jueves, 12 de febrero de 2015

Pompeya ya no es lo que era


         Comentábamos en una entrada anterior (aquí) ciertos aspectos de la película “Pompeya” (2004) que considero que han sido ignorados o mal tratados en el film. Seguiré con mi crítica.
            La película “Pompeya” me parece una versión “a la romana” de Titanic: apuesto gladiador inglés se enamora de aristócrata con carácter y de buen ver (¡y australiana!) comprometida con tirano aristócrata que la quiere como una posesión más y en la tragedia de la erupción del volcán, que en un día hará desaparecer las ciudades de Pompeya y Herculano, trata de salvar a su amor.
          Mi primera pega, con todos los respetos, es, ¿por qué una película centrada en Pompeya, en pleno corazón del imperio romano tiene que comenzar y tener por protagonista a un personaje de las islas Británicas?. No tengo nada contra los británicos pero considero que existe algo de ese complejo de Edipo en las producciones norteamericanas cuado al tratar temas de Roma  todo lo hacen girar alrededor de Reino Unido, aunque suponga desvirtuar la realidad. Remito a los lectores a esta otra entrada en la que tocaba ya ese asunto.
            Así que en el triángulo amoroso eje de la película tenemos a Kit Harington haciendo del gladiador Milo, a la australiana Emily Browning en el papel de joven aristócrata Cassia y al norteamericano, con cara de agente de FBI corrupto, Kiefer Sutherland haciendo de senador encaprichado con la joven Cassia, Quinto Atio Corvo, que además había comandado la misión en la que legionarios de Roma masacraron al pueblo de Milo, convirtiendo a los supervivientes en esclavos. A pesar de la admiración expresada por el director de la película hacia las interpretaciones de los tres actores, a mi me parecen pobres, “planas” y poco creíbles, propias de serie B.

             En la imagen vemos dos escenas de la película. En una (izquierda) se puede apreciar cómo el mar baña la ciudad. En la otra (derecha) la joven Cassia estaría más escandalizada por estar pisando esa calle de tan bajo nivel social, que por la erupción en sí.

            El director, Paul W.S. Anderson, admite haber invertido más de cinco años documentándose en la ciudad romana y de hecho los adoquines de las calles se realizaron a mano imitando a los originales, se tomaron distintas imágenes de las ruinas que se usaron como fondo en ciertas escenas, el vestuario se basó en los mosaicos encontrados e incluso se realizaron panes idénticos a los hallados petrificados en las ruinas… y sin embargo comete el error de cambiar de ubicación el anfiteatro de la ciudad o mostrar los edificios recién construidos e inmaculados, cuando se sabe que había grafittis, papeles con anuncios en los muros y algunas edificaciones se encontraban en dudoso estado de habitabilidad, consecuencia de unos seismos anteriores, sufridos el 62 d.C. De hecho se sabe que varias termas estaban cerradas a consecuencia de los daños estructurales y del desvío de aguas sufrido por acequias y tuberías (de cerámica y metal), resultado del fuerte terremoto de dicho año.
Hacia el final de la película se sitúa la línea de costa junto a Pompeya, algo que no es cierto ya que las evidencias arqueológicas han mostrado que el mar no bañaba la ciudad (aunque tampoco se encontraba a los dos km que actualmente separan las ruinas del agua) y había algunas pocas casas (tal vez de pescadores o comerciantes) en la llanura que separaba el mar de la ciudad.
A pesar de estas ganas de acercarse de la manera más fiel posible a la Pompeya de 79 a.C., acaba siendo escasamente realista al hacer que sus personajes se comporten como hoy día. No sólo utilizan expresiones usuales ahora, sino que se manejan con terrible actualidad. Dos ejemplos: la joven Cassia regresa de estudiar en Roma, la capital del imperio con pretensiones de comerse el mundo (como si una estudiante de pueblo de nuestros días marcha a la capital de su país); el segundo ejemplo es que los dos jóvenes de distinto estrato social luchan por su amor tratando de superar lo imposible, cuando la realidad muestra que en Roma las jerarquías eran algo grabado a fuego y si una aristócrata se prendaba de un gladiador, simplemente se limitaba a ir a su celda a disponer sexualmente de él por unos pocos sestercios cada vez que le viniera en gana, mientras continuaba con su vida en la que el esclavo no tenía cabida.

             En la imagen, observamos un anacronismo (uso de objetos que aparecerán siglos después) de la película ya que, a falta de armas que dar a los gladiadores, recurren a algunas aparecidas siglos más tarde, en la Edad Media. A su lado, una escena que refleja bastante fielmente el momento en que la columna de piroclastos de más de 30 km de altura colapsa y cae ladera abajo arrasando la ciudad en forma de nube ardiente. Como se puede apreciar, caen pocos piroclastos (también llamadas bombas volcánicas) en la ciudad antes de la nube ardiente.

            De la misma forma, para justificar los torneos de gladiadores, el director hace coincidir la erupción con la festividad Vulcanalia (en honor a Vulcano, dios del fuego ya tratado aquí) el 24 de agosto de 79 d.C. Sin embargo las conclusiones de numerosos arqueólogos apuntan a una erupción ocurrida en septiembre más bien (dataciones numismáticas, temporalidad de frutas y verduras halladas en las ruinas, etc). Y hablando de los torneos filmados de los gladiadores, nada tienen que ver con la realidad contada por diversas fuentes ya que el placer de dicho espectáculo residía en la pelea en sí (como en las películas de Silvester Stallone, Jet Li o Jason Stathan, por mencionar algunos) y en la astucia para ver cómo en base a las reglas existentes se lograba vencer al adversario (como en los combates Sumo o de boxeo actual), llegándose a causar la muerte a un 20 % del total de gladiadores que se cree que existió. Por eso muchos gladiadores eran admirados por el pueblo como actores y cantantes actualmente, usados como juguetes sexuales por la aristocracia e incluso podían llegar a obtener su libertad. Nada que ver con lo que se muestra en la película.
            ¿Más fallos?, los hay, a cientos. Uno, tal vez del doblaje, es cuando en cierto diálogo se habla de dinares (moneda árabe muy posterior al imperio romano) en lugar de denarios romanos. O ver a Cassia con una esclava ¡a pie!, cuando siempre se desplazaban en literas portadas por esclavos, como bien se observa en una escena de la película Gladiador cuando la protagonista le da una propina a un ciudadano plebeyo (antiguo esclavo de Maximo). Aquí, Cassia camina por las calles de Pompeya pisando la zona central donde habitualmente discurrían las aguas sucias de todo tipo y los excrementos de los animales de tiro que por allí se desplazaban. Por no olvidar que el amor de la joven surge cuando ve al gladiador matar con sus manos a un caballo con una pata rota…y encima se atreve a dejarle que mire, palpe y se acerque al corcel favorito de la joven (personalmente, pediría una orden de alejamiento). Igualmente, hacia el final, el compañero negro del gladiador (¿trata de rememorar Gladiador?) es herido por la espada del malo-malisimo y lejos de morirse (lo que se espera que haga todo mortal al que le clavan medio metro de espada), rompe la vaina con sus manos y mata al malo con el trozo roto. Eso ni en “los Mercenarios 3”, ¡que aprenda “el estalone” lo que es ser duro y machote!.
            Resumiendo, si se desea ver una buena recreación de una explosión pliniana recomendaría ver “Un pueblo llamado Dante Speak” a pesar de las inconsistencias que se cometen. Si se quiere ver “una de romanos”, aconsejo ver “Gladiador” ya que, aún con todos los fallos realizados, como me dijo una vez un amigo, “cada vez que veo la película y bajo a sacar al perro me dan ganas de coger algo de tierra en las manos y liarme a repartir sopapos”.


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