Reconozco que la cultura de
Tartessos me ha intrigado siempre, pues considero que está aún muy mal
comprendida, ya que se resiente de la gran cantidad de prejuicios y complejos
que arrastran nuestros académicos, desde varias décadas e incluso desde siglos
atrás.
Son pocos los yacimientos actuales
en los que se puede percibir la cultura tartésica tal cual. Ya visité
Setefilla, la población minera de Munda (Villanueva del Río y Minas) y como no
había acertado a atisbar nada de la grandeza de esta civilización, decidí que
tal vez se preservaría mejor en los vestigios de las necrópolis tartésicas. Y
así fue cómo terminé visitando los restos de la antigua Carmo, tartésica primero, turdetana más tarde, y finalmente romana.
Actualmente se la conoce por el nombre de Carmona.
Sé que parte de sus murallas eran
plenamente tartésicas, pero me dirigí decidida a la necrópolis, en la que se
preservaba una parte de dicha cultura. Y la visita no me defraudó en absoluto.
La necrópolis o “ciudad de los
muertos”, que es su significado original, se localiza cerca del anfiteatro
romano (o más propiamente dicho, los latinos ubicaron su anfiteatro en el área
donde el pueblo prerromano había ubicado su cementerio).
Se encontró a finales del siglo XIX,
sufriendo excavaciones incontroladas por parte de aficionados a la arqueología
y de todo aquél que veía en estas excavaciones un lucrativo modo de hacer
dinero fácil. Alertados, el historiador Juan Fernández López y el arqueólogo
británico Jorge Bonsor avisaron a las autoridades del expolio, reclamando la
protección de esta necrópolis. Pero como las labores de protección iban
despacio, Jorge Bonsor y Luis Reyes “Calabazo”
decidieron finalmente comprar con su propio dinero los terrenos del
Campo de los Olivos y del Campo de las Canteras, donde se encontraba la
necrópolis, para evitar más saqueos e iniciar una campaña de excavación
arqueológica que permitiera sacar a la luz el pasado de aquella noble ciudad. A
continuación se muestra a ambos hombres, que no dudaron en sacrificar parte de
su riqueza para proteger el patrimonio de Carmona. Quisiera aprovechar para
agradecer al personal del Museo del Conjunto Arqueológico de Carmona su
predisposición, información y autorización de uso de las imágenes tomadas en el
recinto.
No contentos con su labor, Bonsor y
Reyes echan a andar la Sociedad Arqueológica de Carmona, así como el primer
museo de estas características abierto in
situ en España, en 1887.
Izquierda: un joven Juan
Fernández López (de oscuro) consultando una duda a Luis Reyes “Calabazo”
durante las excavaciones. Derecha: “Calabazo” excavando una tumba entre
bloques de piedra en la zona de los Alcores, en 1900. Inferior:
delimitando la zona del anfiteatro, antes de iniciar las excavaciones. Imágenes
del Archivo General de Andalucía.
La de Carmona confieso que es, junto
con la de Pamukkale (Turquía), las dos necrópolis que más me han impresionado
de los más de 33 países que he pateado hasta la fecha. La de Turquía, por la
belleza de sus “bañeras” naturales, creadas de manera natural por las peculiaridades
hidrotermales de la zona, que cautivaron igualmente al imperio Romano; la de
Carmona, porque simplemente uno no se imagina lo que le aguarda allí. El lugar
es mágico; percibes la razón por la que tartesios y otras culturas desearon
dormir allí el sueño eterno.
Estuve en Malta, deseando
encontrarme con la magia megalítica y encontré un país vendido al mundo
anglosajón, cargado de monumentos inconfundibles del Imperio Español, mutilados
para arrancar los escudos heráldicos y poner en su lugar otros ajenos (el
colmo, la casa-palacio del primer
maestre de la Orden de Malta, español, del que se había eliminado todo rastro
–eso sí, tras conocerla “popularmente” como la casa del Inquisidor, aunque
nunca lo fue ni desempeñó tal función– y en cuyo salón principal un enorme
retrato de la reina inglesa Isabel II lo preside todo); una isla que recordaba
una gigantesca escombrera y donde todos sus monumentos mostraban claras
evidencias de manipulación posterior, ubicando aquí y allá bloques que nunca
fueron en esos lugares ni en esos emplazamientos (basta observar imágenes en
blanco y negro de antaño, para comprobarlo). Simplemente me defraudó como pocos
lugares lo han hecho.
Pues bien, quién me iba a decir que
esa magia megalítica la iba a encontrar en solar hispano, en el corazón del
valle del Guadalquivir, en antiguo terreno tartesio. Y es que hay determinadas
tumbas en Carmona que encierran en su seno toda la magia y misterio de las
enormes y milenarias piedras. Los propios arqueólogos no se atreven bien a
datar esas estructuras ciclópeas que, aunque presentan restos de sus últimos
moradores, de época romana, no esconden indicios de que posiblemente se
remonten varios milenios a ellos, en su construcción (hacia el III milenio
a.C.).
Para agrandar las imágenes y verlas con mayor detalle, picar sobre ellas con el ratón.
Y razones no les faltan para ser tan
precavidos, pues en el Aljarafe sevillano y en el Gandul (Alcalá de Guadaíra)
existen numerosos y bellos ejemplos de dólmenes. Así que no es nada aventurado
suponer que aquí los hubo. Como digo, no hay más que perderse por esta
necrópolis para encontrarlos a raudales. Posiblemente, por su magnificencia y
energías, no tardaron en ser reutilizados por otras culturas posteriores, que
los transformaron a su gusto, labrando hornacinas, arcos y escaleras en la
pared rocosa.
De acuerdo con los datos facilitados por
los arqueólogos, se han distinguido varias etapas de ocupación en esta
necrópolis. La primera (si prescindimos de la cultura megalítica) se atribuye a
los tartesios, que realizaban tumbas de incineración más bien simples, haciendo
una pequeña habitación en la roca, donde se depositaba la urna con las cenizas
y algunas pertenencias a modo de ajuar funerario. Más tarde, la habitación se
iba agrandando, añadiéndose en las paredes nichos labrados en la roca, así como
escaleras de acceso.
Ya en plena época romana, se construyen
verdaderos mausoleos subterráneos. Ahora bien, hay algo que no debemos olvidar,
y es un rasgo que remarcaron los propios cronistas latinos al hablar de la
Baética. Decían que sus habitantes se encontraban tan civilizados que pronto se
les denominó “togati” por la rapidez con la que asimilaron la cultura del
Imperio Romano y se adaptaron a sus costumbres. Posiblemente, creo yo, porque
muchos aspectos de la cultura itálica ya estaban presenten en la cultura
tartésica y turdetana, por lo que no hubo tanto choque cultural entre estos
pueblos y el imperio Romano como sí se dio entre los de influencia y origen
celta de las Mesetas, Galicia y Lusitania (hoy Portugal). En Carmona, aunque la
cultura de ese momento era puramente romana, las gentes eran en su mayoría
autóctonas de la Bética y, muy posiblemente, atesoraban un bagaje cultural con
un acentuado poso matriarcal, megalítico. De hecho, aún aflora a día de hoy, en
las creencias y cultos marianos tan abundantes en toda Andalucía.
Las
tumbas cada vez se van haciendo más elaboradas, en época romana.
Regresando a la necrópolis romana de
Carmona, estos ritos matriarcales megalíticos se dejan ver en la decoración,
aún ocre, de muchas tumbas, como también ocurría en varios megalitos y restos
óseos neolíticos, que parecían estar decorados con esa pintura en un afán de
rememorar la fuerza vital de la sangre, el fluido de la vida. También se
evidencia en la tendencia rupestre de construir las tumbas como un regreso al
vientre rocoso de la Madre Tierra. Otro hecho curioso es la tendencia a
compartir con esta Madre Tierra parte del banquete funeral (representado en una
pintura mural, en otra de estas tumbas), existiendo canales labrados y otros
elementos para derramar parte de la bebida, así como parte de las viandas.
Para agrandar las imágenes y verlas con mayor detalle, picar sobre ellas con el ratón.
Pero lo que más ha llamado la atención
de académicos y arqueólogos es la presencia en la necrópolis de Carmona de
elementos que parecen mostrar el arraigo de creencias orientales. Tal es el
caso de la célebre “tumba del elefante”, en cuyo interior se encontró la
célebre estatua que se encuentra en el Museo, junto a la necrópolis.
Se considera que en esta tumba se
llevaban a cabo ritos de renacimiento y ultratumba, en honor a la diosa frigia
Cibeles, curiosamente adorada desde el Neolítico en Anatolia (Turquía) como
Madre Tierra, y al dios Attis, también frigio, amante de Cibeles, que en un
arranque de ira se automutiló quedando como eunuco. Al morir desangrado,
Cibeles, cautivado por la belleza del joven, lo hizo renacer. Las fiestas en
honor al renacimiento de Attis se celebraban en el equinoccio de primavera,
cuando la naturaleza renace tras la aparente muerte invernal, cada año.
En el museo se exponen elementos
encontrados en el interior de estas tumbas, que son realmente asombrosos, desde
delicadas cajitas-urna funerarias y elaboradas columnas, hasta estatuas de los
fallecidos sumamente realistas.
El aspecto que debió poseer esta ciudad
romana debió ser tal, que los visigodos continuaron usándola, manteniendo su
aspecto original y reconstruyendo aquellas partes que habían sufrido
desperfectos durante la época de conflictos entre los hispanorromanos y los
recién llegados godos, hacia mediados del siglo V d.C. En la imagen que sigue
se muestran distintas estimaciones del aspecto que debieron presentar dos de
las puertas de acceso de Carmo, una de las calles de la necrópolis, con
distintos mausoleos sucediéndose, y la tumba de Servilia (en el siglo I a.C.).
Interesante y trabajado artículo, Valeria. He aprendido con él y pronto realizaremos una visita a ese lugar, siguiendo sus directrices. Lo que si me gustaria comentar es lo que señala de Malta, en la línea con su anterior trabajo. Peor que los acomplejados y fuleros ingleses son sus esclavos admiradores como esa insihificante y desagradecida isla que cita. Una pena.
ResponderEliminarHe visitado con la familia estas vacaciones Carmona y me ha sorprendido leer su escrito, está claro que una investigadora ve mas allá de uno que no lo es. Lo que si he entendido completamente es lo que dice de Malta. El verano pasado la visitamos y adelantamos nuestra salida por el grado de indignación que nos iba produciendo esos hijos de la Gran Bretaña. Sus mentiras y su desagradecimiento a los que hicieron tanto por ella en el pasado raya el crimen. ¡¡ Vaya si han asimilado correctamente la falsedad y el cinismo inglés !!. Buenos alumnos en ocultar la verdad.
ResponderEliminarHola, parece que hay consenso en el tema de Malta: una vergüenza (¡y en pleno siglo XXI, Era de las Comunicaciones!).
ResponderEliminarSr. Uribe, no sabe la satisfacción que me produce que mis entradas sirvan para estimular sus visitas.
Sr. Ortíz, siento que no haya disfrutado como yo lo hice de mi visita. Probablemente fuera porque cuando yo estuve, fue primera hora y tuve todo el yacimiento para mi solita. ¡Todo un lujo!. No sólo era mágico el lugar, sino el juego de luces que se fue dando mientras levantaba el día. En días festivos se acumula a veces demasiada gente y prisas, y eso no ayuda.
Un saludo a ambos.