Por la privilegiada posición
geoestratégica que posee la Península
Ibérica, desde el comienzo de los tiempos han transitado por
ella una innumerable cantidad de culturas que, a pesar de no haber podido dejar
evidencias materiales de su paso, tal vez borradas por otras culturas
posteriores más belicosas y destructivas, sí han dejado su granito de arena en
la riqueza simbólica y de tradiciones que componen la extraordinaria geografía
española. Muchas de estas leyendas aún poseen vestigios que permiten rastrear
su mensaje original, aunque muchas otras, convertidas en una amalgama de nuevos
aportes simbólicos de culturas posteriores, hace mucho que dejaron de ser
“traducibles”, permaneciendo en el subconsciente como meras curiosidades de
difícil interpretación.
Es
mi deseo que hoy nos detengamos en parte de estos curiosos relatos dispersos
por la geografía española.
Uno
de los más simbólicos y arcaicos tiene su foco en la costa noroccidental de
Galicia. Y es que de acuerdo con las tradiciones, el Infierno grecorromano se
encontraba al oeste. También en la mitología egipcia de los faraones.
Durante muchos milenios, este era el final de la tierra conocida.
Precisamente
Galicia se encuentra al oeste de la Península Ibérica
y de Europa. Y aquí, cerca de donde se supone que fue encontrada la tumba del
apóstol Santiago, la tierra conocida muere abruptamente en duros y fríos
acantilados, de varios metros de altura, azotados sin clemencia por un agresivo
océano. Dicen las leyendas que aquí llegó el temido conquistador romano Julio
César quién, tras lograr dominar las tribus de aguerridos celtas del norte de la Península Ibérica
y de buena parte del territorio francés, al contemplar cómo el Sol era devorado
al atardecer, por un indomable mar, mientras los cielos lloraban y los cielos
centelleaban y bramaban, lloró llamando a aquel lugar Finis terrae (“fin de la tierra”) y realizando sacrificios de
animales al Dios de los Infiernos, Hades, para apaciguarlo. La pregunta no se
hace de rogar, ¿adoraron sin saberlo, durante milenios, los peregrinos
cristianos en Santiago de Compostela a la propia muerte, inevitable destino de
todo el que nace?.
Otra
leyenda, posiblemente aún más antigua que la anterior se ubica igualmente en
Galicia, en la Coruña
en este caso. Allí aún hoy permanece en pie y en buen estado, el único faro de
la antigüedad que continúa en activo. Dice una extraña leyenda que hasta aquí
llegaría el arcaico héroe que dará origen al Heracles griego, para matar al
gigante Gerión, que según otras tradiciones era el rey de la próspera
Tartessos. Tal vez basado en antiguos escritos hoy perdidos, el rey Alfonso X
El Sabio recogió esta leyenda coruñesa, donde el reino de Gerión llegaba hasta
el cauce del río Tajo. Tras tres días de duras peleas, finalmente el héroe
decapita al gigante, enterrando su cabeza junto al mar y construyendo sobre
ella un túmulo que posteriormente serviría para que los romanos edificaran
sobre él un faro. Este enterramiento del inmenso osario del gigante es de
suponer que debió generar un aluvión de visitas pues la tradición dice que
daría lugar a la población de Crunia, como la llamó el héroe en honor a una
bella mujer que conoció en este paraje.
Curiosamente
esta extraña leyenda recogida por el rey castellano de crónicas visigodas
parece seguir la tradición del culto a los cráneos como símbolos de
conocimiento que posteriormente los templarios continuaran bajo la adoración de
su aún misterioso Baphomet. Uno de estos cráneos adorados por el Temple se
encuentra en la concatedral de San Pedro, en Soria ciudad. Según las
tradiciones corresponde al osario del eremita godo San Saturio, patrón de la
ciudad adorado en una ermita-cueva y cuya representación no puede ser más
esotérica. No lejos de allí se encuentra la ciudad celtiberorromana de Clunia,
cuya pronunciación recuerda bastante a la de la leyenda coruñesa. Igualmente
existen leyendas que sitúan al descendiente de Noé, Túbal, en la Coruña. También hay tradiciones
que hacen de este personaje el fundador de la población soriana de Abejar,
nombre que recuerda a las abejas. Recordemos que leyendas andaluzas milenarias
hacen a un rey tartesio el “descubridor” de la apicultura, arte que no dudará
en enseñar a sus vasallos. Curiosamente,
en ritos del Mediterráneo oriental, las abejas serán las encargadas de llevar
el alma de los fallecidos al paraíso. ¿Todo confluye en la adoración a la
muerte, nuevamente?.
Pero si hay
una tradición recurrente, asociada a las imágenes marianas aparecidas tras la Reconquista cristiana,
esa es la que habla de representaciones de la Virgen con el Niño (generalmente, vírgenes
románico-góticas de la tipología “virgen trono”, negras) que se aparece a un
pastor para pedir un templo en el que sea adorada. La imagen es trasladada del
lugar donde se ha aparecido, para desaparecer durante la noche y volver a ser
encontrada, al día siguiente, en el lugar donde se halló, que será donde
finalmente se le erija la iglesia en su honor. Esta leyenda, como digo, se
encuentra en numerosas localidades de la geografía peninsular, generalmente
donde existen santuarios antiquísimos. Las variantes son muchas, pero el
trasfondo es común. Es el caso, por ejemplo, de la Virgen del Rocío en las
marismas almonteñas de Huelva y del belén de Mallorca. Este último, con una
variación de esta tradición. Así, se dice que una tenebrosa noche de 1536, se
encontraba un frágil navío luchando con un encolerizado mar Mediterráneo,
comandado por Domingo Gangonne. Las indómitas olas, lejos de arreciar, cada vez
se volvían más elevadas y numerosas, golpeando sin piedad a la pobre
embarcación que no podía más que proferir lastimeros crujidos. Sus tripulantes,
temiendo una muerte próxima, no dejaban de rezar, contagiando sus temores al
capitán que, conociendo que el buque portaba en sus bodegas un conjunto
escultórico conformado por los siete misterios de la Madre de Dios, rezó
fervorosamente a la Virgen
prometiendo regalar cualquiera de estas esculturas a la iglesia del lugar donde
encontraran una luz que pudiera guiarles a la costa. De pronto le arrancó de
sus rezos la voz de un marinero avistando una luz en el oscuro horizonte y
hacia ella se encaminaron. Resultó ser la hornacina que adoraba a Nuestra
Señora de las Nieves, logrando que el barco se refugiara en puerto, sin
lamentar pérdidas de vidas.
Fiel a su
promesa, el capitán del barco se dirigió al prior del convento de Jesús, al que
pertenecía la hornacina salvadora (hoy reconvertido en Hospital de Psiquiatría
de Palma de Mallorca), ofreciéndole que eligiera uno de los misterios marianos
que portaba el barco. El prior eligió el Nacimiento, pero era tan bello que el
capitán Gangonne sopesó la idea, rectificando y pidiendo al religioso que
escogiera otro misterio o ninguno. El monje entonces renunció y el capitán, con
la mar ya en calma, decidió proseguir su viaje. Para sorpresa de la
tripulación, el barco no avanzó un ápice, así que el capitán ordenó desplegar
todas las velas, hinchándose de inmediato éstas por efecto del viento, mas sin
embargo, el buque siguió detenido. Tras un tercer intento con similar
resultado, el capitán sintió remordimientos por haber incumplido su palabra. Al
momento mandó a un par de marineros con El Nacimiento –con estatuas como la de la Virgen de casi metro y
medio de longitud, y varios ángeles-músicos de 80 cm-, para entregarlo al prior
y tan pronto como regresaron al barco, la nave se puso en movimiento a buen
ritmo. Y así quedó el Belén en el convento mallorquín de Jesús. Conocedor de la
leyenda, el Papa Clemente VIII mandaría posteriormente construir la Cofradía de Nostra
Senyora de Betlem, para honrar en ella al conjunto escultórico donado por el
capitán Gangonne, el Belén más antiguo de España y conocido con el curioso
nombre de “Belén de la Sang”
(o Belén de la Capilla
de la Sangre).
Otra curiosa leyenda se ubica en el actual Lago de Sanabria -el lago de origen glaciar más extenso de la Península Ibérica-, y de ella se haría eco el mismísimo Unamuno. Según los relatos contados por los lugareños, en el valle se encontraba un precioso pueblecito llamado Villaverde de Lucerna. Una tarde noche llegó hasta él un fatigado mendigo-peregrino que llamó a varias puertas pidiendo algo de alimento con el que pasar la noche. Sin embargo, ninguno de los habitantes dio nada a aquel pobre hombre que no era otro que el mismísimo Jesucristo. Entristecido por el egoísmo de aquellas personas mandó un aluvión de aguas que cubriera el valle, ahogando a los habitantes de la localidad. En recuerdo de aquel mal proceder de los perecidos, dicen los lugareños que la noche de San Juan se oye el tañido de las campanas de la iglesia. La historia se repetiría, esta vez de verdad, cuando en 1959 la presa tan llena de agua que fue incapaz de contener más presión, se rompió inundando el valle y arrasando la población de Ribadelago (Zamora), causando numerosas víctimas que según algunos, pudieron haberse evitado de no haber sido tan avariciosos tratando de tener la presa llena hasta los topes con el fin de contar con numeroso riego, agua potable y mucha materia prima para producir energía hidroeléctrica.
Juan
G. Atienza recogería alguna variación de esta leyenda, teniendo como
protagonistas a los que castigar, a monjes templarios. Claramente este aporte
procedería del momento de la disolución de la Orden del Temple por imperativo papal, que
provocó que durante muchos siglos se viera a estos caballeros como la
encarnación de todo tipo de vicios. Buen testimonio de ello es la curiosa
lápida fragmentada que se conserva en la iglesia de Caracena, de la que hablo
en mi obra “Jesús y otras sombras
templarias, tomo I” desentrañando su abundante simbolismo escultórico
románico, claramente alquímico. En esta iglesia, además, pervive una de las
vírgenes negras asociadas al Temple y a cultos matriarcales milenarios (remito
al lector interesado al libro, para evitar extendernos en todas las divinas
peculiaridades de las iglesias de esta localidad soriana). Volviendo a la
mencionada lápida, en ella puede leerse en latín “perteneció a la secta mala”. ¿Templarios?.
Distintas imágenes de la localidad soriana de Caracena, asomada al
cañón del río de precioso nombre, con bello puente romano de una arcada, conservado.
No sabemos si era o no templario, el protagonista de la última leyenda que deseo compartir en la entrada de hoy y que se enmarca en la Cantabria del siglo XII, concretamente en la localidad de Santoña. Cuentan las tradiciones que encaramado en el acantilado más alto de toda la costa cántabra se encontraba el castillo de don Rodrigo de los Vélez, que tenía a su cuidado al joven Iñigo Fernán Núñez, al que instruía bajo pago de su familia, continuando las tradiciones romanas que instalara el rebelde legionario Sartorio (quién se hizo cargo de los primogénitos de todos los reyezuelos celtiberos del valle del Jalón, instruyéndolos en las costumbres romanas en Osca, Huesca, logrando un doble objetivo: romanizar a los fieros celtiberos y evitar que se sublevaran al tener a sus hijos como rehenes potenciales).
Era
época de Reconquista, por lo que el dueño del castillo no tardó en ser
requerido por su monarca para ayudar en la batalla contra los musulmanes,
siendo capturado. Mientras tanto, el joven Iñigo quedó como dueño absoluto de
la fortaleza, aprovechando para acomodarse en todo tipo de lujos y de paso, en
cortejar a la esposa de don Rodrigo. Pero la mujer, de virtud y moral
intachable, evitaba continuamente las insinuaciones del joven hasta que un día,
ciego de pasión, se prometió hacerse con los favores de la mujer. Ésta fue huyendo
de él hasta llegar al punto más elevado de la torre más alta de la fortaleza y,
cuando ya no tuvo donde escapar, aguardó a que se acercara el joven para
arrebatarle su daga y clavársela antes que ofender a su marido. Horrorizado por
la reacción de la mujer, Iñigo retrocedió en el momento justo en que un fuerte
golpe de viento lo azotó arrojándole al vacío y yendo a ser engullido, su
cuerpo, por el mar.
Desde
entonces quiere la tradición ver aparecer en los días más ventosos,
observándose el mar desde los derruidos restos del castillo, la imagen del
joven Iñigo a lomos de un delfín.
Esta
leyenda es claramente un ejemplo de las intrincadas tradiciones en las que se
han acumulado los suficientes aportes simbólicos como para “empañar” y entorpecer
la labor de “decodificación” del simbolismo codificado en el relato. Que
claramente la última capa de la cebolla de esta compleja tradición fue añadida
en el Medievo, con intención de hacer propia una leyenda pagana, queda fuera de
toda duda. Pero, ¿qué mensaje se escondía en este relato?. Está claro que la
leyenda es prerromana y que el protagonista de la historia es el joven héroe
solar. De hecho, incluso siendo (aparentemente) castigado por su intención de
abusar sexualmente de la esposa del hombre que lo tomó bajo su protección, el
joven sobrevive y se convierte en señor de los mares, cabalgando a lomos de
delfines, como una deidad marina. Tampoco debemos olvidar que es precisamente
los días de fuerte viento cuando el joven puede observarse, por tanto parece
controlar los elementos, no son un castigo por lo tanto como a primera vista
trata de mostrar la leyenda.
No
podemos dejar de lado otra aparente leyenda incomprensible cántabra, que habla
del pescador que cayó al mar convirtiéndose en hombre pez que será visto, años
más tarde, en la costa del antiguo imperio tartesio. Este “detalle”
aparentemente anecdótico, me resulta sumamente revelador si tenemos en cuenta
que las leyendas tartesias hablan del nacimiento del linaje de los monarcas
tartesios (a los que pertenecerá Gerión) a partir de una mujer mortal que se
bañará en el mar y el dios Poseidón (el Neptuno romano) la fertilizará sin
saberlo ella. De esta manera, los monarcas tartesios se decían descendientes
del dios marino y por eso el investigador alemán Adolf Schulten llegará a
cuestionarse si la platónica Atlántida que adoraba al dios Neptuno tuvo su base
en alguna ciudad tartesia.
Regresando
a las leyendas cántabras, ¿son pervivencia de milenarias tradiciones
prerromanas donde se hablaban de deidades marinas equivalentes al Pan griego,
pero marino?. De ser cierta mi suposición, ¿son la pervivencia de los pocos
restos que han sobrevivido de deidades autóctonas de la fertilidad, adoradas
mucho antes de la llegada a las costas peninsulares de comerciantes del
Mediterráneo oriental y de los belicosos y ambiciosos cartagineses y romanos?.
Otra entrada que añade curiosidad y magia al conocimiento de nuestras ricas tradiciones. Habla, Valeria, de la existencia de un mito en La Coruña similar pero anterior al del Hercules clásico. Desconocia este dato y agradeceria más informacion al respecto si fuera posible. Creo,como otros comentaristas,que este tipo de entradas es fascinante y muestra otra percepcion de nuestra historia antigua tan llena de simbolismo y sentido oculto que me obliga a replantear el sentido de "avance"lineal de la Historia oficial. Los avances tecnologicos, innegables, no parecen ir a la par del progreso espiritual, en el sentido más amplio de la expresion, ni de la hondura del ser humano.
ResponderEliminarAprendo mucho de sus articulos sobre nuestras grandes y maltratadas figuras historicas y disfruto con los debates que propician. Pero aun me atraen más este tipo de articulos de mayor amplitud cultural.
He releido las entradas antiguas acerca de los mitos de Tartesos; muy interesantes.
Centrando la atencion en Galicia. Que opina de la leyenda que dice que Eneas fundo la ciudad de Pontevedra? Hay alguna base en los escritos de Homero?
Gracias por su buen y ameno trabajo, Valeria. Saludos.
Buenas tardes, Lola, gracias por su comentario. En lo que respecta al persona de Hércules, son varios los estudiosos que intuyen la existencia de un rito de un héroe solar mucho antes que el griego. Estas leyendas serían tomadas por los primeros griegos en entablar relaciones con los habitantes de la Península Ibérica y posiblemente se produjo un sincretismo entre estas creencias y mitos, de manera similar a la asimilación fenicia de ritos matriarcales peninsulares que acabaron atribuyendo a su diosa Astarté. Es ciertamente muy difícil llegar a separar el fondo peninsular de las leyendar hercúleas pero parece existir cierto extraño simbolismo con los reptiles pues hay un escrito recogido por los primeros viajeros del Mediterráneo Central y Oriental que dice que en una época remotísima toda la Península Ibérica estaba cubierta de serpientes que los nuevos pobladores terminaron echando al mar. Autores como el tristemente desaparecido Juan Atienza se atrevió a analizar esta curiosa leyenda planteándose si en verdad se refereiría a la imposición por las armas de pueblos más belicosos mediterráneos, a l pueblo autóctono peninsular de megalitos y cerámica campaniforme. La huída de este pueblo menos belicoso explicaría cómo el megalitismo se extiende por Europa, encajando además con la leyenda celta de los Thuata Dé Danaan. Le remito a mi obra "Tartessos: 12.000 años de historia" y a la del Sr. Atienza "los supervivientes de la Atlántida". Con respecto a su segunda pregunta sobre posibles fundaciones de ciudades peninsulares por héroes troyanos supervivientes, le remito a mi entrada en este blog "El enigma de los griegos en España", en la sección (etiqueta)"Grecia". Un saludo.
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