miércoles, 5 de agosto de 2015

El dueño de la Luna y Robert Ballard


            Hoy vamos a hablar de dos cosas curiosas y la manía que tiene el ser humano de acaparar posesiones en un absurdo fin de trascender a nuestra vida o tal vez ser más que el de al lado, vaya usted a saber. Para lograr esta acaparamiento, son muchos los que se dedican a ir por ahí apropiándose de objetos ajenos, ya sea mediante expolio del patrimonio que tanto daño hace al conocimiento del pasado de ese país, o bien adquiriendo objetos ajenos, bien mediante el pago de cierta cantidad al actual dueño o bien haciendo valer sus derechos sobre tal objeto “encontrado”. Y es precisamente en este último caso en el que nos vamos a centrar.
             Para legalizar los derechos de propiedad de los dueños, sobre las posesiones que consideran suyas se han creado leyes específicas nacionales (de cada país) e internacionales para territorios comunes, como puedan ser las aguas oceánicas internaciones fuera de los límites de los distintos países que circundan o del aire que todos compartimos, por mencionar sólo dos casos.


            Pues bien, en aguas internacionales hay una ley que permite al descubridor de cualquier barco abandonado, naufragado o hundido, quedar como propietario de la embarcación. Estamos en el 1 de septiembre de 1985, Atlántico Norte. Una misión militar norteamericana ha pedido la ayuda de dos experimentados oceanógrafos, Jean-Louis Michel y Robert Ballard para ayudarles a localizar dos submarinos extraviados y hundidos, armados con cabezas nucleares. El equipo científico pone en funcionamiento un conjunto de complejas y costosas máquinas que tras varios barridos del lecho oceánico detectan una gran masa metálica descansando en el fondo: el primer submarino, sin duda, si bien las grandes dimensiones no parecen corresponder.
            Deciden botar un minisubmarino, el Argo, para bajar a fotografiar los restos y cuál es la sorpresa de los oceanógrafos al observar las imágenes transmitidas por la cámara que lleva el sumergible: ante ellos y por primera vez desde el 15 de abril de 1912, los ojos humanos contemplan el casco del fascinante Titanic.


            Todavía conmocionados por el increíble hallazgo, la misión continúa su labor dejando todo lo relativo a los restos del Titanic en el más absoluto silencio. Sólo una vez concluida la misión, Robert Ballard, Jean-Louis Michel y el equipo correspondiente de científicos y técnicos regresó el 12 de julio de 1986 junto al Titanic para tomar más imágenes, todo tipo de datos y divulgar al mundo su genial hallazgo; en consecuencia, se desató la titanicmanía. Las imágenes dieron la vuelta al mundo pero sus dos descubridores, considerando que el Titanic supuso un enorme ataúd metálico para los más de 1.512 fallecidos, se limitaron a renunciar a todos sus derechos sobre la embarcación y su contenido en señal de respeto, depositando una placa en el barco, a modo de epitafio. Grave error, pues los escrúpulos y respeto que ellos tuvieron, brillaron por su ausencia en otras personas de diversas nacionalidades que rápidamente se lanzaron sobre el naufragio con codiciosos fines.


            Debido al tremendo expolio al que está siendo sometido el famoso barco, que incluso se habla de la posibilidad de que alguna compañía oferte carísimos viajes en submarino para observar los restos del trasatlántico, son muchas las voces que están reclamando que la zona sea protegida, Patrimonio de la Humanidad. Con todo, existen unos microorganismos que amenazan con destruir los restos del famoso barco, que puede acabar colapsando y despareciendo mucho antes de lo que se estima (como ya vimos aquí)
            Más extravagante aún es la historia de Jenaro Gajardo Vera. Fue un abogado chileno que logró hacerse con tanto  prestigio en su país que comenzó a codearse con lo más granado de la sociedad. En ese loco afán por pertenecer a la élite, puso sus ojos en un distinguido club de personajes influyentes, llamado “Talca”. Como es de imaginar, los miembros de esta sociedad gozaban de destacadas propiedades, de manera que decidieron usar estas posesiones como limitación para pertenecer o no a tal club. Y aunque Jenaro Gajardo Vera poseía bastante dinero y posesiones, no era suficiente para garantizarle un sillón dentro de “Talca”.




            Ciertamente las inquietudes de este abogado eran numerosas ya que además de la abogacía fue pintor y poeta, amén de director de una publicación, la revista “Grupos” y de ser el fundador de una curiosa sociedad a la que llamó “Sociedad Telescópica Interplanetaria”. ¿Su fin?, simple, nada más (y nada menos) que prepararse para dar la bienvenida a los extraterrestres que llegaran a nuestro planeta, actuando como embajadores de la Tierra. Ahí es nada.
            No se sabe si fue a raíz de este inusitado interés por el Universo y sus habitantes, nuestros vecinos, o bien si aquello surgió tras esta alocada idea; el hecho es que el 25 de septiembre de 1954 y hasta su muerte el 3 de mayo de1998, Jenaro se declaró legítimo propietario ¡¡de la Luna!!. Ese día y ante el notario César Jiménez Fajardo (según unas fuentes; César Jiménez Fuenzalida, otras), hizo valer su derecho a reclamar unas tierras sin dueño “desde antes de 1857”.tras haber puesto tres anuncios en la prensa de su país por si alguien que fuera el dueño de nuestro satélite reclamaba su propiedad, algo que lógicamente no sucedió.
Tras reclamar la propiedad, acudió al Registro de Propiedades de Chile, “Conservador de Bienes Raíces de Talca” para legalizar su posesión pagando 42.000 pesos por todos los trámites burocráticos.


En la imagen se muestra el contrato de posesión de la Luna, con el nombre de su propietario, Jenaro Gajardo Vera, resaltado.

Lo más pasmoso de esta loca historia es que en 1969 el Presidente norteamericano Richard Nixon hizo llegar un documento oficial al abogado chileno ¡¡pidiendo su autorización para que los tres astronautas del Apolo XI pudieran pisar la Luna!!. Gracias a dios, Jenaro accedió -también por escrito- a que la misión de la NASA prosiguiera su misión. Me pregunto qué hubiera pasado si el chileno se hubiera negado.
Viendo próxima su muerte, Jenaro Gajardo Vera realizó su testamento con el notario de Santiago de Chile, Ramón Galecio, y legó su posesión más preciada, la Luna, al pueblo chileno. “Dejo a mi pueblo la Luna, llena de amor por sus penas.” , fueron concretamente sus palabras.
            Sorprende que Nixon, entre los cientos de tareas que tuviera en mente en la fecha del alunizaje, se acordara de escribir al “propietario de la Luna”, más aún cuando en 1967 las Naciones firmaron un Tratado del Espacio Exterior en el que se prohibía entre oras cosas hacer valer los derechos de propiedad sobre territorios allende las fronteras de nuestro planeta. De esta manera, era de suponer que la propiedad del abogado chileno quedaba anulada. Pero con todo, el presidente de Estados Unidos quiso contar con el permiso del Jenaro antes de ordenar a tres astronautas y militares poner un pie en “propiedad ajena”.


 Distintas bromas que proliferan por Internet sobre esta cuestión

            ¿Pensaba el lector que aquí concluiría esta loca historia? Pues no. A pesar del Tratado del Espacio Exterior, en 1980 el norteamericano Dennis Hope repite las acciones de Jenaro y en un registro de la propiedad de San Francisco se proclama legal poseedor de la Luna (a pesar de que Jenaro Gajardo Vera seguía vivo), así como de casi todos los planetas de nuestro sistema solar, ya que el Tratado prohíbe a los países declararse propietarios, no a particulares. A diferencia del chileno, ve en esta propiedad un filón de negocio creando una “inmobiliaria” que por un módico precio (nada módico) vende a los interesados acaudalados, propiedades en la Luna, Mercurio y Marte. En la imagen se muestran alguna de éstas y algunos propietarios posando felices con sus documentos de propiedad expedidos por la empresa norteamericana (con capital chino), “Embajada Lunar” o “Lunar Embassy”. Más de 2.500.000 personas ya poseen alguna parcela en nuestro satélite.


             Acudiendo al olor del dinero fácil, el alemán Martín Juergens emprendió acciones legales contra Hope ya que según dice la Luna le pertenece por herencia ya que fue el rey alemán Federico el Grande quién en el siglo XVIII y en agradecimiento de los servicios recibidos otorgó a un familiar y ancestro de Juergens la propiedad de la Luna. El problema es que los documentos oficiales no figuran en ningún archivo.
            Así las cosas, no sorprende que el 2010 se hiciera en una notaria y registro de propiedad, los correspondientes trámites legales para la propiedad del Sol. ¿El afortunado dueño?: la española (gallega, para más señas) Ángeles Durán, con el fin de cobrar una tasa por el uso de la energía solar, si bien la jugada le salió mal, ya que desde 2001 el Sol pertenecía al abogado estadounidense Virgiliu Pop. Y parece que puede ser legal ya que, como ella misma aclaró, el Tratado del Espacio Exterior no habla de particulares y Dennis Hope “se olvidó” del astro rey, la estrella Sol. Así que viendo lo visto, ¿por qué no hacernos dueños de una galaxia, un cometa o de un agujero negro, por ejemplo?.
Llegado el caso, me pido un agujero de gusano, si se demuestra su existencia predicha por Einstein (llamado por eso “Puente Einstein-Rosen”), como atajo para viajar por el replegado espacio.



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