sábado, 1 de agosto de 2015

Romance de la Doncella Guerrera


Ya hablamos en otra ocasión del curioso nombre de la localidad soriana de Barahona, tierra mágica donde las haya (ver aquí). El hecho es que la gran hazaña de esta soriana caló tanto en la sociedad medieval cristiana (o más bien, no musulmana, a tenor de las tradiciones paganas de fuerte arraigo popular que aún persistían en esa zona de paso) que los juglares compusieron bellas canciones difundiendo aún más este hecho al cantar en plazas y castillos por toda la cristiandad.
            Aunque hemos de lamentar la pérdida de muchas de estas composiciones que acabaron siendo transmitidas de manera oral, en muchos pueblos de España aún hay personas, las más mayores, que recuerdan parte de estos romances y la música que ayudaba a recordarlos. Muchos fueron los historiadores que atraídos por este aspecto cultural se apresuraron a tomar buena nota de cuantos pudieron.
Entre ellos se encontraba Ramón Menéndez Pidal, cuya labor ha sido de gran importancia en este sentido al ayudar en la pervivencia de estos relatos. De él tomo este romance, por él rescatado de la memoria oral popular:

- Pregonadas son las guerras/ de Francia con Aragón,/
¡Cómo haré yo, triste, / viejo y cano, pecador!
¡No reventarás, condesa,/ por medio del corazón,
Que me diste siete hijas,/ y entre ellas ningún varón!

Como observamos, estamos en una etapa contemporánea a la muerte de Roldán (778), con las tropas Carolingias que acudieron a apoyar a los aragoneses frente a los musulmanes, acorraladas por los Vascones en su regreso a tierras francesas. Por tanto, habría que ubicar el origen de este romance al menos en el siglo XI, contemporáneo si no anterior al Cantar de Roldán, lo que lo convierte en uno de los relatos más antiguos de la Península Ibérica. El buen varón maño que inicia el relato, de noble corazón y amante esposo como vemos, aún no se ha percatado que son sus genes los que eligen el sexo del bebé y no los de su querida esposa a la que tan buen futuro le desea.

        Allí habló la chiquita/ en razones la mayor:
  - No maldigáis a mi madre, / que a la guerra me iré yo;
      Me daréis las vuestras armas,/ vuestro caballo trotón.
 - Conoceránte en los pechos/ que asoman bajo el jubón.
 - Yo los apretaré, padre,/ al par de mi corazón.
 - Tienes las manos muy blancas, / hija, no son de varón.
 - Yo les quitaré los guantes/ para que las queme el sol.
 - Conoceránte en los ojos, / que otros más lindos no son.
 - Yo los revolveré, padre,/ como si fuera un traidor.
      Al despedirse de todos/ se le olvida lo mejor:
- ¿Cómo me he de llamar, padre?
- Don Martín el de Aragón.
- ¿Y para entrar en las cortes, /padre, ¿cómo diré yo?.
- Bésoos la mano, buen rey,/las cortes las guarde Dios.



     Dos años anduvo en guerra/ y nadie la conoció.
     Si no fue el hijo del rey/ que en sus ojos se prendó.
- Herido vengo, mi madre,/ de amores me muero yo;
  Los ojos de don Martín/ son de mujer, de hombre no.
- Convídalo tú, mi hijo,/ a las tiendas a feriar;
   Si don Martín es mujer,/ las galas ha de mirar.
  Don Martín, como discreto,/ a mirar las armas va.
- ¡Qué rico puñal es este,/ para con los moros pelear!.
- Herido vengo, mi madre,/ amores me han de matar;
   Los ojos de don Martín/ roban el alma al mirar.
- Llevaráslo tú, hijo mio, / a la huerta a solazar;
  Si don Martín es mujer,/ a los almendros irá.
 Don Martín deja las flores;/ una vara va a cortar:
- ¡Oh, qué varita de fresno/ para el caballo arrear!.
- Hijo, arrójale al regazo/ tus anillos al jugar;
   si don martín es varón,/ las rodillas juntará
  pero si las separare, / por mujer se mostrará.
  Don Martín, muy avisado,/ hubiéralas de juntar.


- Herido vengo, mi madre,/ amores me han de matar;
   Los ojos de don Martín/ nunca los puedo olvidar.
- Convídalo tú, mi hijo,/ en los baños a nadar.
 Todos se están desnudando,/ don Martín muy triste está.
- Cartas me fueron venidas,/ cartas de grande pesar,
 Que se halla en conde, mi padre,/ enfermo para finar.
 Licencia le pido al rey/ para irle a visitar.
- Don Martín esa licencia/ no te la quiero estorbar.
 Ensilla el caballo blanco,/ de un salto en él va a montar;
 Por unas vegas arriba/ corre como un gavilán;
- ¡Adiós, adiós, el buen rey/ y tu palacio real,
 Que dos años te sirvió/ una doncella leal!.
 Óyela el hijo del rey/ tras ella corre a cabalgar.
- ¡Corre, corre, hijo del rey/ que no me habrás e alcanzar
 Hasta en casa de mi padre,/ si quieres irme a buscar!.
 Campanitas de mi iglesia,/ ya os oigo replicar;
 Puentecito, puentecito/ del río de mi lugar,
 Una vez te pasé virgen,/ virgen te vuelvo a pasar.
 Abra las puertas, mi padre,/ ábralas de par en par.
 Madre, sáqueme la rueca,/ que traigo ganas de hilar,
 Que las armas y el caballo/ bien los supe manejar.

Tras ella el hijo del rey/ a la puerta fue a llamar.

            Como observamos, el juglar que compuso este relato hace a la doncella guerrera propia de Aragón, si bien la que dio nombre a la población soriana fronteriza con Aragón peleaba precisamente contra el monarca baturro.
            Además, existe otra versión que ubica esta historia ya no en la meseta norteña sino en Andalucía, en Sevilla por más señas.


            Como se aprecia, en esta composición está ausente toda referencia histórica que pueda servir como marco para ubicar temporalmente los hechos y por tanto, creo que derivó del anterior, ya muy conocido y difundido, modificándose posiblemente hacia el siglo XIII o XIV.
            De todas formas, que las mujeres de la Península Ibérica han sido de armas tomar no hay ninguna duda pues como ya también comentaba en otra entrada, son numerosos los historiadores del siglo I d.C. que se sorprendían de la fuerza de carácter de la mujer peninsular. También contábamos muy por encima la intensa vida de la monja alférez, mujer que realmente luchó como soldado español en tierras americanas (ver aquí) hasta que fue descubierta.


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