jueves, 8 de abril de 2021

La cara desconocida de los antiguos egipcios

            En la entrada anterior desmontábamos uno de los mayores espejismos históricos que ha existido teniendo como protagonista al “insumergible” Titanic, cuya historia de prepotencia, priorización de intereses económico sobre vidas humanas y negligencia en altas dosis se trató de tergiversar edulcorándolo en un bonito cuento de fatalismo del destino al más puro estilo shakespeareano, donde los británicos supieron estar a la altura de la epopeya con un capitán que prefirió hundirse con su barco, unos oficiales que cumplirían la máxima de “las mujeres y los niños primero” y la banda de música tocando para calmar a las asustadas víctimas de su final trágico elegido cruelmente por los dioses inmisericordes. Ni Walt Disney lo hubiera mejorado.

                Ahora, hoy, vamos a desmontar otro error histórico que viene cometiéndose con respecto al Egipto faraónico, último bastión de la fantasiosa historia inventada por los británicos que supieron hacer del país del Nilo su Cancún particular acudiendo como prepotentes colonos a “hacer las Áfricas” vistiéndose de “Doctor Livingstone, supongo” mientras expoliaban sin control cuánto gustaban. Porque recordemos algunos méritos:

1) El enorme agujero de la Gran Pirámide (la de Keops) fue realizada por un coronel inglés deseoso de entrar como su paisano Custer en un poblado indio del Oeste o lo que es lo mismo, cual elefante en cacharrería, sin importante un comino la edad de dicha pirámide sino el saqueo de las posibles riquezas de oro que pudiera contener en su interior (y luego machacan hasta la saciedad que eran los españoles los codiciosos de oro…); el cafre de turno no es otro que SIR William Howard Vyse, militar, etnógrafo, político y egiptólogo (por afición de saqueo, no por otra cosa) entre cuyos méritos además del citado en la pirámide de Keops (donde rivalizaba en el empleo de explosivos para abrirse paso por el monumento, con el genovés Giovanni Battista Caviglia) se encuentra el emplear dinamita para tratar de acceder al centro de la esfinge dejando una gran cavidad aún apreciable, cuando en 1978 Zali Hawass dirigió los trabajos para reparar los daños, encontró porciones del tocado de la Esfinge que se habían precipitado al suelo como consecuencia de las sacudidas de las explosiones. Otro de sus méritos es el de volar una zona de la pirámide y mira tú por dónde, en uno de los bloques que cayeron, con tinta roja muy raramente empleada por los antiguos egipcios y con faltas de ortografía, se descubrió el único texto en jeroglífico que se conoce de las pirámides y que muchos escépticos consideran que fue una burda falsificación del inglés para atribuirse un hallazgo sublime que no es tal;



Sir William Howard Vyse (1784-1853) no tuvo ningún complejo en dejar por escrito toda su brillante historia como egiptólogo, obra que forma parte de los clásicos de literatura británica.

2) Otro inglés también enfermo de las fiebres de oro, Howard Carter, no solo hizo todo lo que estuvo en su mano para pavonearse con los bellos objetos sumamente delicados de la tumba del faraón Tutankamón, sacándolos en pleno desierto, bajo el abrasador sol de Egipto y a medio día tras pasar más de dos mil años ocultos a la luz del astro rey, sino que no tuvo ningún tipo de reparo en, serrucho en mano, cortar la momia del mismísimo “rey niño” Tutankamón, para sacarlo para ser fotografiado con los restos (para más proezas similares, ver aquí);

3) El paso al Más Allá para los egipcios consistía en devolver el aliento a los cuerpos sin vida, una vez fallecidos y por eso era tan vital para ellos conservar los cuerpos de sus seres queridos de la mejor manera posible. Para ello llegaron incluso a realizar quizás el primer intento de la hazaña de Noé, al preservar miles de momias de numerosas especies animales para que el día del renacer se poblara el Más Allá con animales admirados como serpientes, toros, aves, bueyes, cocodrilos, perros, mandriles, gatos, … Este inmenso mausoleo animal que dormía el sueño de los justos a la espera de su renacimiento se encuentra en Mynia, en la gran ciudad que en tiempos de la cinematográfica Cleopatra fue la segunda gran metrópolis de Egipto, con enormes edificios de dos plantas y esta peculiar necrópolis animal en forma de catacumba que alcanza los 15 metros de profundidad y contaba con cientos de momias. Digo “contaba” porque era una auténtica joya del Antiguo Egipto hasta que los británicos llegaron al país del Nilo y a alguno se le ocurrió pensar que al tratarse de cuerpos orgánicos servirían como buen fertilizante; existen documentos (unos pocos preservados) donde se detalla un cargamento de veinte toneladas de momias animales procedentes de estas catacumbas, con destino a Liverpool, donde fueron trituradas para fertilizar los campos de toda Gran Bretaña. Lo mismo hicieron en otras treinta necrópolis de momias de animales repartidas por todo el país del Nilo y a falta de este material, tampoco hicieron feos a momias humanas. Eso es amor por la historia. Produjeron tal destrozo que no se conocía una sola momia animal del lugar hasta que, afortunadamente ya con egiptólogos verdaderamente implicados en la preservación del Patrimonio egipcio, se realizaron estudios en esta necrópolis conociendo la verdadera inmensidad de ésta, que cuenta con unos siete kilómetros de galerías –muchas aún inexploradas- descubriéndose un grupo de momias de gatos, perros y algún baduino (un tipo de mono). Gracias a este descubrimiento se ha podido conocer mucho sobre la técnica de la momificación.



                Como es de esperar, estos tres casos que son solo un ápice de la ingente cantidad de atropellos cometidos por “amantes del Egipto faraónico” de Gran Bretaña en el país del Nilo no han sido obstáculo para que Egipto siga conservando como una de sus preciadas joyas el hotel donde se alojó Agatha Christie, el barco de vapor Sudan en el que viajaron sobresalientes personajes de la aristocracia británica (entre ellos, la citada escritora con su segundo marido) o el hotel de Asuán con la habitación en la que se alojó hasta en tres ocasiones el Primer Ministro británico más famoso, Winston Churchill.

                Pues bien, como digo, los ingleses y otros aristócratas europeos que decidieron seguir su estela de “hacer las Áfricas” comenzaron a crear una visión del Antiguo Egipto que los representaba como seres bonachones, muy listos, afables, que gustaban deleitarse con los placeres estéticos como pasear en grandes barcazas con finas telas por el Nilo, mientras desarrollaban complejos estudios astronómicos estableciendo el calendario tal cual lo conocemos hoy (ver aquí), orientar sus tumbas reales a la constelación de Orión (ver aquí) o incluso desarrollar una compleja creencia mística que se emplearon incluso en nuestras iglesias medievales (ver aquí). Sin embargo, es posible que muchos de esos logros no fueran tales, por ejemplo, el de codificar el número pi en las pirámides pues si empleamos la unidad de medida que ellos usaban no se obtiene ese valor, sino una mera proporción base/altura (ver más detalles aquí).  

                De igual manera, el pueblo egipcio como tal era muy aficionado a las celebraciones religiosas, llenando sus enormes templos –cuya parte más sagrada tenía el acceso restringido a la casta sacerdotal únicamente- de incienso, gran cantidad de loto azul (cuyo aroma es ligeramente alucinógeno), etc. En tales festividades se consumía gran cantidad de alimentos, generosamente acompañados de litros y litros de cerveza y vino (hay pinturas que los representan trabajando los campos de cereales, recogiendo uva, pescando, danzando …). Disfrutones del buen comer, estudios recientes realizados en las momias han revelado que muchos faraones sufrían de enfermedades tales como la gota. Además, considerándose descendientes de los dioses, no dudaban en casarse con familiares directos y además de tener varias esposas por acuerdos políticos con otros pueblos. Entre otras curiosidades reveladas por los grabados, practicaban la circuncisión e incluso se conoce un largo papiro pornográfico al estilo kama Sutra.

                Parece que las tres actividades favoritas de los dirigentes egipcios eran la de construir edificios públicos cada vez mayores, fundamentalmente templos, cazar especialmente grandes felinos y hacer la guerra. Este último aspecto no ha sido muy tratado pero baste una simple observación de los bajorrelieves realizados por los propios egipcios para comprobar el grado de dureza que solían emplear. Así por ejemplo, la tumba KV-9, así llamada por ser la novena tumba en descubrirse del Valle de los Reyes (Kings Valley, en inglés) y correspondiente a la sepultura de Ramsés V y Ramsés VI se encuentra profusamente decorada. En la sala donde se encuentra uno de los féretros monolíticos hace tiempo ya saqueado y destrozado, puede contemplarse una línea inferior que representa a cuerpos de prisioneros arrodillados, maniatados en la espalda y decapitados, tal como puede verse en la imagen siguiente:



E incluso con el faraón portando el cuerpo boca abajo de un prisionero de guerra decapitado:



                Y es que lo cierto es que los egipcios eran aficionados a hacer prisioneros en sus misiones de guerra. Recordemos, sin ir más lejos, el relato bíblico con todos los israelitas empleados como esclavos en el Egipto faraónico de Ramsés II. Si bien hoy se cree que el relato bíblico se inspira en historias babilónicas o incluso egipcias, modificadas, lo cierto es que este citado faraón fue uno de los más destacados y no solo por su longevo mandato (vivió 96 años) sino por su empleo del marketing en los edificios públicos, representándose como un héroe casi mitológico. Su principal templo propagandístico, de Abu Simbel, relata por ejemplo su aplastante victoria sobre los hititas, representándose en talla desproporcionada junto a ellos que aparecen sometidos por el faraón, mientras Ramsés reparte golpes a diestro y siniestro, como si no hubiera un mañana:



                Pero lo cierto es que las fuerzas estuvieron tan igualadas que quince años después los monarcas de ambos bandos se vieron obligados a firmar el primer tratado de paz de la historia, que se conserva, y que tuvo tal relevancia que en la actual sede de las Naciones Unidades se expone una copia de éste, el llamado “Tratado de Qadesh” (por cierto que la batalla de Qadesh se considera que corresponde a la contienda en la que se vieron implicados el mayor número de carros de caballos de todos los tiempos).

                Una propaganda gráfica similar ocurre en lo relativo a la batalla naval que Egipto sostuvo contra los llamados “Pueblos del Mar” e incluso la faraona Hatshepsut decora parte de su famoso templo con los productos que lograba importar gracias a sus acuerdos comerciales, como maderas exóticas, marfil, monos y esclavos.

                Pues bien, otro de los aspectos de esta faceta guerrera egipcia permanece aún escasamente conocido y no es otra cosa que la existencia de fortines egipcios muy similares a los castillos medievales que tanto abundaron por España y Europa durante la Edad Media. Una razón de su desconocimiento es que se han hallado pocos, por el momento. De hecho, la cifra asciende a tres y de ellos, dos se encuentran bajo las aguas de la presa de Asuán, de manera que con esta acción el presidente egipcio Nasser enterró de por vida el posible conocimiento que sus meticulosas excavaciones nos hubieran podido ofrecer. Por su emplazamiento, en la frontera con el país vecino de Sudán, se sospecha que estos fortines protegían las rutas comerciales de productos tan esenciales para Egipto como el oro, el incienso y el ébano, cuando los faraones conquistaron la Nubia Baja (hoy, el noreste de Sudán). Construidos con bloques de adobe, estaban dotados de almenas y de foso.

                Recientemente el equipo de científicos dirigidos por Roberts Mittelstaedt y James Harrell (volcado en el estudio de las canteras del Antiguo Egipto) han localizado por restos de al menos cuatro nuevas fortalezas, una en Dihmit Norte, dentro del Wadi Dihmit (37 km al sur de Asuán); otra en Dihmit Sur; y dos más en Al-Hisnein, en el Wadi Siali (25 km al SW de Asuán). Por su parte, un equipo de la George Reisner’s Harvard University conjunto con el Boston Museum of Fine Arts se encuentran excavando otra de las fortalezas de Asuán que se creían perdidas, la Uronarti, cuando las inundaciones producidas por la presa la cubrió. De esta manera, aunque tímidamente, se van descubriendo nuevos aspectos de la cultura egipcia faraónica de hace 4.000 años.



Dos de las fortalezas estudiadas por el momento. Las siglas FC corresponden a la fortaleza (para más información, ver aquí, en inglés)

                Parece ser que los soldados (o los artesanos que equipaban y daban de comer a las tropas) vivían en el interior de estos recintos fortificados, en cabañas circulares realizadas con piedras del lugar, apiladas. También se han encontrado útiles de cerámica tosca, reutilizada varias veces. De igual manera, en fortalezas más estudiadas se han encontrado restos de grandes recintos que debieron corresponder a ingentes cuadras destinadas a guardar tanto a los animales como a los carros, ya que los egipcios solían hacer la guerra en estos vehículos. El propio Tutankamón parece ser que falleció a consecuencia de complicaciones en las heridas producidas por la caída desde uno de estos carros.



Izquierda, base de las cabañas circulares destinadas a los soldados o a los artesanos, en la fortaleza de Uronarti. Derecha, reconstrucción del aspecto que debió tener de la gran fortaleza de Bouhen, controlando en tramo del Nilo Bajo, según Franck Monnier en su libro “Les forteresses égyptiennes du Prédynastique au Nouvel Empire”, 2010.

                Y es que como dicen los científicos, Egipto –y fundamentalmente su rico patrimonio- nunca dejará de sorprendernos y maravillarnos.



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