miércoles, 14 de noviembre de 2018

La transición musulmana en Hispania. Inicio y principio del fin

            A principios del siglo VIII la etapa visigoda en nuestro país marchaba prácticamente hacia su inexplicable final y todavía son muchos los interrogantes sobre aquél derrumbamiento. Cuesta trabajo pensar que un pueblo que había extendido su dominio sobre todo el territorio peninsular y la Galia narbonense, consiguiendo la unidad jurídica, étnica y religiosa desapareciera de forma tan rápida.

Posiblemente todo se debió a la crisis de gobierno que sufrió al final de la etapa. El prefeudalismo que iba creciendo a lo largo de los cuarenta años que transcurrieron entre la muerte de Recesvinto y la de Don Rodrigo provocó un inusitado incremento de la nobleza, fortaleciendo a familias poderosas cuyo único objetivo era alcanzar el poder. En esos años fueron muchos los levantamientos y conjuras sobre los reyes visigodos que condujeron a divisiones y crisis internas en la monarquía, incluso con cambios de monarca, como fue el caso de la sustitución de Wamba por Ervigio. Para satisfacer a unos y a otros la política real alternaba tolerancia, represión y amnistía que nunca satisfizo a todos, creando desigualdades e inseguridad magnificadas por malas cosechas, hambrunas, epidemias e imposibilidad de poder pagar los impuestos a la corona. Ante esta situación de hambre fueron muchos los siervos y esclavos que huían abandonando el trabajo de la tierra, perdiéndose cosechas. Por otro lado, esas gentes huídas del campo se dedicaban al bandidaje y al robo para poder comer.
            Esta creciente miseria trajo consigo la degradación de la moneda, restando poco a poco oro de ella durante los reinados de Recesvinto, Wamba y Witiza. En el reinado de este último las monedas acuñadas eran tan ligeras que se dispararon los precios de los productos, llegando incluso a pagarse los impuestos en especie, por lo que se comenzaran a reformar leyes que permitían que Ervigio introdujera el pago de multas, a fin de disponer de moneda para pagar a la tropa. A esto hubo que sumar la crisis moral del clero. El alto clero constituía una minoría poderosa que influía en las actuaciones de la corona y hubo que convocar concilios para proponer leyes que pusieran freno a esos abusos.
            Toda esta situación hizo que el poder visigodo se fuera fragmentando, sobre todo tras las disposiciones que contra el ejército señalaba la ley militar de Wamba, que condujeron a que en gran parte se distribuyera entre familias nobles enfrentadas. Esta era la situación a comienzos del siglo VIII y empeoró aún más cuando llega al trono, en el 710, el duque de la bética D. Rodrigo, persona más vinculada con la nobleza cordobesa que con Toledo, la capital del reino. Precisamente en Toledo otra parte de la nobleza había elegido como rey al hijo mayor de Witiza, Agila II, duque de la Tarraconense, de 10 años de edad, que gobernaba en el noroeste de Hispania (conviene recordar que la monarquía no era hereditaria entre los visigodos, sino que la asamblea de nobles elegía a su rey). Al estar en desacuerdo D. Rodrigo, se inició prácticamente una guerra civil. Rodrigo vencía a los simpatizantes de Agila en unos enfrentamientos poco oportunos, ya que coincidían con la confusa situación en el Mediterráneo y en el norte de África, donde cada vez ganaban más poder y espacio las invasiones árabes que avanzaban imparables en Arabia, Medio Oriente y África del Norte, lo que significaba un peligro latente para el reino visigodo. Ya antes del 680, durante el reinado de Wamba, hubo un enfrentamiento de la flota árabe contra la visigoda en El Estrecho, que fue ganada por los visigodos y Teodomiro tuvo que cruzar el Estrecho para liberar momentáneamente Cartago tras la conquista musulmana, realizando pactos con Damasco.
            Tras ser derrotado por Rodrigo, Agila huyó hacia el norte, en donde contaba con la simpatía de varios nobles vascones, por lo que D. Rodrigo, que gobernaba más en la Bética defendiéndola de algunas intrusiones musulmanas, tuvo que acudir al norte a enfrentarse a los vascones. El arzobispo Oppas y Sisberto, tíos de Agila y hermanos de su padre, junto con algunos nobles visigodos y el Gobernador de Ceuta, Conde D. Julián, aprovecharon la ausencia para ejecutar su venganza contra Rodrigo, pidiendo ayuda a los musulmanes del norte de África para derrocar a Rodrigo y coronar a Agila II en su lugar.
            En el año 711 cristiano, 92 de la Hégira (emigración de Mahoma desde la Meca a Medina) musulmana, un ejército musulmán dirigido por Tariq ibn Ziyad cruza el estrecho y se prepara para el enfrentamiento con el ejército de Rodrigo, que volvía del norte. Entre el 19 y el 26 de julio, visigodos y musulmanes se enfrentan junto al río Guadalete (Cádiz). El cansado ejército visigodo, a cuyo frente iba D. Rodrigo, se enfrentó a los siete mil bereberes del califato Omeya, comandados por Tariq ibn Ziyad, lugarteniente del emir de África del Norte Muza ben Nusaryr, que además estaban apoyados por seis mil soldados enviados desde Ceuta por su gobernador, el Conde D. Julián, que además entregó cuatro naves para el paso del estrecho del ejército musulmán, que ya tenía controladas la costa atlántica gaditana y Algeciras.  Posiblemente el hecho de regresar tarde D. Rodrigo desde el norte con su ejército y encontrarse la zona ya invadida, supuso una dificultad mayor para la victoria. En realidad, el ejército visigodo disponía de un número suficiente de soldados, cerca de cuarenta mil, para rechazar al musulmán, pero algunas traiciones influyeron en el resultado de la batalla. De hecho, los godos dominaron la batalla al principio, frente a un ejército musulmán muy guerrero y experimentado, pero cuando la victoria parecía caer del lado de Rodrigo, los hermanos Witiza traicionaron a D. Rodrigo, que desconocía sus acuerdos con los árabes, y se pasaron al bando musulmán. En ese momento la victoria cambio de bando, ganando al final la batalla Tarik. Tras el enfrentamiento, los musulmanes no respetaron los acuerdos, por los que el hijo de Witiza accedería al trono visigodo, sino que eligieron dominar la zona, arremetiendo contra las ciudades leales a los visigodos, acabando así con el reino visigodo y mostrándose como un potente enemigo de los reinos cristianos peninsulares. Se cree que Rodrigo, coronado el 1 de marzo de 710, cayó en esta batalla, aunque otros historiadores mantienen que huyó con una pequeña parte de su ejército a la antigua Lusitania, avalando esta propuesta la lápida que existe en Viseu, en la que está escrito: “Aquí yace Rodrigo, rey de los godos”.

Detalle de la presunta lápida de Don Rodrigo, en Viseu (Portugal).

            La batalla de Guadalete tuvo un solo efecto positivo. Los condados cristianos tuvieron que unirse y salvar sus antiguas diferencias para enfrentarse al enemigo musulmán. Esta unión sería la semilla de la que nacería España siglos más tarde.
            Tras la batalla de Guadalete continuó la invasión de Hispania. En un principio los musulmanes tenían como único objetivo la conquista de tierra y la expansión de su imperio, pactando con aquellos nobles que les prometían fidelidad y a los que les mantenían sus privilegios, siempre que les ayudaran en su expansión con bienes, hombres o dinero. Las zonas o ciudades que mantenían su independencia eran atacadas por el ejército musulmán y gobernadas después por militares árabes que no solían ser buenos gestores y cuya fidelidad en algunos casos iba poco a poco disminuyendo, al verse con poder.
En ese primer periodo imperaba el avance militar musulmán frente al férreo control o a la gestión de los territorios conquistados. Hubo algunos mandos musulmanes que además de desarrollar una experiencia militar excelente, tuvieron una conducta social brillante cuando gobernaban sobre el territorio conquistado. Tal fue el caso del  jefe musulmán Abd al-Malik, a quien correspondió el honor de ser el primero en conquistar una ciudad del futuro al-Andalus, al frente de un ejército árabe. Esta ciudad fue Carteya. Malik era un gran guerrero, que descendía de la tribu de los Qahtán, originaria del Yemen. Tan brillante fue su victoria que le entregaron como premio un territorio en Torrox a orillas del río Guadiaro, cerca de Algeciras, donde se asentó, gobernó y procreó. Fue el primer eslabón de una serie de grandes personajes que crecieron con al-Andalus y ocuparon puestos importantes en el estado omeya. Uno de ellos, ya en Córdoba, después de siete generaciones, llegó a ser el mejor conquistador musulmán, pero antes que éste, fueron muchos los descendientes de Malik que ocuparon cargos importantes en la administración omeya. De los que se recuerdan podríamos hablar de Abur Amir, que tras trasladarse a Córdoba llegó a ocupar el cargo de gobernador de distrito y fue el creador de la familia “Banu Abi Amir”, que alcanzó cotas de poder en el califato. Otro descendiente de Malik, llamado Muhammad fue nombrado cadí de Sevilla por el emir Abd Alláh. Un hijo de Muhammad, también llamado Abd Alláh, adquirió gran notoriedad religiosa y murió cuando regresaba de su peregrinaje a la Meca en la época de Abd al-Rahman III (Abderramán III). Alláh se había desposado con Burayha, de la familia “Banu Tamin” y tuvo dos vástagos en Torrox: Yahya y Muhammad. Muhammad tenía como nombre completo “Abu Amir Muhammad, hijo de Abd Allah, hijo de Amir, hijo de Abu Amir Muhammad, hijo de Walid, hijo de Yazid, hijo de Abd al-Malik al-Ma´afiri. Se haría famoso como al-Mansur “el Victorioso”, que los cristianos pronunciaban simplemente como Almanzor y que fue el guerrero más grande de al-Andalus, concentrando en él todo el poder. Pero para ello tuvieron que transcurrir casi tres siglos.

























     
 Volviendo al comienzo de la invasión, tenemos que aceptar que dicha invasión formaba parte de su afán expansionista. Como he señalado antes, en esa etapa de gran poder de expansión ya habían ocupado Oriente Medio y habían llegado hasta el norte de África. En la conquista de Hispania, capitaneada por Tarik, intervinieron diferentes grupos invasores, que llegaron tanto de Oriente como del Norte de África. Fue un avance rápido, ya que en algo menos de ¡ocho años! llegaron a conquistar casi toda la Península Ibérica, formando un nuevo estado que llamaron Al-Andalus. Tras la batalla de Guadalete, Muza avanzó hacia Mérida y Tarik hacia Córdoba. Tras conquistarlas, ambos ejércitos se encontraron en la conquista de la capital visigoda de Toledo y desde allí avanzaron hacia Zaragoza. Iniciaron a continuación el avance por el norte peninsular, mientras intentaban cruzar los Pirineos con otro ejército. Finalmente ambos ejércitos fueron frenados. En Covadonga, el 28 de mayo del 722, por Don Pelayo (más datos, aquí), y en Roncesvalles, el 15 de Agosto del 778, por Carlomagno. Hay que tener en cuenta que la no existencia de rey, que era el nexo de unión de los nobles en el territorio, hizo que el avance árabe no tuviera mucha dificultad. Además, muchos nobles visigodos pactaron con los nuevos invasores. De esta forma nació una nueva provincia del imperio musulmán, denominada el Califato Islámico, gobernada por un emir, que era el encargado de que se cumplieran las ordenanzas del Califa musulmán de la dinastía Omeya, que dependía de Oriente.

Representación de Abderramán I y detalle de la supuesta tumba de Don Pelayo (iniciador de la Reconquista, según las leyendas).

Sin embargo pronto cambió este estado de dependencia. Fue hacia la mitad del siglo VIII, con la llegada de Abd-al-Rahman I, miembro de la dinastía Omeya y perteneciente a la familia Abasí, que tras la derrota en el norte de África viajó a al-Andalus, en donde se asentó tras  encontrar mucho apoyo, lo que le permitió convertirse en emir, iniciando un nuevo periodo conocido como Emirato Independiente (año 929) en el que se rompieron las dependencias sociales y políticas con el imperio musulmán. Nombró a Córdoba sede de la capital del Califato y desde el alcázar de Córdoba, en el interior de la mezquita, que era el lugar de residencia de todos los califas hasta la construcción años más tarde del palacio de Madinat al-Zahra, controló todo el al-Andalus. No fue fácil, ya que muchas zonas y ciudades no lo aceptaban como califa, por lo que fueron años de luchas e intervenciones militares dentro y fuera de las fronteras. Dentro, para apaciguar a la población, y fuera, para obtener riquezas con las que mantener al ejército y ampliar las ciudades califales. Veremos en la próxima entrada los logros de los grandes califas.

A la izda, Toledo, la capital del reino visigodo (Toletum). A la dcha, primitiva mezquita de Abderramán I (recordemos que Córdoba es la única que posee tres títulos Patrimonios de la Humanidad, de la Unesco: la ciudad de Medina Azahara, la mezquita de Córdoba y el casco antiguo).


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