Esta pregunta, que parece estar respondida interesada
y erróneamente por la mayor parte de historiadores de expediciones marinas,
sobre todo por los anglófilos, que otorgan la gloria del descubrimiento al
capitán de la Marina Mercante británica William Smith, empieza a tener una
respuesta verdadera en fechas recientes.
Tras el hundimiento del imperio español después de más de
tres siglos de dominio, surgieron otros países colonizadores, a su
sombra, que ambicionaban y perseguían sus riquezas. El más persistente y
favorecido fue Inglaterra, potenciando su papel predominante mundial tras los
resultados de la primera y de la segunda Guerras Mundiales. Tras la IIGM, todo el
soporte audiovisual propagandístico de Gran Bretaña y de sus “primos”
estadounidenses, logró que descubrimientos
y gestas de españoles y portugueses fueran “trasladadas” a los ingleses y
aliados. Tal fue el caso de la ayuda a la independencia de EEUU que,
desagradecidamente, otorga el mérito a Francia cuando fue realmente España el
país que tuvo un papel decisorio, como dejamos ya claro en anteriores intervenciones,
hasta en tres ocasiones (aquí,
aquí y aquí).
Con esa parafernalia y falsa grandilocuencia, típicamente
británicas, que transformaban en brillantes victorias lo que fueron desastrosas
derrotas, como la ocurrida en Cartagena de Indias gracias al inigualable D.
Blas de Lezo (ver aquí y aquí),
además de transformar en pioneras y admirables gestas de excelsos navegantes
locales lo que eran simples y vergonzosas huidas de esos… no tan excelsos marinos
(ver aquí un ejemplo de D. Martín de Padilla, apenas recordado en nuestro país
y compárese con la gloria de la que goza Richard Drake cuando una mera comparación de sus
historiales militares deja al segundo en no tan “excelso” lugar).
“Pasaje o Mar de Drake”. Y yo me pregunto, ¿por qué, en mérito a qué, si ni tan siquiera pasó por allí?.
Los ingleses supieron subir al Olimpo de los dioses a
“ilustres” almirantes por sus triunfos frente a los españoles, como es el caso de los
piratas Drake y Hawkins, cuando en realidad nunca ganaron una batalla a los
marinos españoles. Ya en la época de Felipe II, en la Inglaterra de Isabel I se festejaba
al pirata Drake, a quien se le adjudicaba el mérito de ser el primer navegante en
circunnavegar el mundo. Ante las fuertes evidencias de que 50 años antes lo
había hecho la expedición española enviada por Carlos I, dirigida por
Magallanes y Elcano, pusieron como segundo en ese ranking a Sir Francis Drake,
olvidándose de los restos de la expedición española de Jofre de Loaysa que,
enviada por Carlos I para situar el antimeridiano que marcaba la frontera de
España, capitaneada por Hernando de Torres circunnavegó el mundo 40 años antes
que el pirata inglés. Incluso no señalan que Drake dio obligatoriamente la
vuelta al mundo porque no le quedaba más remedio ya que, tras saquear algunos puertos españoles del Pacífico, salió
en su persecución Pedro Sarmiento, lo que hizo que el pirata inglés huyera
bordeando el Cabo de Buena Esperanza africano, dando así “su vuelta al mundo”
(ver aquí más detalles sobre el “Spanish
Lake”). Llegó tan lejos la obsesión de los
ingleses, que no dudaron en otorgarle a ese pirata el mérito de ser el primer
navegante en navegar por el Cabo de Hornos, dándo su nombre al mar que hay
frente a la isla de Hornos, cuando ni siquiera se acercó a esas latitudes, en
contraste con uno de los capitanes españoles de la expedición de Loaysa, el
navegante Francisco de Hoces que, al mando del barco “San Lesmes”, llegó a esas
latitudes en 1526, continuando después hasta Nueva Zelanda y Australia, 53 años
antes que la fecha que le adjudican a Drake cuando hipotéticamente realizó ese
paso.
Son muchísimos los casos de gestas españolas robadas
o silenciadas por los ingleses y aliados, a veces con la estupidez
e incompetencia de los propios españoles. Se habla de los descubrimientos de Darwin
en las islas Galápagos y no se tiene en cuenta que 50 años antes la expedición
española de Bustamante y Malaspina obtuvo resultados más completos
y brillantes (ver aquí más detalles sobre “La
expedición Malaspina”,
por citar únicamente un ejemplo al que podíamos añadir “el olvido” de otros
científicos españoles como Juan Huarte,
Nicolás Monardes,
Juan de la Cierva o el mismísimo Isaac Peral o incluso cuando menos, la inspiración
de obras literarias británicas como el famoso cuento de Peter Pan, casi
idéntico a un personaje de Benito Pérez Galdós, como mostré aquí).
Ha sido chocante cuando la semana
pasada el locutor del programa de Tele5 “Pasapalabra” daba por cierto en una de sus cuestiones que
Australia la había descubierto el holandés Willem Janszoo, en 1606, cuando ya
es reconocido por los mismos historiadores australianos que ese descubrimiento
fue realizado por un español, el navegante Pedro Fernández de Quirós. De hecho,
el nombre de Australia se puso en honor de los Austrias,
que gobernaban entonces en España (Felipe II, Felipe III y Felipe IV), como
detallo aquí, al hablar de su verdadero descubridor, Pedro Fernández de Quirós. Lo mismo
cabe decir de los primeros asentamientos en suelo norteamericano, todos ellos
españoles, reconocidos antes por los propios estadounidenses que por los historiadores nacionales, como muestro aquí.
El justo reconocimiento del descubrimiento de
Australia por parte de D. Pedro de Quirós, en estos últimos años.
Hoy vamos a analizar el descubrimiento de la
Antártida, en el polo sur, suceso que tuvo mucho que ver con el drama del
navío español “San Telmo”. Esta es su triste historia.
El navío “San
Telmo”, construido en 1788 en El Ferrol, fue el segundo buque de la serie
iniciada en 1785 con el San Ildefonso, “San Francisco de Paula”, “Montañés”, “Europa” y “Monarca”, diseñada
por el ingeniero naval Romero Landa, continuando la tradición de Jorge Juan que
mejoraba los modelos de barcos que realizaba el francés Gautier para la Real
Armada Española, consiguiendo mayor rapidez y manejabilidad. Era el resultado
de la excelente política constructora del Secretario de Marina Antonio Valdés
para Carlos III, logrando que fueran los
mejores diseños navales de finales del XVIII. Cuando Godoy, primer ministro de
Carlos IV, cesó a Valdés, inició el ocaso definitivo de la armada española, que
dominaba el mar y cuyo efecto negativo marcaría la historia del país durante
más de un siglo. En esta terrible decadencia, Trafalgar y la política de Godoy aceleraron
la agonía, de la que no se libró el “San
Telmo”. Sobrevivió a la batalla de Trafalgar, pero tuvo que ser reparado en
Cartagena, en donde estuvo bloqueado hasta el levantamiento español contra la
invasión napoleónica, desempeñando después servicios de vigilancia en el Mediterráneo
contra los franceses en coordinación con la escuadra inglesa.
Representación del San Telmo, por Alejo
Berlinguero (Museo Naval de Madrid) y sello en honor de la expedición.
Tras la desastrosa política afrancesada de Godoy, que
facilitó la entrada de Napoleón y nos metió en la batalla de Trafalgar bajo el
mando del inepto vicealmirante francés Pierre Villeneuve en su buque insignia “Bucentaure” (en el óleo más
famoso de la batalla, pintado por Auguste Mayer en 1836, se ve cómo el
Bucentaure fue cañoneado por el buque inglés HMSS Sandwich, cuando este barco se
había retirado del servicio 7 años antes), contando nuestra
flota con marinos tan experimentados como el Teniente General del mar Federico
Gravina, la situación de la armada fue menguando, quedando en un estado
lastimoso, de lo que se beneficiaron los movimientos independentistas de las
colonias americanas españolas.
En 1819, las posesiones españolas en el continente americano
estaban amenazadas por la decadencia de la flota militar española, así como por
el desorden y la insatisfacción por el Gobierno que existía en la capital de la nación. Las insistentes peticiones de los gobernadores de las provincias americanas,
obligaron a Fernando VII a organizar urgentemente una expedición para enviar refuerzos.
Así, una escuadra salió rápidamente de Cádiz para reforzar a la que un año antes
había salido al mando del capitán de navío Monvelle, que se mostró impotente
ante la ayuda que los independentistas recibieron en Perú de la flota inglesa
que capitaneaba Thomas Cochrane. La nueva flota la componían 1400 hombres y
cuatro buques: dos navíos en línea, una fragata de guerra y un mercante. Se
buscaron para ello los barcos que estaban en mejores condiciones: el navío “San Telmo”, con dos puentes y 74 cañones, que no se encontraba en perfecto estado; el navío “Alejandro I”, también, de 74 cañones, único barco que no se desguazó
de los 5 que se habían sido comprados a Rusia (cuatro de ellos en lamentable
estado); la fragata “Prueba”, de 34 cañones, construida en El Ferrol en 1804, y la fragata
mercante “Primorosa Mariana”, para el transporte de tropas. En
resumen, toda una expedición en tan lamentable estado que ningún oficial se
ofreció voluntariamente a capitanearla, por lo que se tuvo que nombrar de
manera forzosa al brigadier don Rosendo Porlier y Astequieta, que a sus 49 años
ya estaba curtido en importantes batallas, como la defensa naval de Cádiz o la
de Trafalgar, en ambos casos contra Nelson. El 19 de marzo de 1819, izó su insignia en el
navío San Telmo. Fue tan grande el
pesimismo de Porlier sobre la suerte de su navío, que al despedirse en Cádiz de
su íntimo amigo Francisco Espelius, Capitán de Fragata, le dijo: "Adiós Francisquito, probablemente
hasta la eternidad...".
El 11 de mayo de 1819, salieron de Cádiz tres de los cuatro barcos. El navío Alejandro I demoró un día la partida por
una avería de última hora en el cabestrante mayor, teniendo que volver al cruzar
el Ecuador por la excesiva cantidad de agua que el buque hacía por el fondo
del casco, por lo que Porlier le ordenó regresar a Cádiz para su reparación.
Los restantes tres barcos, tras recalar en Río de
Janeiro y Montevideo, llegaron en septiembre al duro cabo de Hornos. Para
cruzarlo, los tres navíos consiguieron mantenerse juntos, pero pronto la suerte
comienza a serles desfavorable. Los fuertes vientos del poniente y las
sucesivas y cada vez más terribles tempestades que se dan en la zona
conocida como "de los variables del Sur" hacen que se dispersen
las tres naves. Allí, el San Telmo es
arrastrado hacia el sur por mar abierto perdiéndose de la vista de las fragatas
el día 2 de Septiembre. Tiene averías en el timón, la verga mayor y el tajamar
de proa. El “Primorosa Mariana” anota en el cuaderno de bitácora su posición: 62º de latitud
austral y 70º de latitud oeste, meridiano de Cádiz; este cuaderno está custodiado en el archivo Bazán,
en el Viso del Marqués. Sólo las dos fragatas
consiguen por separado llegar a su destino, muy deterioradas y con las
tripulaciones agotadas y desnutridas. El 6 de mayo de 1822 se estima
oficialmente como desaparecido el “San
Temo”, con 644 hombres curtidos y experimentados, entre los que estaban el
capitán del navío Joaquín Toledo y el jefe de la unidad naval, brigadier
Rosendo Porlier.
Placas en el Panteón de Marinos Ilustres de
San Fernando (Cádiz).
Fueron muchos los que pensaron que el viejo navío,
con tan experimentados navegantes, había llegado al mundo helado antártico, que el
español Gabriel de Castilla, en marzo de 1603, había avistado y situado correctamente
al llegar a los 64º de latitud y encontrar mucha nieve, al desviarse su barco
por las tormentas, pudiendo regresar para contarlo. Por eso, a varios marinos
españoles les extrañó saber que algunos oficiales navales como el capitán
Robert Fildes (de la expedición británica de 1820, mandada por William Smith, la
cuarta, pues antes había realizado otras expediciones fallidas y que navegó con
su bergantín “Williams” cerca de la
punta de la península Antártica) hubieron tomado posesión de aquellas islas
para Inglaterra, con el nombre de Nueva Bretaña del Sur (Headland 1989). Lo más
asombroso es que el propio Robert Fildes describiera, un mes después de la pérdida del
“San Telmo”, haber encontrado en la Isla del Rey Jorge
(islas Sethland) los restos de un barco que él atribuyó al San Telmo. Por su parte, el informe que William Smith, algo
desanimado, entrega a su vuelta a Valparaíso, en donde reconoce el hallazgo de
una expedición anterior española, es obligado a retirar por el jefe del
apostadero británico, recomendándole además guardar silencio al respecto.
A esa misma conclusión llegó el otro famoso navegante
antártico británico, James Weddell, que
recorrió esas aguas tras la muerte de Smith, entre 1821 y 1822, y que señaló
en su diario de a bordo que había encontrado “varias
piezas de un naufragio fueron halladas en las islas del Oeste, en apariencia
pertenecientes a un buque de 76 cañones, probablemente los restos de un buque
de guerra español perdido cuando hacía el pasaje hacia Lima”; incluso aventuró la posibilidad de que los
náufragos, desprovistos totalmente de medios de adaptación y supervivencia en
aquellas condiciones climatológicamente tan duras, sobrevivieran algún tiempo
alimentándose de focas, de las que se encontraron abundantes huesos. En la
actualidad hay una Placa Conmemoratoria en Playa Media Luna, Cabo Shirreff,
Isla Livingston, Islas Shetland del Sur, cerca de la base de investigación
española, que recuerda a los marineros, soldados y oficiales del navío San
Telmo, naufragado en septiembre de 1819, afirmando con ello que fueron los
primeros hombres que llegaron a la Antártida.
Sellos ingleses conmemorativos de la “Antártida
Británica” en honor a James Weddell, ignorando los testimonios de evidencias
españolas en la zona, anteriores a ellos.
En el bando anglófilo se ha intentado anular esta
gloria, señalando que si esos marinos españoles fueron los primeros en alcanzar
las heladas tierras de la Antártida se debió a que fueron arrastrados por el
infortunio. Nuevamente Gran Bretaña muestra su doble rasero al medir, ya que
ellos mismos se arrogaron la gloria del descubrimiento de la Isla de Pitcairn,
en el Pacífico Sur, cuando sus descubridores fueron los fugitivos amotinados del
barco de vela de la armada británica “HMAV
Bounty”, que llegaron allí huyendo de la justicia británica. Es curioso
que no se apliquen los mismos argumentos que con el “San Telmo”.
Interesante trabajo, Valeria. Es una satisfación disponer de investigadores libres, como usted, que hagah justicias rescatando del olvido a grandes hombres y a sus gestas, que fueron fieles a sus principios a pesar de que los gobernantes no se lo merecían. Buen trabajo
ResponderEliminarMe ha gustado su artículo, facilita muchos datos y abre muchos campos a otras intervenciones españolas. Me ha agradado que haya hablado de D. Federico Gravina, aunque entiendo que no haya profundizado en su hazaña. Permítame que yo lo haga. Ese Ilustre General del Mar salvó a parte de la flota española en Trafalgar, entre ellos el San Telmo, tras la vergonzosa huída de cinco buques franceses, cazados por los ingleses a la altura de Lisboa. Fue lastimosa su muerte posterior por la edad y por las heridas en la batalla. Siempre hemos tenido la mala fortuna de que hombres que en momentos deseperados pudieran cambiar la historia, fallecieran. Mi más sincera enhorabuena.
ResponderEliminarMuy curioso lo que señala sobre Trafalgar y el óleo más famoso de la batalla, el que pintó Auguste Mayer en 1836 sobre el cañoneo al buque insignia francés Bucentaure. Resume con ello toda la política informativa y divulgativa anglófila. ¡ Vaya peste !
ResponderEliminarMuy interesante trabajo, Valeria. He gozado con su artículo y con sus críticas justas a un sistema contrario a los logros de nuestro pais. Mis felicitaciones.
ResponderEliminarInteresante trabajo, nos ha gustado que traiga el enigma del San Telmo a debate. Quizás le haya faltado profundizar en los estudios de arqueología marina que la Universidad de Madrid ha aplicado en aquellos lares para identificar los restos del bergantín. No obstante, aceptamos que haya sido un buen trabajo en línea con lo que nos tiene acostumbrado. Un trabajo aceptable.
ResponderEliminarMe ha agradado su trabajo sobre los hombres de la mar. Me gusta que destaque las hazañas de los marinos españoles que circunnavegaron el mundo como los marinos portugueses. Fueron los auténticos autores del Fado, pese les pese a otros. Ellos iniciaron el conocimiento del planeta. Ha sido un buen homenaje.
ResponderEliminarGracias por su comentario, Sr. Mendes, comparto la opinión que expone. Un saludo.
EliminarMe ha gustado su artículo, Valeria. Desconocia la historia del San Telmo. Me ha parecido muy triste y lamentable los hechos que la rodean y los responsables. Creo que voy a preguntarle algo tonto, pero lo haré. ¿tiene que ver algo ese barco con los fuegos de san telmo?
ResponderEliminarLe agradezco su consulta, Helena. Entiendo que el hecho de que el barco se llamara San Telmo no tiene relación con los “fuegos de San Telmo” más que el compartir el nombre del santo protector de las travesías por mar. Es como aquellas autoescuelas que se llaman San Cristóbal. Los fuegos de San Telmo son fenómenos luminosos que tienen lugar en los elementos metálicos más elevados de los barcos, generalmente cuando la atmósfera está muy cargada de iones especialmente en días de tormenta o muy ventosos. Aunque está relacionado con la energía electrostática de la embarcación y del aire que le rodea, los marineros que desconocían la razón física de este fenómeno y únicamente veían “rayos” luminosos en sus mástiles se encomendaban a su patrón, San Telmo (o San Elmo), para alejar los malos espíritus y como no solía ir más allá ese fenómeno, para estos supersticiosos hombres de la mar parecía que el santo había intercedido por ellos. Estos fenómenos son muy anteriores a la fecha de fabricación del barco del que hemos hablado en esta entrada, pero de todas formas no se imagina la de gente que me ha hecho su misma pregunta. Con todo, me consta que este blog es leído por numerosos marinos con sobrada y reconocida experiencia en la mar, tanto en el ámbito militar como mercante. Les invito a participar. Estaría encantada de escuchar sus comentarios al respecto sobre si alguna vez han observado este tipo de fenómeno; creo que cuando menos debe dar cierto respecto ver ese resplandor azulado. Un saludo.
EliminarLes agradezco sus opiniones y aportaciones a mi artículo sobre el “San Telmo”, Sr De la Seca y Sr. Rodríguez. Le agradezco que entienda Sr. Uribe que no me extienda sobre Trafalgar, ya que no era ese el tema a tratar; no obstante, tomo nota gustosamente de lo que señala, si bien debo modificarle el lugar en el que los ingleses cazaron a los barcos franceses que huyeron de la batalla, ya que entiendo que fue La Coruña el lugar del encuentro. Al Sr. Hernando le comunico que comparto su opinión sobre la política divulgativa anglófila que no duda en colgarse medallas ajenas, frente a la nuestra que no sólo nos quitamos esas medallas sino que si podemos, las enterramos bien hondo y hacemos zancadillas por doquier. Gracias a todos por sus comentarios.
ResponderEliminarAl Sr. De la Concha le agradezco su comentario, si bien debería entender que no me haya extendido en el estudio arqueológico marino que está realizando la Universidad de Zaragoza (no la de Madrid) en colaboración con el Instituto Marino Chileno, sobre todo porque no han llegado aún a resultados definitivos, debido a que en la zona en que se encontraron los restos del “San Telmo” se han ido amontonando varias decenas de restos de naufragios del Cabo de Hornos, que la corriente ha arrastrado a esos lugares; por ello me he limitado a mostrar en mi artículo el anuncio de ese Proyecto al que deseo prontos y fructíferos resultados.
ResponderEliminarBuen artículo. Ha dado una visión distinta al otro, posiblemente más atractiva y con más complementos. Nos ha gustado.
ResponderEliminarUn buen artículo, Valeria. No conocía la escapada de Drake, conocía que había dado la vuelta al planeta pero no me cuadraba el motivo, ya que nunca creí que ese marino tuviera ningún objetivo que no fuera la rapiña. Ahora he aclarado una de mis dudas.
ResponderEliminarUn buen análisis de la desgracia del San Telmo y de los motivos de la decadencia naval española. Apoyamos la crítica que hace de la mentalidad acomplejada de este país que fácilmente olvida la grandeza que hijos ilustres le dieron en el pasado, como bien dice en la respuesta al Sr. Hernando. Muy buen trabajo
ResponderEliminarNos ha gustado su trabajo, aunque ha creado debate al señalar que el San Telmo fue el primer bergantin español en llegar a los hielos antárticos, creiamos que ese honor lo tenía D. Gabriel de Castilla que, en 1603 como dice, estuvo por esas latitudes. ¿No llegó a desembarcar?
ResponderEliminarGracias por sus comentarios. Sr. Benitez, como acertadamente se plantea, es bien cierto que D. Gabriel de Castilla llegó incluso a la latitud del San Telmo sin embargo nunca llegaron a pisar tierra. Se ve que decidieron regresar por lo inhóspito del lugar ya que sí habló de vientos y oleaje muy fuertes. Un saludo.
ResponderEliminarLo he observado entre el Mar de la Plata y Magallanes. No es un fuego realmente hablando, más bien es una especie de descarga fluorescente. Se suele producir en medio de una fuerte tormenta, cuando su campo eléctrico ioniza el aire formándose iones que se desplazan conjuntamente emitiendo un color blanco azulado. Fue Franklin quien científicamente lo explicó antes de 1750 y la verdad que, aún conociendo su naturaleza, sobrecoge a los que lo observan, sobre todo en medio de un mar agitado con fuerte tormenta, ya que forma llamaradas en los extremos de los mástiles, además de alterar la brújula. Es algo increible.
ResponderEliminarEsas descargas eléctricas-magnéticas son muy normales en las travesias, sobre todo si se hacen entre fuertes tormentas, que ionizan el aire produciendo una especie de fogonasos de color azul y blanco. Lo hemos visto varias veces, en el Atlántico Norte, en el Pacífico Sur... y siempre impresionan, sobre todo cuando se ven salir llamaradas de los extremos de los mástiles. A lo largo de la historia no sólo ha producido sorpresa, miedo o admiración en los marinos, también ha producido tragedias, como ocurrió con los antiguos dirigibles que se inflaban con el gas inflamable hidrógeno. El fuego de San Telmo fue el responsable del incendio, en 1937, del zepelín Hindenburg mientra volaba. Un buen artículo, Valeria.
ResponderEliminarMuchas gracias, señores Alcaide y Serna, por compartir sus experiencias. Sus testimonios me han sido de gran utilidad para conocer ese tipo de fenómenos ya que nunca pensé que fueran tan frecuentes ni que llegaran a influir en una brújula. Tiene gracia que Franklin se interesara por este fenómeno eléctrico (¿le inspiraría éste su popular experimento con la cometa de punta metálica?). Por otra parte, sabía de la tragedia del Zepelín e incluso he visto parte de las imponentes imágenes, pero desconocía que el detonante fuera precisamente este fenómeno. Gracias por toda esa información. Un saludo a ambos.
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