Estamos en plena carrera
armamentística en un espacio entre las dos grandes Guerras Mundiales. Los
países se afanan por poseer armas cada vez más aventajadas y destructivas que
pudieran servir para hacer pensar dos veces a potenciales rivales la
conveniencia de seguir con sus ideas.
En
medio de todo este ambiente creativo hay un ingeniero español que desarrolla
una idea revolucionaria pero tecnológicamente posible de llevar a cabo.
Durante
la Primera Guerra
Mundial (28 de julio de 1914-11 de noviembre de 1918) los bombarderos y cazas, cada vez más perfeccionados, habían sido armas claves para vencer batallas. Con todo, cuando hoy día nos acercamos a una
de esas naves conservadas en museos aeroespaciales como los de Washington, no
podemos dejar de admirar a los jóvenes pilotos, que con una veintena de años
vividos y toda una vida por delante, se subían a esas estructuras construidas
con materiales tan endebles como la madera o finas láminas de metal fácilmente
perforables por las balas.
Aunque
de cara a la Segunda
Guerra Mundial (1939-1945) los cazas y aeroplanos en general se iban
haciendo cada vez más seguros, había algo que no podía modificarse y era la
necesidad de pistas de aterrizaje y despegue. Eso, imprescindible, era el talón
de Aquiles que no se lograba suprimir.
…¿O
sí?. Con esa idea en mente, el ingeniero español murciano Juan de la Cierva y Codorníu comenzó a
centrar sus modelos y experimentos. Sin duda, pensaba, debía existir una manera
de alzar y cesar el vuelo de manera vertical, necesitando muy poco espacio
físico de suelo. No había más que ver a las libélulas, colibríes, abejas y
otros animales voladores.
En
1912, con tan sólo 16 años, encontramos a De la Cierva experimentando el
primer avión biplano, BCD-1 “el Cangrejo”,
construido por la sociedad B.C.D., siglas de los apellidos de los socios José
Barcala (compañero de estudios de De la Cierva), Pablo Díaz (hijo de carpintero y con
nociones en esta materia) y Juan De la Cierva.
Fiel al dicho:
“el que la sigue la consigue”, su
perseverancia dio frutos que se materializaron el 31 de marzo de 1923 en
Getafe, Madrid. Aquel día imposible de olvidar para De la Cierva, el comandante de la Fuerza Aérea Española Lorga a
bordo de un avión experimental cuyas hélices por primera vez llevaban un
mecanismo de autogiro, realizó con éxito un vuelo desde Getafe hasta el
aeródromo madrileño de Cuatro Vientos. Por primera vez en la historia de la
aviación, el autogiro se materializaba. Tan sólo 20 años después de que los
hermanos estadounidenses Wright inventaran con éxito una máquina para volar, el
primer avión operativo, De la
Cierva construía su primer vehículo volador con autogiro,
esto es, con las hélices añadidas a un rotor central y no en los motores del
fuselaje (ya fuera en el morro o bajo cada ala). En 1920 vio la luz su primer
prototipo al que llamó “Cierva C1” usando como “vehículo” un monoplano francés
de 1911, modelo “Deperdussin”. Tras varios prototipos corrigiendo fallos
observados en experimentos realizados en el túnel de viento de Cuatro Vientos
construido por Emilio Herrera, y entonces el más avanzado de toda Europa, de la Cierva llegó al modelo
“Cierva C4”, probado con éxito por el teniente Alejandro Gómez (en la imagen
junto a la libélula y el colibrí). Tras un nuevo perfeccionamiento, unos meses
más tarde el “Cierva C5” logró volar con éxito aquel último día de marzo de
1923. Todo había sido pagado por de la Cierva y sus socios.
El experimento
fue un rotundo éxito cuya onda expansiva se transmitió con velocidad por toda
Europa, de manera que al poco tiempo Inglaterra recibía con los brazos abiertos
al joven ingeniero español que en su cabeza llevaba tal vez el arma definitiva.
En la imagen, el ingeniero
murciano junto al “Cierva 3”
(izda), los tres socios dueños de la Sociedad
B.C.D, junto a “El Cangrejo” (centro) y De la Cierva posando con el Cangrejo BCD-1.
Con mucho
presupuesto, ayudantes sobradamente preparados y materiales de todo tipo a su
disposición, Juan de la Cierva
comenzó a construir y perfeccionar sus prototipos, continuando su labor. El
“Cierva 6”
o “C6” fue el primero de la serie en exhibirse en Gran Bretaña (en la imagen),
si bien en su presupuesto también colaboraba el Gobierno franquista de España.
Entre sus ilustres colaboradores se encontraba Heinrich Focke, quién con el
aporte de las ideas de De la
Cierva construyó en Alemania el “Focke C19” (nombre completo
“Focke-Wulf Cierva 19 Mk IV Don Quijote”) al que llamó cariñosamente, en honor
al ingeniero español, “Don Quijote”
pues sería capaz de derribar gigantes si se lo proponía.
De esta manera y gracias a las ideas de Juan de la Cierva, tanto en Alemania como en Inglaterra comenzó una carrera no reconocida para obtener el primer helicóptero operativo de la historia. Este fue, finalmente, el “F1 185” y el “Fw 61”. Este último, pilotado por el aviador nazi Hanna Reitsch, le permitió en varias ocasiones batir marcas de vuelo mundiales. Una versión más perfeccionada de estos prototipos, el “F1 225” sería usado en la liberación del dictador Mussolini durante su cautiverio en el Gran Sasso, entre afilados farallones montañosos con escasa superficie para el aterrizaje.
De esta manera y gracias a las ideas de Juan de la Cierva, tanto en Alemania como en Inglaterra comenzó una carrera no reconocida para obtener el primer helicóptero operativo de la historia. Este fue, finalmente, el “F1 185” y el “Fw 61”. Este último, pilotado por el aviador nazi Hanna Reitsch, le permitió en varias ocasiones batir marcas de vuelo mundiales. Una versión más perfeccionada de estos prototipos, el “F1 225” sería usado en la liberación del dictador Mussolini durante su cautiverio en el Gran Sasso, entre afilados farallones montañosos con escasa superficie para el aterrizaje.
A partir de
entonces fueron numerosos los aviones que se construyeron con la tecnología del
español, siempre con su permiso y participación. Mientras en Inglaterra se
desarrollaron, entre otros, el “aeroplano Windmill” (también usado
posteriormente por la fuerza aérea de Canadá), en Norteamérica se desarrollaron
los “Pitcairn-Cierva”.
Desafortunadamente
este ingeniero que tanto supuso para el avance de la aviación, encontró la
muerte en un accidente de avión, al estrellarse el avión de pasajeros en el que
viajaba, durante las maniobras de despegue el 9 de diciembre de 1936, en el
aeropuerto de Croydon (U.K.) dirección a Ámsterdam. No hubo supervivientes.
Juan de la Cierva
tenía entonces 41 años.
En la imagen,
A: dibujo del “Cierva 6”; B: imagen del “Focke C19” despegando; C: los
famosos y míticos aviadores norteamericanos James G. Ray y Amelia Earthart
posando con un modelo “Pitcairn-Cierva PCA-2”; D: de las últimas fotografías que se
hicieron a Amelia Earthart, posando junto a otro modelo basado en los aviones
de De la Cierva,
sus favoritos. E: modelo británico, el aeroplano Windmill, con tecnología de
Juan de la Cierva.
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