inhabitados, donde la vida se creía imposible.
El verdadero origen de las Cruzadas no fue la reconquista de los lugares santos cristianos a los árabes, sino volver a abrir el tráfico de la ruta de las especias. De hecho fue la primera vez que reinos enemigos y enfrentados se unen para esa tarea, que conducía finalmente a volver a disfrutar de la riqueza de las especias. Sin embargo el objetivo no se logró porque las intervenciones militares europeas no lograron derrotar a los árabes y el Islam siguió controlando esos accesos. En consecuencia, los países con costas en el Atlántico pensaron en abrir otra ruta marítima por ese océano. Y aquí saltó la sorpresa.
Un país pequeño, insignificante entonces, como Portugal, salta de pronto al primer plano. No estaba en su mejor momento ya que aún le quedaban secuela de la larga lucha para liberarse de los musulmanes. Estaba en una esquina de Europa, todas sus fronteras las tenía con España, un país hermano en la religión, más grande y más fuerte, un país que gobernado por Isabel de Castilla y Fernando de Aragón también estaba sumido en la reconquista de sus territorios a los musulmanes, aunque la Corona de Aragón ya había logrado algunas conquistas en el Mar Mediterráneo, por lo que la expansión de ese país pequeño y pobre sólo podría hacerse por mar, a pesar de que los mapas de Ptolomeo, los únicos creíbles en la Edad Media y que estaban totalmente avalados por el Papa, señalaban que el Atlántico era un desierto de agua intransitable y que era imposible navegar por las costas africanas más allá del Ecuador, ya que en esa zona el Sol cae verticalmente y se alcanza una temperatura tan caliente que en ella no pueden sobrevivir plantas ni persona alguna. Además de que África era una tierra de desiertos inmensos, inhabitados, donde la vida se creía imposible.
No
obstante, en aquella época accede al trono de Portugal, Enrique “el navegante”,
hijo del monarca con la mayor fortuna de Portugal, Juan I “el grande”, y
sobrino de un rey inglés. Intervino en
1412 en una expedición militar contra los moros de Ceuta –fue lo más lejos que
navegó en su vida- y era un enamorado
del mar. Conocía las crónicas de Estrabón y Herodoto que decían que en tiempo
de los faraones una expedición marítima de fenicios bajó por el Mar Rojo y al
cabo de dos años cruzó las columnas de Hércules. Estos datos le hicieron dudar de
las hipótesis ptolemaicas y empezó a creer en la posibilidad de llegar a las
especias de Oriente bajando por la costa africana. Se retiró en 1416, durante
10 años, al Cabo Sagres y allí recibió y estudió a toda persona o escrito que
pudiera aportarle algo que potenciara su teoría de circunnavegar África. Tras
recibir mucha información al respecto, comienza a preparar dicho viaje, creando
una escuela naval en aquel promontorio de antiguas leyendas junto con varios
astilleros y arsenales. Hoy queda muy poco de su escuela, sólo unos viejos
muros, tras el ataque y destrucción realizados por el pirata inglés Sir Francis
Drake. D.Enrique fomentó el arte de la construcción naval. Sabía que con los
barcos primitivos, de pequeño tamaño, no
podían llegar muy lejos. Construye naos a partir de las cocas medievales que
tenían un solo palo, colocándoles uno o dos palos más y pudiendo transportar
más de 100Tm, lo que les permite navegar
en el océano con tiempo adverso. Fue en esa escuela donde se formaron los
navegantes lusos, comenzando pronto las expediciones. En la navegación el
timonel iba acompañado de un astrólogo que sabía leer cielos y mapas. Fue tal
el avance luso que el papa Martín V, don Juan II de Castilla y Enrique V de
Inglaterra quisieron comprarle los conocimientos de navegación. Las naos
comenzaron sus viajes lentamente. Al principio se dedicaron al tráfico de
marfil y de esclavos negros para venderlos en Lisboa. En 50 años no llegaron ni
al Ecuador.
Durante
siglos se pensaba que más allá del Cabo Nun (Cabo Chaunar) situado al sur de
Marruecos, comenzaba la oscuridad. D. Enrique, en 1441envió a su escudero Gil
Eannes en una expedición que recorrió las costas del Sahara y llegó a Cabo
Blanco. En 1443 Nuño Tristán descubre la isla de Arguín, al oeste de
Mauritania; en 1445 Juan Fernández llega a Sudán, siendo el primer europeo que
explora África; en 1457 Cadamosto y Molle descubrían Gambia y el año de la
muerte del rey D. Enrique, en 1460, Diego Gómez descubre Cabo Verde. Estos
éxitos no se frenaron con el fallecimiento del monarca, ya en sus corazones había calado
la leyenda:”Navigare necesse est, vivere
non est necesse”.
El
acceso al trono de Juan II potencia la era de los descubrimientos portugueses.
En 1471 se llega al Ecuador y en 1486 se confirma la profecía de D. Enrique
cuando Bartolomeo Díaz alcanza el sur de África. Sin embargo, al girar el Cabo
de Buena Esperanza, un fuerte temporal le obliga a volver perdiendo la oportunidad
de llegar a la India. Lo que sí consigue Vasco de Gama, logrando la admiración
de una Europa cuyos países se desgarraban en guerras. Ya para entonces, la
pequeña Portugal había conquistado una extensión de territorios más grande que
la que tuvo el imperio romano. Un país con no más de un millón y medio de
habitantes dominaba la ruta africana a la India. Vasco de Gama se convirtió en
el mejor navegante luso y participó en varias batallas por los diferentes
países africanos por los que pasó. En esa gran empresa le acompañó un capitán
intrépido: Fernando de Magallanes. Viajó varias veces mandando un barco a la
India, lo que echa por tierra la acusación de que era poco experimentado. Sólo ocurrió
que sus logros fueron absorbidos por el gran Vasco de Gama, héroe indiscutible
para los lusitanos, en la época en la que Portugal era la primera nación de
Europa y estaba protegida por el Papa. Tan seguro estaba Portugal de esa ruta
que los reyes portugueses desoyeron otras posibilidades de llegar a las
especias viajando hacia el oeste, denegando la propuesta de Cristóbal Colón,
otro distinguido navegante por el Mediterráneo, que le llevó a Granada a entrevistarse con la
reina Isabel, comenzando así la aventura y la gesta americana. Por su parte,
muchos navegantes de la escuela de Sagres que no se sentían reconocidos por su
rey marcharon al país vecino, que comenzaba las expediciones por el Atlántico
hacia occidente, buscando mayor consideración. Fue el caso de Fernando de
Magallanes, que el 20 de septiembre de 1519 capitaneó una expedición marítima
financiada por el rey español Carlos I para buscar, junto a Juan Sebastián
Elcano, un paso en el Nuevo Mundo, descubierto por Colón en 1492 (recordemos, tratando de llegar a las Indias "por el otro lado" dado que se desconocía la existencia del continente americano y al ser el mundo redondo, era de esperar alcanzar "las Indias" tanto desde el este como del oeste), para llegar a
las especias de la India y que acabó realizando la primera vuelta al mundo. Las
grandes gestas de los navegantes se iniciaron sin lugar a dudas por lograr las
riquezas de las especias.
Me ha gustado mucho su artículo, Valeria, es sorprendente como desmonta las grandes cualidades humanas y los grandes engaños que presidieron las grandes gestas y recogieron los libros de historia. Mi enhorabuena.
ResponderEliminarGracias por su comentario, Helena. La verdad es que lo que mueve el mundo nada tiene que ver con el ideal, la fraternidad o lo divino. Desgraciadamente en el aspecto global todo lo mueve la diosa riqueza. Un saludo.
EliminarMe ha gustado mucho su trabajo, da una explicación muy creible del motor que mueve al mundo en todas sus facetas e imperios. Me ha agradado que haya reconocido a mi pais como el pionero de las extediciones oceánicas. Trabajo correcto y verídico. Muy interesante. Saludos
ResponderEliminarGracias por su comentario, Sr. Mendes. Me satisface que le haya agradado mi artículo y lo que se señala de Portugal. Al César lo que es del César… Un saludo.
EliminarHe leido con atención su entrada y me parece que no es justo que de mayor relevancia a las expedioiones portuguesas que a las españolas, las nuestras fueron muchísimas más y llegamos más lejos. Recuerde que Magallanes y Elcano dieron la primera y la segunda vuelta al mundo. Sobre su análisis de los motivos que las impulsaron me parecen explicitos y correctos. Nos ha gustado. Saludos.
ResponderEliminarGracias por su comentario, Sra. Gutiérrez, y lamento que se haya llevado esa impresión en lo referente a la mayor o menor relevancia de las expediciones de ambos países peninsulares, porque no era esa mi intención. Como comprobará no hablo para nada de ello, sólo menciono el hecho histórico de que nuestros vecinos portuguesas fueron los que iniciaron las expediciones oceánicas. Por supuesto que fueron muchas más las nuestras así como las distancias recorridas por nuestros galeones. No hace falta señalar que ir al Nuevo Mundo en el siglo XIV era algo normal en nuestros viajes, o mencionar el trayecto, también normal, de los galeones de Manila, después del tornaviaje de Urdaneta, sin contar el trayecto que hizo Alejandro Malaspina, entre tantos, o las dos vueltas al mundo que Vd señala. Sólo que percibo en su descripción un pequeño error, Magallanes-Elcano sólo intervinieron en la primera vuelta: salieron en septiembre de 1519 desde Sanlúcar de Barrameda con 5 barcos y Magallanes murió en abril de 1521 en Filipinas, continuando la expedición Elcano, que llegó en septiembre de 1522 con “La Victoria” cargada de especias a Sanlúcar con 12 hombres; 5 hombres más de esa expedición, que navegaban en la “Trinidad”, llegaron a España en 1525. Y la segunda vuelta la mandaba García Jofre de Loaisa, que salió de La Coruña en julio de 1525 con 7 barcos; cierto que uno de ellos, el “Sancti Spiritus”, iba al mando de Juan Sebastián Elcano como piloto mayor, pero murió antes de llegar a las Molucas el 6 de Agosto, seis días después de Loaisa. Fue un viaje terrible; de los 450 hombres que componían la expedición inicial sólo volvieron a España (por Lisboa) 24, a mediados de 1536, entre los que iba el gran Andrés de Urdaneta, que después diseñara el viaje de Acapulco a Manila y su vuelta a Acapulco. Un saludo.
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