miércoles, 27 de enero de 2021

Menuda racha de desgracias

     Hablaba en mi anterior entrada del terraplanismo que va ganando adeptos por todo el mundo a pasos agigantados. Ahora resulta que la gente comienza a inquietarse por la aparente ola de desgracias que está azotando España. Y digo “aparente” porque el hecho de que una enorme ola de nieve y hielo dejara medio país empantanado, no es nada para escandalizarse y menos en enero, en invierno. De hecho, en mi tierra natal soriana recuerdo que de pequeña era normal que los vecinos comentaran que en partes de la provincia los hielos y nieves cortaran carreteras o impidieran trabajar las tierras o pastar al ganado entre 4 y 6 meses del año. Sin embargo, la contaminación general ha causado tal impacto en el Medio Ambiente que los inviernos se han ido suavizando hasta llegar al punto actual en que el calentamiento global va a acentuar los extremos climáticos de manera que las lluvias serán muy torrenciales, los inviernos muy gélidos y los veranos sumamente calurosos. Es lo que hay.



Mª Rosario Ojeda Martín y Juan José Sanz Donaire publicaron en “un lejano” 2005 los resultados de un estudio climático en España que muestra que con datos en la mano, no se observa un incremento de desastres climáticos especialmente significativos, sino más bien ciclicidades (más datos, aquí).

                Ahora los medios y los ciudadanos hablan de “los grandes terremotos” que están afectando a diversas localidades de Granada, saliendo en programas televisivos numerosos vecinos en pánico diciendo que “nunca habían vivido nada igual”. Vale, vayamos por partes.

Los “grandes terremotos”, desde el punto de vista sismológico (disciplina geológica que estudia los sismos o terremotos) no son tales pues consideremos que se vienen usando dos escalas de medición en las que en una se clasifican en una escala de 1 a 10 (escala de Ritcher) y en la otra, de 1 a 12 (escala de Mercalli). Así pues, sismos de entre 2,4 y 4,3, frente a 10 o 12, ¿de verdad que se calificaría como “grande”?.



Los sismos o sacudidas del terreno suelen medirse tradicionalmente mediante dos escalas.

                 De hecho, como se observa en estas escalas, los daños causados en Granada en estos días durante las sacudidas experimentadas (sismos de entre 2 y 4,3 grados) son sumamente grandes para la magnitud de los sismos ocurridos, lo que hace suponer objetivamente en graves deficiencias arquitectónicas más que en problemas meramente naturales, geológicos. El afán por obtener mayores beneficios usando materiales más baratos y menos resistentes es algo ya sumamente generalizado en el sector. También está extendida la picaresca de realizar “chapuzas” por gentes no cualificadas ni con los necesarios permisos de obras que requieren estudios pertinentes de ingenieros y arquitectos, con el fin precisamente de evitar que cualquier leve incidente produzca consecuencias comparables a un bombardeo.



Como geóloga, encuentro totalmente desproporcionado tanto alarmismo popular.

Otro punto, la escala temporal de la Geología y de todos los procesos que ocurren en la Tierra operan a magnitudes sumamente mayores que la insignificante duración de la vida humana, de forma que una persona no haya visto “nada igual” en su vida no es representativo, y más aún si habla a los 30 años, por ejemplo. Con todo, en cierto programa televisivo uno de los tertulianos, periodista, había hecho sus deberes y se había informado diciendo que en verdad en el mismo lugar donde se produjeron los terremotos esta madrugada –la histórica localidad de Santa Fe, donde finalizó la Reconquista, la dominación Islámica en la Península Ibérica y donde Cristóbal Colón logró su respaldo para zarpar rumbo al Nuevo Mundo-, en el 1979 había registros que mostraban que se había sufrido un sismo de la magnitud de los dados en menos de 24 horas y tuvo más de 200 réplicas. Como era de esperar, el resto de tertulianos se le han echado encima diciendo que de eso hacía mucho, que era un dato anecdótico… Todo lo contrario, muestra un periodo de recurrencia mínimo, geológicamente hablando y es instantáneo desde el punto de vista geológico (manejamos escalas de miles de millones de años, compárese con 30 años…no es nada).

Ahora bien, si la gente se pregunta las causas para estos destrozos y tantos sismos en tan poco espacio de tiempo, sugiero que se mire menos a la naturaleza y más a nosotros mismos como especie, puesto que gran cantidad de los motivos que responden a su pregunta tienen su origen en la actividad humana. De hecho, se me ocurren instantáneamente varios de ellos: el mencionado abaratamiento en la calidad de los materiales a usar; la sobreexplotación de acuíferos; el desmesurado tráfico; técnicas energéticas contraproducentes como el famoso fracking; la construcción en casi todo tipo de lugares, sin atender a mayores alicientes que el afán de urbanizar por un lado y de tener el chalet de turno por el otro (de hecho, España es uno de los pocos países de la Unión Europea donde es legal construir en terreno inundable); etc. Todos estos motivos repercuten de manera sumamente drástica sobre uno de los materiales más comunes en nuestro país, las arcillas expansivas. Es más, si se analiza la constitución geológica de la Península Ibérica, encontramos que los mayores relieves del terreno están formados por diferentes tipos de rocas que son erosionadas a lo largo de millones de años por los agentes climáticos, dando lugar a arcillas y arenas que se van acumulando al pie de estos relieves, en zonas más horizontales que son las cuencas fluviales terciarias y cuaternarias de nuestro país. Precisamente en ellas, por su naturaleza (son fácilmente transformadas en terrenos agrícolas) y estructura (se encuentran más o menos aplanadas y son blandas) se han venido utilizando como soporte de las grandes poblaciones. 

El problema es que en su interior este tipo de arcillas contienen una pequeña característica que a priori las convierte en las peores candidatas para emplearlas como base para todo tipo de construcción y es que reaccionan de manera desproporcionada al agua, aumentando su tamaño (volumen) exageradamente cuando el líquido rellena sus poros y menguando sumamente al carecer de él. Este es el motivo por el que es frecuente encontrar numerosas grietas en carreteras, muros, fachadas y demás construcciones, ya que la continua sucesión de esta especie de latidos desproporcionados (gran abombamiento del terreno frente a enormes depresiones de éste)  del sustrato termina provocando el colapso de edificios, la generación de enormes agujeros en el suelo, o los característicos saltos en la carretera al llegar a puentes –están anclados a sustratos rocosos duros, lo que hace que no ceda el terreno-, o en las zonas parcheadas (al añadir más capas de asfalto y por tanto más peso, se disminuye la porosidad generándose una respuesta desigual del terreno a la presencia o ausencia de agua infiltrada por la escorrentía superficial).


 

                Pero es que además este tipo de cuencas fluviales terciarias y cuaternarias poseen otro enorme problema, al estar frecuentemente ubicadas a los pies de grandes relieves montañosos: su comportamiento ante las ondas sísmicas. Cuando se genera un sismo, las ondas se propagan en todas direcciones pero al toparse con estos materiales duros que rodean a las llanuras margosas (margas, arenas y arcillas suelen ser muy abundantes), estas ondas rebotan, son reflejadas, de manera que de nuevo estas ondas sísmicas vuelven a cruzar toda la cuenca hasta llegar a otro material rocoso limitante, de forma que se produce un efecto similar al de esos cuencos tibetanos que permanecen resonando durante un tiempo.

                Así pues, como verá el lector desde el punto de vista geológico no solo no estamos al borde del fin del mundo sino que –por desgracia para algunos- estamos en un hecho rutinario más de la historia sobre la superficie de nuestro planeta. Fin del alarmismo.

 Dicho esto, ¿qué extraña locura y alarmismo generalizado está azotando a toda la humanidad? Para variar, todo este retraso intelectual que observo en la especie humana lo achaco a la mayor falta de educación –a todos los niveles, cada vez se lee menos y se devora más charlatanería virtual; los programas educativos son progresivamente más descafeinados; los políticos cada vez se apoyan más en el “todo vale” haciendo de la corrupción, la mentira y la manipulación sus herramientas principales que terminan siendo asumidas e imitadas por el pueblo-, la humanidad se está degradando de tal forma que ya nos falta poco para alcanzar niveles de la Edad Media donde se quemaban públicamente a personajes relevantes acusándolos de estar poseídos por demonios (hoy el famoso QAnon va ganando adeptos y moviendo a manifestarse a numerosos lectores y seguidores virtuales que no dudan en compartir sus alocadas ideas, sin evidencia alguna, en la que acusan a políticos y actores internacionales de pertenecer a una oligarquía vampírica y pedófila que explota niños y bebe su sangre, exhibiendo la distintiva Q en sus pancartas así como su apoyo a Donald Trump, al que consideran algo así como el Mesías que viene a salvarlos de esa depravada élite).

 A: un hombre luce una sudadera con una enorme Q mientras se encara a la policía durante el asalto al Capitolio de Estados Unidos. B y D: unos manifestantes en Berlín se toman un descanso mientras planean cómo asaltar el Congreso alemán (afortunadamente fueron dispersados por la policía alemana). C: simpatizantes del movimiento celebran manifestación pacífica. Es frecuente encontrar a estos seguidores en manifestaciones negacionistas a favor del terraplanismo, de la inexistencia del covid-19 (o considerándolo una mera gripe más), del afán de los dirigentes por ponernos vacunas con microchips para tenernos geolocalizados a todos, mediante la red 5G, contra la oligarquía pedófila y anunaki-iluminati que nos gobierna, entre otras paranoias varias.

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