Aunque parece ser que los distintos clanes celtíberos nunca llegaron a tener la idea de una nación en el sentido en que hoy día se considera a un país, durante el s. III-II a.C., sí llegó a existir una extensa área que abarcaba prácticamente todo el interior peninsular, ocupado por distintas tribus celtíberas y cuya capital era Numancia (actualmente Garray, cerca de Soria).
Estos grupos o clanes mantenían relaciones de hospitalidad entre ellos, asegurándose una correspondencia en ayuda armamentística, alimenticia o incluso de asilo, si así fuera requerido. Estas relaciones quedaban expresadas por escrito en placas de bronce, en ocasiones con forma de animales y en otros casos, con forma de un apretón de manos, en las que se leía el nombre de ambas tribus que firmaban el acuerdo o “devotio”, palabra que aparecía igualmente.
Se sabe que estos pueblos eran hospitalarios con los forasteros y se regían por unos códigos de honor que en ocasiones llegaron a sacar los colores al mismísimo Imperio Romano.
Un hecho así sucedió, por ejemplo, durante el sitio de Numancia por parte de las tropas romanas, a raíz precisamente de haber acogido la capital celtibera a una tribu caída en desgracia con Roma, los lusitanos acaudillados por Viriato. Esta acogida supondrá la caída de la propia capital celtibera, como es bien sabido.
Pues bien, durante el sitio de Numancia, fueron numerosos los generales derrotados y los acuerdos a los que llegaron para salvar su honor y vidas, los que se incumplieron en su mayoría. Uno de ellos fue efectuado por Cayo Hostilio Mancino, tras ser derrotado junto con sus 40.000 hombres por cerca de 4.000 numantinos, ante los que se rindieron y acordaron una paz. No obstante, el Senado romano rechazó tal acuerdo y los romanos abandonaron al cónsul Cayo Hostilio Mancino, totalmente desnudo y encadenado, delante de las puertas de la ciudad confiando en que le darían muerte al constatar que Roma no cumplía lo pactado. Sin embargo, Numancia permaneció indiferente ignorando durante un largo día “el regalo”, para depositarlo al anochecer a las puertas del campamento romano.
Regresando al ejército celtíbero, por escritos latinos de la época sabemos que fue muy temido por Roma, tanto la infantería como la caballería, a la que contrató en ocasiones para sus propias batallas, como recogen los bronces conservados en los Museos Palatinos de la capital italiana.
La indumentaria se basaba principalmente en el cuero, que daba calor, protegía y resultaba ligero. Sobre él podían añadir piezas de metal para sus escudos, pechos o cascos. Ciertos cronistas destacaron la predilección de los celtiberos por el color negro, así como el uso de pantalones que terminaron copiando los romanos durante sus campañas invernales en Hispania. Diodoro Sículo escribió: “Muéstranse
en la guerra no sólo buenos jinetes, sino también infantes excelentes
por su empuje y su resistencia. Llevan capas negras y ásperas, de una
lana parecida a la de las cabras salvajes. Algunos de los celtiberos se
arman con escudos galos, otros, en cambio, llevan grandes escudos
redondos del tamaño del aspis griego. En sus piernas y
espinillas trenzan bandas de pelo, y cubren sus cabezas con cascos de
bronce adornados con crestas de color escarlata. Usan también espadas de
dos filos, forjadas con excelente hierro, y puñales de un palmo de
longitud, de los cuales se sirven en los combates cuerpo a cuerpo. (…) Y
como combaten a pie y a caballo, cuando han vencido luchando a caballo
se apean y, adoptando la formación de la infantería, dan combates
singulares.”
La táctica guerrera de estos pueblos consistía en una primera batida realizada a gran velocidad, sobre los caballos. No hay que tener mucha imaginación para estimar los grandes daños que estos guerreros de indumentaria ligera podían ocasionar cuando se abalanzaban con gran rapidez y con sus cortas espadas de doble filo en ristre, sobre la tropa romana -que generalmente iba a pie- de pesado armamento y que solía cargar con bastantes kilos de avituallamiento a sus espaldas. Una auténtica escabechina, sin apenas tiempo a responder o armarse, por parte de los latinos. Por si esto no bastase, los cronistas cuentan que los jinetes eran igual de efectivos sobre sus monturas que en tierra, así que no dudaban en descabalgar si veían que la arremetida no había sido suficiente.
Las espadas celtiberas fueron tan admiradas como el propio guerrero ya que solían estar fabricadas de un hierro de gran pureza pues “Emplean una técnica peculiar en la fabricación de sus armas: entierran piezas de hierro y las dejan oxidar durante algún tiempo, aprovechando sólo el núcleo, de forma que obtienen, mediante una nueva forja, espadas magníficas y otras armas; un arma así fabricada corta cualquier cosa que encuentre en su camino, por lo que no hay escudo, casco o cuerpo que resista sus golpes”, tal como escribió Diodoro Sículo.
El poeta latino Silio Itálico escribió en su obra "Púnicas" que para los guerreros celtiberos, tanto de infantería (scutati) como jinetes (los equites), “Honor es para
ellos caer en la pelea, pero creen execrable incinerar el cadáver. Creen
que el cuerpo irá al cielo con los dioses si es pasto de los buitres.”
Por tanto, como en otros pueblos, los celtiberos consideraban un honor morir en la batalla. Cuando esto ocurría, sus cuerpos eran dejados a los buitres, considerados animales sagrados encargados de llevar el alma de los guerreros al cielo (como en Egipto). En la imagen se muestra una pintura hallada en una cerámica, de un buitre junto al cuerpo de un guerrero caído en batalla.
Por tanto, como en otros pueblos, los celtiberos consideraban un honor morir en la batalla. Cuando esto ocurría, sus cuerpos eran dejados a los buitres, considerados animales sagrados encargados de llevar el alma de los guerreros al cielo (como en Egipto). En la imagen se muestra una pintura hallada en una cerámica, de un buitre junto al cuerpo de un guerrero caído en batalla.
Los huesos restantes eran incinerados, como los cuerpos de los muertos por enfermedad. Sus armas acompañaban al difunto, ardiendo en la pira junto a él o siendo arrojadas a los ríos, una vez inutilizadas (dobladas). Las cenizas se depositaban en un recipiente de cerámica y junto con su ajuar y otros recipientes de barro con alimento, se depositaban en las ordenadas necrópolis que poco tenían que envidiar a las que poseemos actualmente, como se muestra aquí.
Un tema interesante. Me ha despejado algunas dudas que tenía sobre el valor y la utilidad del armamento de los celtiberos, ya que no entendía porque las armas del ejercito romanos las copiaron de esa tribu. Ahora entiendo el porqué. Interesante exposición.
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