martes, 25 de mayo de 2021

La historia del sueño

        En la actualidad es normal que cuando llega la noche uno se vaya a la cama para gozar de un sueño reparador del cansancio del día. Estamos hartos de escuchar que si deseamos tener buena salud (¡e incluso no engordar durmiendo!) sería importante dormir por la noche 8 horas seguidas, pues cuando se duerme menos o se tienen sueños inquietos, uno se levanta nervioso, alterado, impaciente, malhumorado… Ahora bien ¿qué dirían si supieran que eso de dormir de un tirón y de forma ininterrumpida es una moda de los últimos siglos? pues durante muchísimo tiempo se empleaba la vigilia nocturna como tiempo de una o dos horas en el que los hombres interrumpían el sueño en la madrugada para realizar actuaciones pendientes.

Ya en mis estudios sobre el Temple, en el análisis de las rutinas en las encomiendas templarias, descubrí que debido al horario de rezos impuesto era prácticamente un hecho extraordinario descansar más de cuatro horas seguidas (y eso que ellos no tenían electricidad, así que se acostaban pronto, cuando oscurecía -que en la estación invernal solía ocurrir hacia media tarde o antes, según las latitudes-), ya que al ser monjes-soldados, a sus obligaciones espirituales se les sumaban las necesidades militares tales como las rondas nocturnas o los entrenamientos.

 


Desde que San Benito estableciera las llamadas horas canónigas para efectuar los rezos, se han venido realizando desde el siglo VI. Así, se establecían las “horas mayores” (los Maitines –como su nombre indica, ocurrían justo antes de amanecer o comenzar a aclarar el horizonte-, los Laudes –con los primeros rayos del Sol- y las Vísperas –al ponerse el Sol, pero que con el tiempo se estableció que sería tras el Ángelus o rezo en recuerdo de la Anunciación salvo en la Pascua, que se realizaba tras el Regina Coeli o rezo de la reina de los Cielos, el Ave María actual) e intercaladas a ellas se encontraban las llamadas “horas menores” (la Prima o primera hora tras haber amanecido y que se estableció hacia las 6 am, la Tercia o tercera hora tras haber amanecido, la Sexta o rezo a las seis horas tras haber amanecido y la Nona o rezo a las nueve horas tras haber amanecido, hacia las 3 pm, que solía ser la misa de la Misericordia). Durante las horas mayores había obligación de acudir a la Iglesia, lo que no pasaba con las horas menores, que cada cual podía rezar donde se encontrara, al oír el replique de campanas; algo así como ocurre hoy día entre los musulmanes.

 

 A la izquierda, cuadro “El Ángelus”, de Jean-François Millet. A la derecha, esquema de la disposición del día según los rezos que debía efectuar “todo buen cristiano” basándose en Las Escrituras (Salmos 112, 1-3:De la salida del Sol hasta su ocaso ¡sea bendito el nombre de Jahvé!”; Salmos 118, 164: “siete veces al día te alabo, por tus justos juicios”).

De esta manera se acuñó la expresión “ora et labora”, que en latín significa “reza y trabaja”, lo cual llevaría a considerarse “hombre de bien” a la persona que se mantuviera todo el día haciendo tareas, mientras que el descansar era asumido como sinónimo de personas sin principios, holgazanas y sin grandes perspectivas de futuro, idea que desde pequeños se inculcaban a los niños con fábulas como la cigarra y la hormiga.

            Y así fue hasta hace muy pocos años. En el pasado reciente, hasta la época contemporánea por ejemplo, se aconsejaba que el sueño no se hiciera de un tirón, sino que se intercalaran un par de horas  de vigilia, de manera que a media noche se interrumpiera el sueño para realizar algunas necesidades, funciones o encargos y así, los obreros, campesinos, pastores, agricultores, leñadores y demás oficios varios, se acostaban con el sol y se despertaban a media noche para orinar, fumar, beber, rezar, mantener el fuego del hogar, incluso reunirse con otras personas o visitar algún vecino. Por su parte, la mujer utilizaba ese periodo para atender a los hijos pequeños, incluso para hacer la colada (en ellas es más entendible pues a falta de métodos anticonceptivos, solían pasar buena parte de su vida con niños pequeños que se caracterizan por tener unos  periodos de descanso inconstantes).

Son muchos los textos antiguos que hablan de una primera vigilia en la noche, incluso hasta de dos. Eran varias las funciones que se realizaban en esas vigilias, en las que en muchos casos no se levantaban de la cama, siendo muchas las personas que tras esa primera “cabezada” permanecían sin dormir en el lecho, meditando sobre el contenido de los sueños o hablando con su compañero/a de cama para planificar las tareas de la jornada que estaba por llegar.

La llegada del anglicanismo (recordemos, nacido fruto del desenfreno amatorio del monarca inglés Enrique VIII que quiso divorciarse de su esposa católica Catalina de Aragón –hija de los Reyes Católicos españoles- para casarse con sus nuevas amantes, a lo que se opuso la Iglesia Católica que veía con malos ojos las infidelidades conyugales, así que como el rey siguió adelante con sus intenciones, fue excomulgado por la Iglesia; Enrique VIII fundó entonces su propia iglesia con él como máximo exponente, se divorció y se fue casando con todas sus amantes de las que tras cansarse de ellas las decapitaba para dejar sitio a su “nueva adquisión”; de hecho decapitó a la madre de Isabel I y a su tía, la que la crió y se hizo cargo de ella; esa Isabel I sería la que se encapricharía con el monarca español Felipe II y haría de su despecho su razón de vida, realizando una de las mayores masacres de católicos en Gran Bretaña, por mucho que traten de ocultarlo los historiadores ingleses) y otras religiones protestantes provocó que estas rutinas de obligaciones atendiendo a los rezos siguieran preservándose pero de manera encubierta. Así, varios autores han estudiado estas costumbres y rutinas diarias, analizando los fundamentos de tales actuaciones. Al primer periodo de sueño, anterior al de vigilia, le llamaban “first sleep”; en algunas comunidades les llamaban “first nap”(primera siesta); otro nombre empleado sería “dead slepp” (sueño profundo). Esta costumbre era tan normal en Europa que en los diferentes países se le solía conocer con el nombre de “primer sueño”, denominado en Francia “premier sommeil”, en Italia “primo somno”… Después de ese primer sueño profundo llegaba la primera vigilia (periodo de vela intermedia) que solía durar un par de horas, continuando después el sueño durante el tiempo que quedara de noche.

Está claro que no existía ninguna uniformidad en el horario; la gente que se acostaba muy pronto podía tener hasta dos periodos de vigilia en la noche, sin embargo, cuando por motivos imprescindibles o importantes se acostaban pasada la medianoche, lo más seguro era que durmieran hasta el amanecer de un tirón, pero la mayoría de las personas solía utilizar los dos intervalos de tiempo mencionados, que no tienen porqué transcurrir en el mismo rango horario, ya que había personas que se acostaban muy pronto y otras que lo hacían más tarde, por lo que no coincidían sus periodos de sueño y de vigilia (ya vimos unos párrafos antes que la razón de ello radica en que según amaneciera u oscureciera, la primera hora tras el amanecer también variaba, así como el resto).

Acostumbrar al cuerpo a ese sueño segmentado tenía sus ventajas, porque en algunas funciones orgánicas o en determinados trabajos específicos se conseguía mayor rentabilidad en el/los intervalo/s de vigilia. El médico francés Laurent Jaubert, como portavoz de la opinión de muchos médicos del siglo XVI, aconsejaba en ese primer despertar que las parejas mantuvieran relaciones sexuales, ya que así podrían engendrar con mayor facilidad muchos más hijos y era también la mejor hora al estar el cuerpo más descansado de los trabajos cotidianos de labradores, artesanos, astilleros, trabajadores de industrias y muchos más, ya que cuando se acostaban agotados con el cansancio del día la copulación era menos intensa.

Claro está que no todo lo que se hacía era beneficioso para la sociedad, ya que también ese periodo del día era el más indicado para la delincuencia, como robos en tiendas, haciendas o en el campo, o para pescar o cazar furtivamente, pero es lo común en los humanos, siempre habrá cal y arena, aunque en este caso ganaba la cal.



Durante mucho tiempo, el hecho de dormir mucho y profundamente era considerada una tarea peligrosa donde el alma del ser humano quedaba expuesta a demonios y seres malignos, que podían llegar a perturbar la mente. Sin embargo en la Grecia clásica y en el Imperio Romano los sueños solían analizarse considerándose mensajes de los dioses. En su día existió un sanatorio del sueño romano en una localidad de Córdoba, que ya analizamos AQUÍ

Estas costumbres, que en Europa se mantenían desde finales del siglo XVI hasta finales del XVIII, se han mantenido durante el siglo XX en muchas culturas no occidentales ni cristianas. En un principio se creía que esas costumbres las iniciaron pastores y cazadores, porque dormían al aire libre y con tal rutina conseguían beneficios en su trabajo; la caza de noche permite más recursos y llevar rebaños a esas horas solía ser más cómodo, pero en estudios posteriores se ha visto que nada tiene que ver con el aire libre. En el National Institute of Mental Health de Maryland (EEUU) demostraron que esa tipología de sueño fragmentado tiene mucho que ver con la oscuridad de la noche. El doctor Thomas Wehr, en su libro “A ‘clock for all seasons’ in the human brain” (Elsevier, 1996), reconocido por otros estudios de muchos colegas, ha señalado el resultado de las experiencias realizadas con animales y con personas. Con conejillos de indias se ha comprobado que en ausencia de luz esos animales solían tener hasta dos  periodos de vigilia y a continuación tenían un sueño más tranquilo y relajado. Comprobaron que durante dichos periodos de vigilia relajada tenían su propia endocrinología; por ejemplo, se producía más prolactina, hormona que tiene mucho que ver con la buena incubación de los huevos por las gallinas.

En el humano se ha comprobado que esos intervalos de vigilia mantienen un descanso pacífico y meditativo. Son muchos los investigadores que señalan que las primeras horas de vigilia en la madrugada son el momento de mayor potencia personal, al lograr un espacio temporal en el que no se inmiscuyen las tareas de la vida; que el hecho de razonar los sueños inmediatos anteriores permitía a la gente una comprensión más profunda de sus vivencias, incluso a algunos les mostraba un razonamiento sobre los problemas y recovecos del alma. Durante mi carrera universitaria, muchos asesores solían recomendar en sus charlas a los estudiantes, los días previos a los exámenes acostarse pronto porque así –a la vez de ir descansados- se contribuía a que los nuevos conocimientos adquiridos se asentaran pues “si no lo sabíamos ya, era inútil atosigarnos con multitud de conceptos las horas previas”.

Son muchos los investigadores que afirman que antes de que aparecieran los filósofos románticos del siglo XIX, y antes que Sigmund Freud defendiera sus ideas (personalmente, como Robert De Niro en “una terapia peligrosa”, creo que andaba un poco desequilibrado sexualmente, pero en fin), los europeos apreciaban los sueños por el conocimiento de la personalidad, entendían que era una forma de penetrar en la conciencia de uno mismo y separarse del sufrimiento y de la monotonía cotidianos; que los sueños bien estructurados eran una forma de liberar tensión. Posiblemente ese sistema de sueño interrumpido, aunque relajaba tensiones y potenciaba la comprensión y el razonamiento, pudiera conllevar un cansancio físico que hacía necesario un descanso a medio día. Muchos autores relacionan esas vigilias con la existencia de la siesta.

Sin embargo, con los albores del siglo XIX y la eclosión de la época industrial que trajo una mayor opulencia y mayores posibilidades de ocio en las clases medias y altas, además de una mayor iluminación en las ciudades y en los hogares, fiel al dicho de “La vida está en vela a todas las horas de la noche”, la práctica del sueño fragmentado se fue perdiendo, quedando exclusivamente para comunidades más aisladas. La luz artificial de los hogares produjo un fuerte impacto psicológico, que definió muy bien el biólogo Charles A. Czeisler cuando afirmó que cada vez que encendemos una bombilla (un farol del gas tiene hasta quince veces más capacidad lumínica que una lámpara de aceite o una vela, y una bombilla eléctrica media muestra 100 veces más intensidad lumínica que un farol de gas) estamos tomando una droga que afecta a nuestros sueños, con resultados medibles en la disminución de melatonina, la hormona que se encuentra de forma natural en nuestro cuerpo y que regula el sueño, refuerza el sistema inmunológico y aumenta el estado de ánimo. No en vano, ha sido un tradicional método de tortura el negar a los prisioneros su descanso o sueño, evitando que pueda llegar a dormir e incluso en los proyectos de control mental norteamericanos (los famosos MK-Ultra) se jugaba con el descanso mental y la somnolencia de los pacientes hasta llegar al punto de que no pudieran distinguir entre sueño y realidad.

La melatonina se produce a partir del aminoácido esencial conocido como triptófano –sustancia que ayuda a combatir depresiones y bajadas de moral-, mediante la transformación en la glándula pineal de serotonina en melatonina en el cerebro y la variación de la temperatura corporal.

Con los sueños segmentados habíamos logrado un canal de comunicación de la vida y los sueños conscientes, que actualmente está cortado, al dormir de un tirón. A lo mejor habría que buscar en los sueños segmentados la explicación de los trastornos del sueño continuo que conocemos desde hace dos siglos como resultado de la cultura contemporánea. Es muy chocante, incluso irónico, que la tecnología contemporánea que puede analizar los lugares más ocultos del cerebro, haya sido la causante de atentar y alterar el discernimiento que tenemos de nuestras visiones nocturnas, disminuyendo paulatinamente la comprensión de nuestras actuaciones y emociones más intimas, que nos ayudaba a una mejor reflexión y comprensión del quehacer cotidiano y de nuestra mente, simplemente al transformar la noche en día.



Los yoguis de la India pueden pasar años –e incluso décadas, pues el de la imagen, ya fallecido, decía llevar 80 años sin ingerir un solo alimento)- sin hacer nada más que meditar, evadiéndose del mundo material (y de sus necesidades fisiológicas, según ellos). Frente a ellos, la tendencia actual de vivir “enganchados” de las redes, sin apenas dormir.

De ahí la importancia de la melatonina, que regula el sueño entre otras cosas. Se puede tomar químicamente u obtener de la naturaleza los principios que la producen en el cerebro. Si nos decidimos por lo segundo, no olvidemos la ingesta de cerezas. Este sabroso fruto contiene triptófano y serotonina, que impulsan la actividad y el buen estado de ánimo de día, y melatonina, que ayuda a favorecer el sueño durante la noche.

De acuerdo con los farmacéuticos, las propiedades de la melatonina son las siguientes, entre otras:

- Regula el sueño

-  Es un poderoso antioxidante. Combate la proliferación de radicales libres beneficiando la salud de las células y previniendo las posibilidades de padecer una enfermedad.

- Refuerza el sistema inmunológico

- Previene contra el cáncer. Su efecto antioxidante, antiinflamatorio y modulador hormonal frena los procesos que incrementan los diferentes tipos de cáncer en el organismo.

- Contribuye a la salud del corazón y reduce los riesgos de infarto. Nivela y mejora la circulación de la sangre, la oxigenación, los niveles del colesterol de alta y baja densidad y la glucosa.

- Frena la obesidad. Quema las calorías en vez de almacenarlas y regula la masa corporal gracias a la aparición de las grasas.

- Aumenta el estado de ánimo. Funciona como antidepresivo al descansar bien.

- Es una posibilidad ante el alzheimer por su efecto neuroprotector.

- Protege la piel. Funciona como protector solar evitando quemaduras y enrojecimientos.

- Frena la caída del cabello. Regula las fases del ciclo capilar.

Se recomienda no sobrepasar una dosis en adultos de 10 mg y una dosis mínima de 2 mg, siempre de acuerdo con médicos y farmacéuticos.

Así las cosas, la pregunta es inevitable, ¿es posiblemente por esa interrupción del correcto descanso que la esperanza de vida fuera tan corta en el pasado?, ¿o precisamente porque ahora dormimos más horas y “del tirón”, nuestra vida se está alargando?. Sé que las cosas nunca son tan simples, puesto que a la cuestión del sueño hay que añadir los avances médicos, higiénicos y el hecho de que no ocurran guerras (o al menos entre las naciones del primer mundo), pero como dice el dicho “ment sana in corpore sano”, “la mente sana en un cuerpo sano” hace muchísimo ya que nos pese o no, básicamente el ser humano es un cerebro que anda y cuando no se descansa la mente, el cuerpo tampoco lo hace (y viceversa).

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