Este
viernes (ayer), estuve de visita en la bella localidad de Orce (Granada) para
mostrar a unos amigos el museo paleontológico de los Primeros Europeos (las
trabajadoras que éste y de la Oficina de Turismo son un encanto) y aunque les
gustó, salieron con más dudas que entraron porque tras mostrarle todo lo que
allí había y resumirles la complicada vida de Josep Gisbert luchando contra
académicos nacionales y extranjeros, les hablé del estado de conocimientos
actual sobre la evolución humana, que ya he abordado en varias ocasiones en
esta web.
Sobre
Pep Gisbert, como bien supondrá el lector, los académicos españoles (colegas de
profesión) fueron los que más encarnizadamente trataron de desprestigiarle
públicamente al sostener él que había encontrado un fragmento de pariental
homínido de unos 1,5-1,2 millones de años, frente a todos ellos que le acusaban
de no saber diferenciar un trozo de cráneo humano de una quijada de un asno.
Ocurrió
igual que con el descubridor de las cuevas de Altamira, D. Marcelino Sanz de Sautuola,
que cada reunión científica de su ámbito académico al que acudía para dar a
conocer el increíble yacimiento granadino (o en el caso de aquél, de Cantabria) puesto que verdaderamente es el
primero donde aparecen homínidos fuera de África (en el barranco del león, en
el yacimiento Venta Micena, en 1976), se convertía en un infierno de “todos
contra él” para tratar de ridiculizarlo y hundir su carrera (al interesado en
la cuestión, recomiendo la lectura del interesante libro escrito por el propio
descubridor y titulado “El hombre de Orce.
Los homínidos que llegaron del sur”, de la editorial Almuzara; por cierto
que lo firma como José Gibert, sin la “s” tras la i, como se le conoce).
Regresando al Museo de los Primeros Pobladores de Europa,
en el espacio distribuidor de éste encontramos un mapamundi con los restos
óseos de homininos hallados, y su datación, que me resulta una auténtica joya
(a continuación lo muestro, algo cambiado por mí, para entenderlo mejor):
Como corresponde a los hallazgos de restos óseos, no de
material indirecto, por ese motivo se ha obviado la zona de Torralba y Ambrona
(Soria, España) con restos líticos y de descarnado de presas de 1,5 millones de
años, así como el yacimiento con huellas preservadas de homínidos en una zona
costera inglesa que por su datación, hacia el 800.000 a.n.e. (antes de nuestra
era, del cambio de era) se han atribuido a huellas de Homo antecessor, taxón descrito en Atapuerca (Burgos, España),
entre otros.
Pues bien, hablemos de algunas “cuestiones incómodas”,
sobre la evolución de los homínidos y que a pesar del intento de los académicos
por mostrar el tema totalmente cerrado, controlado y lineal, lo que en realidad
tenemos es un auténtico caos. Me explico.
Así como me maravilla el mapamundi antes mostrado, con
todos los datos objetivos marcados en él, que son las evidencias con las que
realmente contamos (todo lo demás es especulación y tratar de engarzar las
distintas cuentas de collar que es cada evidencia paleontológica), detesto el
diagrama que han colocado a la salida del museo de Orce y aunque con la mejor
de las intenciones –mostrar cada “eslabón” de la aún no bien entendida evolución
humana-, se cae en el terrible error de mostrar la evolución como una sucesión
lineal de especies hasta llegar a nosotros:
A la
izquierda, la supuesta evolución humana, con una sucesión lineal de formas (y
la broma, de mi amiga y yo al final de la cadena evolutiva). A la derecha,
aunque este panel como digo, induce a error, lo cierto es que permite apreciar
un detalle en el que han reparado pocos paleoantropólogos y es el hecho de
observarse un aumento corporal cuando los humanos se dispersaron por Europa,
fuera de la cuna africana.
Muchos programas actuales sobre alienígenas y temas
relacionados tratan de decir (o ya dicen directamente, como si fuera algo
cierto) que en ese momento los extraterrestres tomaron a estos homínidos, los
manipularon genéticamente haciéndolos más listos y mejores y volvieron a
soltarlos “en el campo” y de ahí que de pronto su capacidad craneal aumentara
de golpe y se mantuviera constante desde entonces hasta ahora. Esta fantasía
contiene una media verdad, que es la relativa a la capacidad craneal. Pero solo
eso. La capacidad craneana, y por tanto la supuesta inteligencia, es un valor
que se relaciona con el tamaño corporal. Por ello, ya los homínidos más
pequeños eran igual de inteligentes (en teoría) que nosotros porque sus tamaños
corporales eran también menores. Pero si nos atenemos a esos valores
proporcionales, entonces la fantasía de la manipulación alienígena vuela por
los aires porque en ese caso el Homo
neanderthalensis era más inteligente que nosotros (tenía un cerebro similar
a nosotros pero más envergadura). De hecho, los primeros instrumentos musicales
encontrados (flautas hechas con huesos largos de animales) y las primeras
pinturas rupestres de la Península Ibérica se realizaron en un periodo de tiempo
en el cual el Homo sapiens aún no se
encontraba en el territorio y por tanto debieron realizarse por neandertales,
no por “nosotros” (ver aquí).
Y es que los neandertales, nuestros fascinantes “primos”, no paran de darnos sorpresas: en Portugal se hallaron los restos de una madre con su hijo que aparentemente sufrió alguna deformidad que le llevó a la muerte. … O eso se pensó durante años pues la genética mostró que ese niño era un mestizo entre Homo sapiens y Homo neanderthalensis, la evidencia de que ambas especies tan cercanas genéticamente, se mezclaron. Con estos datos en la mano se recurrió a la genética y al comparar el genoma humano de ambas especies, conformados a partir de diversas muestras procedentes de distintas partes de Europa, se encontró que los genes que poseemos que nos dan el pelirrojo, los ojos verdes e incluso la diabetes son exclusivos de los neandertales, su legado genético en “nosotros” los sapiens puesto que antes no aparecían estos genes en el genoma sapiens. Incluso, ahora que el covid-19 parece haber sido un mal sueño, sopeso si la extraña incidencia del virus de manera desigual en distintas partes del país no pudo responder a esta genética evolutiva (me explico, en zonas como el País Vasco algunas personas muestran en su cráneo protuberancias que recuerdan a rasgos neandertales, por ejemplo un "moño óseo" en la parte posterior; o en zonas montañosas de Soria abundan personas con ojos verdes y pelo pajizo, como en Irlanda, que pudieran responder a una mayor abundancia en su día de neandertales en esos parajes y por tanto su aporte genético fue mayor).
Por otro lado,
como recojo en mi libro “Tartessos,
12.000 años de historia” (marzo de 2014) y su reedición “Tartessos y su prehistoria” (diciembre
de 2018), en un yacimiento estadounidense del Solutrense (Paleolítico Superior)
se hallaron varios restos esqueletales de distintos individuos y cuyos análisis
genéticos evidenciaron estar emparentados… ¡¡con Homo sapiens de la cornisa cantábrica!!; es decir, que después de
todo España descubrió América mucho antes de que supuestamente lo hicieran los
vikingos (es broma, pero a más de uno debe escocerle porque de este estudio
científico nadie ha vuelto a hablar a pesar de ser realizado con rigurosidad).
Siguiendo en América, algo más hacia el sur,
concretamente en tierras actuales peruanas se han ido encontrando distintos
cráneos deformados de la cultura Paracas. Pues bien, entre ellos, algunos
presentan la ausencia de determinadas líneas de suturas craneales o de forma
distinta a las del Homo sapiens. Para salir de dudas, de nuevo se recorrió a
los análisis genéticos… y otra vez se obtuvieron “respuestas” que nos dejaron
absortos a los científicos: el análisis de ADN mitocondrial determinó que la
madre era humana pero al ver el ADN paterno, no pudo establecerse similitud con
especie homínida alguna. ¿Conclusión? De nuevo los fanáticos del tema OVNI
corrieron a considerarlos híbridos humanos-alienígenas, pero yo más bien creo
que debe haber un taxón homínido (si no varios) aún no encontrado, que habitara en América y
que fue el padre de estos “niños de las estrellas” como les llaman.
Uno de los cráneos precolombinos sin la sutura posterior
craneal y esquema de cómo se deformaba la cabeza con cuerdas y madera, en
bebés, en la cultura Paracas (600 a.C. – 100 d.C.).
Desde hace centurias, criptozoólogos y partidarios de los alienígenas han especulado con la posibilidad de que los yetis, pie-grandes y demás parientes descritos en distintas partes del mundo (incluso en el Pirineo aragonés, según un documental de Lorenzo Fernández Bueno) pudieran ser descendientes de un homínido no conocido, de un híbrido manipulado por los aliens, de seres de dimensiones paralelas y demás hipótesis.
Ahora
vayamos a otra parte del mundo no muy lejos de América, la gran China. Allí
durante la Segunda Guerra Mundial se encontraron, de modo casual, unos restos
que el descubridor (un obrero que cavaba para las obras de un futuro puente) corrió
a ocultar en un pozo de su propiedad. Pasaron los años y ya en su lecho de
muerte, dijo a su nieto aficionado a los fósiles, que podían interesarle unos
huesos de oso o así que escondió en dicho pozo. Cuando el nieto dio con los
restos, sacó a la luz un esqueleto parcial de un homínido muy bien conservado
que ha permitido la descripción de un nuevo eslabón de la evolución humana: el Homo longi u “Hombre dragón” (que
significa “longi”), un ser sumamente curpulento, enorme, con una hombrera ósea del
entrecejo sumamente marcada y que rápidamente ciertos investigadores han
corrido a señalar como un “yeti” fosilizado.
Los paleoantropólogos sostienen que posiblemente se trate
si no de un denisovano (un homínido hallado en Denisova, Georgia y que presenta
un aspecto más robusto que el Homo
sapiens y unos molares gigantescos, pero cuyos restos óseos son sumamente
escasos y mal preservados) o un derivado de éste pues lo cierto es que al
desconocerse su cráneo bien pudiera ser el Homo
longi un ejemplar de ellos y por tanto, el primer rostro conocido de esta
especie.
De
nuevo los análisis genéticos de Homo
longi arrojaron sorpresas: aunque sí parece tener cierto parentesco con “nosotros”
los sapiens, buena parte de su genoma es desconocido, lo que abre la puerta a
considerar que en un determinado momento de la evolución no solo cohabitaron
hasta cinco tipos de homínidos distintos, en el planeta, sino que pudieron
existir muchos otros de los que no tenemos ni remota idea de su existencia.
Por
otro lado, hay “sorpresas” como la ofrecida por el Homo floresiensis, una especie de homínido que, como en el ejemplo
de los ponies, se vieron afectado por un tipo de conducta evolutiva que hace
que las especies se adapten al medio en el que viven, de manera que si se trata
de una isla pequeña, terminan adaptándose a ese micromundo y su tamaño se
reduce. Ocurrió, como digo, con los
ponies en las islas escocesas y con el Homo
floresiensis en la asiática isla de Flores, de forma que terminaron por
existir seres humanos a pequeña escala, de un metro con veinte centímetros de
altura máxima.
Por
tanto, la evolución humana, lejos de ver una sucesión lineal de formas en el
tiempo (ejemplo del diagrama A y C), nos está resultando ser algo más caótico
(B, explicado en mi entrada sobre la cuestión, aquí), de modo que me la imagino como una serie de “nube de posibilidades” que
ocurren con cada especie y que se favorece en una dirección u otras (representado por la flecha roja) según sus
particulares circunstancias del medio, climáticas y del entorno, sucediéndose
de un modo caótico y que desembocarán en líneas genéticas que se continuarán en
el tiempo, si las descendencias se van viendo favorecidas, o terminarán por
desaparecer, al desembocar en “caminos sin salida”, extintas (esquema D).
Como
siempre digo, la Geología (y en este caso concreto, la paleontología y
evolución humana) es realmente fascinante.
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